TRECE … 6
Preparado
para el trabajo...
......
Nada
de eso importa ahora. Necesita eso, el contacto, la rudeza de ese
carajo joven que embiste su culo sin conocerle, sin tratarle
previamente, sin decirle un hola o invitarle un café. Fue con él a
ese baño oscuro, solitario a pesar de la gran cantidad de chicos
afuera y le estaba follando de pie, embistiéndole duro, flexionando
un tanto las rodillas para bajar la gorda verga a su altura y poder
metérsela, una y otra vez, sacándosela y clavándosela toda, con
bofetadas de pelvis contra nalgas, casi alzándole en peso y
arrojándole contra el lavamanos. Y toda esa fuerza le encanta, como
las manos que le acarician el torso y le pellizcan las tetillas. Sexo
rico y caliente, sucio y rápido en un baño. Anónimo. Sin culpas.
Sin esperar nada más. Como nada esperaba de la vida a sus pocos
años.
-Tu
culo necesitaba esto, ¿verdad?; ser penetrado, tomado, cogido así,
así... -le ruge el chico contra una oreja, poniéndose juguetón y
mordiéndole el lóbulo, incrementando el ritmo de las embestidas y
haciéndole gemir.
-Si,
si, tómame como la puta barata que soy. -jadea, mitad deseo, mitad
confesión, pero como sea, las palabras parecen ir a la verga del
tío, quien le embiste con mayor fuerza todavía.
No
quería entrar en charlas, en explicaciones, pero en su vida extraña
necesitaba a veces eso, un escape a todo lo que hacía. Lo contrario
a sus... habilidades. Necesitaba ser tomado por un chico grande y
fuerte que pensara que podía dominarlo, que brindara la ilusión de
debilidad. No le gustaba masturbarse soñando con lo que puede ser,
usar una vela o un consolador en su culo, por eso sale en busca de
tíos que pensaran que su figurita extravagante era la del mariquito
al que podía usarse. Le gustaba que su culo emocionara, que su
agujero ávido los enloqueciera mientras apretaba, halaba y chupaba
como sabía que ese chico sentía en esos momentos, tanto que le
suelta las tetillas y, afincando los pies, se agarra también al
lavamanos, como buscando un punto de apoyo para sostenerse.
-¿Te
gusta, te gusta, bebé? -le oye jadear, voz oscura, ronca, bañándole
con su aliento, y se medio vuelve, frente fruncida, ojos brillantes
de dicha, empujando decididamente su culo de adelante atrás,
metiéndosela toda, apretándola allí, gozando de cada latido del
instrumento, refregándose de esa pelvis.
-Sí,
sí, me encanta, me tienes todo mojado y caliente...
El
sujeto ríe y gruñe algo que suena a insulto, pero que a Yabor le
excita, tanto que sonríe y se mira al espejo, sus ojos desviándose
un tanto hacia la izquierda, sonriendo aún más. Siente como el
chico retira su verga, pulsante, refregándole las sensibles paredes
del recto, haciéndole muy consciente de ella, casi hasta el glande,
uno que su esfínter depilado atrapa y no deja salir, provocándole
un estallido de risas al otro, el cual vuelve a clavarle centímetro
a centímetro esa dura mole pulsante, llenándole completamente las
entrañas, meciendo sus caderas, haciéndole caer hacia adelante.
-Oh,
si, si, fóllame, papi; fóllame duro...
Sin
dejar de embestirle, sin soltar del todo el lavamanos, el chico
afloja una de sus manos y atrapa el claro y muy suave cabello algo
transpirado en aquella nuca caliente, reteniéndole con control,
ilusión que encanta al muchacho, quien sonríe y mira en el espejo.
Gimiendo de una manera escandalosa, entregada, totalmente putona. A
quien le escuchara se le pondría dura solamente con eso. Esa gorda
barra se abría camino entre sus nalgas de una manera que le
fascinaba, golpeándole la próstata. Mojándole con sus jugos,
frotándole el recto. En un momento dado se sincronizan, culo contra
güevo, en un vaivén increíble para quien mirara desde cualquier
punto lateral. Cualquiera se excitaría observando al lindo
mariconcito rubio, todo extravagante, con el pantalón en sus muslos,
siendo cogido una y otra vez por un tipo más alto, que prácticamente
le arroja sobre el lavamanos con la fuerza de sus embestidas,
clavándole un tolete nada despreciable en sus dimensiones por el
agujero, uno que debía experimentar un placer increíble por la
manera que el chico se tensaba, agarraba al lavamanos y alzaba su
rostro sonriente.
