EL PEPAZO SUCIOS
No
hay más lealtad que la del propio culo en peligro...
...
-¡Cállate!
-le ladra Marcos, cruzando una mirada con Mateo. Culparán al idiota
ese y que responda como pueda. Aunque ambos saben que eso de nada
servirá. No con el Ruso, quien tendría que dar un escarmiento con
ellos. Pero tal vez, mientras le apretaban las clavijas (¿en los
dedos?) a Gabriel, pudieran ganar algo de tiempo.
Llaman
a la puerta. Con mucha corrección y los tres se tensan, alzan las
cabezas, sacan pechos y cruzan miradas. Al nuevo llamado, algo más
insistente, oyen...
-Sé
que están ahí, caballeros. Hice rastrear los teléfonos de los
señores Jiménez y Escalona. Y les vi por el ventanal. -escuchan esa
voz fría y seca, que intenta escucharse amistosa pero que lo que
provoca es escalofrío con sus erres sonantes.
Apretando
los dientes, Marcos da un paso al frente y abre, luchando contra las
ganas de retroceder cuando encara al hombre, quien de cerca parece
más... extranjero, aunque llevara toda una vida en estas tierras
calenturientas.
-Señor
Komarov... -comienza. El otro alza una mano como indicándole
“silencio, no aquí”.
Se
echa a un lado y el Ruso entra, recorriéndolo todo automáticamente
con la mirada. Su paso es alerta. No admira la decoración, o el
polvo en los cuadros; ubica entradas, salidas, lugares desde donde
alguien pudiera estar vigilándole, apuntándole. Tragando en seco,
Gabriel sonríe intentando verse obsequioso e inofensivo, adoptando
un aire de gato, cuando los desvaídos ojos le atraviesan.
-¿Saben
qué me trae por aquí, verdad? -el hombre no alza la voz.
-Señor
Komarov... -comienzan los tres al mismo tiempo con aquello de que no
quisieron robarle, que fue una equivocación, que no quisieron
faltarle al respeto. Dos de ellos indican que Gabriel es responsable,
este, rojo y asustado chilla que no, que fue robado. En síntesis, a
tres voces ansiosas quieren relatar al mismo tiempo un cuento. Algo
que el frío hombre, de mirada aún más helada parece entender. A
medias. Les silencia alzando una mano.
-¿Están
diciendo que dejaron mi dinero... tirado por ahí y alguien tomó una
parte? Me parece, caballeros, que mi problema no es con esa persona,
sino con ustedes. ¿No les parece? -les responsabiliza. Al hombre
negro de crinejas y anchos hombros, brazos como de levantador de
pesas, quien le pidió una oportunidad en su organización y llevó
al otro, el sujeto blanco de rostro casi cuadrado, fuerte, de mirada
rebelde y gesto peligroso de chico malo, el cual presentó luego al
más bajito, el de aire asustado y casi lloroso en esos momentos.
-Lo
siento, señor Komarov. -gruñe Marcos, el que siempre parecía tener
más bolas de los tres.
-¿Quién
tomó mi dinero? -pregunta al fin, desviando la mirada hacia el
bajito, que enrojece feamente y sus ojos parecen más llorosos.
-Este...
mi cuñado... -con un gesto señala el ventanal que da al patio. El
Ruso mira en esa dirección por unos segundos, sonriendo torvamente
volviendo la mirada a Marcos, pero dirigiéndose al bajito cuando
habla.
-No
sabía que había alguien más en la casa; gracias por avisar. Ve con
él, que no entre y me vea.
El
bajito asiente como aliviado de poder salir de allí, ese sujeto le
aterraba. Aunque mira a sus compañeros sintiéndose culpable de
dejarles allí, casi escapa a la carrera. El hombre da un paso hacia
Marcos.
-¡Quiero
mi dinero! -la voz estalla como un disparo.
-Claro,
señor Komarov. Lo conseguiremos y...
-Por
supuesto que lo harán, ¿pero y mientras tanto? Este abuso de
confianza, esta falta de respeto... -casi mastica las palabras y los
otros dos se estremecen, pálidos.
-Si
hay algo que podamos hacer...
-Lo
hay. -la respuesta categórica e inmediata les sobresalta. ¿Tendrían
que darle una golpiza a algún viejo, robarle algo a una anciana,
medio matar a palos a una madre?, no lo saben pero están listos para
lo que sea.- Quiero ese culo.
Por
un segundo no entienden. Parpadean confusos y luego siguen la mirada
del hombre. Hacia el ventanal, por donde se ve a un carajo indolente
que se levanta de una tumbona, estirando un cuerpo flexible, esbelto
y alto. Sonriendo con deleite bajo el sol, el cual lleva una camiseta
que tan sólo resalta su figura y sus pectorales aún a la distancia.
Prenda que desaparece cuando se la quita, descubriendo un torso aún
más tonificado, un abdomen ligeramente en cuadros, lo suficiente
para ser llamativo, no tanto como para ser grotesco. Y que se inclina
en esos momentos para recoger la camiseta que cae al piso cuando iba
a dejarla en la tumbona. Marcos y Mateo perciben como el Ruso se
tensa, como contiene un tanto la respiración. Si, la espalda de
Rubén era ancha, pero no tanto, la cintura estrecha, y el blanco
bañador elástico que cubría desde el fin de la espalda y llegaba
apenas por debajo de las bolas, dejando fuera los musculosos y
torneados muslos, era todo un espectáculo. Porque Rubén era...
culón. Su trasero era redondo, firme, duro, como notaban lo
quisieran o no los que trataban con él. Y al inclinarse, las piernas
algo separadas, ese trasero resalta contra la tela algo húmeda,
enmarcándole las turgente circunferencias, el saco con las bolas más
abajo. Pero, y no saben si es una ilusión de la distancia, el sol o
que les tiene atrapado el deseo del Ruso, les parece que la raja
interglútea destaca y que casi era posible verle... verle los labios
del culo. Insinuante. Retador. Expuesto. Ofrecido.
