miércoles, 22 de mayo de 2019

SERVICIO A DOMICILIO... 4

...A DOMICILIO                         ... 3
   Piernas velludas... el camino de la perdición.

……

   Mortalmente pálido, asfixiándose, por un segundo Martín es plenamente consciente de su situación, ¡estaba con un carajo encerrado en un depósito, sin pantalones ni boxer!, mientras dos empleados del supermercado entraban. Se pone tieso, y no de emoción, mirando hacia el recodo del pasillo... por donde no aparece nadie.

   -No joda, esa vigiladera ya me tiene enferma, no dejan fumar en ninguna parte. -rezonga la voz femenina.

   -En todas partes es así ahora, lo que pasa aquí es que Fermín está insoportable como supervisor; dígame eso, un carajo que fuma como puta presa. -aporta el otro, y cierto olorcillo indica que ya fuman.

   -Y vive pidiendo, nunca parece tener uno. -sentencia ella, dedicándose luego, con una falta total de originalidad, a hablar sobre los precios y lo difícil que se les hacía conseguir algo ahora.

   En cuanto notara que no iban a penetrar mucho en el cuarto (la palabra le hizo sonreír aún con la boca llena con el pulsante y caliente güevo del muchacho), Roberto Mancini se relajó y se puso más ocioso. Más todavía, que ya era decir bastante. Mirando al chico que casi le suplica que pare, que no haga nada, o que le dejara ir, le sonríe, y comienza, viéndole fijamente, un lento y mórbido sube y baja sobre la arrogante pieza, sorbiendo y lamiéndola, acariciándola y agitándola con sus mejillas, como la mejor de las pajas pero dentro de una húmeda y caliente boca que chupa como una vagina. El hombre va y viene, cubriéndola toda, con experiencia, se notaba que sabía mamar güevos, metiéndose los crespos y rebeldes pelos púbicos del chico en la nariz. La traga toda ahuecando la garganta, agitando los labios sobre la ardiente barra, y la ordeña con el gaznate, mientras semi rota la cara de un lado a otro, su lengua agitándose salvajemente sobre la hermosa pieza masculina, lamiéndola de manera intensa, lenta unas veces, rápidas otras, su manzana de adán bailando con premura en su cuello. Y mientras lo hace, sabiendo que le eriza de placer y más ganas, respira como un adicto de ese pubis. Oh, Dios, si, el aroma de la virilidad joven y agresiva...

   Pero el sujeto era un sucio, mientras le hace eso, seguir mamándole a pesar de la pareja que habla a tan sólo un recodo de distancia, asustándole pero también excitándole (lo cual era la idea), sube las manos y atrapa parte del muslo que se apoya en su hombro, recorriéndolo amorosamente, sobando y acariciando de manera lenta pero eficiente, erizándole otra vez. Mientras va y viene sobre el tolete, recorre de ida y vuelta sobre la firme piel, dividiendo las manos ahora entre los dos muslos, subiendo y bajando al mismo tiempo.

   Tenso, sabiendo para donde va eso, el chico se tensa otra vez, luchando entre el miedo a ser pillados, lanzando frecuentes miradas al cruce donde le parece ver humo de cigarrillo, y la calentura por lo que ese carajo le hace. Pero sabe que...

   -Ahhh... -se le escapa y casi se muerde los labios, pálido, mirando otra vez al cruce. No era una exclamación exactamente de placer... no toda. Ese carajo había elevado sus manos, acariciándole de esa manera, en esa parte que nadie le tocaba y menos un hombre, y finalmente atrapó sus nalgas con las palmas abiertas, los dedos separados, clavándose con propiedad en sus turgentes glúteos. Niega con la cabeza, quiere apartarse, no le gusta que le toque allí, pero el tipo, mirándole con burla, sigue reteniéndole y mamándole el güevo. Esas manos le quemaban las nalgas...

   Mientras clava los dedos, Roberto chupa con fuerza en su ir y venir, y el chico siente que se muere, eso era tan rico, pero esas manos que ahora le acariciaban las nalgas, apretando, pellizcando, le inquietaban. Pero era difícil pensar cuando el tipo subía en su barra canela rojiza, dejándola brillante de saliva, y repartía besos y chupetones silenciosos en su glande, que se agitaba de emoción ante esa caricia, justo cuando vuelve a clavarle los dedos y separa sus nalgas, con las puntas de los dedos muy cerca de su raja interglútea.

