Piernas
velludas... el camino de la perdición.
……
Mortalmente
pálido, asfixiándose, por un segundo Martín es plenamente
consciente de su situación, ¡estaba con un carajo encerrado en un
depósito, sin pantalones ni boxer!, mientras dos empleados del
supermercado entraban. Se pone tieso, y no de emoción, mirando hacia
el recodo del pasillo... por donde no aparece nadie.
-No
joda, esa vigiladera ya me tiene enferma, no dejan fumar en ninguna
parte. -rezonga la voz femenina.
-En
todas partes es así ahora, lo que pasa aquí es que Fermín está
insoportable como supervisor; dígame eso, un carajo que fuma como
puta presa. -aporta el otro, y cierto olorcillo indica que ya fuman.
-Y
vive pidiendo, nunca parece tener uno. -sentencia ella, dedicándose
luego, con una falta total de originalidad, a hablar sobre los
precios y lo difícil que se les hacía conseguir algo ahora.
En
cuanto notara que no iban a penetrar mucho en el cuarto (la palabra
le hizo sonreír aún con la boca llena con el pulsante y caliente
güevo del muchacho), Roberto Mancini se relajó y se puso más
ocioso. Más todavía, que ya era decir bastante. Mirando al chico
que casi le suplica que pare, que no haga nada, o que le dejara ir,
le sonríe, y comienza, viéndole fijamente, un lento y mórbido sube
y baja sobre la arrogante pieza, sorbiendo y lamiéndola,
acariciándola y agitándola con sus mejillas, como la mejor de las
pajas pero dentro de una húmeda y caliente boca que chupa como una
vagina. El hombre va y viene, cubriéndola toda, con experiencia, se
notaba que sabía mamar güevos, metiéndose los crespos y rebeldes
pelos púbicos del chico en la nariz. La traga toda ahuecando la
garganta, agitando los labios sobre la ardiente barra, y la ordeña
con el gaznate, mientras semi rota la cara de un lado a otro, su
lengua agitándose salvajemente sobre la hermosa pieza masculina,
lamiéndola de manera intensa, lenta unas veces, rápidas otras, su
manzana de adán bailando con premura en su cuello. Y mientras lo
hace, sabiendo que le eriza de placer y más ganas, respira como un
adicto de ese pubis. Oh, Dios, si, el aroma de la virilidad joven y
agresiva...
Pero
el sujeto era un sucio, mientras le hace eso, seguir mamándole a
pesar de la pareja que habla a tan sólo un recodo de distancia,
asustándole pero también excitándole (lo cual era la idea), sube
las manos y atrapa parte del muslo que se apoya en su hombro,
recorriéndolo amorosamente, sobando y acariciando de manera lenta
pero eficiente, erizándole otra vez. Mientras va y viene sobre el
tolete, recorre de ida y vuelta sobre la firme piel, dividiendo las
manos ahora entre los dos muslos, subiendo y bajando al mismo tiempo.
Tenso,
sabiendo para donde va eso, el chico se tensa otra vez, luchando
entre el miedo a ser pillados, lanzando frecuentes miradas al cruce
donde le parece ver humo de cigarrillo, y la calentura por lo que ese
carajo le hace. Pero sabe que...
-Ahhh...
-se le escapa y casi se muerde los labios, pálido, mirando otra vez
al cruce. No era una exclamación exactamente de placer... no toda.
Ese carajo había elevado sus manos, acariciándole de esa manera, en
esa parte que nadie le tocaba y menos un hombre, y finalmente atrapó
sus nalgas con las palmas abiertas, los dedos separados, clavándose
con propiedad en sus turgentes glúteos. Niega con la cabeza, quiere
apartarse, no le gusta que le toque allí, pero el tipo, mirándole
con burla, sigue reteniéndole y mamándole el güevo. Esas manos le
quemaban las nalgas...
Mientras
clava los dedos, Roberto chupa con fuerza en su ir y venir, y el
chico siente que se muere, eso era tan rico, pero esas manos que
ahora le acariciaban las nalgas, apretando, pellizcando, le
inquietaban. Pero era difícil pensar cuando el tipo subía en su
barra canela rojiza, dejándola brillante de saliva, y repartía
besos y chupetones silenciosos en su glande, que se agitaba de
emoción ante esa caricia, justo cuando vuelve a clavarle los dedos y
separa sus nalgas, con las puntas de los dedos muy cerca de su raja
interglútea.
