miércoles, 14 de agosto de 2019

EL PEPAZO... 3

EL PEPAZO                         ... 2
               
   De K.
    La vida de un muchacho cualquiera...
... 
   -Hummm… -se le escapa al mover el dedo adentro y afuera de su redondo anillo, la frente pegada a las baldosas. ¿Cómo le contaría a su cuñado, por muy urólogo que sea, que sintió eso tan raro en un gimnasio? Algo que le horrorizaba y asqueaba pero que lo excitó.- Ahhh… -deja salir, diciéndose que no podía contar esa parte. Pero si lo del supositorio, ¿verdad? Después de todo creyó que era algo medicinal. Con cara roja imagina lo que todos dirían si lo supieran.. Oh, Dios. –exclama casi ronroneando, el dedo, bien metido en su culo, lo flexiona rascando con él su interior.
   Pero debía buscar ayuda, una cosa era que algo se le fuera por el culo y otra no conseguir una erección delante de una mujer abierta que le decía métela aquí. Separa las piernas montando un pie sobre el murito de la cortina de baño, abriendo las nalgas redondas, sacándose el dedo y acompañándolo, acariciándose ese esfínter hinchado con la punta de dos, frotándolo, el capullo abriéndosele dejando entrar ambos, cerrándose hambrientamente sobre ellos, las paredes del recto atrapándolos, chupándolos, halándolos.
   -Hummm… -frente arrugada, mejillas rojas y boca muy abierta, comienza un saca y mete de su culo impresionante. Cada pasada, cada roce le robaba fuerzas. Pero se congela, parpadeando, la cara bañada con mil gotitas de agua.
   ¿Qué estaba haciendo? ¡Se estaba metiendo los dedos por el culo! Horrorizado intenta sacarlos, pero retirarlos le produce tal oleada salvaje de lujuria y excitación que no puede contener otro gemido, uno sorprendido pero también maravillado. No, detente, se gritaba, pero vuelve a clavarlos, agitando las puntas, sintiéndolo otra vez, tal carga de adrenalina que le parecía que su corazón estallaría. Alza el rostro y grita de lujuria, toda su piel erizada y excitada al sacar y meter sus dedos. El tolete le abulta, se le llena, se para en toda su grandeza, goteante.
   No quiere pensar, no puede cuestionarse, no ahora que su culo, que meterle los dedos estaba provocándole tal calentura y placer, algo nunca antes experimentado. Sin detenerse saca y mete sus dedos apoyando ahora media cara de la baldosa, ojos cerrados, sus nalgas alzadas y echándose muy atrás. Lo siente, con la punta de los dedos cree notar algo, una cosita, una pepa, e imagina que es el supositorio, y lo sigue, quiere atraparlo, y para hacerlo clava profundamente esos dedos, el puño contra sus nalgas, agitándolos de manera activa, lo que provoca nuevas oleadas de placer.
   Joder, no alcanza, para eso necesitaría los dedos de Linares, su socio de trabajo, el tipo grande de dedos enormes. Sus dedos si llegarían si se los metiera, si estuviera allí, a su lado, con su traje y corbata, con una sonrisa sardónica en los labios, sacándole y metiéndole dos de sus dedos largos y negros, de nudillos gruesos. Esos dedos irían y vendrían, adentro y afuera, mientras le decía que lo tenía rico, que su culo era capaz de secarle el güevos y…
   -Ohhh… -se corre abundantemente otra vez, el chorro pegando de las baldosas, quedando mareado y débil de tanto placer alcanzado. Sacándose los dedos, jadeando, cara contra la pared, deja que el agua lo bañe y le limpie. No quiere pensar en lo ocurrido, porque era terrible… y porque había sido un intenso y maravilloso orgasmo. Cosas que no podía compaginar.
   Sale, se seca, se coloca otro bóxer ajustado y sexy, llegando a la cocina. Tiene hambre, mucha. Fríe carne, calienta puré de papás, también pan y bebe mucho jugo. Todo le sabe delicioso, siente un hambre canina. Cae frente a la computadora, su culo dándole un aviso, busca y nada de Fuckuyama. Va al porno, tiene mucha… pero ni le interesa ni se excita. Y no se arriesga a buscar… otras cosas.