El
tolete va y viene, metiéndose entre esa raja que termina en el borde
del pantalón.
-¿Puedes
sentirlo? -el sujeto le gruñe arropándole con el cuerpo caliente,
su pecho subiendo y bajando con fuerza sobre esa espalda, quemándole
con su calor, el corazón enloquecido. Yabor medio vuelve el rostro,
pícaro.
-¿Cómo
arde tu esperma en tus pelotas? Si, la siento. Ya vas a llenarme el
culo con ella... y la quiero. Cada gota caliente. -dice, con un tono
que eriza al otro.
Pero
que son palabras no dirigidas a él, sino a uno de los privados
cerrados. Desde que entraron alguien les observaba desde allí.
Mirando muy interesado lo que ocurre... Algo que Yabor sabe.
......
El
negocio parecía el típico restaurante asiático, siendo imposible
para la mayoría de los occidentales saber si era vietnamita, coreano
o chino, aunque sus diferencias realmente existían. Era tan sólo la
vieja comodidad de no preocuparse por nadie que no fueran ellos, algo
que rayada en la descortesía. Como pensaban los asiáticos. La
entrada con su puerta de madera clara y brillante, la cortinilla de
crinejas, que se apartaban provocando un caracoleo, las mesitas
pequeñas con cuatro sillas, los mantelitos de cuadro, la barra en la
pared más alejada, tras la cual se ocultaban de un lado la cocina y
el depósito, los baños del otro lado. Una estrecha puerta daba paso
a una escaleras empinadas. Lo único no típico eran los dos gorilas
que cuidaban la entrada, de rostros orientales, que miraron al hombre
con desconfianza pero no lo detuvieron.
A
este, que ya conoce el local aunque lo recorre todo fugaz pero
exhaustivamente, le parece que Charlie Kuan exageraba el mal gusto.
Era un lugar un tanto sórdido, más bien cliché. Pero, claro, era
tan sólo una fachada para el extorsionador ese. El lugar está
prácticamente vacío, una pareja de asiáticos toman un licor claro
en una mesita. Tras la barra una bonita joven de ojos rasgados y
cabello negro mira a un chico alto, también de rasgos orientales,
quien se esfuerza por parecer avergonzado, cabeza algo gacha,
mientras Kuan parece reclamarle algo, en su idioma. Uno que el
occidental desconoce, aunque reconocer una que otra palabra e infiere
que el hombre debió estar allí esa mañana y era hasta ahora que se
presentaba.
A
la chica le gustaba él, a él le atraía ella, pero fingía pesar
ante el jefe, ignorándola. Kuan se veía desacostumbradamente
agitado. Y aún más cuando sus miradas se encuentran, casi parece al
borde del desmayo. El hombre, alejándose de los cincuenta, delgado,
alto y enjuto dentro de la toga, de cabello cano a los lados del
cráneo, parpadea tras los gruesos cristales de sus lentes, labios
separados. Parecía... un buen sujeto, casi amable. El otro le sabía
una mierda. Le ve recomponerse, sonreír tensamente, volviendo los
ojos al más joven, quien ya se ha apartado para recibir una cerveza
de la muchacha tras la barra. Indiferentes ambos al agitado ánimo
del jefe.
-Wilson-sam.
-sonrie el sujeto cuando el otro se le acerca, vigilando las cuatro
esquinas del lugar.
-¿Sorprendido
de verme, Kuan? Es difícil encontrar gente que haga bien su trabajo.
-replica duro, a su lado, cruzando los brazos sobre el pecho,
imponiendo su altura, su peso, su aire de eficiente peligrosidad.
-No
entiendo a qué... -sonríe el asiático, lanzando miradas
desesperadas a la barra, donde se le ignora. ¡Malditos muchachos!
