viernes, 4 de octubre de 2019

EL PEPAZO... 8

EL PEPAZO                         ... 7
   Pero bueno, ¿y qué pasó?
... 

   Y a Jacinto el culo le ovula. Parpadea porque no entiende esa reacción, como no entendía últimamente muchas cosas (como no fuera por la vaina esa, la pepita del carajo que sentía moverse en su recto), pero allí estaba, sentía el picor, el calor, el titilar de su entrada anal nada más al ver a ese sujeto. Es un tipo cuarentón, tal vez en los cincuenta, delgado, fibroso, rostro estrecho, severo, cabello negro, algo cano, ojos oscuros, boca dura, rodeada por una perilla de bigote y barba, líneas marcadas, hombros firmes, un tatuaje viéndose a un lado de su cuello, manos de dedos largos y fuertes… vistiendo una bata de casa, de esas mariqueras según la cual los hombres se colocan en un hotel cuando reciben al botones que trae la champaña mientras la hembra espera en la cama. Nunca imaginó que alguien las usara en realidad. Y esta, vino tinto, era manga corta… y corta debajo, llegaba a los muslos, dejando ver unos brazos recios y velludos y unas buenas piernas peludas. Los pies, grandes, van en unas de esas tonterías que los gringos llamaban pantuflas y aquí cholas algo más ornamentadas (no como las suyas para salir de la ducha). Mostraba demasiado, se veía demasiado viril, tenía un no sabía qué de masculino que…
 
   -¿Eres o no eres ese Contreras? –el hombre pregunta, voz vibrante, profunda. Masculina, joder.
 
   -Yo… eh… sí, soy Jacinto Contreras, guardaespaldas de la casa Padrón, el señor Campos… -tartamudea, rojo de mejillas, totalmente en shock, costándole reaccionar, compaginando la vista del sujeto al que esperaba llevar a un lugar, con este vestido así, y el efecto que le producía. Enrojece más, no sabe si lo imagina en medio del pánico, pero cree que tiene el hueco del culo abierto como ansiosa boca con tan sólo escucharle hablar.
 
   -Bien, bien, pase… Hubo un cambio de planes. –le informa, alarmándole, necesitaba ese trabajo para comprar el traje de mierda.
 
   Pasa a su lado, porque este no se aparta de la puerta, sino que le espera, alza una mano y se la coloca en la baja espalda, el calor atravesando las capas de ropas, y al entrar esa mano, como al descuido fue bajando… ¿Imaginó el que le medio sobaba y palpaba la nalga izquierda? Más rojo de cachetes, recorre la sala con la mirada, esa sola habitación era tan grande como todo su apartamento, incluido su puesto de estacionamiento. Hay buenos muebles, cómodos, hay clase pero también funcionalidad, imagina que la contribución de la esposa, la hermosa catira que ve sonreír desde una fotografía en un esquinero, frente a un jarrón con hermosas rosas moteadas, de color precisamente rosa y blanco. Hay dos fotos enmarcadas de niños, hembra y varón, de miradas intensas, como el padre, de sonrisa ligera como la madre. Sintiéndole a sus espaldas, Jacinto intuye que ese abogado es de los que no sonríen mucho.
 
   -Siéntate. –le dice el hombre, señalándole un sofá, y le obedece, mirándole hacia arriba cuando este se detiene a su lado. Una figura sólida y autoritaria.
 
   -Pensé… pensé que necesitaba ir a una reunión con su familia y… -se atraganta un poco bajo la casi hipnótica mirada del otro.
 
   -Era el plan, pero… -se encoge de hombros.- No sentí deseos de ir. Mi familia salió a visitar a mis suegros, eso les compensará. Consienten a rabiar a los niños. –informa pero sin sonreír, y Jacinto se pregunta, y quiere preguntarle, por qué no le llamó para cancelar en lugar de hacerle ir allí.- ¿Eres muy amigo de Alex Campos? –la pregunta, algo seca, le desconcierta.
 
