
De
K.
La
vida de un muchacho cualquiera...
...
-Hummm…
-se le escapa al mover el dedo adentro y afuera de su redondo anillo,
la frente pegada a las baldosas. ¿Cómo le contaría a su cuñado,
por muy urólogo que sea, que sintió eso tan raro en un gimnasio?
Algo que le horrorizaba y asqueaba pero que lo excitó.- Ahhh…
-deja salir, diciéndose que no podía contar esa parte. Pero si lo
del supositorio, ¿verdad? Después de todo creyó que era algo
medicinal. Con cara roja imagina lo que todos dirían si lo
supieran.. Oh, Dios. –exclama casi ronroneando, el dedo, bien
metido en su culo, lo flexiona rascando con él su interior.
Pero
debía buscar ayuda, una cosa era que algo se le fuera por el culo y
otra no conseguir una erección delante de una mujer abierta que le
decía métela aquí. Separa las piernas montando un pie sobre el
murito de la cortina de baño, abriendo las nalgas redondas,
sacándose el dedo y acompañándolo, acariciándose ese esfínter
hinchado con la punta de dos, frotándolo, el capullo abriéndosele
dejando entrar ambos, cerrándose hambrientamente sobre ellos, las
paredes del recto atrapándolos, chupándolos, halándolos.
-Hummm…
-frente arrugada, mejillas rojas y boca muy abierta, comienza un saca
y mete de su culo impresionante. Cada pasada, cada roce le robaba
fuerzas. Pero se congela, parpadeando, la cara bañada con mil
gotitas de agua.
¿Qué
estaba haciendo? ¡Se estaba metiendo los dedos por el culo!
Horrorizado intenta sacarlos, pero retirarlos le produce tal oleada
salvaje de lujuria y excitación que no puede contener otro gemido,
uno sorprendido pero también maravillado. No, detente, se gritaba,
pero vuelve a clavarlos, agitando las puntas, sintiéndolo otra vez,
tal carga de adrenalina que le parecía que su corazón estallaría.
Alza el rostro y grita de lujuria, toda su piel erizada y excitada al
sacar y meter sus dedos. El tolete le abulta, se le llena, se para en
toda su grandeza, goteante.
No
quiere pensar, no puede cuestionarse, no ahora que su culo, que
meterle los dedos estaba provocándole tal calentura y placer, algo
nunca antes experimentado. Sin detenerse saca y mete sus dedos
apoyando ahora media cara de la baldosa, ojos cerrados, sus nalgas
alzadas y echándose muy atrás. Lo siente, con la punta de los dedos
cree notar algo, una cosita, una pepa, e imagina que es el
supositorio, y lo sigue, quiere atraparlo, y para hacerlo clava
profundamente esos dedos, el puño contra sus nalgas, agitándolos de
manera activa, lo que provoca nuevas oleadas de placer.
Joder,
no alcanza, para eso necesitaría los dedos de Linares, su socio de
trabajo, el tipo grande de dedos enormes. Sus dedos si llegarían si
se los metiera, si estuviera allí, a su lado, con su traje y
corbata, con una sonrisa sardónica en los labios, sacándole y
metiéndole dos de sus dedos largos y negros, de nudillos gruesos.
Esos dedos irían y vendrían, adentro y afuera, mientras le decía
que lo tenía rico, que su culo era capaz de secarle el güevos y…
-Ohhh…
-se corre abundantemente otra vez, el chorro pegando de las baldosas,
quedando mareado y débil de tanto placer alcanzado. Sacándose los
dedos, jadeando, cara contra la pared, deja que el agua lo bañe y le
limpie. No quiere pensar en lo ocurrido, porque era terrible… y
porque había sido un intenso y maravilloso orgasmo. Cosas que no
podía compaginar.
Sale,
se seca, se coloca otro bóxer ajustado y sexy, llegando a la cocina.
Tiene hambre, mucha. Fríe carne, calienta puré de papás, también
pan y bebe mucho jugo. Todo le sabe delicioso, siente un hambre
canina. Cae frente a la computadora, su culo dándole un aviso, busca
y nada de Fuckuyama. Va al porno, tiene mucha… pero ni le interesa
ni se excita. Y no se arriesga a buscar… otras cosas.
