...
Enrojeciendo aún más de cara por aquellas palabras que salen de su boca, de panza sobre esa camilla, bajo el médico que buscó por ayuda para su “problema”, uno que ahora se le clavaba en el alma... y el culo, Jacinto sabe que no puede aguantar más. Siente como sus entrañas amasan y halan con fuerza de ese tolete, deseándolo, necesitándolo. Su culo lo quería y se abría con ganas, endulzándole con poderosas oleadas de una lujuria tal que nunca antes había sentido. Y aún antes de que Gabriel cayera definitivamente sobre su espalda, cerrándose sobre ella, metiéndole el güevo casi hasta los pelos, quemándole con sus bolas, ya sabía que deliraba y le pedía que lo cogiera, una y otra vez, mientras echaba sus nalgas hacia arriba buscando todavía un poco más del largo,grueso, duro y pulsante miembro que lo llenaba.
Los
dos gruñen, el macho cabrío arriba, sintiendo las apretadas de su
vida que le daban esas entrañas; el joven forzudo, abajo, boca muy
abierta y mirada casi ida, experimentando tales cargas de endorfinas
que creía estar drogado con cocaína... la cual, en una que otra
fiesta ha probado. Su piel es especialmente sensible, sus pezones
arden de una manera deliciosa, y cuando uno es rozado por los dedos
del otro, grita contenido. Su propio güevo, pisado bajo el peso de
ambos, se frotaba sabroso de la camilla, la tela de la tanga
excitándole de manera intensa, era como el refregar de una suave y
acariciante manos. Pero su culo... era su culo el que...
Cuando
Gabriel sube sus nalgas, sacándole lentamente el tolete,
refregándole las paredes del recto con su nervuda superficie
caliente, otro bramido se le escapa, algo agónico, el chillido que
lanzaría una actriz porno, de la bien putas de los años ochenta.
Así se sentía Jacinto. El güevo entra, otra vez, y las sensaciones
se intensifican tanto que ya no puede pensar. Sube y baja sus nalgas,
abriendo y cerrando el culo sobre el grueso miembros, necesitado de
más y más.
-Hummm,
hummm, cógeme, cógeme duro, por favor. –se oye gritar, muerto de
vergüenza y excitación,casi lloriqueando cuando el otro obedece,
atrapándole con las manotas los hombros, apoyándose, y comenzando
un rítmico y frenético sube y baja, sacándole y metiendo del culo
su cilíndrico tolete, adentro y afuera, golpeándole con la pelvis,
azotándole con las bolas. Y Jacinto grita cada vez más y más, ojos
cerrados, una viciosa sonrisa en su rostro bonito; nadie que le viera
dudaría que fuera una puta, un viejo adorador de los güevos, no
chillando como lo hace, ronco, como si le doliera, pero era de
gusto. Algo de
baba escapa de sus labios mientras su agujero era abierto una y otra
vez con las duras enculadas.
¡La
pepa de su culo era cepillada!, la idea le trastorna y marea. No sólo
era intenso, maravilloso y glorioso sentir como el nudoso tolete
refregaba en el vaivén los labios de su esfínter, produciéndole
placer, o el recorrido en sus entrañas, que le tenía ardiendo,
preguntándose cómo era posible tanto goce por el culo, pero sentir
el glande golpeándole contra la próstata, encontrándola facilito y
estimulándola era lo mejor. Cada frote, cada roce le sumergía en
una intoxicación casi psicotrópica. Delira prácticamente mientras
aquel joven y fuerte hombre se lo coge, admite aferrándose con las
manos a la camilla que chilla, cruje y se mece toda por los hombres
que sobre ella follan. Y su mente...
No,
no desea pensar, tan sólo sentir. Le avergüenza lo mucho que le
excita el abrir y cerrar su culo alrededor del poderoso falo
masculino, subirlo y bajarlo, buscándolo lo poco que le permite el
peso de su hombre. Uno que le gruñe cositas sucias al oído,
mientras le mete la lengua por el conducto auditivo, atrapándole un
hombro para apoyarse, y con la otra mano le acaricia y aprieta las
tetillas que parecen a punto de soltar leche de lo hinchadas y
sensibles que están.