   Quiere negarse, resistirse, pero esa lengua, roja, bañada en espesa saliva, fuera de la boca con todo propósito, recorre su glande de una manera firme e intensa; la punta de esa lengua queriendo metérsele por el ojete, provocándole sensaciones increíbles.

   -Ufff, no, don... -gimotea bajito, tenso, intentando revolverse, cuando una de las manos deja de halar hacia afuera uno de sus glúteos, y de canto esos dedos comienzan a recorrer, arriba y abajo, su raja interglútea, ese lugar sagrado que ningún hombre se dejaba tocar, y menos por otro.- No, no... -gimotea intentando no dejarse escuchar, mirando hacia el recodo, donde las voces continúan (¿era que esos coños'e madre no trabajaban?; con razón Fermín se arrecha), se pregunta, él, que no estaba en su puesto, precisamente.

   Pero no puede contra el hombre, un zorro viejo que pega la lengua, caliente como un tizón, de la base de su verga, casi entre las bolas (verle desde arriba el vicioso rostro, la brillante miraba bajo su tranca tiesa y mojada, era una locura), y sube dándole ligeros lengüetazos, debilitándole las piernas. Eso se sentía tan bien que casi compensaba que no estaba chupándosela como un chivo, piensa confuso. Pero esos dedos... Cuando los dedos van y vienen en su raja, sobre su ojete anal, lentos, siente su roce, nota como agita y medio halas sus pelos, es consciente de la piel erizada, de las cosquillas... Pero era algo más. No sabe de zonas erógenas ni de terminaciones nerviosas. Tan sólo siente que aquello era peligroso porque se sentía... demasiado bien.

   Y justo cuando va a decir algo, ese carajo se traga otra vez su barra, de punta a cabo, y mientras la manzana de adán le sube y le baja con fuerza nuevamente, casi provocándole un gritico de puro gozo, el dedo meñique de esa mano se frota contra su peluda entrada, empujando suavemente. No, no, eso no. Se tensa, quiere luchar, el muslo sobre el hombro se agita también; intenta apartarle las manos, pero el otro se resiste y chupa con más fuerza, empujando como si deseara tragar más, distrayéndole justo lo suficiente para que la uña del meñique penetre, empujando los labios de ese culito virgen, el cual se cierra a cal y canto. Pero ¿qué culo de chico puede resistir victoriosamente cuando un hombre con experiencia decide que atravesará sus muros? La falange con la uña penetra en el ardiente horno del joven.

   -No, no, don... -el chico, muy rojo de cara, tan alterado que casi olvida que hay otras personas en el depósito, le mira.

   Este corresponde a su mirada, subiendo por la verga, dándole tremenda chupada, dejándola salir, atrapándola con la mano, y hace algo que le eriza. Roberto se golpea suavemente las mejillas y pómulos con ella, golpecitos que seguramente serían más fuertes, y sonoros, si estuvieran solos; pero verle hacerlo, golpearse, mojarse de saliva y jugos, era erótico. Que viejo tan sucio, pensaba, maravillado, y cuando esa mano comienza a masturbarle, y este le atrapa el glande con los labios, besando, chupando, dándole lengüetazos, casi olvida todo otra vez.

   Casi, porque así como es muy consciente de esas chupadas en la punta del pito, de la manota que lo masturba sabroso (joder, que otro tipo te lo hiciera se siente del carajo, piensa confuso), también lo es de esa uña metida en su culo, que se agita suavemente, de adelante atrás, sin penetrar más, como... como dilatándole la entrada. Era incómodo porque no debía dejarle. Pero era caliente por... por sucio, por prohibido.

   -Bueno, hay que volver a la mierda esa. -oyen la voz de la mujer.

   -Dímelo a mí, no sé por qué Fermín me puso a cuidar verduras. ¡La tiene agarrada conmigo! -se queja él.

   -Dicen que es medio maricón, sonríele de vez en cuando. -bromea ella.

   -Zape. -es lo último que escuchan cuando una puerta se abre y se cierra otra vez.