   -¿Del novio de la señori…? –interrumpe el nombre por el cual le conocen en la quinta.- No, no especialmente. Me ha tocado acompañarles de tarde en tarde, generalmente de noche, y muy tarde, pero nunca hemos… -toma aire.- Ando algo falto de efectivo… -se sonroja ante lo poco cierto de la afirmación, necesita plata, mucha.- …Y me dijo que tal vez podía conseguirme una asignación fuera de la quinta. Ya sabe, doctor, una entrada extra. –aclara mirándole a los ojos, no puede apartarlos. El otro no reacciona y se muere por saber qué piensa, por qué le mira así.
 
   El chico guapo y fortachón no mentía, se dice el hombre, ceño algo fruncido. En realidad había llamado al hijo de perra de Alexis Campos para recordarle una deuda, comentándole que necesitaba un guardaespaldas para una diligencia, ofreciéndose este a conseguirle a alguien. Le aclaró que no creyera que eso cancelaba la deuda por el caso donde le representó, por drogas, pero cuando le llamó el día anterior diciéndole que le tenía a alguien que le haría olvidar la deuda, desconfió. ¿Qué sabía ese tipo? ¿A quién le enviaba? ¿Sería un cómplice buscando enredarle? Por eso envió fuera a la familia, lo que no esperaba encontrarse al abrir la puerta era ese… espléndido manjar que se moría por saborear. Ese muchachote grande y joven que parecía turbado en su presencia, lo notó al tocarle. Pocos sabían que aunque casado, muy felizmente, de tarde en tarde se daba una escapada loca, a un lugar anónimo, a encontrarse con otro tipo igual, para juntos sacarse el gusto y continuar. ¿Lo sabría el hijo de perra de Campos? Tal vez; no era bueno para trabajar, ni para nada bueno en general, pero esos tipos tenían olfato. Y, ahora, allí tenía a ese muchachote que le miraba anhelante, temiendo que se le escapara la paga del día. Un chico sexy.
 
   -Bien, me alegra que hayas podido venir, y discúlpame por no llamarte y avisarte, pero ya que estas aquí… algo podemos arreglar. –le dice mirándole fijamente, voz cadenciosa y ronca, casi maravillándose al verle tragar, ojos muy abiertos y brillantes.
 
   Jacinto casi jadea cuando ese hombre, después de decir aquello, cae a su lado en el sofá, tan cerca que casi le tiene un tanto encima, sintiendo ese cuerpo sólido, pesado y caliente, la colonia para después del afeitado, la bata separándose, apenas cubriéndole los genitales con una manga, dejando al descubierto el lado derecho de su pelvis, velluda… No llevaba ropa interior.
 
   No es que la cara de Jacinto se pusiera más roja, era que su respiración se hizo pesada a sus propios oídos mientras tenía que luchar para apartar los ojos de los muslos fornidos, peludos, de ese pedazo de pelvis no cubierta, más clara por la línea del bronceado, también velluda, sin nada más. Era sentirle tan pegado, notar su peso, su calor, el aroma a colonia, cigarrillos y otra cosa que imagina… (traga en seco), es el olor a macho.
 
   -Pensé… pensé… que saldría. –intenta volver al trabajo, sintiéndose caliente, extrañamente consciente de su piel, de sus tetillas contra la camiseta y la camisa, la verga contra la tanga, esa tira sobre su agujero, tesándose suavemente provocándole un roce extraño al menor movimiento. Tenía la entrada del culo sensible de sólo estar junto a ese carajo. Dios, ¿qué diablos…?
 
   -No, ya no. Por eso me disculpo, por no avisarte. Así que… debo ocuparme de ti. –le dice volviendo el rostro, hablándole prácticamente a la cara, bañándole un tanto con el aliento, envolviéndole con esa mirada austera, casi severa. Firme.- Cuéntame sobre ti, chico bonito.
 