Va
a su cama e intenta escapar de sus ideas, de su vida. Algo no estaba
bien, lo sabe. Se rasca las bolas, se soba el güevo y nada, aunque
lo presentía. Todo giraba, al parecer, alrededor de su culo. La
mirada cae casualmente, o eso quiere creer, sobre su mesita de noche.
La respiración se le espesa, el pecho recio y joven sube y baja con
esfuerzo. Traga en seco y desvía los ojos. No puede mantenerse,
regresa la vista a la mesita. A su largo desodorante de bolita, con
su forma cilíndrica y su punta de goma enroscada, roma. Lo mira y
mira, fascinado, erizado, sintiendo una intensa, desesperante y
demandante piquiña en su culo. Le pica de una manera intensa,
bárbara. Cierra los ojos pero en su mente ve el desodorante y el
picor se incrementa. Casi maldiciéndose mete una mano dentro del
bóxer, pasando sobre su tolete y bolas, acariciándose la peluda
raja y pliegues que van a su culo; lo rosa, protuberante, titilante.
Siente como los labios del esfínter se estremecen, y aún más al
roce, abriéndose en boquita.
Temblando
de miedo, de verdadero pavor, sabe lo que quiere. Que lo estimule,
que le meta el dedo. No, no, intenta resistirse, pero el dedo se
entierra, dos de las falanges, y un volcán erupciona en su cerebro.
Grita ahogado y ronco cuando luces blancas estallan frente a sus
ojos. Siente tal calambrazo de lujuria que arquea la espalda y la
separa de la cama. Mete y saca el dedo, pero no es suficiente. Ya no,
mete dos, dos de sus dedos se introducen en sus entrañas, y aunque
es un poco mejor, tampoco era la respuesta. Casi pateando sale del
bóxer y toma el bote de desodorante, rabioso por lo que hace, pero
incapaz de contenerse. Apoya los pies en la cama, con una mano se
hala bolas y güevo y pega la roma aunque biselada tapa blanca de su
culo. Sabe que lo que haces es una locura, es entrar en otro terreno,
uno del que nunca ha sentido ganas de saber. Ni quería. Roza la tapa
contra la raja, de su esfínter, y este parece alargar los labios
para atraparla.
Tiembla
al comprender… su culo quería ser consolado.
Sabiendo
que no puede retrasar más el momento, empuja la tapa del desodorante
contra su esfínter. Esperando el dolor de la invasión a su anillo,
iba a “romperse” el culo, pero no llega. Este entra, frotando,
pero sin molestar. La irregular superficie va rozando todo su camino
mientras entra y el joven y guapo hombre lanza otro gemido, ojos
cerrados, bañado en transpiración, su pecho subiendo y bajando. Lo
siente, sus entrañas amasándolo, apretándolo.
Lo
retira unos centímetros y grita otra vez, se sentía tan bien a la
salida como a la entrada; está ardiendo literalmente y con la mente
nublada. Sólo hay algo que quiere. Comienza un saca y mete
frenético, cogiéndose, y grita alzando la espalda de la cama. Las
poderosas sensaciones que lo recorren son increíbles. Sabe que está
mal, que no debería, pero no puede contenerse. Aferrando la base del
desodorante (no quiere que nada más se le vaya por el culo en un
momento de descuido), lo saca y mete, los pies sobre la cama, sus
caderas alzadas, comenzando un movimiento natural de la especie al
copular, lleva su pelvis, y en este caso su culo, de adelante atrás,
cogiéndose profundamente.
Y
su mente divaga, ojos cerrados, boca abierta, los labios sonrosados y
húmedos; lanza gemidos mientras empuja el objeto en su entrañas,
rotándolo para sentirlo mejor en todas partes. Esa vaina con su
figura extraña se sentía bien; era eso, el placer anal del que
muchos hablaban, ¿verdad?, nada de mariconerías, intenta
racionalizar. A pesar de que gime y grita de forma entregada, con el
tolete muy erecto sobre su panza, goteando, y su culo agitándose, de
adelante atrás en busca del pote. ¿Cómo se sentiría un güevo? La
idea llega de pronto, paralizándole, haciéndole bajar la espalda y
las caderas, asustado, pero su culo arde de manera intensa, pica y
parece cerrarse sobre el objeto halándolo. Alarmado lo retira unos
cinco centímetros, lo cual es su perdición, tiene que reiniciar el
saca y mete, agitando el atractivo rostro contra las almohadas, una
sonrisa boba en su rostro, algo de baba fuera de su boca.
