viernes, 27 de septiembre de 2019

EL PEPAZO... 7

EL PEPAZO                         EL PEPAZO... 6
     
   Pero bueno, ¿y qué pasó?
... 

   -¿Qué? –brama Jacinto, mirada confusa, frente fruncida, preguntándose si el otro se había vuelto loco.- ¡No! –es tajante. Casi hiriente.- No quiero tener nada que ver contigo después de… -enrojece feamente y va hacia la puerta, rígido, sintiendo el malestar al caminar por toda la esperma apelmazada.
 
   -¡No te hice nada que no quisieras! –Gabriel casi se siente obligado a gritar.- Por favor, espera… -pero el otro sale dando un portazo, dejándole desalentado. Estaba molesto por como terminaron las cosas, y quería sentirse culpable (era un paciente), pero, Dios, ¡ese culo había sido fantástico! Ahora rumia, le habría gustado saber más de él, salir, hablar, entablar una amistad y… Mierda, ¿a quién engañaba? Deseaba atraerle como amigo para buscar, por todos los medios, que aquello se repitiera; todo un fin de semana enculándole sobre una enorme y cómoda cama.
 
   La puerta se abre, y esperanzado, realmente deseando verle regresar a darle una oportunidad, eleva la mirada, pero allí está ese chico al que enculó una vez en un depósito, todo rojo de cara.
 
   -Hey… -saluda, algo incómodo.
 
   -Hey, doctor… -grazna este, mirándole el entrepiernas.- Escuché gritos, ¿hay algo en lo que pueda ayudarle? –pregunta, sintiéndose algo tonto al ofrecerse.
……
 
   Jacinto recorrió el pasillo de la vergüenza hasta su apartamento, a paso rígido, mirando al frente y temiendo ser observado, y olido por medio mundo. Se encerró y tomó una ducha, cayendo de culo contra el piso al evocar todo lo que hizo y dejó le pasara, casi llorando, una pierna extendida, la otra flexionada, espalda contra las baldosas, el agua cayendo, un enorme y triste puchero en su cara llena de gotitas de agua. ¿Qué le pasaba? Era un hombre, un macho, carajo; ¿cómo dejó que ese hombre le clavara el güevo de esa manera? Pero no, esa no era la pregunta, la exacta es… ¿por qué había respondido como lo hizo? La ducha es larga, se frota fuerte con la toalla después, se viste con un mono deportivo, que le queda ahora algo ajustado al crecer sus músculos, no quiere andar en bóxer. Come mucho, a pesar de la depresión y la angustia, y se va temprano a la cama, después de borrar un mensaje de un amigo, Francisco, uno de esos perros que formaba parrandas legendarias, llenas de mucha caña y de puticas reilonas. No estaba de ánimos… y le horrorizaba el recuerdo con aquella amiga, que llegado el momento ante una hembra abierta de piernas, no respondiera y que todos lo supieran, comenzado por su amigo del alma.
 
   Duerme, despierta, no se mira al espejo, come y no ejercita. Realiza su trabajo en silencio, tan callado que casi parece concentrado en lo que hace, lo que causa extrañeza en los otros. Aunque sigue atrayendo miradas a su paso. Dos veces sorprendió a Linares mirándole el trasero, viéndose algo avergonzado y disimulando cuando sus ojos se encontraban. Odia eso, el calorcito en su culo que la idea le produce, la del enorme macho negro y fibroso… Los viajes en la moto no ayudan tampoco, la vibración contra su culo casi le hacía querer apretar las piernas. Se encierra, no atiende llamadas. Gabriel le ha telefoneado cinco veces, dejando unos seis mensajes que ni lee. Duerme, solo, inquieto, soñando con esa verga caliente y pulsante abriéndole los labios del culo, forzándole sabroso, metiéndosele y latiéndole contra las paredes del recto, calentándole, haciéndole gritar mientras le cepillaba la pepa del culo. Pasa la noche soñando con eso, despertando manchado de esperma dentro del muy ajustado bóxer. Eso y…
 