   Va a su cama e intenta escapar de sus ideas, de su vida. Algo no estaba bien, lo sabe. Se rasca las bolas, se soba el güevo y nada, aunque lo presentía. Todo giraba, al parecer, alrededor de su culo. La mirada cae casualmente, o eso quiere creer, sobre su mesita de noche. La respiración se le espesa, el pecho recio y joven sube y baja con esfuerzo. Traga en seco y desvía los ojos. No puede mantenerse, regresa la vista a la mesita. A su largo desodorante de bolita, con su forma cilíndrica y su punta de goma enroscada, roma. Lo mira y mira, fascinado, erizado, sintiendo una intensa, desesperante y demandante piquiña en su culo. Le pica de una manera intensa, bárbara. Cierra los ojos pero en su mente ve el desodorante y el picor se incrementa. Casi maldiciéndose mete una mano dentro del bóxer, pasando sobre su tolete y bolas, acariciándose la peluda raja y pliegues que van a su culo; lo rosa, protuberante, titilante. Siente como los labios del esfínter se estremecen, y aún más al roce, abriéndose en boquita.
   Temblando de miedo, de verdadero pavor, sabe lo que quiere. Que lo estimule, que le meta el dedo. No, no, intenta resistirse, pero el dedo se entierra, dos de las falanges, y un volcán erupciona en su cerebro. Grita ahogado y ronco cuando luces blancas estallan frente a sus ojos. Siente tal calambrazo de lujuria que arquea la espalda y la separa de la cama. Mete y saca el dedo, pero no es suficiente. Ya no, mete dos, dos de sus dedos se introducen en sus entrañas, y aunque es un poco mejor, tampoco era la respuesta. Casi pateando sale del bóxer y toma el bote de desodorante, rabioso por lo que hace, pero incapaz de contenerse. Apoya los pies en la cama, con una mano se hala bolas y güevo y pega la roma aunque biselada tapa blanca de su culo. Sabe que lo que haces es una locura, es entrar en otro terreno, uno del que nunca ha sentido ganas de saber. Ni quería. Roza la tapa contra la raja, de su esfínter, y este parece alargar los labios para atraparla.
   Tiembla al comprender… su culo quería ser consolado.
   Sabiendo que no puede retrasar más el momento, empuja la tapa del desodorante contra su esfínter. Esperando el dolor de la invasión a su anillo, iba a “romperse” el culo, pero no llega. Este entra, frotando, pero sin molestar. La irregular superficie va rozando todo su camino mientras entra y el joven y guapo hombre lanza otro gemido, ojos cerrados, bañado en transpiración, su pecho subiendo y bajando. Lo siente, sus entrañas amasándolo, apretándolo.
   Lo retira unos centímetros y grita otra vez, se sentía tan bien a la salida como a la entrada; está ardiendo literalmente y con la mente nublada. Sólo hay algo que quiere. Comienza un saca y mete frenético, cogiéndose, y grita alzando la espalda de la cama. Las poderosas sensaciones que lo recorren son increíbles. Sabe que está mal, que no debería, pero no puede contenerse. Aferrando la base del desodorante (no quiere que nada más se le vaya por el culo en un momento de descuido), lo saca y mete, los pies sobre la cama, sus caderas alzadas, comenzando un movimiento natural de la especie al copular, lleva su pelvis, y en este caso su culo, de adelante atrás, cogiéndose profundamente.