   Enrojeciendo hasta la raíz del cabello, Jacinto intenta una sonrisa chula, aligerar el ambiente. Escapar de esa atmósfera que le envuelve.
 
   -¿Chico lindo?, ay, papá, eso suena… -intenta la burla, pero calla cuando el otro, sin apartar los ojos de los suyos levanta una mano y con un dedo se frota un pómulo, pensativo, produciendo movimiento, y los traidores ojos del chico bajan a ese faldón de la bata que cubre una silueta extrañamente consistente, y la más expuesta piel de esa pelvis.
 
   -¿Qué puedo decirte? –comenta el otro, ojos en los suyos, luego bajándolos, elocuentemente evaluándole.- Soy un hombre. Y uno casado. Pero puedo apreciar la… belleza de un bonito cuerpo joven. Y el tuyo lo es. Debes estar acostumbrado a que te vean con maldad, ¿verdad? Unos con envidia, otros con deseo de llevarte a sus camas y arrancarte las ropas.
 
   -¡Doctor Andrades! –jadea, con ese algo caliente en sus entrañas, sintiendo que su culo se abre y se cierra con avidez.
 
   -Cuéntame, chico bonito, quiero conocer tu historia… -insiste con voz monocorde, baja, ronca, los ojos fijos en su boca, por lo que no puede hacer otra cosa que tragar en seco.
 
   Y cuenta, que nació en Caracas, en La Pastora, el tercero de cuatro hijos, tres hembras, siendo el favorito de su mamá. Que le gustaba ejercitarse, que practicó algo de modelaje pero, enrojece “muchos maricos”, pero la verdad era que parrandeaba y era desordenado, incapaz de cumplir rutinas, fuera de estudios o dietas. Fue al cuartel, aprendió algunas cosas, no le gustaba que le mandaran y se fue. Alguien le habló de trabajar como escolta, y sonrió al contarlo, imaginando el otro la cantidad de sexo que debió tener al comenzar con las clientas, sus hijas y las amigas. No equivocándose. Que se casó, saliendo del liceo al preñar a la novia, y que por eso necesitaba el dinero del modelaje, pero no funcionó. Tiene un hijo, su ex se casó con otro, el cual parece un buen tipo. “O eso dice ella”, todavía gruñó al verse desplazado. Que tiene un apartamento chico, muchas deudas, y una vida como la de tantos, termina encogiéndose de hombros, algo ceñudo. Hasta que se metiera la vaina esa por el culo, piensa, pero esa parte no la cuenta.
 
   -No entiendo a esa mujer, tu ex, que tonta… dejar escapar a un chico guapo como tú. – comenta el otro después de un silencio, sin dejar de mirarle, viéndole enrojecer y medio reír como tonto, apurado, embarazado… y halagado. No se engaña. Y sospecha bien por qué una mujer dejaría a un muchacho así, todo pinta y pura perdida, pero no lo dirá.
 
   -Don, no comience con… -intenta llevarle al terreno del “viejo marica”, pero este hace una mueca con los labios, displicente.
 
   -Me gusta lo lindo, ya te lo dije. Y se nota que te cuidas… quítate el saco. –pide. El otro duda.- Oh, vamos, no es nada extraño, tan sólo quiero comprobar si te ves tan bien como te imagino… o te imaginaría cualquiera en la calle. –agrega sin sentir ninguna vergüenza. Este ríe más, más rojo, despegando la espalda del mueble, sin levantarse, ni apartarse, nada de eso escapa a su atención, se despoja el saco. La camisa apenas le contiene, sorprendiéndole realmente… y haciendo que su verga se movilice lentamente bajo el faldón de la bata, creciendo deslizando la tela, cosa que el otro nota, parpadeando.- Si, eres como imaginaba, todo bien constituido… -continúa, agarrándole con dedos de acero el bíceps izquierdo, apretándolo. Jacinto, respirando pesadamente, flexiona el brazo, la bola de músculos parece a punto de reventar la tela.
 
