
La
trampa atrapa chicos...
......
Aprieta
los dientes casi con rabia mientras se frota el tolete sobre la suave
tela, media barra saliéndosele, pero era la otra mano el problema
real... Recorrerse la raja, metiendo la telita de la prenda, se
sentía eléctrico, por malo. Por prohibido. Podía conciliar la idea
de ponerse, en la intimidad de su cuarto, un bikincito regalado por
alguien a quien gustaba, era como... un erótico reconocimiento a su
encanto, y algo estimulante, pero mover su mano, de canto, arriba y
abajo sobre su raja interglútea, sintiendo los leves calambres de su
agujero cuando cruza sobre él... No, eso estaba mal.
-¡Malditos
maricas! -gruñe entre dientes, casi ladeando el rostro y mordiendo
la almohada, de rabia y calenturas, metiendo la mano dentro del
bikincito y sobándose el güevo con el puño, arriba y abajo,
cerrando los ojos, abriendo mucho la boca ahora, apoyando un pie
sobre el colchón y despegado sus nalgas, recorriéndose la raja con
un dedo, dentro de la prenda, pasando la punta de este sobre su
culo... Uno que sabe y siente que se le agita.
Y
mientras más se masturba, y más pasa ese dedo sobre su culo, se
siente más y más caliente, ojos muy apretados, sudando, recordando
al viejo marica comiéndole el güevo, una y otra vez; soñando,
ahora, que lo hace en el centro del supermercado, con glotonería,
diciendo lo rico que era su tolete, todos mirándole sonreír
complacido ante el marica que le comía... Tiembla, de frío e
indecisión, apoyando la punta del dedo en su culo, del capullo
cerrado, medio acariciándolo. Joder, ¿por qué se sentía así?
Nunca le había pasado. Toda su vida se había lavado el culo, bajo
la regadera y nunca antes...
Se
masturba con renovados bríos, arqueándose sobre la cama, dándose
puño, gimiendo, metiéndose la punta del dedo, la longitud de la uña,
y abre mucho los ojos, sorprendido, alarmado, sintiendo su esfínter
temblar, abrazarlo, rodearlo y casi halárselo. Pero no, carajo, eso
no, piensa mientras gruñe, dándose y dándose puño sobre el tolete
hinchado, venoso, cree que más grueso y duro que nunca. El dedo
entra un poco más. Chilla unos ahogados no, no. Quiere detenerse,
pero mete más, y otro poco, y ya tiene dos falanges clavadas y...
-¡Ahhh!
-grita y se tensa más mientras se corre de una manera total y
completa, el tolete estallando en semen, uno que le baña el abdomen,
el torso, el cuello, cubriéndole con la hirviente carga cuyo olor
pronto llena la habitación, mientras cae sobre el colchón,
temblando en el cielo post coito, uno de donde nadie quiere volver
muy pronto, todavía estremeciéndose ante cada estallido de placer.
¡Con el dedo medio metido en el culo! Uno que saca al tiempo que se
tensa, por los golpes a su puerta.
-Por
favor, hijo, ¿podrías ocuparte de tus asuntos con menos gritos? -es
la voz de su padre.- Tienes a tu madre escandalizada. -le parece
notar diversión en la voz paterna.- ¿Te lo está haciendo difícil tu chica?
¡Mierda!,
es todo lo que piensa, jadeando pesadamente, cubriéndose el rostro
con las manos, casi manchándose de esperma. Dios, al otro día todo
sería difícil y penoso.
......
Efectivamente
fue incómodo, especialmente las sonrisitas a la hora del desayuno.
Fuera de que debió cambiar todo el juego de cama y era consciente de
que su madre sabía exactamente por qué. Dios, era tan vergonzoso,
se dijo saliendo para el trabajo, pensando por primera vez que serías
grato contar con un lugar sólo para él. Su espacio. Amargándose en
el acto, ¿cómo iba a conseguir un piso, casa o rancho con lo que
ganaba? La idea de que debería aprender un oficio y conseguir un
empleo de verdad aún no se le ocurría como una posible solución a
sus problemas, unos ocasionados por el crecimiento. Todavía faltaba
para que asociara su manera de ser con todas aquellas metas que le
parecían imposible.
Los
días continuaron sin que el viejo maricón apareciera por el
supermercado, y la verdad es que ardía de ganas. No quiere
reconocerlo, llegando incluso a decirse que le gustaría verle tan
sólo para que le diera plata, y también mamadas. Pero sabe que ese
recuerdo, el de esas mamadas, era mucho más complejo ahora...
Tres
días más tarde casi se trepa por las paredes de su casa y el
trabajo. Anda mal. Quiere ver al viejo ese. Desea... agitado almuerza
algo ligero, tiene la tarde libre, y toma una larga ducha, entrando
en un bonito bóxer, su mejor ropa, y saliendo de su casa con el
corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Dirigiéndose a la casa
del abogado mamagüevo. La idea le hace temblar, las dos: que va
buscándole y que el otro mama güevos. Siente que el tolete se le
agita bajo las ropas. Frente a la casona se detiene, agitado,
respirando pesadamente. Mientras iba para allá pensaba en una excusa
que dar para cuando tocara al timbre y este abriera, decidiéndose por
preguntarle si no había encontrado un llavero. Era una idiotez, pero
le daba una razón para presentarse... y ver qué decidía el otro
sujeto.