   -No, no, don, !basta! Sáqueme ese dedo del culo. -gimotea Martín, carita roja, ojos atormentados por muchas razones. Con una pierna sobre el hombro de ese carajo que le sobaba el güevo con una mano y le besaba la punta mientras le tenía esa uña clavada.

   -¿No te agrada? ¿Ni un poquito? Creo notar que tu culito...

   -¡No, no me gusta! -se defiende acalorado, ese dedo agitándose ahora de manera circular, sin meterse más, pero...- ¡Basta, coño!

   -Discúlpame, no es por nada malo, es parte del juego. -se encoge de hombros, mirándole desde sus rodillas, sonriendo de manera confiada, masturbándole... y sin sacarle el dedo.- Es tan sólo eso, juego sexual. Hace tiempo conocí a un joven policía que me sorprendió una noche dándole una mamada a un muchacho en unas escaleras, por el Centro. Parecía molesto, me tachaba de sucio, pero parecía curioso. Se le notaba en el pantalón. Seguro llevaba ratos espiándonos. Y cuando se lo toqué y apreté sobre el uniforme... -sonríe más.- ...Chilló pero no se apartó. Y se lo saqué. Era un güevo tan bonito como el tuyo. -agrega con voz íntima, sobándole de arriba abajo con el puño.- Y mientras le chupaba lo sorprendí con el dedo, chilló que no, que se lo sacara, pero con la sorpresa se revolvió mucho y terminé clavándoselo hasta el puño, que no era mi idea. Fue un accidente que provocó. Y gritó. Te juro que ese culito virgen, que estaba apretado y bien cerrado, se abrió y cerró sobre mi dedo como nunca antes había sentido otro. ¡Y había sido un puto accidente! Y como se calentaron esas entrañas. Seguí chupándosela porque comenzó a gemir que me tragara su güevo como “el mamagüevo que era”, lo gritaba en esas escaleras; estaba como loco. Se revolvía metiéndomelo hasta la garganta... y agitando el culo sobre mi dedo.

   Martín tiene la garganta seca, su respiración es pesada, jadeante, y siente que su verga se estremece soltando más y más jugos, luchando contra cualquier señal de su culo. Oyéndole con fascinación mientras le masturba.

   -Me trataba de puto sucio, como loco, la gorra casi sobre los ojos, recostado de aquellas escaleras, agitando las caderas de adelante atrás. Lo hacía bien el hijo de perra, era joven y bonito, seguro que las mujeres se morían por su pieza, pero allí estaba, moliéndome el dedo con el culo, lo buscaba. Cuando finalmente comencé un mete y saca, joder, mijo, debes creerle a tu papi cuando te dice que se envaró y chilló largo. Imagínate que le hice que admitiera que le gustaba sentir mi dedo o no terminaba de chupársela. -rie ronco, con los ojos empañados de lujuria.- Y lo gritó.

   -Ahhh... Ahhh... -Martín se tensa, mucho, sintiendo que sus bolas arden, que la lava de su esperma estaba fluyendo.- Oh, si... -ruge cuando esa boca golosa vuelve a su barra, tragándola frenéticamente, con ansiedad y avidez, retirando la mano del falo... metiéndole lentamente el dedo. Lo siente, lo nota, y eso aporta una dimensión nueva a todo aquello.

   Se corre con fuerza, como si no se hubiera estado haciendo la paja en todos esos días. Envía un trallazo que sabe baja por aquella garganta hambrienta, rumbo al estómago del tipo, al tiempo que el sujeto se retira un poco para que le deposite el resto sobre la lengua, para sentir los trallazos, saborear la leche como tiene que hacer todo marica que se respete, especialmente uno que ame mamar güevos, piensa. Y todo eso mientras le tiene el dedo metido por el culo, hasta el puño, el cual se apoya, caliente, contra sus nalgas. Se corre y se corre, casi cayendo sobre ese sujeto, apoyándose en el hombro. Y en el puño.

   Parece alzarse en las nubes de gozo, algo sublime e intenso, pero baja... y la noción le llega. No sólo dejó que el otro hombre lo volviera a tocar, ¡otro hombre!, sino que se dejó desnudar y ahora... Como adivinándole, el dedo deja su culo, suavemente, tal vez para no lastimarle... O para que lo sienta, el recorrido que frota sus entrañas.

