miércoles, 18 de septiembre de 2019

A LOS PIES DE LOS CACHAS... 9

LOS CACHAS                         ... 8
   Prometen la gloria...
...

   Enrojeciendo cuando todas las miradas se vuelven hacia él. Con sorpresa al inicio, con risitas de las chicas, especialmente las que viera, allí mismo, el día anterior cuando intentara ligar con ellas. Los hombres sonríen con menosprecio. Pero no puede hacer nada, fuera de ponerse muy rojo.

   -Si quieres volver a tocarme debes dejar de intentar parecer un hombre, ¿quieres que piensen que busco tíos? Debes mostrarte como una putita bonita. -le gruñó Aspen mientras se medio vestían después del sexo en el gimnasio.- Quiero que te compres una prenda de baño diminuta, pequeña... y femenina. Y que con ella vayas al área de las piscinas. Que todos te vean como una zorra, que no queden dudas.

   -Pero... pero... -la cara le ardió de vergüenza, de angustia. Estaba en shock.

   -Debes hacerlo o esto se acaba. Nada de tocarme, de lamerme; nada de engolosinarte con los jugos de mi verga; nada de chillar como poseído cuando te lo clavo por el coño... -usó deliberadamente la palabra.- Quiero, por encima de todo, saber que seré obedecido. Si un hombre como yo no es obedecido y complacido por uno como tú, ¿cómo va a funcionar esto? Deberás ir, exhibirte... y sentir orgullo, excitación y placer cuando notes sus miradas y sonrisas de burla. Todos reconociéndote como el marica que sabes que eres. Que quién te vea allá, y luego aquí conmigo y mis socios, sepa que vienes atraído por el olor a testosteronas de hombres grandes que se ejercitan, deseando que todos vuelquen esas energía en llenar tu culo. Ya lo tienes apretadito y sedoso, uno que naturalmente se adosa a una verga como debe ser, pero con ganas de más. Todos deben saberte una puta perdida de los hombres grandes y musculosos de gimnasios.  

   En esos momentos se estremeció escuchándole, de angustia; ahora, bajo el sol de California, se estremecía de nuevo. Pero la cosa era... distinta. Joder, si, mientras deja sus cosas en una mesa alta al lado de una silla, siente las miradas. Todas ellas, llegándole como olas. Su espalda y nalgas eran estudiadas, sus muslos algo velludos (debía resolver eso, lo sabe, Aspen así lo quiere), la tirita que atraviesa su culo que se ve cuando se medio inclina a dejar su teléfono, provocando risitas y señalamientos nuevos. Seguramente muchos otros habían usado cosas así antes, pero tal vez no el modelito femenino en una piscina claramente para gente heterosexual. Menos mostrando toda esa enorme franja de piel pálida que indicaba que no se asoleaba con eso, y sus pelos, pocos pero visibles.

   Como fuera... lucha contra la vergüenza, la cara roja... y el tolete que quiere hinchársele dentro de la diminuta tela acariciante.

   -¡Oh, Dios mío, ¿qué haces?! -el alarmado grito de sorpresa casi aterrada le hace pegar un bote y cerrar los ojos, volviéndose. De todos los lugares del mundo donde podría encontrarse, allí estaba, otra vez, frente a dos de sus socios y conocidos en Nueva York, un alarmado y boquiabierto Andrew Tapping y un enrojecido y avergonzado Aaron Wells, quien hace lo que puede por no mirarle, no cuando hay cierto corrillo de personas socarronas alrededor de ellos.

   -Andrew...

   -¡Estás perdido de marica! -estalla el hombre de color, alzando y separando sus manos en un gesto de silencio, o de “es todo, no puedes agregar nada contrario”.

   Y el joven se siente todavía más mortificado, avergonzado, hay risitas, otras voces se alzan, de chicas, para defenderle en su sexualidad. Como sea, es un momento incómodo, horrible para el joven publicista, quien se siente más expuesto y humillado que nunca... y preguntándose por qué eso le causaba tal calorcillo en las bolas.