   Su culo palpita, se agita, lo siente de repente. Parecía… necesitado. La idea era horrible pero cierta. Le pedía algo (algo clavado), y no podía alejarse de la idea ni de la necesidad. Ese otro día fue una tortura, porque, contra su costumbre, Rigoberto Linares sin camisa, en camiseta, mostrando un recio torso, ejercitaba en las barras simétricas, alzando su peso con los brazos, y eso parecía tenerle algo emocionado contra el pantalón. Seguramente tenía una verga como la de Gabriel, gruesa y larga, recubierta de venas que se llenaban de sangre caliente que…
 
   Anda mal, casi jadeante, como trastornado. La señora Irma, curiosa, le preguntó si estaba enfermo. Vivió otra jornada horrible, caliente, erecto por cada hombre con quien se topó, a quienes intentaba no mirar las entrepiernas e imaginar metiéndoselas por el culo, uno que parecía casi sufrir un dolor irritante. Esa noche, aunque lo dudó, usó el tapón anal; le ayudó (y excitó) un rato, luego no. Lo dejó. Después de muchos sueños calientes que lo dejaron agotado y sudoroso fue a su computadora, que tenía tiempo no miraba. Hablaría con panas, de tonterías y…
 
   Al encenderla, dejándole con la boca abierta, encuentra el video de un catire bonito, rostro atormentado, siendo penetrado por un güevo de campeonato, que se las arreglaba de alguna manera para caberle por el culo obligándole a gemir de aquella manera. Apaga la página, tembloroso; va a otra y esta regresa, como un virus, y recuerda al sujeto sudoroso al lado de su laptop. ¿Qué coño le hizo?, se pregunta, mientras mira y mira a tipos que se montan, en todas las posiciones, sobre una buena verga caliente. Parecía que todo culo necesitaba, y tenía, una que lo llenara.
 
   -¿Inquieto pol la llegada de la plimavela? –pregunta un joven asiático vestido de ejecutivo, guapo, que aparece en pantalla.- No debe vivil ese tolmento, ni exponelse a que alguien comente algo, ¿pol qué no una ayuda casela? –y la imagen muestra un enorme didlo negro, cabezón, de muy rugoso tronco.
 
   Y Jacinto lanza un gemido, porque, contra la silla, mientras mira ese juguete sexual, su culo parece abrirse, pegarse de la tela y el asiento, y succionar. ¡Era lo que necesitaba!, se dijo, evidentemente desequilibrado por su dilema. Si tenía esa cosa, y le continuaban esas… urgencias o ganas de tomar algo largo y grueso por el culo, se lo calmaría a solas, por poco masculino que le pareciera, teniendo el problema (su culo urgido) bajo control mientras buscaba ayuda. Tal vez un médico muy viejo o una mujer urólogo. Debían existir.
 
   Va a hacer el pedido y un nudo se instala en su estómago. Joder, era caro. Con los gastos que ya había hecho…
 
   -Comple ahola su ayuda casela y no se alepentilá. Es lo que necesita… y quedan pocos. – de manera desconcertante aparece el joven y apuesto asiático, teniendo uno de los dildos en las manos, llevándolo a su entrepiernas, sobre las ropas, y comenzando un vaivén evocativo del sexo.
 
   ¡Mierda!, estalla mentalmente el joven, sacando cuentas, preguntándose cuánto tendría que desviar de las libretas casi cerradas donde guardaba algunos centavos para pagar aquello. Y hace el pedido.
 
   -Gracias por su compra, cliente de Fuckuyama. –se oye esa voz, nuevamente, la del supositorio, una que le produce escalofríos.- Felicidades por iniciar los pasos hacia una nueva y placentera vida, una de satisfacciones intensas.
 
   Y un güevo, pensó molesto, pero ya no podía hacer más. Fue una noche inquieta, caliente, revolviéndose sobre la cama, desnudo porque el bóxer le apretaba sobre las nalgas y las pelotas. Un regimiento de güevos tiesos parecía azotar sus nalgas mientras estaba acostado boca abajo, ronroneando por el tacto de aquellas carnes duras y calientes que goteaban espesos jugos sobre su piel tersa y firme. Las enculadas habían sido…
 