   No se siente mejor hasta que el sujeto deja salir su güevo, que todavía tiembla, canela claro rojizo, húmedo de saliva. Y desde allí le mira, sonriendo, los labios mojados y brillantes, algo de baba, saliva o leche empapándole una comisura, respirando pesadamente también.

   -Deliciosa. Tu esperma sabe a ambrosia. -es todo lo que dice.

   El chico, rojo de vergüenza, siente raro el culo, como adolorido, toma sus ropas y se aleja.

   -¿Estás bien? -oye pero no le mira y asiente.- Fue grato este encuentro, chico, no te compliques. Oye, es sexo. Sólo estás usando el güevo, el cual da mucho placer, a ti y a quien se lo ofrezcas, ¿okay? No te enrolles más de la cuenta. Nos vemos.

   Sorprendido de la despedida le ve alejarse. Es cuando nota, sobre unas cajas, unos billetes dejados como al azar. Un nuevo ramalazo de rabia le alcanza, ese tipo le trataba... Oh, bien, esa era la idea en el primer momento, ¿no?, casi rueda los ojos. Plata por una mamada. Ahora... lo toma y cuenta. Una sonrisa feliz ilumina su cara.
......

   -¿Dónde coño andabas? -la pregunta le tomó por sorpresa. Y dada su conciencia, le altera.

   -Joder, ¿qué pasa contigo? ¿Acaso eres mi novia y no lo sabía? -le gruñe a Matías, quien entrecierra los ojos, con sospecha cuando le ve llegar a la zona de las cajas. A su lado, el pequeño Teo ríe, recibiendo una fea mirada del chico negro, una que logra que tosa y se ahogue.

   -Tranquilo, pana. -replica este, mirando a Roberto Mancini, todo sonreído y complacido, dueño de sí, triunfador y guapo, acercarse, mirando algo coqueto a una que otra tía.- Ya veo.

   -¡Ocupate de tu vida, coño!
......

   Sería reiterativo señalar que Martín Garcés comenzó nuevamente con los remordimientos y autocensuras, tachándose de... basura por caer en esas cochinadas. Pero para ser justos, la verdad es que esta vez se reclama menos. Y no se engaña, al menos no tanto, cuando de noche se masturba en su cama soñando que le dan mamadas. Siempre las inicia pensando en Laurita, en la Viuda Negra, fantasía donde él es el Capitán América, o con Marjorie de Sousa, o alguna diosa igual, para terminar cerrando los ojos, cubierto de sudor, jadeando, dándose y recordando la boca del maricón ese. Que no sólo le daba buenas mamadas, también le dejaba billetes. Eso le alegraba también. Aunque no sabía si era más por el recuerdo de las felaciones, palabra que no conocía, o sólo la paga. Huelga decir que sus recriminaciones eran, por tanto, inútiles. Vive confuso, en guerra consigo mismo porque... No sabe cómo encararlo... Coño, si, quiere que le den más mamadas. Quiere una boca que se abra frente a él y se la trague toda.

   Cinco días después de todo aquello, en el Metro, rumbo a Mariche, un chico se le quedó mirando, el entrepiernas, y debió luchar contra el calorcito en sus pelotas, dándole la espalda después de lanzarle una fea mirada. Pero sabía que, por un segundo, se había dejado mirar, metiéndose en una conversa sin palabras que no evitó. Al contrario. ¡Maldito maricón de boca golosa y hábil! Ese carajo le había pervertido.
...

   -Oye, ¿quieres dejar de joder? -le ruge un mediodía, muy rojo de cara, un molesto Teo, a quien así debió irritar para que se atreviera a responderle, se dice cortado de repente, recibiendo miradas de todos. De los chicos envuelve paquetes y de las cajeras. Por suerte Matías no estaba ese día.

   No responde, no se disculpa, no era de esos, pero todo enfurruñado sigue su trabajo, recibiendo sus propinas, no queriendo pensar en nada más.

   -Hay que llevar una encomienda. -dice Fermín, el joven y delgado encargado.- Una compra telefónica, es cerca, ¿alguien quiere llevarla?

   No le interesa aunque esas encomiendas daban algo de plata, deja que los otros pregunten.

   -Es para un doctor Mancini, ese abogado que siempre compra chucherías. -informa y el joven enrojece, sintiéndose frío y caliente.- ¿Alguien sabe...?