Quiere
negarse, resistirse, pero esa lengua, roja, bañada en espesa saliva,
fuera de la boca con todo propósito, recorre su glande de una manera
firme e intensa; la punta de esa lengua queriendo metérsele por el
ojete, provocándole sensaciones increíbles.
-Ufff,
no, don... -gimotea bajito, tenso, intentando revolverse, cuando una
de las manos deja de halar hacia afuera uno de sus glúteos, y de
canto esos dedos comienzan a recorrer, arriba y abajo, su raja
interglútea, ese lugar sagrado que ningún hombre se dejaba tocar, y
menos por otro.- No, no... -gimotea intentando no dejarse escuchar,
mirando hacia el recodo, donde las voces continúan (¿era que esos
coños'e madre no trabajaban?; con razón Fermín se arrecha), se
pregunta, él, que no estaba en su puesto, precisamente.
Pero
no puede contra el hombre, un zorro viejo que pega la lengua,
caliente como un tizón, de la base de su verga, casi entre las bolas
(verle desde arriba el vicioso rostro, la brillante miraba bajo su
tranca tiesa y mojada, era una locura), y sube dándole ligeros
lengüetazos, debilitándole las piernas. Eso se sentía tan bien que
casi compensaba que no estaba chupándosela como un chivo, piensa
confuso. Pero esos dedos... Cuando los dedos van y vienen en su raja,
sobre su ojete anal, lentos, siente su roce, nota como agita y medio
halas sus pelos, es consciente de la piel erizada, de las
cosquillas... Pero era algo más. No sabe de zonas erógenas ni de
terminaciones nerviosas. Tan sólo siente que aquello era peligroso
porque se sentía... demasiado bien.
Y
justo cuando va a decir algo, ese carajo se traga otra vez su barra,
de punta a cabo, y mientras la manzana de adán le sube y le baja con
fuerza nuevamente, casi provocándole un gritico de puro gozo, el
dedo meñique de esa mano se frota contra su peluda entrada,
empujando suavemente. No, no, eso no. Se tensa, quiere luchar, el
muslo sobre el hombro se agita también; intenta apartarle las manos,
pero el otro se resiste y chupa con más fuerza, empujando como si
deseara tragar más, distrayéndole justo lo suficiente para que la
uña del meñique penetre, empujando los labios de ese culito virgen,
el cual se cierra a cal y canto. Pero ¿qué culo de chico puede
resistir victoriosamente cuando un hombre con experiencia decide que
atravesará sus muros? La falange con la uña penetra en el ardiente
horno del joven.
-No,
no, don... -el chico, muy rojo de cara, tan alterado que casi olvida
que hay otras personas en el depósito, le mira.
Este
corresponde a su mirada, subiendo por la verga, dándole tremenda
chupada, dejándola salir, atrapándola con la mano, y hace algo que
le eriza. Roberto se golpea suavemente las mejillas y pómulos con
ella, golpecitos que seguramente serían más fuertes, y sonoros, si
estuvieran solos; pero verle hacerlo, golpearse, mojarse de saliva y
jugos, era erótico. Que viejo tan sucio, pensaba, maravillado, y
cuando esa mano comienza a masturbarle, y este le atrapa el glande
con los labios, besando, chupando, dándole lengüetazos, casi olvida
todo otra vez.
Casi,
porque así como es muy consciente de esas chupadas en la punta del
pito, de la manota que lo masturba sabroso (joder, que otro tipo te
lo hiciera se siente del carajo, piensa confuso), también lo es de
esa uña metida en su culo, que se agita suavemente, de adelante
atrás, sin penetrar más, como... como dilatándole la entrada. Era
incómodo porque no debía dejarle. Pero era caliente por... por
sucio, por prohibido.
-Bueno,
hay que volver a la mierda esa. -oyen la voz de la mujer.
-Dímelo
a mí, no sé por qué Fermín me puso a cuidar verduras. ¡La tiene
agarrada conmigo! -se queja él.
-Dicen
que es medio maricón, sonríele de vez en cuando. -bromea ella.
-Zape.
-es lo último que escuchan cuando una puerta se abre y se cierra
otra vez.
-No,
no, don, !basta! Sáqueme ese dedo del culo. -gimotea Martín, carita
roja, ojos atormentados por muchas razones. Con una pierna sobre el
hombro de ese carajo que le sobaba el güevo con una mano y le besaba
la punta mientras le tenía esa uña clavada.