   El joven tiembla por esos ojos intensos y profundos clavados en los suyos, por la respiración pesada del otro, por los dedos que le palpan y aprietan el bíceps, con evidente admiración, cosa que le producía una cosquilla de felicidad; pero era su cercanía, su aroma masculino, su presencia… Y baja la mirada, el faldón de la bata se alza como una tienda de campaña… Una verga que respondía a su presencia. Y la idea le hace temblar.
 
   -Lo tienes hinchadito, duro… -le oye decir, voz ronca, sensual, los dedos acariciándole sobre la camisa, desde el bíceps al hombros.- Pero parece que lo tienes todo así… -agrega separando una de las manos que cae sobre su torso, sobre la camisa, los dedos encontrando aquel pezón largo que destacaba contra la tela. Y Jacinto casi contiene un jadeo, esos dos dedos apretando le alteran.- Estás tan hinchadito y duro… como yo. Mira, muchacho bonito… -y sin soltarle la tetilla, sin alejarse, aparta el faldón de la bata dejándole sin aliento.
 
   La pieza de carne cobriza, algo oscura, se levanta contra le peluda pelvis, endurece, crece, el glande se va despejado, más abajo colgaban dos bolas grandes, peludas. Esa era una verga que quería… algo. No puede apartar los ojos, en serio, aunque lo intenta. No desea que le tomen por un marica, pero… La garganta se le seca. Finalmente alza los ojos, muy abiertos, brillantes como estrellas, pómulos rojizos de vergüenza, mirando al macho que le estudia con calma.
 
   -Amigo, creo que debería… -intenta alejarse, mentalmente, porque parece como clavado a ese lugar, intensamente pegado al costado de ese hombre caliente. Su pecho sube y baja con esfuerzo. Y jadea, sin fuerzas, cuando ese carajo alza un dedo bronceado, posándolo en sus labios, silenciándole, siseándole al rostro para que calle, bañándole con su aliento.
 
   -Calma… y dime doctor… -puntualiza, y el título le hace recordar intensamente a Gabriel, el urólogo. Y sabe que tiene el culo mojado, que esa cosa caliente y oleosa le baja mientras su esfínter sufre espasmos al tiempo que lleva nuevamente la mirada a esa barra que engorda, se llena, las venas hinchándose con esa sangre caliente que parece quemar los culos cuando se mete en ellos. Ese dedo le recorre los labios.
 
   -Doctor, no creo… que… -tembloroso, aferrándose a su masculinidad, o lo que queda de ella, le suplica con la mirada que se aleje, que no lo toque, que no lo provoque porque no puede escapar. Pero no sería ese hombre un hombre de verdad si no lo entendiera… y no lo aprovechara.
 
   -Hey, no hay culpa; no hay mal en dejar salir las ganas de vez en cuando.
 
   -No soy gay. –lloriquea, casi rogándole que le creyera.
 
   -Técnicamente, yo tampoco. Me gusta mi mujer, y las mujeres; pensar en un coñito apretado bajo unas pantaleticas… -menea la cabeza, frotándole los labios, el güevo totalmente erecto, potente, latiendo, atrayendo la mirada fascinada del muchacho.- Dime, ¿te gusta la ropa interior atrevida? Dios, imaginar a un chico lindo con tu cuerpo con una tanga pequeña… Y tu boca…
 
   Presiona el dedo y separa esos labios. Jacinto tiembla más, apartando los ojos de ese tolete duro, largo, nervudo, grueso; recordando su culo, con espasmos, lo vivido cuando Gabriel le folló en su consulta médica. Se miran a los ojos, el joven fornido parpadeando, ese dedo dentro de su boca, que cierra, los labios sobre él, la lengua sale a su encuentro, reconociendo el placer en los ojos del otro, mojándosele más el culo al saber que excita de tal manera al otro macho.
 