   Y su mente divaga, ojos cerrados, boca abierta, los labios sonrosados y húmedos; lanza gemidos mientras empuja el objeto en su entrañas, rotándolo para sentirlo mejor en todas partes. Esa vaina con su figura extraña se sentía bien; era eso, el placer anal del que muchos hablaban, ¿verdad?, nada de mariconerías, intenta racionalizar. A pesar de que gime y grita de forma entregada, con el tolete muy erecto sobre su panza, goteando, y su culo agitándose, de adelante atrás en busca del pote. ¿Cómo se sentiría un güevo? La idea llega de pronto, paralizándole, haciéndole bajar la espalda y las caderas, asustado, pero su culo arde de manera intensa, pica y parece cerrarse sobre el objeto halándolo. Alarmado lo retira unos cinco centímetros, lo cual es su perdición, tiene que reiniciar el saca y mete, agitando el atractivo rostro contra las almohadas, una sonrisa boba en su rostro, algo de baba fuera de su boca.
   Una verga grande y gruesa, sin caras, agitándose entre unas musculosas piernas de chico, es en lo único en lo que puede pensar. El güevo tieso y nervudo de un hombre que pronto se enterraría en un redondo y casi virgen culo musculoso. A ese orificio blanco se acerca ese glande oscuro, goteante, lanzando oleadas de calor y olores. Rozándole, su culo, porque sabe que es su culo, se abre como una boquita formando una perfecta “o”, siendo acariciado. Penetrado. Una vaina gruesa y pulsante, nervuda y caliente, cada vena quemando contra las paredes de su recto. Y se asusta, porque cae casi desmayado, metiéndose y sacándose el desodorante ese, pero ya no lo era. Era alguien con él, era un güevo abriendo, llenando y cogiendo su culo. Uno güevo enorme que le hacía gritar más y más, más caliente y necesitado. Por un segundo se le cansa la mano y deja caer sus caderas sobre la cama, soltando el desodorante, las piernas flexionadas y abierta. Y grita, porque su culo casi amasa y muele ese pote. Por Dios, debía estar pasándole algo muy malo, se dice alarmado, casi alzando la cabeza para mirarse abajo, buscándose en el espejo. Si, el pote sale y entra unos dos centímetros, activado por sus entrañas. Quiere retirarlo, lo hace, esos dos centímetros, pero la sensación es tal que… lo empuja. Y comete otro error.
   -Ahhh… -grita a todo pulmón.
   La punta roma chocó de algo, y al hacerlo la reverberación que lo siguió, parecido a una campana, llenó cada centímetro de sus entrañas. Saca el pote y lo clava, repitiéndose aquello, desquiciándole más. Lo saca y lo mete buscándolo, imagina que el supositorio que quemaba, pulsaba. Cada roce era una caricia erótica imposiblemente caliente, satisfactoria y excitante. Lo saca y lo mete hasta que estalla en un orgasmo con menos leche, pero igual de poderoso que los anteriores. Jadea cansado, los ojos cerrándosele. La mano cae, el pote también. Sonríe mientras se duerme.
   Al otro día despierta nuevamente tarde, totalmente alerta y despejado, descansado. Ve hacia la ventana, está claro. Durmió de un tirón. Se sienta y mira el pote de desodorante, enrojeciendo feamente. Dios, ¿qué estaba pasando? Preocupado, aunque también muy hambriento, se pone de pie. Tal vez si deba hablar con un médico. Ir a… Se congela. Se mira frente al espejo y parpadea. No, no lo imagina. Sus hombros parecen más anchos, más separados de su cuello, la “v” de su torso es más pronunciada. Sus pectorales son globos de masculina carne dura. Se lleva una mano y siente el bulto del bíceps, enorme. ¡Parecía más musculoso! Sus muslos y piernas así se lo indicaban. Casi temiendo se vuelve, si, su trasero se ve más grande también, alzado; se da una palmada y la siente firme. Pero la nalgada le provoca ciertas… cosquillas en su raja. Temiendo lleva una mano y acaricia la entrada de su culo, frunciendo el ceño. Se vuelve como puede y se lo revisa al espejo. Si, los labios del culo se ven hinchados, menos arrugados, rosadito… y con menos pelos. Casi se lleva la mano para tocárselo, sintiendo un espasmo en este, de anticipación.