-¿No
te agrada? ¿Ni un poquito? Creo notar que tu culito...
-¡No,
no me gusta! -se defiende acalorado, ese dedo agitándose ahora de
manera circular, sin meterse más, pero...- ¡Basta, coño!
-Discúlpame,
no es por nada malo, es parte del juego. -se encoge de hombros,
mirándole desde sus rodillas, sonriendo de manera confiada,
masturbándole... y sin sacarle el dedo.- Es tan sólo eso, juego
sexual. Hace tiempo conocí a un joven policía que me sorprendió
una noche dándole una mamada a un muchacho en unas escaleras, por el
Centro. Parecía molesto, me tachaba de sucio, pero parecía curioso.
Se le notaba en el pantalón. Seguro llevaba ratos espiándonos. Y
cuando se lo toqué y apreté sobre el uniforme... -sonríe más.-
...Chilló pero no se apartó. Y se lo saqué. Era un güevo tan
bonito como el tuyo. -agrega con voz íntima, sobándole de arriba
abajo con el puño.- Y mientras le chupaba lo sorprendí con el dedo,
chilló que no, que se lo sacara, pero con la sorpresa se revolvió
mucho y terminé clavándoselo hasta el puño, que no era mi idea.
Fue un accidente que provocó. Y gritó. Te juro que ese culito
virgen, que estaba apretado y bien cerrado, se abrió y cerró sobre
mi dedo como nunca antes había sentido otro. ¡Y había sido un puto
accidente! Y como se calentaron esas entrañas. Seguí chupándosela
porque comenzó a gemir que me tragara su güevo como “el mamagüevo
que era”, lo gritaba en esas escaleras; estaba como loco. Se
revolvía metiéndomelo hasta la garganta... y agitando el culo sobre
mi dedo.
Martín
tiene la garganta seca, su respiración es pesada, jadeante, y siente
que su verga se estremece soltando más y más jugos, luchando contra
cualquier señal de su culo. Oyéndole con fascinación mientras le
masturba.
-Me
trataba de puto sucio, como loco, la gorra casi sobre los ojos,
recostado de aquellas escaleras, agitando las caderas de adelante
atrás. Lo hacía bien el hijo de perra, era joven y bonito, seguro
que las mujeres se morían por su pieza, pero allí estaba,
moliéndome el dedo con el culo, lo buscaba. Cuando finalmente
comencé un mete y saca, joder, mijo, debes creerle a tu papi cuando
te dice que se envaró y chilló largo. Imagínate que le hice que
admitiera que le gustaba sentir mi dedo o no terminaba de chupársela.
-rie ronco, con los ojos empañados de lujuria.- Y lo gritó.
-Ahhh...
Ahhh... -Martín se tensa, mucho, sintiendo que sus bolas arden, que
la lava de su esperma estaba fluyendo.- Oh, si... -ruge cuando esa
boca golosa vuelve a su barra, tragándola frenéticamente, con
ansiedad y avidez, retirando la mano del falo... metiéndole
lentamente el dedo. Lo siente, lo nota, y eso aporta una dimensión
nueva a todo aquello.
Se
corre con fuerza, como si no se hubiera estado haciendo la paja en
todos esos días. Envía un trallazo que sabe baja por aquella
garganta hambrienta, rumbo al estómago del tipo, al tiempo que el
sujeto se retira un poco para que le deposite el resto sobre la
lengua, para sentir los trallazos, saborear la leche como tiene que
hacer todo marica que se respete, especialmente uno que ame mamar
güevos, piensa. Y todo eso mientras le tiene el dedo metido por el
culo, hasta el puño, el cual se apoya, caliente, contra sus nalgas.
Se corre y se corre, casi cayendo sobre ese sujeto, apoyándose en el
hombro. Y en el puño.
Parece
alzarse en las nubes de gozo, algo sublime e intenso, pero baja... y
la noción le llega. No sólo dejó que el otro hombre lo volviera a
tocar, ¡otro hombre!, sino que se dejó desnudar y ahora... Como
adivinándole, el dedo deja su culo, suavemente, tal vez para no
lastimarle... O para que lo sienta, el recorrido que frota sus
entrañas.