   -No pienses tanto, sólo deja… -encoge un hombro, metiendo y sacándole el dedo de la boca.- …Que todo tome su curso. Al cuerpo lo que te pida.
 
   Ojos muy abiertos, Jacinto se dice que era fácil para el otro decirlo, aunque… tal vez habría resultado más convincente si no cerrara los labios como hacía, ahuecando las mejillas, chupando del dedo. Con la otra, el sujeto recorre, con los largos dedos bronceados, el dorso de su mano, provocándole escalofríos; dos de esos dedos se cierran sobre el índice suyo, alzándole, llevándole hacia la pulsante pieza que late contra el velludo y plano abdomen. Quiere resistirse… pero no puede. Y las puntas de sus dedos rozan la mole de carne del macho, aquella que clavaba en orificios hasta que hacía gritar a la gente bajo su sacadas y metidas… como podría serlo su culo.
 
   -Tócala… -no es rudo, pero ordena, casi rozándole los labios con los suyos.
 
Y la mano más blanca del forzudo joven se abre; palma y dedos caen sobre la mole apretándola, quemándole, estremeciéndole. ¡Estaba agarrándole el güevo a otro hombre!, y eso le provoca tales escalofríos y calorones que siente que se ahoga. Aprieta fuerte, notando la dureza, el calor, también los latidos contra su puño. Y sube y baja, lentamente, vacilante al meterse por caminos nuevos… y culebreros. Los rojizos labios le tiemblan de emoción cuando aparta los ojos de la mirada casi hipnótica del otro, para ver su mano sobre ese tolete duro. Dios, qué bien se sentía hacerle la paja a ese carajo, reconoce casi corriéndose dentro de los pantalones.
 
   -Hummm, si, así… -le ronronea el otro, voz ronca, baja, preñada de placer, como tiene que ser al ser manoseado por un carajo joven y bonito que se declaraba no gay, explayándose más, abriendo las piernas, rozándole.
 
   Jacinto, respirando pesadamente, mejillas rojo ladrillo, ojos brillantes y extraviados, sólo puede mirar ese güevo que masturba, su puño arriba y abajo, mucha mole escapando por arriba y por abajo. Era un tolete perfecto para llenar un ansioso agujero, llegando hasta la próstata, pensaba medio lelo, luchando contras las imágenes que ya dominaban su mente. La mano tras su nuca le sorprende y mira al sujeto cuando este le hala y le cubre la boca con la suya, de manera autoritaria, firme, deseando besarle y haciéndolo. Gime contra esa boca cuando la reptante lengua le penetra, tanteándole, lamiéndole. Era la segunda vez que besaba a un carajo y tiene que reconocer que sentir esa lengua contra la suya, el cómo intenta atrapársela y halársela, le tienen temblando, babeando contra sus ropas. Son besos chupados, salivosos, casi obscenos, y a Jacinto le parece que no puede obtener suficiente, mientras siente cómo la mano se le moja por los jugos que escapan de aquella verga caliente. Es cuando siente la presión… Las boca se separan, los labios están entreabiertos, los de ambos, rojos y húmedos, mientras el abogado le empuja y empuja.
 
   -¿Qué… qué hace? –jadea, cohibido.
 
   -Tómalo… aliméntate de él. –le dice, empujándole, obligándole a doblar el cuerpo, dirigiéndole implacablemente contra la mole atrapada en su mano. ¡Quería que le mamara el güevo!
 