-Hablo
de tu intento de asesinarme. Y no lo niegues, viejo sucio, u olvidaré
que necesito torturarte por información y te aplasto la cabeza aquí
mismo. -le silencia alzando una mano.- Ten en cuenta que es posible
que sobrevivas a la tortura, pero créeme, no al golpe de tu cabeza
contra ese muro. -la conversación es dura, pero el tono bajo. Nota
que en la mesita, los que beben, están alertas.
-Wilson-sam...
-comienza Kuan, pero gime y alza las manos alarmados cuando el otro
da dos fieros pasos en su dirección, bajando las suyas, cerrándolas
en puños.- No, no, esperar... -jadea alarmado, aunque respirando más
aliviado. Por fin la gente en la mesa, y los de la barra, han notado
que algo ocurre. ¿Y dónde estaban los gorilas de la puerta?
-Quiero
saber quién te ordenó que me mataras. -le encara, notando todos los
cambios, preguntándose también por qué no aparecían los dos
hombres de la entrada, quienes estaban en su cálculo inicial de
ataque.
-No
quería...
-Pero
lo hiciste. -es duro. El otro sonríe.
-Negocios.
-responde al fin, displicente. Denton entiende, Kuan cree que ha
posicionado a su gente, en la barra y la mesa. El hombre cuenta con
vencer.
Denton
va a decir algo más cuando las crinejas de la entrada dejan escuchar
su música. Suspira, eso le daría más seguridad al asiático, quien
efectivamente sonríe de manera más pronunciada, pareciendo un tanto
cadavérico. Una imagen animada de la muerte feliz, debía
parecérsele. Pero su mueca se congela, así como algo se cierra en
las entrañas del occidental. Quienes entran, un hombre y una mujer,
son blancos rojizos, cabelleras largas, desordenadas, amarillentas,
visten ropas de cuero. El aire es de motoristas. No es la gente de
Kuan. Se encargaron de ellos, eso piensa Denton. También el
asiático, quien parece aterrado. Eso podría servirle.
-¿Ahora
tratas con gente de Gallup? -pregunta en tono alto, para que todos
escuchen.
-No,
yo...
-Nunca
trataríamos con una mierda traidora como esa. -replica el hombre
recién llegado, sonriendo con desenfado sentándose a una mesa,
junto a la mujer, una fémina de rostro duro pero bonito, muy
parecida a él.- Hay gente que quiere hablar con papá Kuan, amigo.
Así que nos lo llevaremos.
-No
soy tu amigo. -le replica el hombre ardiendo de odio, mirándole. Las
manos lejos de su chaqueta, como las tiene la pareja en la mesa, o
los asiáticos bebiendo. Todos reconociéndose como guerreros en un
campo de batalla reducido, donde la recompensa es Kuan.
-No
quería asesinarle, pero me lo ordenaron. -este ladra, mirando con
gestos de rata acorralada en todas direcciones, especialmente a su
gente.
-Silencio,
Kuan. -ladra el rubio en la mesa, sin mirarle.
-Habla.
-insiste Denton.- ¿Tiene esto algo que ver con lo que te pedí que
investigaras hace ocho meses y por lo cual te pagué una pequeña
fortuna que no dio ningún resultado, maldito ladrón? -demanda,
mirando hacia la mesa.- ¿Estaba el Sindicato tras el ataque a cierto
profesor de historia, secuestrado hace más de un año?
Kuan
tiembla violentamente. Exhala miedo como una marasma casi
perceptible. El Sindicato... si hablaba... Pero mira a la pareja en
la mesa. Eran agentes de Gallup, uno de los brazos armados y
violentos del grupo criminal, y habían ido por él. Y sabía muy
bien el por qué.
-Si,
el Sindicato estuvo tras el secuestro. -jadea Kuan, notando cómo
todos se tensan en la habitación, aún su chica tras la barra.-
Querían algo de ese hombre, pero... pero... -suda copiosamente.
Tanto que, extrañado, Denton desvía por un segundo la mirada del
resto de la sala.