Una
verga grande y gruesa, sin caras, agitándose entre unas musculosas
piernas de chico, es en lo único en lo que puede pensar. El güevo
tieso y nervudo de un hombre que pronto se enterraría en un redondo
y casi virgen culo musculoso. A ese orificio blanco se acerca ese
glande oscuro, goteante, lanzando oleadas de calor y olores.
Rozándole, su culo, porque sabe que es su culo, se abre como una
boquita formando una perfecta “o”, siendo acariciado. Penetrado.
Una vaina gruesa y pulsante, nervuda y caliente, cada vena quemando
contra las paredes de su recto. Y se asusta, porque cae casi
desmayado, metiéndose y sacándose el desodorante ese, pero ya no lo
era. Era alguien con él, era un güevo abriendo, llenando y cogiendo
su culo. Uno güevo enorme que le hacía gritar más y más, más
caliente y necesitado. Por un segundo se le cansa la mano y deja caer
sus caderas sobre la cama, soltando el desodorante, las piernas
flexionadas y abierta. Y grita, porque su culo casi amasa y muele ese
pote. Por Dios, debía estar pasándole algo muy malo, se dice
alarmado, casi alzando la cabeza para mirarse abajo, buscándose en
el espejo. Si, el pote sale y entra unos dos centímetros, activado
por sus entrañas. Quiere retirarlo, lo hace, esos dos centímetros,
pero la sensación es tal que… lo empuja. Y comete otro error.
-Ahhh…
-grita a todo pulmón.
La
punta roma chocó de algo, y al hacerlo la reverberación que lo
siguió, parecido a una campana, llenó cada centímetro de sus
entrañas. Saca el pote y lo clava, repitiéndose aquello,
desquiciándole más. Lo saca y lo mete buscándolo, imagina que el
supositorio que quemaba, pulsaba. Cada roce era una caricia erótica
imposiblemente caliente, satisfactoria y excitante. Lo saca y lo mete
hasta que estalla en un orgasmo con menos leche, pero igual de
poderoso que los anteriores. Jadea cansado, los ojos cerrándosele.
La mano cae, el pote también. Sonríe mientras se duerme.
Al
otro día despierta nuevamente tarde, totalmente alerta y despejado,
descansado. Ve hacia la ventana, está claro. Durmió de un tirón.
Se sienta y mira el pote de desodorante, enrojeciendo feamente. Dios,
¿qué estaba pasando? Preocupado, aunque también muy hambriento, se
pone de pie. Tal vez si deba hablar con un médico. Ir a… Se
congela. Se mira frente al espejo y parpadea. No, no lo imagina. Sus
hombros parecen más anchos, más separados de su cuello, la “v”
de su torso es más pronunciada. Sus pectorales son globos de
masculina carne dura. Se lleva una mano y siente el bulto del bíceps,
enorme. ¡Parecía más musculoso! Sus muslos y piernas así se lo
indicaban. Casi temiendo se vuelve, si, su trasero se ve más grande
también, alzado; se da una palmada y la siente firme. Pero la
nalgada le provoca ciertas… cosquillas en su raja. Temiendo lleva
una mano y acaricia la entrada de su culo, frunciendo el ceño. Se
vuelve como puede y se lo revisa al espejo. Si, los labios del culo
se ven hinchados, menos arrugados, rosadito… y con menos pelos.
Casi se lleva la mano para tocárselo, sintiendo un espasmo en este,
de anticipación.
Asustado
la aleja. Se coloca el bóxer pero a duras penas le cubre el trasero,
¡algo le hizo ese supositorio de mierda! Va a la cocina y enciende
la cafetera, saca algunas ollas de la nevera, siente un hambre feroz,
una que ni la preocupación le quita. Mira la computadora. Iba a
arrojarse sobre la silla pero finalmente lo hace con cuidado.