   Cansado despertó al otro día, con una gran mancha de esperma sobre la cama. Maldiciendo recogió las sábanas y volteó el colchón. Se ducho, comió abundantemente, y tan sólo al ponerse la camiseta, ajustada ahora sobre su cuerpo en forma de ve más pronunciada, se detuvo. La presión de la tela sobre sus pectorales que se marcaban redondos y magníficos, le gustó, pero fue la sensación sobre sus tetillas, apretándolas, estas demarcándose totalmente contra la tela, lo que le trastornó. Recorriéndoselos con los dedos casi gimió. Así de placentero fue. No quiso pensar más y terminando de vestirse, debiendo usar una de las tangas al no quedarle los bóxeres, salió sin ver a nadie, sin detenerse. Y así intentó pasar el día en la casona. Por suerte le tocaba estar con la señora, y esta estaba indispuesta (enratonada de una fiesta la noche anterior). Durante el día su ansiedad fue creciendo, rojo de mejillas evitaba hablar o mirar a nadie, especialmente a Rigoberto Linares, a quien encontró en el cuarto que compartían todos, sin camisa ni camiseta, tomando otra de su locker, mostrando un torso recio y musculoso, negro. Fuerte.
 
   Necesitaba regresar pronto a su casa, por eso no se ofrece a una guardia, que le habría aportado algo de dinero, ahora que andaba casi quebrado. Ni se queda a tomar un trago de una botella llevada por Rigoberto, no confiando en sí mismo estando tan afectado como andaba si tomaba alcohol. Vuelve al edificio, sin mirar a nadie, da unos pasos en la entrada de la recepción y se regresa. En su buzón hay algo. Lo abre y palidece feamente, mirando en todas direcciones, encuentra una caja de buen tamaño con la inconfundible imagen de un güevo de goma en las cuatro caras. ¡Esa maldita gente…!, se dice con rabia. Lo toma y medio oculta bajo su saco. Oye que el ascensor viene bajando, hay voces. Cierra el buzón y escapa hacia las escaleras.
 
   Llega jadeando a su apartamento, sintiendo que escapó de un grave peligro, que le vieran cargando esa vaina. Con la frente arrugada mira la caja. Esa Fuckuyama de mierda ya sabría de él, se promete. No debían enviar las cosas así, no cuando se trataba de… de, bueno, cosas sexuales. Sin embargo, sabe que su agitación tiene otra razón también. El culo le pica intensamente, casi medio bailotea, luchando contra las ganas de meterse una mano dentro del pantalón y tocárselo. Con manos febriles abre la caja, metiendo la mano y sacándolo. Queda con la boca abierta. Era una rígida y muy rugosa barra de unos veinte centímetros, negra lustrosa, de buen grosor. La cosa es que al tenerla en la mano el cuerpo se le llena de calor, sabe que su culo titila salvajemente bajo el pantalón y la tira del hilo dental. Se cambiará, tomará una ducha, cenará y luego… Nota como algo untuoso y caliente le baja por el culo, mientras la respiración se le dificulta y siente hormigueos en todas partes.
 
   Casi corre al cuarto, aferrando fuerte el falo de goma. Se quita los zapatos, afloja la corbata para quitársela y…
 
   -¡Ahhh! –casi grita con rabia, se abre la correa mientras cae sentado de culo en la cama, con toda la ropa y las medias, bajando el pantalón hasta sus rodillas. El güevo le palpita dentro de la tanga azul, deformada con su figura. Tanteando sobre su raja interglútea, atrapa la tela y la aparta de su culo, la punta de un dedo lo toca y siente el agujerito abierto y los pliegues como hinchados. Y mojados de eso que le bajaba.
 
   Deseando medirse, controlarse, pero ardiendo de ganas, el joven lleva una mano bajo sus muslos algo alzados, tantea con la lisa cabeza de goma su agujero titilante y penetra. Se tensa, boca y ojos muy abiertos, recorrido por tal ola de lujuria cuando el glande de goma entra, que se congela. Por ello le toma de sorpresa cuando su esfínter parece latir salvajemente, halando del dildo, metiéndoselo. ¡Cómo había ocurrido con el supositorio cuando se le fue culo adentro!
 