-¿Te
ordenaron ellos matarme? -intenta enfocar el asunto. Todos sabían en
la comunidad de inteligencia que estaba rastreando al Sindicato, y
que le había atacado en su búsqueda. La gente de Gallup en ese
lugar era un claro indicativo de que andaba bien encaminado. Ellos
estaban tras todo el asunto. El secuestro y el asesinato cobarde de
Mitchell Anderson. Uno de ellos lo había ordenado y...
En
el segundo que se descuida, los dos asiáticos se ponen de pie en la
mesa, cada uno con un arma automática en las manos, esgrimidas bajo
la mesa. Uno apunta hacia Denton, el otro hacia la mesa, y disparan.
El ex marine, maldiciendo su descuido, atrapa al asiático por los
delgados hombros y le empuja hacia abajo, derribándole, golpeándole
contra el piso, cayéndole encima y dejándole sin aire, al tiempo
que saca su propia arma de la chaqueta. Desde la mesa donde aún
continúan sentados, el hombre les mira, sonriendo divertido,
mientras la mujer, tan solo alzando sus manos, dispara con sendas
armas, derribando a los pistoleros asiáticos. El grito de la chica
en la barra es un error de su parte. Esta, que ya sacaba una escopeta
de debajo de la barra, encara el arma del hombre rubio, que la abate.
Sin moverse. El joven alto a su lado grita, brazos abiertos y manos
alzadas, cayendo hacia atrás, de culo.
Denton
sabe que le tocará enfrentar a los otros, y está en franca
desventaja.
-El
Sindicato ordenó el secuestro, fueron contratados para ello, pero no
estuvieron tras el golpe final. A su socio no le mataron ellos,
Wilson-sam; nadie sabe exactamente quién fue. Se trataba de un
sujeto que se infiltró con su propia agenda. Sólo encontré un
nombre, le dicen el Camaleón, el hombre de las mil caras. Dicen que
es uno de los asesinos más peligrosos del mundo. -chilla Kuan
histérico, ahogado por el peso del ex marine.- Sáqueme de aquí
vivo y le contaré todo, los delataré a todos. -ruge mirando hacia
un lado, hacia la mesa donde ya la pareja de motorizados se pone de
pie, dos armas en las manos ella, una en la de él.
Rápido
como un mal pensamiento, clavándole una rodilla al asiático en el
abdomen, Denton se vuelve, agachado aún, armas en mano, la que ya
tenía, y la que luego buscó bajo su chaqueta. Y si los otros son
certeros, él también. El cruce de disparos obliga a girar y evadir.
El que la pareja de motoristas se eche hacia atrás, y el hombre
vuelva la mesa donde él y ella se medio cubren, más para
desaparecer de vista que protegiéndose de disparos, es imitado por
Denton, quien arrodillado intenta inútilmente ocultarse. Joder,
piensa...
-¡Quieto
todo el mundo! -ruge una voz potente, desde la entrada.
Y
al ex marine la quijada se le cae al piso. No reconoce al hombre
joven que habla, un moreno de piel blanca cobriza y ojos verdosos,
que sonríe a pesar del momento, vestido de velcro negro, con un
auricular en la oreja derecha y un micrófono cerca de su boca de
labios distendidos en una medio sonrisa, mientras apunta con las dos
manos hacia el hombre rubio. Pero si reconoce a la mujer a su lado,
la bella Aimara Texeira, quien encañona a la motorizada.
Como
si hiciera falta algo más para indicarle a Denton que no alucina, de
detrás de la barra, provocando el chillido del joven hombre asiático
aún de culo en el piso, aparecen otros tres hombres, rodeándola.
Uno de ellos es un cuarentón calvo, de cuerpo musculoso y aire de
mando, un oficial. A su lado está Terence Bull, quien le lanza una
fugaz mirada de reconocimiento. Del otro lado, del suyo, aparece el
pelirrojo Brandon Johnson, quien le guiña un ojo. Todos apuntan a la
pareja tras la mesa, la cual intercambia una mirada y dejan sus armas
sobre esta, con serenidad. Eran profesionales.
-Pero
¿qué diablos...? -comienza Denton, mirando aún con una rodilla en
el piso a Brandon a su lado, que le tiende una mano, una que no toma
mientras se pone de pie.- ¿Qué hacen aquí?