Enciende, busca y el espacio se enciende frente a sus ojos, mil
ofertas de ventas, artículos para hombres, desde pantalones y
portafolios a cinturones. Y juguetes sexuales para incrementar la
vida sexual, así rezaba un anuncio escandaloso, enfocando finalmente
un largo y grueso consolador negro. Tragando en seco intenta no
mirar.
Al
fin, piensa y lee: Bienvenido a Fuckuyama.
Por
un segundo traga en seco, aprensivamente, entrando en los foros de
Atención al Cliente, exponiendo el caso del supositorio calmante,
comenzando por eso, que no tenía idea que se trataba de un
supositorio, y cayendo en posibles efectos secundarios del producto.
Cuesta, pero la joven y despejada frente se frunce un poco cuando le
aclaran que el aviso venía en la caja, hay un acercamiento y se lee.
Rabioso, ¡cómo timaban a la gente!, busca la caja… encontrando la
microscópica advertencia. Frustrado regresa para saber de efectos
adversos o secundarios. Hay páginas y páginas hablando maravillas
del producto, de su naturaleza biodegradable que la hacía óptima al
no generar riesgo, lo cual también era una trampa ya que la gente se
veía obligada a comprar más de uno. Lee los comentarios de clientes
agradecidos, casi llorosos en alabanzas. Bota aire ruidosamente.
Siente la presión del bóxer contra sus caderas y trasero, sabe que
se le ve la raja de la alcancía, tal vez por eso se detiene en un
aviso de ropa interior, flexible, ajustable para cualquier talla.
Eran prendas bóxers cortas, de colores claros elegantes. Uno de los
modelos muestra su trasero en uno y se ve impresionante, reconoce con
la garganta seca. ¡Qué tamaño de culo!
Y
el muy imbécil hace un pedido. Tres calzoncillos por una cantidad
increíble de dinero que le deja prácticamente en la ruina. Bien,
después de todo necesita ropa interior nueva, ¿verdad? Toma mucho
café, se dedica unos segundos a sus ejercicios, come en abundancia,
mucho, y va al cuarto de baño. Ocupado de todos sus asuntos, se
aplica una rápida ducha, sin muchos toques. Se envuelve en una
toalla, que ahora parecía cubrir menos. Desde su altura mira sus
muslos llenos, musculosos, atléticos. En el dormitorio se despoja de
ella, mientras busca uno de sus calzoncillos más grandes, pero su
mirada queda atrapada en su cuerpo en el espejo. Se ve tan fuerte,
tan lleno de músculos que siente un calorcito extraño. Flexiona los
brazos y sonríe complacido. Se viste, el pantalón le ajusta en el
trasero, la camisa en los hombros. Sale, con el saco al hombro, y
saca pecho, sonriendo cuando nota las miradas de las vecinas, casi
acaloradas a su paso. Se medio vuelve y pilla a uno de los vecinos,
junto a su mujer, que le tiene la vista clavada en el culo. ¡Joder!
En
la moto se dirige a la quinta, y el trayecto sobre el asiento le
provoca reverberancias en el culo, es tan consciente de eso como de
que se ha endurecido un poco bajo la bragueta. Así llega a la
vivienda, se cierra el saco pero cree que algunos han notado sus
apuros.
-Coño,
Contreras, cada día parece más grande. –comenta Linares,
recorriéndolo con la mirada.- Cuidado y se te encoge el güevo.
–ríe, igual otros dos de los guardaespaldas presentes, que también
le miraban como demasiado. Y al recordar las cosas que había pensado
de él, se sonroja.
-Vete
a joder al coño de tu madre. -le responde cómo se responde a todo
en este país.