Desde
que ese sujeto le tocó en los hombros con sus manos estuvo caliente,
cuando le rozó con la verga, la mente dejó de funcionarle con
claridad, desde que le rozara con el pulsante y cálido tolete al
desnudo no sólo la mente se desconecto, su culo se hizo sopa. Para
cuando se la metió, aunque asustado, sabía que ardía como una
zorra que gustara mucho del sexo en una fiesta de universitarios
borrachos. Verla fue desear que esa verga le penetrara, que se le
metiera como se le metía, con fuerza, al fondo, con dureza. Por
ello, aunque apenado, no puede sentirse muy mal por los gritos de
placer que lanza mientras siguen y siguen follándole contra la mesa
de examen médico. Lo hace tanto, imagina, que Gabriel le cubre los
labios con una mano, el pulgar...
-Ahhh...
-jadea ahora Gabriel, asombrado, no sólo ese culo estaba
derritiéndole el güevo con aquellas haladas, apretadas y ordeñadas,
sino que el sucio carajo le cubre el pulgar con sus labios. Ahuecando
las mejillas y alzando la cálida lengua se lo chupa con una fuerza y
sincronía que... si, era igual a las de su agujero vicioso. Culo y
boca se sincronizaban maravillosamente. Si allí estuviera otro
hombre, seguro que Jacinto le mamaría la vida por el pito.
Y
justo en ese momento el móvil timbra en su mono, sorprendiéndole,
paralizándose al encontrándose de pronto haciendo aquello. Jacinto
también está muy quieto. Toma el aparato del bolsillo y responde
sin ver.
-¿Si?
–las voz le sale estrangulada.
-Épale,
Gabriel. –escucha una voz que le paraliza aún más, al igual que a
Jacinto, quien oye por el volumen del aparato.- ¿Fue a verte el vago
de mi cuñado? Voy a pasar cerca de tu consultorio, ¿estás allí?
–era Renato, su amigo, el marido de la hermana del tipo este.
¡Y
él le tenía el güevo totalmente clavado por el culo mientras el
otro parecía querer mamarse uno!
Por
supuesto que la idea se le ocurre… y le eriza de pies a cabeza.
Aunque no obsesivo con el sexo, a pesar de encantarle, y de ser
respetuoso con las amistades, conoce al desgraciado de Renato Ocando
desde hace muchos años, un guapo amigo con quien ha bebido y
bromeado, y mentiría si dijera que a veces no sintió un cosquilleo
en las pelotas viéndole inclinarse a tomar algo, mostrándole aquel
trasero dentro de sus ropas, o en bóxer cuando van al gimnasio
juntos. La idea de que llegara, los encontrara, se le pusiera dura y
se la sacara dándosela a comer a su cuñado, al marido de su mujer,
con él ahí, viéndole, le excita de una manera perversa. Pero es
que caliente, perverso y decidido se sentía metiéndole el güevo
adentro y afuera a ese bonito carajo fornido; cada golpe que le dio
le hizo temblar la verga como si se le llenara de una corriente
nueva. Aún ahora, quietos como están mientras sostiene el teléfono
contra su oreja, respirando agitadamente, su pecho subiendo y bajando
sobre la recia espalda de Jacinto, ese agujero parecía continuar
amasándosela.
-Sí,
estoy aquí… -se le escapa, ronco, no sabiendo ni el mismo qué
espera que ocurra.
Por
su parte, echado de panza contra esa camilla, respirando también
agitado, sonriendo plenamente como un gato feliz, el cabello
cayéndole en la frente y sobre un ojo, Jacinto se siente en la
gloria. La dura, gruesa, nervuda y pulsante verga clavada en su culo
le brindaba todo lo que quería o necesitaba… aunque podía ser
más. Y mientras su culo, sin hacer un sólo movimiento, parece
adherirse totalmente a ese tronco, agitándolo, frotándolo,
succionándolo con hambre, provocándole un gemidito al otro, de
sorpresa y gusto, también siente deseos de chupar con su boca.