   -No, doctor, yo no… -todavía jadea el joven, torturado entre dos sensaciones. Es un machito, carajo, y está bien, lo habían cogido, ¿pero mamar un güevo? Y sin embargo, aferrándolo todavía con el puño, y mientras más le acerca, lenta e inexorablemente, este llenándole con su calor y aroma, más ganas tenía de… ¡Era culpa de su culo! Le latía de forma extraña, y estaba seguro de que si se metiera un dedo, el esfínter se le cerraría con fuerza alrededor de él, como las paredes de su recto, halándoselo. Esa sensación le provocaba un reflejo gemelo, quería…
 
   -Te vas a gustar. Una bonita boca como la tuya debe verse aún más increíble abriéndose, tragándose y rodeando con las mejillas un falo masculino, uno como el mío, grueso, nervudo, caliente. Que está así desde que te vi, muchacho cachondo. Eres todo un calienta braguetas, compadezco a los hombres que deban trabajar contigo, anhelando, soñando a lo mejor sin saberlo en tomarte a la fuerza, llevarte a una cama y amarte hasta quedar saciados. –le dice con voz ronca, cargada de una sensualidad que erizaba totalmente al joven fornido, quien está a centímetros del glande liso, rojizo y húmedo que descansa en el velludo abdomen.- Vamos, pruébalo…
 
   Todavía resistiéndose, más por orgullo, por la necesidad de aferrarse a su masculinidad, Jacinto sigue acercándose, jadeando, bañándolo con su aliento, viéndolo pulsar al recibirlo. El olor era… Los rojizos y lisos labios pegan del glande y el otro lanza un jadeo contenido, expectante, de quien sabe que va a gozar bastante. Al fortachón, ese roce le electriza. Quería sólo tocar e intentar alejarse, pero escucharle, verle estremecerse, saber que era por él, así como los espasmos violentos que sufría su culo en esos momentos, le obliga a seguir, a recorrer cada pedazo de la lisa cabeza con sus labios, entreabriéndolos, bañándolo de aliento, llenándose con esos jugos espesos, medio escupiendo un poco, de manera automática, regando la saliva.
 
   -Oh, Dios, muchacho, trágatelo ya. –casi implora, y ordena, el abogado.
 
   Los labios sea abren y cierran, sobre la tersa piel de la cabeza del tolete, y ambos se estremecen visiblemente. Esos labios se abren más, atrapando pedazos del glande, presionándolo, chupándolo. Es el gran error que comete Jacinto, porque el espeso líquido, mezclado con su saliva, llega a su lengua, activándole cada papila gustativa. Abre muchos los ojos, de sorpresa, al sentir la fiesta de sabores que hay en su boca. Ya no piensa, la abre más, y con la punta de la lengua recorren lentamente el rugoso cuello y la cabeza, recogiendo todo lo que hay, lanzando un gemido nada masculino al paladear y tragar, y lo hace mientras el abogado le mira, respiración agitada, sonriendo y acariciándole la cabeza con los dedos que tiene entre sus cabellos.
 
   -Vamos, bebé grandote, trágate tu tetero de güevo. Se ve que te gusta el sabor.
 
   No sabe si es por esas palabras que le erizan, o por el sabor sobre su lengua, o por lo… sucio y prohibido que era todo aquello (¡sí me viera mi papá!, no podía dejar de pensar), Jacinto no duda más, separa las mandíbulas y cubre un buen pedazo de verga, que le roza y golpea la lengua, la cual sale disparada a lamerla, recorrerla, acariciarla, haciendo gemir al abogado. Era difícil, nunca lo había hecho, tenía el güevo de ese carajo en su boca, eso no debía estarlo haciendo y… Baja otro poco, dejando salir un escandaloso “aggg”, cubriendo más de la mitad, apretándolo con sus labios, mejillas y lengua, mientras succiona, maravillándose de notar cómo endurece todavía más (como si la boca de un tío fuera su lugar), pulsando, caliente, goteando jugos, unos que traga con nada masculina ansiedad. La mano tras su nuca quiere que baje totalmente (como le gusta a todo hombre que se lo mamen), pero le cuesta, tose, boquea, la frente se le arruga, la cara se le pone roja, pero sigue sorbiendo. Cuando la mano aligera la presión, el forzudo muchacho sube, apretando, chupando, dejándolo brillante de saliva. Y hacerlo, la sensación, así como los jugos (y los olores del macho), le obligan a bajar otra vez. Ahora sube y baja, la mano del carajo soltándole.
 