   Andrew tiene que encarar cierta dureza de los presentes, especialmente mujeres, por su homofobia, mientras otros, tíos generalmente, le defienden al saber que es un conocido quien les expone con sus mariconerías. Como sea, el hombre se aleja, y Aaron, que no dijo ni una palabra, le imita. Como desesperado en poner distancia del socio descarriado... no fuera y todos creyeran que eran iguales.

   Muy mortificado, Shawn se deja caer en una tumbona, notando la presión de la pieza, haciéndole más consciente de su casi desnudez. Y lo peor es que no puede marcharse; debe pasar mínimo una hora allí. Y entrar al agua. Aspen se lo había especificado y...

   -Sabré si no lo haces y eso será el final de todo. -le amenazó, sonriendo dentro de sus ajustadas prendas, el tolete abultando el shorts, mojándolo también.- Y puede que pienses que resistirás, que puedes alejarte con dignidad después de correrte varias veces como lo hiciste con mi verga en tus entrañas. Que eso es todo. Pero créeme, no es así. Estás encadenado a esta... -le aseguró, aferrándose la barra con una manota y apretándola, riendo en todo momento.

   Rojo, angustiado, preguntándose si está enfermo (si realmente es un degenerado), tiene que luchar contra la profunda y dolorosa sensación de humillación... y la calentura que le da toda la situación, y el recordar el modo en el cual le trata Aspen. Tragando en seco al comprobar el cómo le afecta tan sólo pensar en él, en su increíble cuerpo, su sonrisa de muchachote travieso pero también dominante. Su sólo nombre...

   -Cálmate. -le dice una joven, sonriéndole sentada al lado, bajando la mirada.- Esa tanga no te permite muchas libertades. -y ríe franca, amistosa, igual que otras dos chicas en sillas de piscina.- Vamos, relájate. Así te verás menos conspicuo, al menos hasta que todo se acostumbren a ti.

   Duda, pero respira profundamente, agradecido. Las chicas ríen y se presentan, son sociables, amistosa, aunque le señalan que no debió presentarse así... Sin el depilado de bikini. Fascinado, y horrorizado, entiende lo que ocurre: ¡Le creen marica!

   Sorprendiéndole todavía más cuando se percata de que eso le brinda un alivio... en esos momentos.
......

   Pasadas las dos horas, con el nado obligatorio, la tanga totalmente húmeda y reveladora, su cuerpo chorreando agua, sabiendo que era mirado de manera burlona, se encamina hacia el gym; así, en tanga, esta todavía mojada. Las pocas ropas en un bolso y la toalla al hombro. Calzando cholas. Entra en el local sintiendo el frío, erizándose, enrojeciendo cuando nota a esos hombrezotes obsesionados con las rutinas física, con los músculos, los cuales transpiran, respiran agitados, exhalan aromas y feromonas sexuales, pura testosterona, que le miran y reconocen del día anterior. Con sorpresa algunos, con burla otros. Muchos sabían lo que le ocurría, porque en el circuito de culturistas, Aspen era medianamente conocido, por sus exhibiciones en tarima y por sus putos en los vestuarios. Algo que, todavía, no sabe.

   Costándole cada paso, entrando más y más en el local, lo busca. Escucha que el evento terminó hace rato, quedando Aspen ganador en su peso. Andar rígido, mirada baja, le pregunta a alguien si le había visto y este responde que sí, que su grupo había regresado, se lavaron las tinturas y aceites y ya estaban ejercitando con las pesas.

   -Te espera, ¿no? -comenta el sujeto, musculoso, enorme, montado sobre una bicicleta fija, los muslos del tamaño de su torso, la pantaloneta elástica contraída entre sus piernas.- ¿No te gustaría mirarme trabajar un rato? -el tipo le invita, comenzando el pedaleo que se ve pesado, sus músculos brillando, tensándose, desmarcándose de manera obscena.

   Y a Shawn le cuesta apartar la mirada, más rojo de cara, ojos brillantes y casi temeroso, ¿de ser abordado, de lo que ahora siente?

   -Debo... debo... -y se aleja, consciente de puntos calientes sobre su trasero expuesto. Siente los ojos de ese carajo lleno de testosteronas, de energía al exigirse tanto, la adrenalina llenando sus venas, buscando cómo descargar todo aquello.