No
se siente mejor hasta que el sujeto deja salir su güevo, que todavía
tiembla, canela claro rojizo, húmedo de saliva. Y desde allí le
mira, sonriendo, los labios mojados y brillantes, algo de baba,
saliva o leche empapándole una comisura, respirando pesadamente
también.
-Deliciosa.
Tu esperma sabe a ambrosia. -es todo lo que dice.
El
chico, rojo de vergüenza, siente raro el culo, como adolorido, toma
sus ropas y se aleja.
-¿Estás
bien? -oye pero no le mira y asiente.- Fue grato este encuentro,
chico, no te compliques. Oye, es sexo. Sólo estás usando el güevo,
el cual da mucho placer, a ti y a quien se lo ofrezcas, ¿okay? No te
enrolles más de la cuenta. Nos vemos.
Sorprendido
de la despedida le ve alejarse. Es cuando nota, sobre unas cajas,
unos billetes dejados como al azar. Un nuevo ramalazo de rabia le
alcanza, ese tipo le trataba... Oh, bien, esa era la idea en el
primer momento, ¿no?, casi rueda los ojos. Plata por una mamada.
Ahora... lo toma y cuenta. Una sonrisa feliz ilumina su cara.
......
-¿Dónde
coño andabas? -la pregunta le tomó por sorpresa. Y dada su
conciencia, le altera.
-Joder,
¿qué pasa contigo? ¿Acaso eres mi novia y no lo sabía? -le gruñe
a Matías, quien entrecierra los ojos, con sospecha cuando le ve
llegar a la zona de las cajas. A su lado, el pequeño Teo ríe,
recibiendo una fea mirada del chico negro, una que logra que tosa y
se ahogue.
-Tranquilo,
pana. -replica este, mirando a Roberto Mancini, todo sonreído y
complacido, dueño de sí, triunfador y guapo, acercarse, mirando
algo coqueto a una que otra tía.- Ya veo.
-¡Ocupate
de tu vida, coño!
......
Sería
reiterativo señalar que Martín Garcés comenzó nuevamente con los
remordimientos y autocensuras, tachándose de... basura por caer en
esas cochinadas. Pero para ser justos, la verdad es que esta vez se
reclama menos. Y no se engaña, al menos no tanto, cuando de noche se
masturba en su cama soñando que le dan mamadas. Siempre las inicia
pensando en Laurita, en la Viuda Negra, fantasía donde él es el
Capitán América, o con Marjorie de Sousa, o alguna diosa igual,
para terminar cerrando los ojos, cubierto de sudor, jadeando, dándose
y recordando la boca del maricón ese. Que no sólo le daba buenas
mamadas, también le dejaba billetes. Eso le alegraba también.
Aunque no sabía si era más por el recuerdo de las felaciones,
palabra que no conocía, o sólo la paga. Huelga decir que sus
recriminaciones eran, por tanto, inútiles. Vive confuso, en guerra
consigo mismo porque... No sabe cómo encararlo... Coño, si, quiere
que le den más mamadas. Quiere una boca que se abra frente a él y
se la trague toda.
Cinco
días después de todo aquello, en el Metro, rumbo a Mariche, un
chico se le quedó mirando, el entrepiernas, y debió luchar contra
el calorcito en sus pelotas, dándole la espalda después de lanzarle
una fea mirada. Pero sabía que, por un segundo, se había dejado
mirar, metiéndose en una conversa sin palabras que no evitó. Al
contrario. ¡Maldito maricón de boca golosa y hábil! Ese carajo le
había pervertido.
…...
-Oye,
¿quieres dejar de joder? -le ruge un mediodía, muy rojo de cara, un
molesto Teo, a quien así debió irritar para que se atreviera a
responderle, se dice cortado de repente, recibiendo miradas de todos.
De los chicos envuelve paquetes y de las cajeras. Por suerte Matías
no estaba ese día.
No
responde, no se disculpa, no era de esos, pero todo enfurruñado
sigue su trabajo, recibiendo sus propinas, no queriendo pensar en
nada más.
-Hay
que llevar una encomienda. -dice Fermín, el joven y delgado
encargado.- Una compra telefónica, es cerca, ¿alguien quiere
llevarla?
No
le interesa aunque esas encomiendas daban algo de plata, deja que los
otros pregunten.
-Es
para un doctor Mancini, ese abogado que siempre compra chucherías.
-informa y el joven enrojece, sintiéndose frío y caliente.-
¿Alguien sabe...?