Fue
un mal comienzo de jornada, porque era consciente de lo ajustado del
pantalón, camisa y saco. Más tarde le llama Marina, su ex, quien
aunque vive con otro carajo le exige quincenalmente la pensión para
Jacintico… una que se retrasa de vez en cuando. Discuten por eso,
habla de sus muchos gastos y ella le grita que no quiere saber qué
máquina nueva compró para ejercitarse, que deposite o se verán en
los tribunales. Frustrado, y rojo de cara, miró la pantalla del
teléfono. Y justo ahora que había gastado más de la cuenta en los
benditos bóxers.
El
día se le hizo largo porque no pudo, en ningún momento, ejercitarse
un poco en el cuarto acondicionado que el señorito de la casa había
instalado. No con la ropa a punto de rasgársele sobre el cuerpo.
Aunque le gustaban los comentarios sobre su cuerpo que las chicas de
la cocina le lanzaron entre risitas tontas, no le agradaron las
chanzas a la hora del almuerzo.
-Joder,
Contreras, deja algo para los perros. –exclamó el Indio, un tipo
que comía bastante.
Eso
casi le quitó el hambre. Casi. En horas de la tarde, en su moto,
acalorado y con el trasero inquieto, vuelve a su apartamento. No
siente ganas de nada como no sea regresar y quitarse todo. Sube en el
ascensor, agradecido de que funciona, y nada más entrar a su piso se
quita el saco, la corbata, la camisa y la camiseta, lanzando un
suspiro de alivio. No puede evitar tocarse el duro y firme abdomen y
subir, acariciándose aunque sólo intentaba evaluarse. Llaman a la
puerta, desconcertándole. Sin pudor, con ese cuerpo no debía, abre.
-¿Si?
–frente a él se encuentra un carajo desagradable, treintón y
alto, algo obeso, de ensortijado cabello grasiento bajo una gorra, la
cara barbuda, unos anteojos gruesos completan la vaina; lleva una
camisa manga larga ajada, fuera del pantalón en buena parte de la
voluminosa cintura. Arruga la cara sin disimulo, aquel sujeto olía a
sudor, no a violín, sino a transpiración, como si hubiera estado
bañado en él, se hubiera secado y sudado otra vez.
-Su
pedido de Fuckuyama. –informa levantando un paquete realmente
chico. Sorprendiéndole.
-¿Tan
pronto? Vaya. –sonríe y lo toma, desconcertándose al fin cuando
el sujeto sigue allí, recorriéndole con la mirada, especialmente
las tetillas. Casi se siente tocado… y ultrajado.- ¿Si? Si esperas
propina… -el otro sonríe de forma desagradable.
-No,
esa la tomo yo. La compañía, por quejas recientes, desea que vea y
pruebe el producto, y que me diga si lo acepta. –informa, pasando
al apartamento como si tal cosa, con su fuerte olor. Dispuesto a
cobrar su propina en especias de ese lindo carajo culón.
-Oye,
no puedes entrar así a mi apartamento. –se altera Jacinto. El otro
se encoge de hombros.
-Mientras
más rápido pruebe el producto, señor cliente, más pronto
Fuckuyama y yo dejaremos su casa. –recita algo aprendido.
Es
posible que Jacinto quisiera replicarle, molesto, pero entiende que
lo mejor era darle prisa al mal paso. Tal vez la cláusula de mierda
la habían añadido por su queja, pero la verdad es que ese tipo
necesitaba una buena ducha y un cambio de ropa. No lo quería ahí.
Había en él algo… desagradable. Tal vez el cabello y la barba
descuidada, o lo obeso, como si llevara una vida sedentaria, o ese
algo de rufianesco que brilla en sus ojos tras los gruesos cristales
de los lentes.
-Okay,
espera aquí y no toques nada. Sé exactamente donde tengo cada
vaina. –abre los brazos y advierte con severidad. El otro bufa.
-Ay,
qué mal, no me podré llevar el Picasso ni los otros tesoros.
Imbécil,
piensa el forzudo joven mientras se apresura a su cuarto, terminando
de salir de los zapatos y el pantalón. El bóxer se ve demasiado
ajustado. Se lo quita, demostrando que era un tonto, antes de revisar
la cajita. Que le parecía demasiado pequeña para contener tres
calzoncillos. La abre y parpadea con la boca abierta, toma uno azul
eléctrico, de un tono casi hiriente a la vista, vulgar, y deja caer
el resto sobre la cama.