   Se asoma a otra sala donde le encuentra, sentado, sin camisa, el torso brillante de transpiración sin gotas, mirada fija en su bíceps impresionante mientras, flexionando el brazo, alza y baja una pesa. La vista del chico provoca un cataclismo de miedos y estremecimientos. Por Dios, ¿qué hacía allí? ¿Debía irse? ¿Debía...? Sólo puede mirarle.

   -Hey, Aspen, te buscan. -grita una voz burlona a su derecha y sobresaltado el joven publicista se vuelve y encuentra al carajo asiático que viera el día anterior, también enorme, sin camisa y en pantaloneta corta y ajustada.

   Este alza la mirada y sonríe como diciéndole sabía que vendrías, marica; mientras le recorre con la mirada.

   -Bien, bien, te ves todo puto, aunque necesitas afeitarte y broncearte toda esa piel clara. Debes tomar tiempo en la sala de bronceado, usando esa tanga. A los machos nos gustan esas tiritas breves de piel pálida. -le indica, dejando la pesa, alzándose, el poderoso torso subiendo y bajando.- Acércate. -ordena.

   Y con un estremecimiento, cara muy roja, piel erizada se le acerca, consciente de su mirada, los ojos sobre la tanguita que dibuja un tolete medio alborotado.

   -¿Cómo te fue?

   -Fue... fue... extraño. -responde al fin, consiente de que el tipo asiático se ha acercado ladinamente como para escuchar. Notándolo también Aspen, pero sin volver la vista ni prestarle atención.

   -¿Sentiste que ibas a morir de vergüenza cuando te expusiste frente a otros hombres como el marica que eres?

   -Yo... -enrojece feo, tragando en seco.- Si. Pero no creo que fuera yo el único que... -intenta una defensa, el otro alza la mano y le calla.

   -Estoy seguro de que en esa piscina habían muchos homosexuales, bisexuales y curiosos; eso es lógico, más en una tierra como esta donde la meta es verse sexy y bonito. Y la gente bonita gusta y excita. Pero tú eres diferente, y aún ellos lo notaron: eres un marica sin remedio.

   -Aspen... -jadea casi dolido, la cara le arde. Este sonríe con muchos dientes.

   -¿Te lastimo, en serio, marica? Entonces ¿por qué se te pone dura? -le reta, y Shawn baja la mirada, sabiendo que es cierto.- Te excitó mostrarte, ser expuesto, humillado frente a los hombres de verdad. Lo que fue horrible para ti es saber cuánto te gustó. Y te asusta porque te dice cuánto estás dispuesto a hacer para continuar sintiéndolo, y para sentirlo necesitas de un hombre como yo, ¿verdad? -le impele a responder. Se miran a los ojos.

   -Si. -croa, sabiendo que no debía tardar en hacerlo o sería peor.

   -Pero todavía lo dudas, ¿verdad? -es duro, pero sonríe. Mira al socio de gym.- Acércate, chino... -llama con llaneza, sin preocuparse en lo más mínimo si el otro es de esa nacionalidad o no.

   Este duda tan solo un momento, conoce al joven fortachón, lo retorcido que es, y esos juegos la verdad no le gustaban mucho... Pero ver cómo controlaba a ese sujeto era fascinante. Así que lo hace. Los dos están de pie, altos y acuerpados, sudados, respirando ligeramente alterados, sus torsos de pectorales redondos subiendo y bajando. A Shawn la cara le enrojece nuevamente mirando de uno al otro, todo estremecido ante ese poder masculino, ese calor, esos aromas. Era como si un perfume especial flotara en el ambiente, algo que no puede definir pero que le marea, confunde y altera. ¿Sería acaso realmente la testosterona?

   -Hacia atrás, perra. Culo contra el cristal. -se refería a la pared que separaba ese cuarto de otro.

   -Aspen...