-Una
vez le llevé unas compras. -se le escapa, voz ronca, recibiendo las
miradas algo molesta de los amigos.
-No
es una dirección difícil de llegar. -tercia otro de los chicos. Va
a responder pero Fermín zanja la cuestión.
-Si
ya conoces la casa, ve tú. Y date prisa, pidió unos refrescos y los
quería fríos. -el joven encargado resuelve, tendiendole una bolsa.-
Ya está pago.
......
¿Qué
coño estaba haciendo?, se recrimina de camino a la a la pieza del
abogado (abogado, ¡tenía que ser?). Tiembla, recorrido por diversas
emociones. Estaba buscándose un problema, el que ese tipo pensara
que le buscaba. Tal vez que lo chuleaba. Bueno, si, le daba dinero,
pero antes... No quiere pensar tampoco mucho en eso. El corazón se
le agita, como la respiración, al detenerse frente a la hermosa
vivienda. Cruza la verja y llama. Nada. Eso le extraña, llama otra
vez y una risita mujer le llama la atención, bolsa en mano rodea un
costado de la propiedad, entrando en el amplio patio que ya ha visto,
con la piscina y algo que no había notado antes, un jacuzzi a un
lado de la misma, donde dos mujeres de mediana edad (de muy buen ver,
¡qué tetas y caderas bajo los bikinis!), tal vez cercanas a los
cuarenta, ríen viendo a tres carajos luchar como osos dentro de la
piscina. Eran el fulano ese y unos vecinos. De una parrilla de carbón
escapa algo de olor a carne asada y las tripas le chillan.
-Hey,
hay visitas. -dice una de la smujeres mirándole. Todos se vuelven
hacia él y se siente incómodo, expuesto.
-Lo
siento, llamé y... -alza la bolsa.
-Pero
si es mi amigo del Super... -sonrie Roberto, pasándose las manos por
el rostro y el cabello, peinándolo hacia atrás, viéndose bien todo
mojado y sin camisa, reconoce el chico... desde un punto de vista
masculino. Ese carajo parecía un adulto actor porno, es lo que
piensa. Y que esa pinta seguro le garantizaba mucho sexo, aún sin
pagar. No le aprecia como... hombre en sí. Como sea, le toca verle
sonreír de manera maliciosa, saliendo de la piscina lentamente, el
agua arremolinándose alrededor de su cintura, la cual emerge
envuelta por un bañador algo corto, ajustado, brillante de agua, que
destaca vientre y muslos llenos, peludos, también cierta tranca. Y
odia mirar, no apartar rápidamente la vista. ¿Lo habría notado
este? No lo sabe, pero llega a su lado y a pesar del agua parecía
irradiar calor.- Les presento a... a... -chasquea los dedos al tiempo
que le rodea los todavía delgados hombros con un brazo húmedo,
volviéndose a los demás.
-Martín...
-casi croa.
-Si,
Martín, un chico emprendedor y con grandes ambiciones, aquí donde
le ven. No te tiene miedo a casi nada.
-Eso
es bueno. -agrega, algo indiferente, otro de los sujeto, uno de piel
amarillenta, de cabello negro, algo largo y con hebras plateadas, así
como en la barba y el bigote.
-¿Trajiste
todo? -Roberto se vuelve a mirarle, sin soltarle, dificultándole
respirar.
-Si,
señor.
-Vamos,
Roberto; puedes llamarme Roberto. -le sonríe más, luego baja el
tono.- O papi, recuerda... -dicho para que los otros no escuchen y
siente un estremecimiento largo.- Vamos a buscar hielo y por mi
cartera. -les anuncia a los demás, casi arrastrándole a la puerta
de la cocina, volviéndose pícaro hacia las mujeres.- Y dejen de ver
mi trasero, por difícil que sea, señoras. -estas ríen, algo
coquetas, y el chico lucha con las ganas de rodar los ojos.
Una
vez dentro de la casa, divertido de ver que el hombre parecía
disimular frente a los vecinos sus mariconerías, se vuelve a
mirarle.
-¡Hey!
-pero pega un salto cuando Roberto, todo cubierto de agua, baja una
mano y le atrapa el entrepiernas, el tolete sobre las ropas.
-Joder,
esperaba que fueras tú quien trajera el mandando. Oh, chico, como he
extrañado tu güevo... ¿Te lo chupo, rapidito, con ellos allí?
CONTINÚA ... 5
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