
Hay
papis que...
...
El
joven y fornido médico ríe al escucharle gritar, admitiéndolo al
fin, que lo penetre así, como a una puta.
-Como
quieras, vieja zorra. -le gruñe juguetón y riente, afincando los
dedos en su cintura, Gregg pelando los ojos, e incrementando aún más
la frecuencia de las embestidas, unas dadas con toda fuerza, casi
derribándole sobre la mesa y agitando esta, que chilla. Como hace él
mismo, aunque casi silenciado por los secos paff, paff, paff de piel
contra piel.
-¡Ahhh!
-Gregg no puede contenerse y alza nuevamente el rostro, cerrando los
ojos, sonriendo de manera mórbida, feliz, nadando en hormonas
sexuales; su culo es una sopa que necesita de carne, mucha carne
caliente y dura. Cada metida y sacada, cada recorrido del gordo
instrumento en sus entrañas era la dicha, cada golpe de la tranca a
su próstata era una fiesta. Y grita y grita, gimiendo de puro gozo,
sonriendo de manera abierta.- Oh, si, si, cógeme, cógeme...
-Llámame
con su nombre; llámame como has soñado haber tenido el valor de
hacer una vez, marica. -le ruge entre dientes, soltándole la cadera
derecha y atrapándole el cuello, bajo el corte del cabello, con
firmeza y control. Era, indudablemente, un hombre follando a un
marica que ardía y se derretía bajo sus embestidas varoniles.
-Cógeme,
Eric, Cógeme... -el maestro abre los ojos, frente fruncida, perdido
en sus recuerdos, en las mil sensaciones. Los golpes de esa pelvis
eran tan eléctricos como los que esas bolas le daban cuando la
tranca se le clavaba hondo. Volvía a estar en ese cuarto dormitorio
universitario, junto al rubio atleta al que masturbaba. La risa del
médico le eriza, se siente sucio, putito, sexy y caliente, y sonríe
abiertamente, con una mueca lujuriosa.
-Imagínate
toda la verga que pudo darte cada noche; cada noche enculándote así,
y así, haciéndote gritar y pedir más, que nunca parara, mientras
mordisqueabas sus suspensorios transpirados en tu cama de estudiante.
-le dice, y Gregg suelta un gemido casi de desmayo, ojos perdidos en
el pasado, en el placer que siente mientras aquel hombre le saca y
mete el güevo de las entrañas. Este sale casi hasta el glande,
siente ese nabo rozar internamente los labios de su culo, sin salir,
donde aprieta y hala de manera automática, como si toda la vida
hubiera sabido qué hacer con la tranca de un hombre.- Imagínate
viéndole llegar ebrio de excitación por sus triunfos deportivos,
todo sucio de sudor, oliendo a macho, acompañado de dos o tres
amigos como él, todos rodeándote, alzándote en peso y
desnudándote, tú gritando “no, no, papi, así no”... -finge un
tono todo amariconado, burlándose.- Pero ellos reirían, sabiendo que
mientes, que ardías de lujuria como una buena puta. Y ellos sentados
en su sofá, codo con codo, y tu paseándote de verga en verga, con tu
culo, viéndoles de frente; empalándote hondo, bajando sobre esos
falos y apretándolos, rotando tus caderas, ellos aplaudiendo,
llamándote perra, diciéndote que así se hace... y tu corriéndote
una y otra vez, sin tocarte, todo realizado como el grandísimo
maricón que eres...
-¡Ahhh!
-Gregg siente que se ahoga, que no puede resistir, sus piernas
tiemblan, tiene que aferrarse con fuerza de la mesa para no caer, con
el tolete tieso babeándole todo un río claro y espeso. Estaba tan
excitado, joder, que teme que la vida se le escape entre gritos.
......
-Pero,
¿qué diablos...? Esos alaridos parecen... -comienza en la sala de
espera un viejo paciente del médico, el cuál enrojece feamente
mirando a su confusa mujer, callando lo que pensaba.
-No
es nada, a veces una exploración resulta particularmente dolorosa
y... -jadea a la defensiva el asistente del médico, poniéndose de
pie, alarmado también, mirando sobre un hombro hacia la puerta de
donde parten ahogadamente aquellos gemidos.
Exploración,
si, seguro que era eso, refunfuña para sus adentro el hombre mayor,
quien aunque heterosexual, conservador y religioso, tenía la edad
suficiente para conocer cosas del mundo.