   Aterrorizado ante la idea intenta detenerlo, pero ya este lo hace porque, por más que sus entrañas lo chupan y halan, la base tapona su entrada contra la raja. Y eso, tenerlo todo enterrado, rígido y tan rugoso contra las paredes de su recto, le hacen gritar. Tomándolo por la base lo retira unos centímetros, el roce le hace apretar los dientes y arquear la espalda; iba a sacarlo mejor, pero… Lo entierra de nuevo y grita, rojo de mejillas. Lo saca y mete con su mano, cogiéndose, y los gemidos que lanzan son de antología. Bajo la camiseta, camisa y saco, sus tetillas arden, queman, su verga dentro de la tanga babea copiosamente mientras sufre espasmos contra la tela que parece acariciarle. Flexiona los dedos de los pies, dentro de las medias, sobre la cama.
 
   Grita y grita, ronca y largamente, casi sin darse cuenta, ignorando que algunas personas abajo en los estacionamientos le oyen, unos curiosos, divertidos o alarmados otros. La mano firme sobre la negra base del dildo se agita, adentro y afuera, metiéndolo y sacándolo, su culo cerrándose ansiosamente sobre él para sentir el rugoso roce, igual que las paredes de sus entrañas. Se da y se da sin detenerse, babeando, ojos mareados, cerrándolos y fantasea con Gabriel, metido entre sus piernas, penetrándole con su güevo palpitante, duro y caliente, rozándole así, llenándole, tocándole, tomándole. Grita otra vez, con esas luces blancas estallando frente a sus ojos, corriéndose salvajemente, la tanga totalmente empapada, algunos chorros escapando.
 
   Jadeando agónicamente, mareado por tan intenso clímax, el hombre, todavía vestido, se rueda y queda boca abajo, alcanzado por el suave y grato sopor post coito. Mancha de semen la cama, este le empapa el abdomen, pero no le importa. No mientras todavía disfruta del orgasmo… con el dildo medio clavado aún en su culo, con la tirita del hilo dental azul pegando de la cilíndrica forma. Respira pesadamente, sonriendo contenido. Dios, si, necesitaba esa corrida… y tener algo clavado en sus entrañas. Su culo, abierto y ocupado… Aún adormilado lo nota, su esfínter abriéndose y cerrándose sobre el falo de goma, sus nalgas agitándose levemente, halándolo de nuevo, unos pocos centímetros, cuyo roce al deslizarse, despertaba nuevos ecos de calenturas. Tensa las tersas nalgas y el juguete retrocede, saliendo esos pocos centímetros de sus entrañas. Con el rostro ladeado, ojos cerrados y boca muy abierta, Jacinto jadea. El consolador se agita, levemente, arriba y abajo, halado por ese culo hambriento. Y el movimiento, las refregadas, le tenían nuevamente caliente. Imagina al médico, cayéndole encima, metiéndosela suavecito por el culo. Y gime. Intenta alejar la idea, está bien, tenía un consolador en el culo, ¿pero soñar con hombres…?
 
   Jadea imaginando a su compañero de trabajo, Rigoberto Linares, sustituyendo a Gabriel, pesado sobre él, gruñéndole con pasión mientras se la mete y saca. Y aunque agotado, casi dormido, tiene que llevar la mano atrás, tomando la base del juguete y agitarlo, adentro y afuera, urgido de una mayor refregada, gritando otra vez, frente fruncida contra la cama, ojos cerrados.
 
   -Oh, sí, métemela así, métemela toda, papá… -se oye gemir, soñando con hombres, incapaz de controlarse. Ronronea sintiendo como el rugoso tolete de goma expande, separa y refriega las sensibles paredes de su recto, brindándole goce.- Hummm… -grita tensándose al sentirlo, no sabía que lo buscaba, pero lo encuentra, algo que toca y empuja, que sale disparado, y un centímetro más allá, su próstata. Se coge con aquello, adentro y afuera, sin poder controlarse. Necesitaba otro orgasmo.
 
   Rato después, envuelto en una toalla, deja aquel falo de goma en un tobo en el cuarto de baño. Se siente sucio, está todo empegostado, pero tiene un hambre canina. Cena abundantemente, con mucho apetito, y regresa al baño, ocupándose de todos sus asuntos, incluida la rasurada de su barbilla. Se baña, el agua fría se sentía como una caricia. De alguna manera se siente más calmado, pero también más consciente de sí, como cuando recorre con las manos jabonosa desde su tobillo hasta su muslo, metiéndolas luego entre sus nalgas, refregándose el culo durante largos segundos, ojos cerrados bajo los finos chorros de agua. Los abre, parpadeando, rojo de mejillas. Aparta la cortina, toma el falo de goma, lo pega de los azulejos, mirándolo erecto, colgando un tanto. ¿Dios, que le pasaba?, se pregunta sin mucha angustia, volviéndose, abriendo sus nalgas, apuntalando la cabeza de goma contra su entrada.
 