Babea, salivaba, deja escapar gemidos mientras le succiona el dedo
que tiene entre sus labios, acompasándolos con las chupadas que daba
su agujero vicioso. Y cierra los ojos, estremeciéndose más…
pensando en Renato, su cuñado, con una mezcla de disgusto, alarma y
excitación. Odiaba a ese carajo que se creía moralmente superior a
él; pero tenía un cuerpo que…
Y
se imagina también, allí, desparramado sobre esa camilla, Gabriel
llenándole el culo con su güevo grande, uno que le producía
sensaciones increíbles que llegaban a cada rincón de su joven y
musculoso cuerpo, dándole sin detenerse, mientras se comía el güevo
de su cuñado, cubriéndolo con sus labios como hace con ese dedo,
pegándole la lengua de la gran vena en la cara posterior, haciéndole
gemir, oyéndole decir que mama un güevo mejor que su hermana. Tal
idea, tan alejada de lo que generalmente es, de lo que siente y
piensa ordinariamente, le provoca escalofríos, y su culo parece
conectarse decididamente de aquel tolete clavado y lo ordeña. No es
imaginación de ninguno de los dos, lo conecta y lo hala, lo chupa.
Eso provoca otro gemido de Gabriel, todavía teléfono al oído.
-¿Ocurre
algo? –escucha este, a Renato, junto a su oído.
-Nada,
yo… -jadea pesadamente, casi como un maniático, lo sabe, mientras
ese culo sigue ordeñándoselo, y ahora Jacinto comenzaba otra vez un
vicioso sube y baja de sus nalgas plenas, refregándose de su
pelvis.- Ahhh… Hummm…
-¡Hijo
de puta! –oye una risita del otro lado.- Estás follándote a uno
de tus maricones mientras hablamos, ¿verdad? –se oye a Renato de
los más divertido, y Jacinto se estremece al escucharle; si, se
cogía a uno de sus maricones, se dice, apretando y soltando el
agarre de su esfínter.
-Así
es, el mariconcito con el cuerpo más bello y el mejor culo que he
probado en mucho tiempo. –exclama maligno, Gabriel, recuperando su
dedo y levantándose, apoyando una de sus manotas sobre la joven
espalda, casi quedando arrodillado, culo sobre las piernas, con el
güevo bien metido en ese culo (joder, cogerle viéndole las nalgas y
la tirita del hilo dental a un lado era mejor).- Tendrías que verlo.
–y con un inconfundible chillido de la camilla comienza un salvaje
saca y mete, mirando fijamente su cilíndrico tolete saliendo y
entrando del deliciosos agujero que lo apretaba; unas cogidas que le
ocasionan un alarido agónico de placer a Jacinto, quien maúlla, se
revuelve, su espalda se agita, y sonríe de manera encantada. Oyen la
risa de Renato.
-¡Bolas!
Sabes que esas vainas… -se niega, aclara… pero no cuelga.
Gabriel
no sabe qué tiene, qué se había apoderado de él; debía ser
Jacinto, ese carajote tan rico y culón que se decía heterosexual
pero que gemía con el roce de una bragueta contra su culo. Debía
ser, porque rompió uno de sus tabúes, sexo con un paciente, y ahora
le hablaba así a un amigo, con claras connotaciones sexuales, límite
que se había jurado no cruzar jamás; pero la manera en que ese
agujero le chupaba era…
-Este
culito apretado chupa como nunca nada me lo había hecho. Y tiene
hambre este muchachón, quiere mamarse un buen güevo caliente y
pulsante. –le dice ronco, provocador, intensificando el saca y mete
dentro del agujero de Jacinto, quien responde con alaridos que llenan
la sala, y que Renato, del otro lado del teléfono, debía escuchar
muy claramente.
Sonido
que afecta al galeno también, quien afincando sus rodillas sobre la
camilla, aún con el mono cubriéndole el culo y los muslos, se echa
hacia adelante, sosteniéndose con una mano de la camilla, y comienza
a embestirle con todo, su grueso güevo joven, nervudo, sale casi
hasta la punta, momento cuando siente que ese esfínter lo retiene
(¡no quiere que se lo saque!), y cae otra vez, con todo su peso,
aplastándole nuevamente contra el mesón, encantándole de una
manera dominante el sentirle tensarse y arquearse bajo él, escuchar
sus gemidos ahogados mientras el culo chupaba con fuerza los jugos
que del ojete del glande salían.