   Asustado la aleja. Se coloca el bóxer pero a duras penas le cubre el trasero, ¡algo le hizo ese supositorio de mierda! Va a la cocina y enciende la cafetera, saca algunas ollas de la nevera, siente un hambre feroz, una que ni la preocupación le quita. Mira la computadora. Iba a arrojarse sobre la silla pero finalmente lo hace con cuidado. Enciende, busca y el espacio se enciende frente a sus ojos, mil ofertas de ventas, artículos para hombres, desde pantalones y portafolios a cinturones. Y juguetes sexuales para incrementar la vida sexual, así rezaba un anuncio escandaloso, enfocando finalmente un largo y grueso consolador negro. Tragando en seco intenta no mirar.
   Al fin, piensa y lee: Bienvenido a Fuckuyama.
   Por un segundo traga en seco, aprensivamente, entrando en los foros de Atención al Cliente, exponiendo el caso del supositorio calmante, comenzando por eso, que no tenía idea que se trataba de un supositorio, y cayendo en posibles efectos secundarios del producto. Cuesta, pero la joven y despejada frente se frunce un poco cuando le aclaran que el aviso venía en la caja, hay un acercamiento y se lee. Rabioso, ¡cómo timaban a la gente!, busca la caja… encontrando la microscópica advertencia. Frustrado regresa para saber de efectos adversos o secundarios. Hay páginas y páginas hablando maravillas del producto, de su naturaleza biodegradable que la hacía óptima al no generar riesgo, lo cual también era una trampa ya que la gente se veía obligada a comprar más de uno. Lee los comentarios de clientes agradecidos, casi llorosos en alabanzas. Bota aire ruidosamente. Siente la presión del bóxer contra sus caderas y trasero, sabe que se le ve la raja de la alcancía, tal vez por eso se detiene en un aviso de ropa interior, flexible, ajustable para cualquier talla. Eran prendas bóxers cortas, de colores claros elegantes. Uno de los modelos muestra su trasero en uno y se ve impresionante, reconoce con la garganta seca. ¡Qué tamaño de culo!
   Y el muy imbécil hace un pedido. Tres calzoncillos por una cantidad increíble de dinero que le deja prácticamente en la ruina. Bien, después de todo necesita ropa interior nueva, ¿verdad? Toma mucho café, se dedica unos segundos a sus ejercicios, come en abundancia, mucho, y va al cuarto de baño. Ocupado de todos sus asuntos, se aplica una rápida ducha, sin muchos toques. Se envuelve en una toalla, que ahora parecía cubrir menos. Desde su altura mira sus muslos llenos, musculosos, atléticos. En el dormitorio se despoja de ella, mientras busca uno de sus calzoncillos más grandes, pero su mirada queda atrapada en su cuerpo en el espejo. Se ve tan fuerte, tan lleno de músculos que siente un calorcito extraño. Flexiona los brazos y sonríe complacido. Se viste, el pantalón le ajusta en el trasero, la camisa en los hombros. Sale, con el saco al hombro, y saca pecho, sonriendo cuando nota las miradas de las vecinas, casi acaloradas a su paso. Se medio vuelve y pilla a uno de los vecinos, junto a su mujer, que le tiene la vista clavada en el culo. ¡Joder!
   En la moto se dirige a la quinta, y el trayecto sobre el asiento le provoca reverberancias en el culo, es tan consciente de eso como de que se ha endurecido un poco bajo la bragueta. Así llega a la vivienda, se cierra el saco pero cree que algunos han notado sus apuros.
   -Coño, Contreras, cada día parece más grande. –comenta Linares, recorriéndolo con la mirada.- Cuidado y se te encoge el güevo. –ríe, igual otros dos de los guardaespaldas presentes, que también le miraban como demasiado. Y al recordar las cosas que había pensado de él, se sonroja.
   -Vete a joder al coño de tu madre. -le responde cómo se responde a todo en este país.
   Fue un mal comienzo de jornada, porque era consciente de lo ajustado del pantalón, camisa y saco. Más tarde le llama Marina, su ex, quien aunque vive con otro carajo le exige quincenalmente la pensión para Jacintico… una que se retrasa de vez en cuando. Discuten por eso, habla de sus muchos gastos y ella le grita que no quiere saber qué máquina nueva compró para ejercitarse, que deposite o se verán en los tribunales. Frustrado, y rojo de cara, miró la pantalla del teléfono. Y justo ahora que había gastado más de la cuenta en los benditos bóxers.