   -Ohhh… -ronronea mientras comienza a clavárselo, lentamente, el agua corriendo sobre su cuerpo, tomándolo todo con su blanco agujero, tensando el cuerpo y echando la nuca hacia atrás, contra los azulejos, sintiéndolo en sus entrañas, llenándole… sonriendo.
……
 
   Algo envarado, sudado en el traje de saco y corbata bajo el sol de los patios, Jacinto se acerca a la enorme piscina de la quinta. No le agrada lo que tiene que hacer, pedir un favor, como no le agradaba el sujeto con quien debía hablar. Se detiene y ve al hombre nadar desmañadamente dentro del agua, el cual parece reparar en su presencia, deteniéndose, flotando, llevando el cabello negro atrás con las manos.
 
   -¿Qué quieres, pendejo? –le pregunta, desagradable.
 
   -Necesito pedirle un favor… señor. –le costaba. Le ve fruncir el ceño, nadar hacia la orilla. Y aunque ya le había visto antes hacerlo, en ese momento el fornido joven se estremece, notándole los anchos hombros cubiertos de agua al trepar la orilla, la fuerza con la que se alza y sale, chorreante… llevando un traje de baño de látex, amarillo, tipo bóxer muy corto y ajustado, donde se le demarca un güevo en reposo de buen tamaño. Uno del que le cuesta apartar la mirada.
 
   -¿Qué? –el recelo y medio burla en la otra voz le sorprende, y rojo de cara alza la mirada.- ¿Lo que quieres lo tengo dentro del traje de baño? ¿Lo quieres aquí mismo? –es desagradable, como siempre, el novio de la señorita.
 
   -¿Qué? ¡No! –con la cara roja a punto de estallar en llamas, niega, ganándose una risotada burlona y vulgar del otro, totalmente divertido. Su torso no ancho pero si esbelto, levemente velludo, se agita. Era un tipo de tez cetrina, bigotillo, cabello negro generalmente algo rizado y largo, que intentaba mantenerse bueno porque salía con una tipa rica, pero que no se esmeraba mucho en ser agradable. Aparentemente había notado que a la joven le gustaba todo patán.
 
   -Tranquilo, pana, siempre te he creído algo marica y no me importa. –es displicente, aunque sonríe menos amargo de lo que parecía antes, caminando hacia una mesita y tomando una toalla.
 
   -¡No soy maricón! –se defiende, con demasiado calor. Siempre había sentido el temor, y molestia, de que otros, menos atractivos o acuerpados pensaran y dijeran eso para denigrarle, y ahora con todo lo que vivía… Más rojo debe apartar los ojos de la espalda recia, levemente pecosa, color cobrizo claro, cintura estrecha, el bañador conteniendo a duras penas esas nalgas… aunque ni de lejos podían competir con las suyas.
 
   -Ya, ya, no me interesa meterme en tu vida. O qué te metes por el culo. –es desdeñoso, otra vez, mientras se seca el cuerpo, cosa irritante para Jacinto.- ¿Para qué coño me buscabas?
 
   Al planteársele el asunto, el joven toma aire. Después de la ducha, la noche anterior, quedando ahíto al tener otro orgasmo metiéndose el falo de goma en la regadera, había dormido como un bendito. En paz, y no le extrañaría que con una sonrisa en los labios. Despertó y… Con la tanga metida en el culo se preparó los alimentos, ejercitó… y salió al balcón a regar un cactus. Consciente de que algunas personas le miraban. Después de la ducha… y otra enculada con su ayuda casera, la base adherida a la tapa del inodoro, procedió a vestirse. La tanga amarilla le había ajustado maravillosamente, pero la camiseta y pantalones fue otra cosa. 