   El joven cierra los ojos y se pierde en lo que siente y quiere, bajar y subir la boca, recorriendo con los labios y la lengua el nervudo tronco donde las venas laten de emoción mientras el carajo jadea y gime, explayándose más, cabeza hacia atrás, piernas muy abiertas. Jacinto no sabría explicarlo, pero al meterse ese tolete en la boca, cubriendo más y más, sentía que su culo era igualmente estimulado, de una manera que le tenía frenético y casi a punto de bailotear, así que va y viene sin detenerse, mamando un güevo como se debía, dejando escapar unos gemidos nada varoniles, y mucha saliva espesa. El carajo vuelve a atraparle la nuca, suavemente, y comienza a subir y bajar sus caderas, ¡cogiéndole la boca!
 
   -Oh, sí, chupa, chúpala como el becerrito que eres. –le ruge ronco, mirada turbia, caliente.- Si, cúbrela toda, lame cada vena. –le urgía, embistiéndole la boca con fuerza, llevándosela hasta la garganta, dejándole empalado, los labios sobre el pubis, ahogándole.- ¡No! –ruge de pronto, alejándole. Casi tuvo que empujarle por la frente para que Jacinto dejara de mamarle el güevo. Este se ve confuso.
 
   -¿Qué… qué pasa? –se ve avergonzado, y frustrado, su culo parecía a punto de estallar en llamas.
 
   -Vaya que te gustó tener el güevo de un hombre en la boca, ¿eh? ¿Seguro que no lo habías hecho antes? Fue intensa. Todo hombre sueña con mamadas así. –se burla un poco de su aire ofendido ahora.
 
   -¡Claro que no! –es tajante, la respiración pesada.- ¿Por qué me…? –no puede terminar.
 
   -¿Por qué no te dejé sacarme la leche con tus buenas mamadas? Porque quiero que el primer lechazo que salga de mí lo sientas en tu apretado culito. –le dice tan pancho, mirándole a los ojos, acercando el rostro, casi besándole, preguntándose por primera vez en su vida a qué sabrían sus propios jugos.- Vamos, quítate ese traje para mí y muéstrame ese culo que se adivina de infarto.
 
CONTINÚA ... 9

10 comentarios:

  1. Guau! Este tío va a saco!

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Y ni te imaginas... pero, bueno, no es su culpa, es de fuckuyama, jejeje

      Borrar
  2. Alejandro también me intriga, aunque no sea un nuevo personaje para mí. Je, je

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Tendrá su encanto, ya verás. De hecho es uno de mis preferidos...

      Borrar
    2. A mí me gusta su estilo de "sugar daddy", el amante que le daría buena vida a Jacinto. Je, je

      Borrar
    3. Ah, pues, mucho de eso habrá. O el intento.

      Borrar
  3. No puedo creerlo, dirás que soy buen bruto pero me tomo muchísimo tiempo encontrarte la pista nuevamente, me alegra saber que estás bien, y mucho me alegra poder ver esta historia nuevamente, pero, hay tantas historias que extraño de tu antiguo blog... me gustaría poder leerlas todas nuevamente, esta y la historia paralela del soldado eran mía favoritas, además que estaban dentro del mismo universo, un concepto genial que siento no sé alcanzó a explorar del todo.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Ay, amigo, me encanta que me hayas encontrado, y que te gustaran las historias, pero la mayoría se fueron para siempre con el blog. No guardé mucho, y lo que sí tenía por ahí se perdió en un problema de la computadora. Estoy con las que son más que no llevaban tanto tiempo y una que encontraron dos amigos, esta historia. Lo demás… Espero que sigas leyendo.

      Borrar
  4. Dime por favor... volverás a subir todas las historias de ti antiguo blog?, de verdad me gustaría mucho leerlas otra ves.

    ResponderBorrar
  5. Hola amigo
    Para cuando el próximo capítulo?

    ResponderBorrar