-Deja,
pana… -advierte Renato, ¿con voz algo ronca?- Oye, esa voz me
parece conocida…
Jacinto
nunca podría negar que al escuchar esa pregunta, y presintiendo la
respuesta de Gabriel, que era a él a quien enculaba con esos fuertes
y maravillosos golpes que le metían el güevo hasta el estómago,
desde el culo, casi se corrió de pura calentura. Una idea poderosa,
que le hacía jadear más, respirar más pesado, su piel brillar con
un sudor sexy, le dominó: quería más güevo. Otro, al menos otro
para comerlo. Desea ese enterrado en su culo y que con el glande le
daba en esa cosita que subía y bajaba, haciéndole arder totalmente
las paredes del recto, que le tenía sobre estimulada la próstata,
despertándole esas curiosas ganas de tragar y saborear uno, rodearlo
con su boca y chuparlo con fuerza. Dios, las ganas eran tantas que no
puede evitar gemir más y más, meciendo su cabeza, ronroneando,
mientras su agujero era una verdadera ventosa sobre ese tolete que
ordeñaba despiadadamente.
Y
si, Gabriel va a decirle a Renato a quien se coge, al cuñadito, al
hermano de Omaira, su mujer. Abre la boca, entre jadeos, su
respiración también afectada, cuando escucha.
-No,
mejor no me digas, coñe’e madre. –suena alarmado y amistoso del
otro lado, como si le avergonzara agregar.- Me la tienen dura y eso
no me gusta. –le cuelga, dejándole desazonados.
Pero…
¡se le había puesto dura!, piensan ambos, como compartiendo un
cerebro, o tal vez era esa profunda conexión güevo-en-un-culo que
los dominaba en esos momentos.
El
joven de rostro picado como de sarampión, enrojecido también por un
tardío acné, llevando la braga que le acreditaba como miembro del
equipo de Mantenimiento del grupo clínico, entra en la recepción de
la oficina del urólogo, congelándose en el acto. De la puerta
cerrada que lleva al consultorio del galeno parten unos sonidos
inconfundibles, una mesa agitándose violentamente, una voz masculina
gimiendo, gritando y lloriqueando como si estuviera gozando una bola
y parte de la otra, y la gruesa y ronca voz del médico.
-Tómala,
tómala toda, puto; es lo que querías, ¿verdad? Tu culo goloso
estaba necesitado de esto. –casi grita.
El
joven queda con la boca muy abierta, parpadeando, acercándose y
escuchando contra la puerta. ¿El doctor estaba cogiéndose a un
paciente en su consultorio?, qué vaina. Le conocía, era un sucio,
pero nunca había hecho aquello. El galeno tenía cierta fama en las
instalaciones… como que, reconoce enrojeciendo, se lo había
follado a él en el depósito… y eso que ni gay era. Muy quieto,
boca abierta en un gesto normal de toda su vida, se queda y escucha…
-Ahhh…
-grita totalmente entregado, sonriendo dichoso y caliente, Jacinto,
de espaldas sobre la camilla, su cabeza colgando un poco, cerrando
los ojos, agrandando su sonrisa, sus axilas muy visibles al tener los
musculosos brazos hacia atrás, su increíble cuerpo desnudo, sólo
sus genitales cubiertos por una rosa tanga masculina, la cual demarca
como si fuera pintura su verga totalmente dura, que pulsa y gotea,
así como sus bolas. Todo él agitándose por las embestidas que le
da aquel hombre, desnudo totalmente, sólido, bronceado, con los
tatuajes que suben de los antebrazos y cubren parte de sus hombros, y
el costado derecho del torso, dientes apretados, atrapándole por las
nalgas, teniéndole los tobillos en sus recios hombros mientras agita
sus caderas, follándole con fuerza. Pero, de alguna manera, aquellas
entrañas ardientes, adheridas a esa pulsante barra, la halan,
masajean y succionan de una manera tal que tienen rugiendo al
urólogo.
-Oh,
Dios, eres tan puto. –le grita, ya no pensando en si quedaba
todavía alguien por ahí, la camilla quejándose más por los
renovados bríos de las cogidas.- No, puta; eres una puta caliente.