Aún
en shock, los amigos cruzan una mirada, luego observan al Ruso, quien
aparta los ojos del catire, el cual se vuelve indolente y retador al
cuñado que se le acerca, mirándoles a ellos.
-Señor
Komarov, no entiendo, ¿dijo...?
-Quiero
ese culo. Abierto para mí sobre mi cama. Esta noche. En mi
apartamento del Centro. Saben cuál. Consíganmelo y les daré tiempo
para pagar. No mucho... pero no les pasará nada que no sé qué
pueda ser, pero seguro que malo y desagradable, no hoy, ni mañana y
ni tal vez pasado. -es la oferta.
Marcos
no puede procesar aquello. ¿Llevarle al güevón ese? ¿Pagarle con
el culo de otro? Joder, habría sido más fácil, aunque
desagradable, que pidiera el suyo. O el de Mateo. O el de Gabriel,
quien sí tendría que dárselo por imbécil. Por su culpa estaban
metidos en aquel peo.
-Lo
tendrá. -se sorprende más cuando escucha a Mateo adelantarse,
hablando con seguridad.
-Excelente,
caballeros. -sonríe el hombre, como si cerrara un trato de negocios,
mirando fugazmente hacia el ventanal.- Espero que no sean muy amigos
de él... Lo tengo realmente grande y va a dolerle. -les informa como
si hubieran deseado saber, lo cual no era el caso, piensa Marcos.
Mateo medio ríe, nervioso, pero siguiéndole la corriente.- Les
espero esta noche, sobre las siete. Tomaremos unos tragos,
cenaremos... algo ligero, claro, ya que voy a follar. -agrega como si
tal cosa, mientras inclina la cabeza y se dirige a la salida.
Una
vez a solas, todavía trastornado, parecía costarle más que a Mateo
procesar todo aquello, Marcos le mira.
-¿Qué
coño acaba de pasar?
-Que
el güevón del cuñado de Gabriel puede que nos salve la vida.
-aclara el hombre negro de largas crinejas.- Con su culo. Lo que es
justo ya que fue él quien nos metió en todo esto. Me alegra que el
Ruso la tenga grande. Ojalá le duela durante una semana.
-¿Te
volviste loco? ¿Cómo vamos...? -Marcos parece al borde de los
gritos, escuchando el vehículo alejándose.- ¿Cómo vamos a
convencerle de dejarse coger por el Ruso? ¿Acaso no sabes que ese
hijo de puta de Rubén anda tratando con mujeres desde los doce años,
cuando se folló a la vecinita que lo cuidaba cuando sus padres
salían? ¡Cuenta esa mierda cada vez que conoce a alguien! Con esa
pinta el muy hijo de perra... ¿Y su padre? ¿Has pensado en él? No
podemos...
-No
vamos a preguntarle, ni a él ni a su papá. Lo llevaremos y le
perforarán el culo. Punto. -Mateo le silencia.- Yo me encargo de esa
parte. Tú le llevas, yo lo preparo. -y lo dice con tal seguridad que
el otro parpadea.
-¿Cómo
coño crees que lo prepararás para...?
-¿Sabes
cómo me dicen en la calle? El Químico. -le aclara. Y los dos
hombres se miran, hablando a dos niveles, sin entenderse del todo,
pero compartiendo algo.
-¿Se
fue? ¿No los mató? -jadeando, Gabriel aparece.
-No,
marico, estaremos penando en esta sala de mierda por toda la
eternidad mientras nuestros cuerpos se pudren en la maleta del carro del
Ruso. -estalla Marcos, sintiendo que la cabeza le arde.- ¿Sabes lo
que quería para no matarnos de fea manera...?
-Que
le paguemos con intereses. Y muchos. -le silencia Mateo, mirando a
Gabriel, quien asiente. Que hijo de puta, piensa Marcos, recobrando
la compostura.
-Lo
que sea. -jadea el más bajito.
-Maldito
cretino... -comienza Marcos al escucharle, ahogándose cuando una
risa nerviosa va dominándolo.
Que
se jodan. Gabriel y el cuñado. Mateo, con quien cruza una mirada, le
acompaña en la risa. Habían estado tan asustados, tan seguros de
que les ocurriría algo terrible y la solución era... Estallan en
carcajadas. Gabriel, confuso, ceño fruncido, parece sufrir un ataque
de reflejos y sonríe también, riendo finalmente. Sin entender un
carajo. Y, mirándole reír, Mateo y Marcos casi se mean encima.
......
La
noche era calurosa, o se lo parecía a él, tal vez por los nervios y
la tensión. Por todo lo que estaba en juego y... lo que haría.
-Me
sorprende que me hayas invitado a una reunión donde “habrán
muchas chicas, bebidas, comida y algo de perico”. -le dice, algo
receloso, el tipo sentado a su lado en el Monza gris.
-Ya
te dije que son negocios, Rubén. Vas a ayudarme en algo. -repite,
entre dientes, Marcos Escalona.