   -Una vez le llevé unas compras. -se le escapa, voz ronca, recibiendo las miradas algo molesta de los amigos.

   -No es una dirección difícil de llegar. -tercia otro de los chicos. Va a responder pero Fermín zanja la cuestión.

   -Si ya conoces la casa, ve tú. Y date prisa, pidió unos refrescos y los quería fríos. -el joven encargado resuelve, tendiendole una bolsa.- Ya está pago.
......

   ¿Qué coño estaba haciendo?, se recrimina de camino a la a la pieza del abogado (abogado, ¡tenía que ser?). Tiembla, recorrido por diversas emociones. Estaba buscándose un problema, el que ese tipo pensara que le buscaba. Tal vez que lo chuleaba. Bueno, si, le daba dinero, pero antes... No quiere pensar tampoco mucho en eso. El corazón se le agita, como la respiración, al detenerse frente a la hermosa vivienda. Cruza la verja y llama. Nada. Eso le extraña, llama otra vez y una risita mujer le llama la atención, bolsa en mano rodea un costado de la propiedad, entrando en el amplio patio que ya ha visto, con la piscina y algo que no había notado antes, un jacuzzi a un lado de la misma, donde dos mujeres de mediana edad (de muy buen ver, ¡qué tetas y caderas bajo los bikinis!), tal vez cercanas a los cuarenta, ríen viendo a tres carajos luchar como osos dentro de la piscina. Eran el fulano ese y unos vecinos. De una parrilla de carbón escapa algo de olor a carne asada y las tripas le chillan.

   -Hey, hay visitas. -dice una de la smujeres mirándole. Todos se vuelven hacia él y se siente incómodo, expuesto.

   -Lo siento, llamé y... -alza la bolsa.

   -Pero si es mi amigo del Super... -sonrie Roberto, pasándose las manos por el rostro y el cabello, peinándolo hacia atrás, viéndose bien todo mojado y sin camisa, reconoce el chico... desde un punto de vista masculino. Ese carajo parecía un adulto actor porno, es lo que piensa. Y que esa pinta seguro le garantizaba mucho sexo, aún sin pagar. No le aprecia como... hombre en sí. Como sea, le toca verle sonreír de manera maliciosa, saliendo de la piscina lentamente, el agua arremolinándose alrededor de su cintura, la cual emerge envuelta por un bañador algo corto, ajustado, brillante de agua, que destaca vientre y muslos llenos, peludos, también cierta tranca. Y odia mirar, no apartar rápidamente la vista. ¿Lo habría notado este? No lo sabe, pero llega a su lado y a pesar del agua parecía irradiar calor.- Les presento a... a... -chasquea los dedos al tiempo que le rodea los todavía delgados hombros con un brazo húmedo, volviéndose a los demás.

   -Martín... -casi croa.

   -Si, Martín, un chico emprendedor y con grandes ambiciones, aquí donde le ven. No te tiene miedo a casi nada.

   -Eso es bueno. -agrega, algo indiferente, otro de los sujeto, uno de piel amarillenta, de cabello negro, algo largo y con hebras plateadas, así como en la barba y el bigote.

   -¿Trajiste todo? -Roberto se vuelve a mirarle, sin soltarle, dificultándole respirar.

   -Si, señor.

   -Vamos, Roberto; puedes llamarme Roberto. -le sonríe más, luego baja el tono.- O papi, recuerda... -dicho para que los otros no escuchen y siente un estremecimiento largo.- Vamos a buscar hielo y por mi cartera. -les anuncia a los demás, casi arrastrándole a la puerta de la cocina, volviéndose pícaro hacia las mujeres.- Y dejen de ver mi trasero, por difícil que sea, señoras. -estas ríen, algo coquetas, y el chico lucha con las ganas de rodar los ojos.

   Una vez dentro de la casa, divertido de ver que el hombre parecía disimular frente a los vecinos sus mariconerías, se vuelve a mirarle.

   -¡Hey! -pero pega un salto cuando Roberto, todo cubierto de agua, baja una mano y le atrapa el entrepiernas, el tolete sobre las ropas.

   -Joder, esperaba que fueras tú quien trajera el mandando. Oh, chico, como he extrañado tu güevo... ¿Te lo chupo, rapidito, con ellos allí?

CONTINÚA ... 5

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