   -¡CULO CONTRA EL CRISTAL! -ruge y del otro lado, donde hay otros tres o cuatro sujetos, estos dejan de hacer lo que hacían para mirarles, reparando algunos de ellos, por primera vez, en el sujeto con el hilo dental en su culo. Todos miran, se dan codazos unos a otros, sonriendo, y se acerca.
 
   Shawn es perfectamente consciente de eso, de todos los tipos acuerpados del otro lado que se acercan como si se prepararan para una gran exhibición: su humillación. Y su cara roja, su piel erizada, su cuerpo caliente, la tranca que le endurece todavía más, de emoción, aunque no lo entiende cabalmente. Tan sólo que se medio dobla y echa el culo hacia atrás, contra el cristal, aplastándolo. Hay risas y aplausos, y enrojece más, totalmente avergonzado, notando la cruel sonrisa de triunfo del joven fortachón.

   -Vamos, muéstrales tu concha caliente apenas cubierta por tu pantaleta. Hazlos desearla, querer tener tu coño al alcance de sus dedos y vergas. -le dice al rostro, voz alta y clara, como dándole indicaciones de guerra. Y un jadeo escapa de sus labios mientras tiembla.- Lo notas, ¿verdad? El casi orgasmo que sientes cuando se te trata, y todos te ven, como a una puta barata de gimnasios buscando machos.

   Shawn, ojos muy abierto, muy rojo de cara, escucha todas esas ofensas y humillaciones. Una palmada al cristal le hace volver el rostro y encuentra seis o siete tipos jóvenes y fornidos mirándole, riendo, llamándole zorra con voces atenuadas por el cristal.

   -Vamos, perra, da un espectáculo para tu público. -le indica Aspen, acercándosele, la verga terriblemente erecta bajo sus ropas escasas, provocándole nuevas urgencias al chico de la publicidad.

   -Aspen, por favor... -le suplica; ese chico quería que...

   -Así, zorra, sabes que quieres. Despójarte de tus últimos miramientos, de tus reservas y miedos; quieres salir al mundo como una puta hambrienta de vergas grandes de hombres grandes. Da el paso de una maldita vez. -el tono es casi didáctico, pero severo. La del hombre, o chico, que sabe mejor que el otro cuál debe ser su proceder.- Deja salir de una vez la puta que llevas dentro. Sin miedos. Sin guardarte nada. Vive, puta.

   Embargado de un nuevo calor, sintiéndose morir de vergüenza pero también de excitación, su tolete prácticamente fuera de la tanga, mojándola, retira sus redondas nalgas del cristal, un poco, estas adquiriendo su típica forma, dos masas en las cuales un hombre desearía clavar los dedos, tomándolas, guiándole hacia una tranca erecta. La raja entre ellas está parcialmente cubierta por esa tirita que los obsesiona, más abajo las dos bolas deforman la prenda, como la silueta tiesa de una tranca emocionada por ser degradada y humillada. Y comienza a bailar el trasero, de un lado a otro, de arriba abajo, de adelante atrás, abriéndolo un poco más. Invitándoles...

   Los aplausos se escuchan, los silbidos, y Shawn se siente más erizado, más emocionado mientras mece su culo. Sonriendo, Aspen mira al amigo asiático, quien se ve fascinado... y excitado. La verga alza su tela, le gustaran esas cosas o no.

   -¿Creíste que abusaba de él? No, es una perra de armario. Tan sólo le ayudo. -le explica, y cuando su mirada se encuentra con la de Shawn, quien tiene la frente fruncida al mirar hacia arriba, aclara aún más.- Desde que nos vimos supe que era un maricón; no un homosexual, un marica total. -el chico enrojece, de vergüenza y maravilla al verle sonreír como un niño cuando este vuelve a mirar al asiático.- ¿Recuerdas a Jasper?

   -¿El negro de Illinois? -se intriga el asiático, mientras Shawn escucha bailando el culo, uno a donde lleva las manos y hala las nalgas, acercándolo y alejándolo más (le excita escucharles rugir del otro lado), preguntándose ¿ya estos dos se conocen?

