martes, 5 de noviembre de 2019

SUCIOS... 5

SUCIOS                         SUCIOS... 4
   No hay más lealtad que la del propio culo en peligro...
...

   -No es mi amigo. -es la respuesta automática, porque en verdad, de verdad, odia al hijo de perra. Pero lo cierto es que no, no quiere ver nada de aquello, piensa con un jadeo erizado.- ¡Y no quiero ver nada!

   -Pues verás. -el Ruso es tajante, aunque lo dice como si tal cosa, como si le consultara sobre si quiere o no un café. Pero se lo ordena. Era ese tipo de sujetos fascinantes que sonría y hacía pensar en un tiburón o en un tigre al acecho.

   ¡Y a él tampoco quiere verle, por Dios! El Ruso lleva una camisa tipo hawaiana, amarilla y verde, chillona, totalmente abierta, tres o cuatro gruesas cadenas de un oro oscuro e intenso rodean su cuello recio, haciendo juego con los anillos en sus manos y los tatuajes. No sabe si son flamas, tigres o dragones, pero figuras que parecen subir helicoidalmente de sus caderas bordean sus costados, cruzan sobre uno de sus pectorales, el izquierdo y el derecho ocupa más espacio en el cuello. Hay mucha tinta azul, negra, roja. Sus piernas son recias y musculosas, sus muslos son lechosamente blancos, y está completamente depilado. No tiene ni las pelusillas amarillas que Rubén muestra en las suyas, o camino a la pelvis. Y lo sabe porque fuera de la camisa abierta, el sujeto tan sólo lleva un infame y ofensivo bikini amarillo intenso, de material tan elástico como la camisa. No una vaina barata de licra, seguramente costaba su plata. Pero igual de... inconveniente. Porque en el material, al estar recostado de medio lado, con una pierna extendida y la otra flexionada, era posible verle las dos bolas contra la tela, y la silueta de una verga morcillona que levanta la misma. Una cosa... grande. Y no quiere mirar, en serio, pero siente curiosidad (¿será más grande que el mío?), y una extraña fascinación mórbida (¡iba a enterrarle una boa por el culo a Rubén!).

   -Señor...

   -¡No comiences, coño! ¿Crees que he olvidado todo lo ocurrido? -su voz es casi corrosiva, ronca. Y el silencio se impone.

   Aunque Marcos quiere cerrar los ojos cuando el Ruso se para de la cama, tan alto y fornido como es, sus brazos blancos muy marcados, tatuados. Y el maldito bikini amarillo que... Le ve ir hacia Rubén, casi relamiéndose los labios, gustándole lo que ve, el chico semi inconsciente en el sillón, el flequillo de cabellos amarillos en la frente, los cachetes algo rojo, la respiración pesada, ojos que se abren y cierran, los rojizos labios algo entreabiertos. La víctima perfecta, piensa el sujeto que le llevara.

   -Parece atontado. ¿Le hicieron algo?

   -Mateo pensó... -comienza a justificarse.

   -Bien. Me gusta así. Es mejor para él si es su primera vez. Así tal vez le guste y quiera repetir por su cuenta. -el hombre le silencia, de pie frente al chico, las piernas muy abiertas, la camisa cubriéndole, pero a Marcos todavía le toca notar que tiene buenas nalgas, sin ser la gran cosa (él si tenía eso mejor; no como Rubén el culón, claro, pero...), y la amarillenta tela metida entre las nalgas. Algo que le enerva no entiende por qué. Joder, ¿para qué le quería allí?

   -¿Te sientes bien? -le oye preguntarle al catire, como si le preocupara.

   -Estoy... Estoy... -la voz de Rubén parece más pastosa, los ojos más desenfocados cuando los abre y encara al Ruso, no reconociéndole, viéndole tan cerca, tan ligero de ropas que arruga la frente, nada contento.- ¿Quién coño...? -pero se interrumpe con un jadeo.

   -“Ty takaya krasivaya”. -le gruñe el otro en tono bajo, excitado, mientras le aferra por los brazos, sobre la chaqueta, y le hala alzándole con fuerza en un sólo movimiento, rodeándole automáticamente la cintura y atrayéndole contra su duro cuerpo casi desnudo, llevando aquellas manotas traviesas al trasero del catire, atrapando en cada palma abierta una de aquellas redondas masas que Marcos ya conoce, cerrándose sobre ellas con codicia, apretando, agitando, probando la calidad.