Por
su lado, el joven asistente, tomando aire, sabiendo que tiene que
tomar alguna medida, se decide por el mal menor. Había que silenciar
todos esos gritos. Toca fuertemente a la puerta. Nada, los chillidos
siguen, alguien la estaba pasando en grande, no puede dejar de pensar
con una leve sonrisa de exasperación, rodando los ojos. Toma aire,
gira el picaporte, abre la puerta y entra rápidamente, cerrándola
aún más de prisa para evitar salgan los gritos. Y lo logra... en
cierta medida. En cuanto separó la puerta del marco los chillidos de
Gregg parecieron incrementarse junto a un muy escandaloso...
-Oh,
sí, sí, más, más, por favor...
El
hombre en su silla bufa mientras su mujer se lleva una mano a la
boca, confundida. No pueden ver lo que ocurre, pero...
......
-Joder,
qué escándalo, ¿te volviste loco? Te dije que llegó el señor
Klobe y... -comienza el joven asistente, todo alto y musculoso, piel
cetrina, ojos y cabello negro, paralizándose por la escena
lateralizada frente a él, la cortina corrida. El joven y fornido
profesional de la salud, verga afuera (por momentos), enculaba a
aquel paciente algo maduro, de gafas y barbita entrecana, de cara muy
roja y sonrisa de auténtica putez mientras se tensa y agita un tanto
sus nalgas como para sentir aún mejor de ese güevo que lo penetra.-
Wow, wow, wow, ¿otra vez? -alarmado se lleva las manos a la cabeza.
¿Otra
vez? ¿Solía Thompson follarse a sus pacientes?, se pregunta Gregg
por un momento, más rojo de cara, labios temblorosos, tan quieto
como el médico mientras miran al recién llegado. Coño, alguien
estaba viendo que le estaban enterrando un buen tolete por el culo,
alguien que debió verle en éxtasis cuando entró, que debió
escucharle suplicar por más güevo en sus entrañas. Y traga
sintiéndose trastornado, porque reconoce que era un tanto caliente
aquello, ser pillado siendo follado por un hombre,viéndose todo
desatado por ello. Especialmente si era un chico tan guapo como aquel
quien les sorprendía...
-Carajo,
olvidé que me hablaste de esa emergencia. -jadea Thompson, tragando
en seco, como si ese fuera el único detalle impropio en toda aquella
situación.
-¿Estás
follándote a míster...? -comienza a reclamarle el asistente, no por
celos, sino porque le parece que aquello era peligroso para el
consultorio.
-Oye,
este viejo tiene una vagina entre sus piernas capaz de enloquecer a
cualquiera, ¿okay? Y yo no soy de piedra. -responde y luego sonríe
dándole una leve nalgada a Gregg, a quien aún le tiene clavada la
verga hasta los recortados pelos.- Aunque lo parezca, ¿eh, puto?
Oh,
Dios, todo eso era tan... Aferrado a la mesa, mortalmente
avergonzado, incapaz de controlarse, sabe que su culo se agita, que
se abre y cierra, que chupa de esa tranca. Estaba ordeñándole sin
moverse, provocando la risa del otro y un elevar de cejas del recién
llegado.
-Este
coño...
-Te
esperan afuera. Sal si quieres continuar en el negocio, amigo. ¡Y
hay que explicar todos estos gritos! -insiste el otro.
-Okay,
okay. -gruñe exasperado el rubio, sacándole la tranca del culo,
lentamente, como para dejarle sentir antes todas sus dimensiones, lo
bien que se sentía con ella adentro.- Pero no debemos detener el
tratamiento del señor Jones.
-¿Tratamiento?
-gruñe el joven asistente.
-¿Tratamiento?
-croa, confuso, Gregg, mirándole sobre un hombro.
Thompson
no le mira mientras oculta su tranca bajo las ropas (y el hombre
mayor lo lamenta), colocándose una bata blanca larga, una que le
queda entallada en los recios hombros, que cierra al frente ocultando
la erección.
-Si.
-responde al asistente.- Es importante que no se detenga... ni que el
paciente se corra. -dice mirando ahora sí al hombre mayor, quien
abre más los ojos.
¿Qué
diablos...?, su confusión aumenta más cuando le ve dirigirse todo
pancho hacia la puerta y al otro acercársele.
-Como
diga, doctor. -exclama este, sus miradas encontrándose, mientras
manipula su mono verde y exhibe una verga gorda, no tan larga como la
de Thompson, pero sí más gruesa. Que va erectándose por segundos.
El
hombre mayor casi se alza, balbuceando sin emitir sonido. Ah, no, una
cosa era que un carajo le atrapara en un momento de debilidad, pero
no era un marica que...
-¡Ahhh!
-se tensa y chilla agudamente, abriendo los ojos y boca, componiendo
una expresión de sorpresa... y felicidad cachonda mientras aquella
nueva barra se le va metiendo hasta los pelos.
Otro
hombre iba a cogerlo.
CONTINÚA ... 7
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