   -Si, ese negro bocón que siempre andaba exhibiéndose y comentando idioteces sobre otros. -afirma Aspen, como molesto por el recuerdo del tipo, luego sonríe cruel.- Se creía muy duro y muy macho, hasta que tuvo la cabecita de mi verga en su prieto culo; uno que no quería que lo penetrara, como rugía después de mamarme, pero yo sabía que lo necesitaba. Se fue del circuito por vergüenza, porque los chicos nos encontraron con él gimiendo y chillando, meciendo ese culo así, como hace este, de adelante atrás, buscándome la verga, apretándomela con esos arrugados labios gruesos de su ano, dándome tales haladas y chupadas que se sabía era un culo nacido para eso. -ríe.- Debiste verle la cara cuando le encontraron casi sollozando de gusto contra mi verga. Ni imaginas todos los toletes blancos y amarillos que entraron por ese culo en los vestuarios, uno tras otro. Y chillaba con cada uno; se corrió dos o tres veces sin tocarse, aferrándose a los lados de una banca larga donde se lo hicimos, acostado de panza, verga tras verga. -ríe aún más, como si hubiera hecho una travesura.- Nunca sospechó que yo sabía que llegarían y que así le encontrarían. Y mientras sollozaba al saber que le habíamos partido la vida y el virgo, escuchaba que llegaba otro y otro. Los chicos invitaron al resto, cada uno deseando llenar ese negro agujero que chorreaba esperma. Sabes cómo es; hay algo en un culo que destila leche que provoca cogerlo enseguida. Meter la cabeza y verlo chorrear todavía más. Eso le hicimos a Jasper... y se fue.

   -Joder. -el chico asiático respira agitado.- ¿Y dónde... dónde estaba yo? -casi reclama. Aspen ríe.

   -Te habías sido con tu novia, ¿no recuerdas? Ibas a conocer a tus suegros.

   Oh, Dios, piensa Shawn, ¡todos pertenecían al mismo circuito! Viajaban juntos. Todos ellos conocían a Aspen, sabían lo que este les hacía a otros hombres... Y un frío se apodera de él, recordando ese cuento de gang bang, todos contra el culo de un negro que se creía macho... ¿Acaso esos sujetos que le miraban desde el otro lado del cristal...?, nueve de ellos ya, si las cuentas de reojo no le fallaban, ¿serían esos tíos? ¿Estaban esperando para repetir...?

   -Por eso se fue; sabía que a partir de ese momento ya no podría hacer otra cosa que no fuera chupar vergas o montarse sobre ellas. -ríe.- ¡Y cómo le gustaba a ese negro mi blanca verga tiesa! El culo se le mojaba todo... como imagino que está este.

   -¡Aspen! -jadea Shawn cuando el otro se tiende sobre él, sonriéndole a los tipos del otro lado, cruzándole el cuerpo con un brazo musculoso, caliente, que impacta en su espalda. Esa manota recorriéndole las nalgas, indolente, con propiedad, excitando a la jauría afuera. Dedos que demarcaban los contornos de la tanga, aún dentro de la raja. Un dedo subiendo y bajando sobre la sedosa tela, cruzando sobre aquel culo que...
 
   Shawn se atraganta de vergüenza, sabe que el agujero le tiembla. Pero tiene otros problemas, la cercanía de Aspen le llena las fosas nasales con su poderoso olor a hombre ligeramente transpirado, uno que exhala vapor y cantidades enormes de calor.

   -¿La tienes ya caliente, perra? ¿Está tu pequeña concha ya toda mojada y desesperada? -sonríe, mirando al cristal, todos esos ojos ávidos clavados en aquellas nalgas, en su mano.

   Mano que sube, suave, acariciante, los dedos algo curvados tocando piel, erizándola, metiéndose en la tira que rodea la cintura, bajando siguiendo el hilo descendente, apartándolo un poco, la punta de un dedo recorriendo esa piel que arde literalmente, hasta que llega al ojete, uno que tiembla todavía más, que se agita, que late con desesperación. Shawn tiene que morderse los labios para no gemir de frustración porque no entra...

   -Ahhh... -finalmente chilla cuando este, a la vista de todos, mete la primera falange en él.
 
   Iniciando el juego.

CONTINÚA ... 10

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