-¿Qué
mierda es esta? No es lo que pedí. –grita, colérico. ¡Fuckuyama
quería hacérselo otra vez!
-¿No?
–oye desde la sala.
-No,
esto no es un bóxer, esta mariconería es… es… -se atraganta de
indignación. Es una diminuta prenda, evidentemente masculina, pero
no algo que él usaría. Es un hilo dental chico. Muy chico. Dios, ni
siquiera cabría en esa mierda, se dice con el corazón palpitándole
con fuerza, los ojos clavados en la delgada tira que conforma el
“trasero” de la prenda.
-¿No
pidió eso? Muchos fortachones… -oye al sujeto en la sala.
-No
fue lo que pedí –trina de rabia.
-Okay,
okay, sin dramas. –todavía tiene las bolas de decirle.-
Pruébeselo, dígame que no lo quiere y me los llevo. Es la regla de
la compañía.
-No
necesito…
-Por
favor, señor, Fuckuyama respeta sus tradiciones, y una de ellas es
el cumplimiento de las reglas. Pruébeselo.
Dios
mío, ¿acaso había cruzado una puerta dimensional cayendo en un
universo paralelo donde la regla era el absurdo? A la mierda, se dice
entrando en la prenda, sintiéndose mortificado, idiota y más
molesto. Le cuesta subirlo por sus muslos, pero la vaina se estira.
Era demasiado chica, se dice, pero aunque ajusta sobre sus caderas,
no aprieta, cubre sus genitales y… En cuanto la suave tela entra en
contacto con su raja, el culo presionado por ella, siente una pequeña
corriente nada desagradable. Era como un suave cosquilleo en el
lóbulo de la oreja, recibido de manos de otra persona. Se mira al
espejo y el aire sale de sus pulmones. Joven, fortachón, alto y
guapo, la diminuta tanga azul eléctrica se le ve del carajo. Eso le
gusta; aunque no quiere, es vanidoso. Se pasa una mano sobre la tela
y no sabe si es esta, pero siente un ligero cosquilleo sobre sus
bolas y güevo. Algo agradable. La tela… bien, parece algo
calentita, cómoda. Y en su trasero… Era como recibir caricias
contra su raja, contra su culo. Traga en seco, mirándose al espejo,
bajando los ojos a la tanga, tocándola, conteniendo un jadeo. Esa
sensación eléctrica era aún más intensa y grata.
-¡Ah!
–se sobresalta medio volviéndose frente al espejo, mirando hacia
su trasero.
¿Qué
coño era aquello? Tiembla un poco, con una mano alzada presta a
meterla en su raja interglútea. Lo siente, sobre su culo, la tela
presiona suave, incitante, rozante, y era como si estuviera
recibiendo las caricias y cosquillas de otros dedos sobre la tela,
estimulándole. Era el sutil toque que una novia podía darle sobre
la polla en medio de una reunión en un momento de descuido de los
demás. De manera imperiosa medio mueve sus pies, menea el trasero y
la sensación se intensifica, esas caricias de dedos fantasmas entre
sus nalgas. Es plenamente consciente de que su culo titila bajo la
tira y que su verga abulta dentro de la tanga.
No
piensa, tan sólo sale del cuarto, agitado, encontrando al tipo junto
a su laptop, el cual se vuelve a mirarle, quedándose con la boca
abierta, recorriéndole con morbo.
-¿Qué
tela es esta? –pregunta ronco, la tanga parecía recibir ahora mil
toques fantasmas por todos lados.- Se siente extraña.
-¿Si?
–pregunta el otro, como dudando.- A ver. –y acercándosele baja
una mano con la palma abierta, metiéndola entre sus piernas y
atrapándole las bolas sobre la prenda, acariciando, rodando el
pulgar… y haciéndole jadear.
CONTINÚA ... 4
Esta historia avanza a pasos agigantados... Para nada es queja jejeje
ResponderBorrarSi, cuando K escribía me enviaba dos páginas y medias por lo que le dije que debían pasar cosas, en esas dos páginas, para mantener el interés con tan poco. Y lo hizo.
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