   El día se le hizo largo porque no pudo, en ningún momento, ejercitarse un poco en el cuarto acondicionado que el señorito de la casa había instalado. No con la ropa a punto de rasgársele sobre el cuerpo. Aunque le gustaban los comentarios sobre su cuerpo que las chicas de la cocina le lanzaron entre risitas tontas, no le agradaron las chanzas a la hora del almuerzo.
   -Joder, Contreras, deja algo para los perros. –exclamó el Indio, un tipo que comía bastante.
   Eso casi le quitó el hambre. Casi. En horas de la tarde, en su moto, acalorado y con el trasero inquieto, vuelve a su apartamento. No siente ganas de nada como no sea regresar y quitarse todo. Sube en el ascensor, agradecido de que funciona, y nada más entrar a su piso se quita el saco, la corbata, la camisa y la camiseta, lanzando un suspiro de alivio. No puede evitar tocarse el duro y firme abdomen y subir, acariciándose aunque sólo intentaba evaluarse. Llaman a la puerta, desconcertándole. Sin pudor, con ese cuerpo no debía, abre.
   -¿Si? –frente a él se encuentra un carajo desagradable, treintón y alto, algo obeso, de ensortijado cabello grasiento bajo una gorra, la cara barbuda, unos anteojos gruesos completan la vaina; lleva una camisa manga larga ajada, fuera del pantalón en buena parte de la voluminosa cintura. Arruga la cara sin disimulo, aquel sujeto olía a sudor, no a violín, sino a transpiración, como si hubiera estado bañado en él, se hubiera secado y sudado otra vez.
   -Su pedido de Fuckuyama. –informa levantando un paquete realmente chico. Sorprendiéndole.
   -¿Tan pronto? Vaya. –sonríe y lo toma, desconcertándose al fin cuando el sujeto sigue allí, recorriéndole con la mirada, especialmente las tetillas. Casi se siente tocado… y ultrajado.- ¿Si? Si esperas propina… -el otro sonríe de forma desagradable.
   -No, esa la tomo yo. La compañía, por quejas recientes, desea que vea y pruebe el producto, y que me diga si lo acepta. –informa, pasando al apartamento como si tal cosa, con su fuerte olor. Dispuesto a cobrar su propina en especias de ese lindo carajo culón.
   -Oye, no puedes entrar así a mi apartamento. –se altera Jacinto. El otro se encoge de hombros.
   -Mientras más rápido pruebe el producto, señor cliente, más pronto Fuckuyama y yo dejaremos su casa. –recita algo aprendido.
   Es posible que Jacinto quisiera replicarle, molesto, pero entiende que lo mejor era darle prisa al mal paso. Tal vez la cláusula de mierda la habían añadido por su queja, pero la verdad es que ese tipo necesitaba una buena ducha y un cambio de ropa. No lo quería ahí. Había en él algo… desagradable. Tal vez el cabello y la barba descuidada, o lo obeso, como si llevara una vida sedentaria, o ese algo de rufianesco que brilla en sus ojos tras los gruesos cristales de los lentes.
   -Okay, espera aquí y no toques nada. Sé exactamente donde tengo cada vaina. –abre los brazos y advierte con severidad. El otro bufa.
   -Ay, qué mal, no me podré llevar el Picasso ni los otros tesoros.
   Imbécil, piensa el forzudo joven mientras se apresura a su cuarto, terminando de salir de los zapatos y el pantalón. El bóxer se ve demasiado ajustado. Se lo quita, demostrando que era un tonto, antes de revisar la cajita. Que le parecía demasiado pequeña para contener tres calzoncillos. La abre y parpadea con la boca abierta, toma uno azul eléctrico, de un tono casi hiriente a la vista, vulgar, y deja caer el resto sobre la cama.