Abre
la verja de entrada, cruza el verde jardín y llama. Nada. Llama otra
vez. Y sus hombros caen, su rostro es la imagen de la desolación.
¡Viejo
desgraciado!, tanto que le costó decidirse a visitarlo y... Casi
grita por la sorpresa; cuando ya se disponía a darle un puñetazo a
la puerta y retirarse, esta se abre y Roberto Mancini aparece frente
a él, sonreído y complacido. Totalmente cubierto de gotitas de
agua, llevando en sus anchos hombros una bata de piscina. Abierta.
Todo su corpachón mostrándose, velludo... y en un traje de baño no
bikini, pero corto, más corto que el que le viera antes. Azul bebé.
Mojado y pegado a la silueta de su barra. Y el tolete se le veía...
-¡Martín!
-chilla feliz, como si fueran amigos, como si le esperara.
Y
este se estremece cuando el tipo da dos pasos adelante y le abraza de
una manera fuerte, íntima, algo muy viril, pero que sin embargo...
Si, hubo palmadas pero esas manotas se quedaban sobre su espalda, ese
cuerpo mojado pero caliente le envolvía con intimidad.- Pasa,
muchacho. Estaba en la piscina tomándome unas cervezas... -le sonríe
con socarronería.- ¿Tienes edad para beber? ¿Acaso bebes?
-Claro
que si. -gruñe, tenso hasta que el otro le suelta pero no mucho, ya
que sigue cubriéndole los hombros con un brazo pesado.- Vine
porque... porque... -no encuentra qué decir ahora.
-Como
sea, me alegra que estés aquí. -responde el abogado mientras le
arrastra por la hermosa vivienda rumbo a la cocina y el patio, que
está solitario aunque se escucha una buena salsa vieja en un iPhone,
y entre dos sillas largas de jardín hay una cava llena de hielo y
varias cervezas. Dos botellines descansan en el piso. La piscina se
ve hermosa, aunque dos hojas flotan en su superficie. El jacuzzi está
apagado.
Nervioso,
Martín tan sólo lo mira todo, agradeciendo el que estén a solas.
Se vuelve a mirarle y se le anuda el estómago, el otro deja caer la
bata y va hacia una de las sillas. Mostrándole la ancha espalda
recia, velluda, y ese culo de nalgas grandes enfundadas en la tela.
Culo que atrapa su mirada, y cuando Roberto le mira sobre un hombro,
sonriendo, le pilla. Enrojece salvajemente.
-Vamos,
siéntate, si, allí. Tomemos una cerveza, si en verdad lo haces. Una
sola, zape, no quiero problemas con la policía. -ofrece, tomando
asiento en la otra silla, el bañador encogiéndose en su
entrepiernas, sacando dos botellines del hielo, riendo y tendiéndole
una, destapando con los dedos la otra. El chico le imita y chocan las
puntas cuando alza la suya, sonriente.- Te ves bien, hijito. Pero
siempre te ves así. Todo rico y sexy. -le halaga, sabiendo que a los
chicos les gusta escuchar eso. Bebiendo.
-Gracias.
-muy rojo de cara, Martín siente un calorcito de vanidad, bebiendo;
sabía amarga, fuerte, pero buena. Y estaba fría. Joder, si tan sólo
pudiera dejar de mirarle las piernas y el bañador sobre las bolas...
aparta la vista rápido, encontrando la mirada del otro, más seria.
-Estás
mal, ¿verdad? -comenta, sorprendiéndole, dándole pie a explotar. Y
lo hace.
-¡No
sé qué coño me pasa! Desde que nos conocimos... -inicia, pero hay
demasiado que no quiere decir, allí, envarado, sentado muy erguido
en esa silla bonita en ese gran jardín. Se tensa más cuando el otro
se tiende hacia adelante, aferrándole un hombro con fuerza
confortadora.
-Hey,
hey, deja de torturarte. Te gusta el sexo, tu verga ama ser atendida,
como le ocurre a todo chico de tu edad... -sonríe, viéndose
confiable, pero algo mañosos se deslizaba en su mirada.- Como me
gusta a mí, que no soy tan muchacho ya. A los hombres nos gusta el
sexo, sólo eso. A ti que te mamen el güevo, por ejemplo, y a mí
mamarlos...
-Si,
pero estar con un hombre...
-Deja
de etiquetarte, la vida se hace pesada, aburrida o muy complicada
cuando quieres luchar contra deseos básicos que no tienen ninguna
necesidad de ser satanizados. Sólo permítete sentir hasta que un
día... ya no te guste, no te llene o no te atraiga esto o aquello.
Deja de torturarte por todo lo demás. ¿O piensas ir contando algo
por ahí, a tus amigos, conocidos y familia?
-¡No!