   -Hey, hey... -borracho (o mareado por fuera lo que le diera Mateo), y alarmado, Rubén intenta apartarse, alejarse. Un error.

   El sujeto esperaba aquello con una sonrisa. Y Marcos arruga la frente y se agita con repulsa cuando le ve cubrir la boca de Rubén con la suya, seguramente metiéndole la lengua, con saliva y todo. Desde donde está oye los gug, gug y los chupetones obscenos. Los “noggg”, ahogados de Rubén, que pelea, agitándose. Y la cosa resulta peor, para él, piensa Marcos compadeciéndose de sí mismo, porque la pareja ahora queda medio lateralizada y ve como el amarillo bikini va llenándose más y  más, como la tela se estira, se comba, abulta, como algo duro va tensándola. La lucha del beso, las manos del Ruso sobre aquellas nalgas, apretando, sobando, pero también halando por ratos en aquella pelea, pegándole un güevo que ya se nota demasiado, es el espectáculo que domina por un momento.

   ¡Y a Marcos todo aquello le parece tan raro! Ver a ese hombre joven pero experto en el mundo criminal, un duro, un sujeto peligroso al que todo le temen (los hombres le lloran de miedo), besando y tocando así al otro carajo, era tan extrañamente fascinante como mirar esas manos amasando nalgas o el beso. Por no hablar del maldito bikini amarillo del cual casi escapa por arriba aquella mole de carne. Mierda, seguramente lo tenía de color “blanco muerto”, tan sólo algo rojizo por la emoción del momento. Y quiere cerrar la mente a tal idea. Mira hacia la puerta cerrada a sus espaldas.

   -Te quedas ahí. -oye la voz ronca, baja y jadeante del Ruso cuando aparta la boca de la de Rubén, quien gimotea que lo suelte, metiendo las manos entre ellos e intentando alejarle como una chica que se encuentra de repente con un novio de manos pegajosas en una cita sorpresivamente lasciva a la salida de una misa de difuntos.- Siéntate. -sin mirarle le indica el sillón de donde levantara a Rubén, el cual contaba con una vista directa a los pies de la cama. ¡Mierda!

   Y se lo indica mientras lleva al catire, quien va de espaldas, hacia la cama; sin soltar esas nalgas que encuentra tan maravillosas. Le encantan las buenas nalgas masculinas, esos carajos culones a los que tomaba y que se creían muy machos hasta que lloriqueaban con su güevo metido en sus culos abierto, que palpitaban feo y se cerraban violentamente contra su tolete largo y grueso cuando los desvirgaba en momentos de pasión.

   Marcos traga y traga saliva, el corazón martillándole fuerte. No, coño, no quiere ver aquello. ¿Acaso el Ruso le castigaba así por los diez mil dólares? Entonces ¿por qué no estaba allí el perro de Mateo? Duda sobre si quedarse o no. Es un carajo joven, arriesgado, terco. Quiere mandarlo al coño y...

   -Siéntate o es posible que mañana no puedas estar de pie. -el hombre pareció adivinarle, dándole órdenes sin mirarle, mientras casi sonríe luchando con la resistencia de Rubén, quien sigue empujándole inútilmente con sus manos por el desnudo torso musculoso y tatuado, que farfulla que lo suelte, que mira sobre un hombro la cama sobre la cual va a caer, y de la cual parece asustarse.- Oh, si, sigue tocándome con tus manitas calientes, “rebenok”. -le gruñe con lasciva al rostro enrojecido.

   Para no alargar lo inevitable ni sentir que le controlan aún más, volviendo a ordenárselo, Marcos, con disgusto cae sobre el sillón que ocupara Rubén. Si, era tan cómodo como pudiera serlo un mueble de funeraria cara, reconoce, todo ceñudo y malhumorado. Viendo caer al catire de espaldas cuando el hombre por fin suelta sus nalgas y le empuja con el cuerpo. Este cae de culo, los pies en el suelo, medio sentado. Todo confuso, asustado (bastante, y no era para menos, piensa con algo de remordimientos) y con un jadeo. El Ruso, de pie frente a él, alto, fuerte, dominante, semidesnudo, con aquel bikini lleno de güevo, uno cuya cabecita blanco rojiza escapa por encima (y Marcos arruga aún más la cara, soporta ver vergas flácidas en un vestuario, o erectas en una buena película porno donde le dan a una puta chillona y tetona hasta por la cédula y lo blanco del ojo, pero esto...). Y, con parpadeos confusos como si no supiera si alucina, Rubén también repara en aquella cabecita de güevo... Gruesa y casi roja de ganas ahora, la cual perfila la silueta, la verdadera mole que se oculta todavía tras la chillona tela amarilla.