   -¿Qué mierda es esta? No es lo que pedí. –grita, colérico. ¡Fuckuyama quería hacérselo otra vez!
   -¿No? –oye desde la sala.
   -No, esto no es un bóxer, esta mariconería es… es… -se atraganta de indignación. Es una diminuta prenda, evidentemente masculina, pero no algo que él usaría. Es un hilo dental chico. Muy chico. Dios, ni siquiera cabría en esa mierda, se dice con el corazón palpitándole con fuerza, los ojos clavados en la delgada tira que conforma el “trasero” de la prenda.
   -¿No pidió eso? Muchos fortachones… -oye al sujeto en la sala.
   -No fue lo que pedí –trina de rabia.
   -Okay, okay, sin dramas. –todavía tiene las bolas de decirle.- Pruébeselo, dígame que no lo quiere y me los llevo. Es la regla de la compañía.
   -No necesito…
   -Por favor, señor, Fuckuyama respeta sus tradiciones, y una de ellas es el cumplimiento de las reglas. Pruébeselo.
   Dios mío, ¿acaso había cruzado una puerta dimensional cayendo en un universo paralelo donde la regla era el absurdo? A la mierda, se dice entrando en la prenda, sintiéndose mortificado, idiota y más molesto. Le cuesta subirlo por sus muslos, pero la vaina se estira. Era demasiado chica, se dice, pero aunque ajusta sobre sus caderas, no aprieta, cubre sus genitales y… En cuanto la suave tela entra en contacto con su raja, el culo presionado por ella, siente una pequeña corriente nada desagradable. Era como un suave cosquilleo en el lóbulo de la oreja, recibido de manos de otra persona. Se mira al espejo y el aire sale de sus pulmones. Joven, fortachón, alto y guapo, la diminuta tanga azul eléctrica se le ve del carajo. Eso le gusta; aunque no quiere, es vanidoso. Se pasa una mano sobre la tela y no sabe si es esta, pero siente un ligero cosquilleo sobre sus bolas y güevo. Algo agradable. La tela… bien, parece algo calentita, cómoda. Y en su trasero… Era como recibir caricias contra su raja, contra su culo. Traga en seco, mirándose al espejo, bajando los ojos a la tanga, tocándola, conteniendo un jadeo. Esa sensación eléctrica era aún más intensa y grata.
   -¡Ah! –se sobresalta medio volviéndose frente al espejo, mirando hacia su trasero.
   ¿Qué coño era aquello? Tiembla un poco, con una mano alzada presta a meterla en su raja interglútea. Lo siente, sobre su culo, la tela presiona suave, incitante, rozante, y era como si estuviera recibiendo las caricias y cosquillas de otros dedos sobre la tela, estimulándole. Era el sutil toque que una novia podía darle sobre la polla en medio de una reunión en un momento de descuido de los demás. De manera imperiosa medio mueve sus pies, menea el trasero y la sensación se intensifica, esas caricias de dedos fantasmas entre sus nalgas. Es plenamente consciente de que su culo titila bajo la tira y que su verga abulta dentro de la tanga.
   No piensa, tan sólo sale del cuarto, agitado, encontrando al tipo junto a su laptop, el cual se vuelve a mirarle, quedándose con la boca abierta, recorriéndole con morbo.
   -¿Qué tela es esta? –pregunta ronco, la tanga parecía recibir ahora mil toques fantasmas por todos lados.- Se siente extraña.
   -¿Si? –pregunta el otro, como dudando.- A ver. –y acercándosele baja una mano con la palma abierta, metiéndola entre sus piernas y atrapándole las bolas sobre la prenda, acariciando, rodando el pulgar… y haciéndole jadear.
CONTINÚA ... 4

2 comentarios:

  1. Esta historia avanza a pasos agigantados... Para nada es queja jejeje

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    Respuestas
    1. Si, cuando K escribía me enviaba dos páginas y medias por lo que le dije que debían pasar cosas, en esas dos páginas, para mantener el interés con tan poco. Y lo hizo.

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