–parece acusarle, notando como eso le hace ronronear sobre el
mesón. Le azota un glúteo duro, y se siente tan bien como escuchar
el gemido del otro, que sonríe viciosito y abre los ojos, brillantes
de lujuria, pero también como mareado, seguramente por todo el
placer de sentir su culo incansablemente cepillado por la verga de un
hombre. Si, esa puta necesitaba más…
Una
nueva nalgada, leve, obliga al fornido joven a caer otra vez, boca
muy abierta de donde escapa un grito totalmente sexual; ese hombre le
trataba con posesión, con autoridad sobre su cuerpo, casi
reduciéndole a una sumisa posición de ordeñador de su verga, y la
idea, saber que se la ordeña con el culo, le tiene delirando de
placer. Y esa cara, esos gemidos, esa sonrisa excitan y ponen más
mal a Gabriel, quién, sin embargo, nota algo, ceñudo de confusión.
Cuando Jacinto se desnudó, le llamaron la atención los pezones del
joven, pero ahora… eran como más visibles, largos y algo llenos.
Con la mano libre pellizca uno, ¡estaba tan durito!, y nota cómo el
joven arquea la espalda sobre la mesa, como si le hubiera tocado otro
botón imposiblemente erógeno.
Como
médico eso le intriga, era un cambio notable en poco tiempo,
¿alimentado por la verga en su culo? ¿Y qué tenía ese culo que al
metérselo parecía golpear una fuente de poder sexual? Como sea, se
siente algo culpable, como médico debió ayudarle cuando se presentó
con su “problema”… Pero, tal vez, estaba haciendo lo mejor por
él. Aunque Jacinto decía una cosa, parecía anhelar otra. Tan joven
y guapo, un cuerpo de infarto y un trasero de pecado, debía guiarle
a encontrar lo que en verdad quería y para ello no había mejor
método que aquel, que experimentara con un güevo clavado su culo y
entendiera que todo ese placer que ahora le tenía delirando en la
mesa podía tenerlo siempre, si aprendía a complacer a los hombres.
No sólo con su buena figura o su cara bonita, sino con su culo; no,
con su coño hambriento, mojado y caliente. Soltándole las nalgas,
metiéndosela hasta el fondo, se tiende sobre él, apretándole las
dos tetillas. Ambos mirándose.
-¡Puta!
–le grita casi al rostro.
Y
cerrando los ojos con una mueca viciosa de gozoso, sin tocarse,
Jacinto Contreras tiene el primer gran orgasmo de su nueva vida.
Siente que cada célula de su cuerpo tiembla y se eriza, que su culo
aprieta fuerte y su propio tolete es una barra recorrida por mil
sensaciones. Grita, tiene que hacerlo mientras los trallazos salen
del ojete de su glande, bañando la tanga, carga que casi traspasa
chorreándole el abdomen con el ardiente líquido espeso. Cada
disparo le eleve a alturas de placer indescriptibles mientras cientos
de luces blancas estallan frente a sus ojos, aunque los cierra. Se
corrió con todo lo que tenía, arqueando la espalda y echando la
cabeza hacia atrás, casi fuera de la camilla, su recio torso
elevándose y bajando con la pesada respiración.
Por
su parte, mirándole fascinado, Gabriel siente la presión de ese
esfínter y recto sobre su barra, apretándola salvajemente,
succionándola de manera intensa. Es tanta que aunque pretendía
aguantar, no lo consigue y…
-¡Toma
toda mi leche, puta! –le grita sintiéndose sucio, sacándosela
casi toda, hasta el glande, y metiéndosela nuevamente, de golpe, con
fuerza, y tensa su cuello, aprieta los dientes y tiembla de lujuria y
placer mientras se corre. Lo hace abundantemente, su ojete vomita su
buena carga de semen y aquel culo parece activarse para succionarlo
de una manera desconcertante pero increíble, lo aferraba como si
fuera prácticamente una mano que lo masturbaba y una garganta que lo
ordeñara.