-Parece
que salvándote el culo, papá. -responde, insolente (y siente un
estremecimiento muy particular, recordando a alguien más), el joven
moreno, al cual mira con frío desdén, tanto que le hace tambalear
por un segundo la sonrisa.
-No
pedí ayuda.
-Pero
Caldwell tiene razón, la necesitabas, Capitán. -interviene el tipo
calvo, mirándole con recriminaciones.- ¿Todo bien?
-Todo
bien, Tormes. -le replica. Conoce al sujeto, uno de los capaces en
Operaciones Negras. Agachándose y tomando al viejo asiático por el
kimono florido, alzándole, este todavía con las manos temblorosas y
alzadas como indicándole a cualquiera que hiciera falta que no va a
crear problemas.- Este tipo es mío.
-No,
Capitán. -le mira Tormes.- Todos en esta habitación tienen que
acompañarnos y declarar. Y eso te incluye.
-Tormes...
-Es
necesario, no sabes lo que ha ocurrido. Esto es más grande que tu
rabieta de hace un año. -ladra este, impaciente, y se miran
agresivamente, sabiendo que un día tendrán que enfrentarse. El
joven moreno, Sean Caldwell, sonríe divertido. Aimara, Terence y
Brandon intercambian miradas nerviosas, divididos en sus afectos y
lealtades.
-Kuan
tiene mucho que contar. -agrega cediendo, mirando al sujeto calvo.
-Si
habla... -interviene el motorista, sonriendo, manos alzadas.
Amenazante.
-Hablará.
-le silencia Tormes, a él y a Denton.
Kuan
abre los labios, luego estos tiemblan violentamente. El sonido de un
corcho saliendo de una botella congela a todos, porque todos en ese
cuarto lo conocen y reconocen por lo que es. Del cuello de asiático
mana un pequeño río de sangre, el cual emerge también de sus
labios. La mirada que le arroja a Denton es de sorpresa y casi de
reclamo: ¿No ibas a protegerme?
Les
lleva un segundo mirar hacia la barra, hacia el joven asiático alto,
el cual sonríe leve, le guiña un ojo a Denton y salta escaleras
arriba, cruzando y desapareciendo antes de que este, Sean o Aimara le
disparen.
Denton
no ve caer al viejo, erizado, trastornado, temiendo que si se vuelve
verá nuevamente el cuerpo de Mitch. Completamente convencido de que
se encuentra ante un viejo fantasma, cubre el espacio en dos saltos,
rumbo a las escaleras.
-¡No!
-ladra Terence, alzando una mano.
El hombre no le escucha, ya pisa el primer escalón cuando un cuerpo proyectado
como torpedo le impacta con fuerza en un costado. Todo ocurre
rápidamente, pero al hombre le dio tiempo de sentirlo, había
desplazado algo con su bota. Y mientras cae de lado, golpeándose
contra el piso, con aquel cuerpo que le aplasta y deja sin aire,
escucha la pequeña explosión que cubre de polvo y cascajos el
cuarto.
La
fuerza de élite se había medio cubierto, flexionando rodillas y
alzando brazos, igual que los motorizados, los cuales se agitaron,
sin mirarse, intentando un golpe de mano pero quedándose finalmente
quietos, olvidando todo intento de lucha o escape cuando Brandon y
Aimara prácticamente se les van encima, apuntándoles.
-¡Maldito
idiota! -le ruge Sean a Denton, al rostro, aún sobre él, realmente
molesto.
-Había
un cable, ¿no lo viste? -interviene Terence, acercándose, mientras
Aimara y Tormes suben a toda prisa pero con precauciones, las
escaleras donde dos escalones han desaparecido, así como un pedazo
de pared. Había sido una explosión controlada. Destinada a matar
únicamente al que le siguiera.
-Quítate,
coño. -ruge Denton, muy rojo de cara, de espaldas, atrapando los
hombros del joven y arrojándole sin ceremonias a un lado, rabioso,
mirado hacia las escaleras.- Era él, carajo. ¡Era él!
-¿Quién...?
-jadea Brandon.- ¿De quién hablas?
-Del
asesino de Mitchell... El Camaleón.