   -¿Qué mierda es esta? -farfulla el catire. Y se tensa, así como Marcos se estremece, cuando, sonriendo el Ruso se la atrapa con una mano sobre la tela, agitándola.

   -Es todo para ti, mi “seksualny rebenok”.

   Tal vez Rubén quiere agregar algo más, del tipo ¿qué coño dices?, pero con un gruñido de gusto, uno que seguramente lanzaría un tiburón si emitiera sonidos antes de arrojarse sobre sus presas, el Ruso le cae encima, derribándole sobre la cama, cubriéndole con su cuerpo sólido y grande, tatuado y lampiño. Marcos queda viendo sus perfiles. Atrapándole las muñecas y alzándole los brazos sobre la cabeza, con una sola mano (Marcos nunca había notado que fueran tan grandes, pero ¿quién se fijaba en las manos de otro hombre?), el Ruso le retiene las dos allí, ejerciendo fuerza porque se nota que el catire, que ruge que le suelte, lucha sin lograr liberarse. El sujeto sonríe más, como si eso le gustara, y Marcos ve como se medio ladea, esa tranca casi fuera del bikini, ¡tan gruesa, en verdad!, rozándosela de la cadera derecha del carite, al tiempo que baja la otra mano y la mete bajo la franela azul, palpando la tersa piel caliente de este, acariciándole. Nota cómo esa mano se desliza bajo la tela. Rubén chilla, y el Ruso, sonriendo, oculta el rostro en su cuello, cerrando los ojos con deleite y aspirando los olores de ese joven y hermoso cuerpo. Marcos traga en seco viéndole pegar la fina nariz de la piel, dándole olidas profundas, recorriéndole el cuello con ella.

   -Suéltame, coño, suéltame... -farfulla un muy rojo Rubén, completamente asustado a pesar de estar tan medio perdido como el que se toma tres botellas de whisky.

   ¡Oh, Dios!, ruge mentalmente Marcos, casi parándose de aquel sillón para escapar cuando ve al Ruso elevarle la franela y tocar con mórbido deleite la masculina piel de ese abdomen marcado en suaves cuadros, gozándose en el acto, con placer y propiedad, mientras saca una lengua que le parece inusualmente larga y cae sobre la manzana de adán del catire, la cual se agita mientras lucha y farfulla. Esa lengua se pega y despega de esa piel caliente, seguramente algo sudada por la reunión y el viaje, bajando y cayendo casi sobre la clavícula, y allí se pega, toda, quieta, caliente y babosa, mientras Rubén enrojece completamente de cara y cuello, cerrando los ojos como para alejarse de todo; y sube lentamente, lamiendo la joven piel masculina, gozándose en probarla con leves “hummm”, saboreándola. Esa lengua se detiene aquí y allá, tragando saliva y dejando a su paso una capa húmeda y brillante.

   -No, no... -farfulla como desesperado Rubén, temblando sobre esa cama. Marcos lo nota.

   Esa mano en su abdomen soba, toca, el pulgar rodea el ombligo, acariciando sus bordes lentamente. Entrando como simulando el acto sexual; adentro y afuera, adentro y afuera. Entra y empuja y empuja.

   -Ahhh... -gimotea Rubén, entre dientes, como si se les escapara en contra de su voluntad... alzando un poco su torso y abdomen.

   Mierda... la pastillita rosa, recuerda Marcos con un parpadeo.

CONTINÚA ... 6

1 comentario:

  1. Buenísimo...Te respondí en el 2 de este.
    Fue tan caliente como suena, sin embargo, todo tiene su cuota de arrepentimiento. "Valiente" me dijo uno de ellos en plena vaina.

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