La
boca de Jacinto se abre nuevamente, un grito agudo escapa de ella
cuando lo siente, el temblor del tieso güevo clavado, ese algo
caliente como fuego líquido que lo recorre mientras late contra las
sensibles y hambrientas paredes de su recto, y finalmente el disparo
de aquello. Lo percibe perfectamente, el golpe de semen, que lo
llena, que parece arrojar como una bolita de billar algo dentro de
sí, que sube y baja golpeándole la próstata una y otra vez, y
tiene que gritar más fuerte mientras alza su ombligo al doblarse
tanto sobre esa mesa. El semen mana y mana porque sigue ordeñándolo,
y cuando Gabriel se tiende sobre él, susurrándole puta, puta, puta,
grita perdiendo el control, rodeándole el cuello con sus fuertes
brazos, atrayéndolo y besándole.
Su
hambriento culo succiona lo que necesita, su esfínter se relaja y
tensa sobre el cilíndrico tolete que lo penetra, ¡quiere más
leche!, mientras perdida toda la cordura mete la lengua en la boca
del galeno, encontrando la suya, atrapándola y chupando de ella,
halándola, bebiéndose su saliva. Nunca había besado a un hombre,
ni esperaba hacerlo jamás, pero en esos momentos todo gira a su
alrededor de manera vertiginosa, nadando en endorfinas como está.
Siguen y siguen, dándose lengua, chupadas y lamidas, el güevo
todavía latiéndole en el culo tomado.
Las
bocas se separan, jadeantes. Gabriel totalmente erizado, llega a una
conclusión: ¡necesitaba conocer a ese chico! Entablar una amistad,
una…
-Jacinto,
yo…
-¡Suéltame!
–ruge el joven de repente, apartando sus brazos y casi cayendo de
culo de la mesa al echarse hacia atrás, estremeciéndose cuando el
grueso y largo tolete abandona su agujero, el semen manando de él.-
¡Oh, Dios! –ruge saltando de la mesa, tomando sus pantalones.
-Espera,
yo… -el médico se siente ahora afectado; rechazado cuando
intentaba otro acercamiento, y frustrado por sentir que tal vez sí
violó sus votos como galeno.
-Yo…
yo… debo irme. –no le mira mientras se viste, subiéndose el
pantalón, arrugando la cara al sentir el semen chorreándole culo
afuera por sus muslos.- No… No creo que… que vuelva porque…
-Lamento
que sientas que me extralimité, yo… -alza las manos después de
cubrir su tolete todavía erecto. ¡Parecía querer más de ese
increíble culo!
-No,
no… doctor, no quiero hablar… -rojo como un tomate, hirviendo de
humillación y vergüenza, cierra sus ropas, sintiendo como el
pantalón se le moja de esperma, por delante y por detrás. Traga en
seco, casi con un puchero de llanto, ¿cómo iba a salir de ahí así?
-Espera,
puedo traerte algo… Tengo ropas en mi casillero. –insiste,
acercándosele, solícito, comprendiendo que realmente aquel chico
era virgen y que ahora atravesaba el pasillo de la vergüenza.- No
debes sentirte mal por lo que pasó, fue…
-¡No
quiero hablar de eso! –estalla, parpadeando con fuerza, el puchero
más pronunciado. Se coloca el saco, y tantea que la parte trasera
cubra su redondo culo. Se veía tan patético que…
-Por
favor, espera, en serio. Nunca hago esto con un paciente, pero tú…
-¿Fue
mi culpa? ¿Es eso? –ladra, rojo ladrillo, tragando todavía más,
mirándole.- No, no digas nada, no quiero saber. –se dirige hacia
la puerta, notando su culo enlechado, su verga también, así como
está secándose sobre su abdomen.
-Por
favor, Jacinto… -brama el hombre, con el mismo tono aprensivo de
cuando una chica no desea escuchar una disculpa, una explicación o
un ruego.- No te vayas así, en serio. ¿Puedo… puedo invitarte a
que vayamos a tomar un café? –pide, con frente fruncida y mirada
de cachorro grande, mientras desea, en serio, que diga que sí.- ¿Por
favor?
CONTINÚA ... 7
No imaginás lo que te extrañé. Soy Víctor, siempre he estado pendiente de tu blog.
ResponderBorrarGracias, amigo, y bienvenido al espacio.
BorrarMe encanta esta historia!!
ResponderBorrarESPERANDO LAS PROXIMAS ENTREGAS SOY SEGUIDOR DE TUS HISTORIAS
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