   Su cuerpo parecía llenarlos en exceso. Mirándose al espejo notó que parecía más inflado, sus músculos eran lisas masas de carne que provocaba ser admiradas y hasta tocadas… pero que le dejaron sin ropas. Necesitaba comprar nueva, y con cierto temor entró en la página de Fuckuyama, evadiendo comerciales de aros para pezones, glandes, ombligos, lenguas y culos. Encontró una sección de ropa de vestir estilo ejecutivo, trajes sobrios, bonitos, “que nunca le dejarán mal, su cuerpo quedará gratamente cubierto y representado”. Eran palabras extrañas de esa voz que ya le había felicitado por el supositorio, las tangas y el falo de goma. No le costó mucho imaginar que se trataría de algún tipo de tela como el de las tangas. Pero eran caros y ya no tenía nada. Por eso, al llegar a la quinta, sabiendo que unilateralmente no le aumentarían el sueldo, buscó al Indio, por algunas guardias. Por ahora había pocas cosas, pero…
 
   -El macho de la señorita, el bueno para nada ese, tiene amistades que necesitan un guardaespaldas por ratos, para fiestas y restaurantes, para que les vean y los crean algo más que simplemente marginales recién vestidos. –había suspirado.- Pregúntale… y sopórtale las idioteces, ya sabes cómo es.
 
   Ahora allí estaba, soportando su mirada entre burlona y extrañada.
 
   -Yo… el Indio me dijo que tiene amigos que a veces necesitan un guardaespaldas para… -le ve relajarse, ¿acaso pensaría el muy cretino que le iba a pedir plata?
 
   -Creí que querías darme una mamada. –aclara, ¿bromea o no?, Jacinto no lo sabe, pero le altera, y debe hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no rodar los ojos.- ¿Seguro que no eres marica? No me molestaría, digo, no juzgo a un carajo por lo que se mete por el…
 
   -No, no lo soy. –casi desea gritar, agitado, acosado por sus dudas.
 
   -Okay, okay, sin hormonas. –contiene el otro, con fastidio, llevándose una mano al bañador y rascándose las bolas sobre el material. Jacinto lucha titánicamente para no mirar.- Bien, tengo un amigo, bueno, no un amigo, es un abogado de mierda que me representó en… No importa, voy a darte su número… -y los ojos le brillan de malicia.- Y déjame llamarle para decirle que vas.
 
   Llamó, siendo atendido por un tal doctor Andrades, abogado, el cual tenía una salida al otro día y necesita… protección. No entró en detalles, pero la cosa le olió raro. Como cuando el otro agregó que si, que Alex (el novio de la señorita), le había llamado. Citándose para el otro día, a las nueves, colgó estremeciéndose al recordar que su cuñado había llamado a Gabriel para que le esperara y atendiera. ¡Y miren lo que pasó!
 
   Fue otra noche de irse temprano a cama, de follarse hasta casi desmayarse con el ayudante casero, en su cama y en la ducha, quedando todavía un poco caliente al ir sumergiéndose dulcemente en el sueño bien ganado. Despertó despejado, era su día libre, así que se lo tomó con calma, comió, ejercitó, salió al balcón… en tanga, agradeciendo esos primeros rayos de sol sobre su piel.
 
   Más tarde, frunciendo el ceño ante la coincidencia, ya duchado, se metió dentro de la tanga rosa, y su mejor traje serio, que le apretaba en hombros y espalda. Más tarde detuvo la moto frente a un imponente edificio de residencias, le iba bien al carajo ese, se dijo quitándose el casco y acomodando su cabello, recibiendo miradas y sonrisas de chicas y mujeres que pasaban. También vistazos velados, y no tanto, de otros carajos. Subió, recorrió un alfombrado pasillo y llamó frente una sólida puerta. El carajo le dijo que iría con su mujer y dos hijos, no sabía a qué o dónde. La puerta se abre.
 
   -¿Contreras, el sujeto enviado por Alex? –pregunta un tipo maduro, fibroso, duro.
 
   Y a Jacinto el culo le ovula.
 
CONTINÚA ... 8
 
NOTA: Dejo los acentos tal y como están, gracias Sergio Javier...

7 comentarios:

  1. Otro tio? Creí que Rigoberto sería el segundo...

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    1. Jajaja, no tienes ni idea de lo que va a pasar. Ese Jacinto resultará tremendo pillo

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  2. Es un placer, amigo. Por cierto, acabo de enviarte un correo.

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