-Entonces,
¿cuál es el drama? Vive y siente, si te gusta que te lo chupen, que
cualquiera te lo mame, pero mañana conoces a una nena que llene todo
ese afán... pasará. -le suelta y toma aire.- Aquí donde estoy ya
siento unas ganas locas de tocártela, sacártela del pantalón y
darle unas buenas mamadas. No una, varias; chuparla y chuparla hasta
dejarte seco de leche, saboreando cada gota, en mi lengua, tragándola
y sintiéndola en mi estómago. -sonríe de su cara tensa, pero
interesada.- ¿Que te sientes más confuso escuchándome? ¿Es eso
malo?
-No
lo sé, pero no creo que todo esto...
-Te
gusta que te den mamadas, ¿si o no? -insiste.
-Si,
pero... -más rojo todavía calla y se muerde el labio inferior.
-Ya
veo. -le oye, y erizado le mira. ¿Acaso ese sujeto le adivinaba tan
fácil? La sonrisa de este parece indicar que si. Y, efectivamente el
hombre de más edad intuye, bastante, pero también es mañoso. Sabe
que todo va bien encaminado pero que debe dar un ligero rodeo para
llegar a su meta. Bueno, no tan ligero si incluía su trasero.- Creo
saber qué te inquieta ahora...
Y
sin más, sorprendiendo un poco a Martín, se vuelve sobre la silla
de jardín, quedando en cuatro patas sobre ella, dándole de frente
una vista de su parte trasera, los muslos llenos y velludos, la baja
espalda, los recios hombros, una mirada pícara sobre uno de ellos. Y
de ese enorme trasero semi cubierto por el material elástico y
apretado del bañador azul, que se fija con fuerza a la
circunferencia de sus nalgas plenas y velludas, tela que se hunde un
poco en la raja entre ellas (y Martín siente escalofríos fijando la
mirada en ella), que baja y abraza las bolas. ¡Y el carajo lo menea!
¡Ese culote!
-¿Has
sentido curiosidad... o antojo? -le pregunta con burla, meneándolo
para él.
-Patrón...
-ladra queriendo sonar ofendido y ofensivo, burlón, pero la voz sale
ronca. Ese culote lo hipnotiza. El trasero de una viejo marica
(bueno, no era viejo pero así lo pensaba), que seguro se lo habían
tocado mil carajo, mil carajos que seguramente le metieron el güevo
tieso por ese agujero flojo y lleno de mierda que...
Tiene
la verga dura bajo sus ropas, así como la cara roja.
-Tócalo.
-ofrece el viejo mañoso, jugando también.
-No,
patrón, yo...
-Vamos.
-repite, despegando una mano de la silla y azotándose levemente a sí
mismo con un golpe seco, que a Martín le da justo en la verga.
No
razona, ni le interesa. Algo confuso, todavía pensando en todo lo
sucio y repugnante que eso era, toca la piel un tanto húmeda
todavía, pero caliente, extrañamente firme. Soba sobre el bañador
de tela suave, sabiendo que bajo ella está el trasero de aquel tío
que aspira ruidosamente bajo su toque, cuya piel se contrae, que
todavía lo baila un poquito más, como echándolo hacia él para que
lo palpe mejor. Y lo toca, recorre la pieza elástica con precaución,
pero luego con ansiedad, hundiendo sus dedos sobre la piel, también
en la raja, sobre la tela, hundiendo más y más, sintiendo un horno
entre esas nalgas. Un horno que seguramente recibía muchos panes
duros y los asaba.
Traga
en seco tocando esa prenda, subiendo, tocando la piel desnuda,
mirándole sonreír, medio cerrar los ojos y dedicarse a disfrutar las
caricias. Esa mano sube y baja de una nalga a la otra, tocando piel y
bañador. Y baja y baja, tocando las bolas envueltas, y aunque no
quiere (eso le asusta más), las acuna en su palma.
-Soy
malo, dame unas nalgadas. -el viejo cabrón, con una voz que tiembla
de oscura lujuria, le indica, erizándole, estremeciéndole,
provocándole un espasmo en el güevo.
No
lo piensa, se pone de pie con ese tolete tieso bajo las ropas,
alegrando la vista del viejo mañoso, que se muerde ávidamente el
labio inferior, saboreándolo ya. Pero sonríe y jadea cuando el
chico le soba con una mano, fuerte, firme, haciéndole consciente de
su toque de hombre, mientras le azota con la otra, una palmada
abierta, firme y seca. El choque le hace boquear. La segunda le
arquea la espalda, la cuarta le obliga a gemir, muy tieso bajo el
bañador, algo que Martín nota, confuso y caliente. Sigue dándole,
ahora más fuerte. El hombre sabe que es placentero hacerlo, azotar a
otro macho teniéndole casi indefenso.
-Tócame...
-le gruñe con las nalgas rojas y caliente. Y chilla cuando el chico
mete la mano, ansioso, dentro del bañador, tocándole en directo,
entre las nalgas, este mirando el contorno de esta bajo la tela.- Sóbame
el culo, méteme un dedo... Ya sabes lo rico que se siente eso.
CONTINÚA...
Saber que jamás conoceré el final de esta historia.
ResponderBorrarDónde quiera que estés JC espero estés bien. Cuídate mucho y saludos.
Espero saber de ti alguna vez.