jueves, 28 de febrero de 2019

VIHARSAROK, VAYA FINAL DE...

   Cómo cae uno...

   Mira que hay gente malintencionada en este mundo, que se divierte horrores, de manera perversa, siéndolo, y lo entiendo porque yo muchas veces soy así. Pero, como con las bromas pesadas, es molesto cuando se lo hacen a uno. Y eso me pasó la semana pasada. Una perrada, no una broma. Una amiga me recomendó una pelicula de tematica gay, que no es lo único que veo, ni siquiera es mi tema preferido, mucho drama; en lo tocante al cine prefiero muchas otras cosas, especialmente horror, desde zombies a asesinos con hachas que van haciendo zeviche de personas. Bien, Sonia, la amiga malintencionada de la que hablo, le cantó tantas loas a esta cinta, sobre lo hermosa y maravillosa que había sido, que me intrigó (es una “mostra”, ¿algo le pareció hermoso?), la busqué, descargué y la guardé en un pendrive para verla luego.

   Lo que ocurrió el martes, recién llegando de casa de la familia, allá en Guatire. Mis fines de semana se hacen cada vez más largos mientras menos tenemos que hacer en la oficina. Regresé ese martes por la tarde y esa noche, después de Hawaii 5-0, me puse a verla. Y si, la película era sencillamente hermosa, la verdad sea dicha.

   Viharsarok, con todo lo difícil que es de escribir y recordar el nombre, es una cinta húngara, según tengo entendido. Por cierto, pienso hablar mucho de ella, revelando detalles, ¿okay? Un joven futbolista de esa nación se encuentra en Alemania probando suerte, y aunque tiene talento le va mal en la cancha y en los vestuarios donde discute con un joven amigo a quien admira más de la cuenta, escondiendo un enamoramiento no correspondido. Dolido, anímicamente, al igual que en lo sentimental y profesional, se regresa a su tierra pero no con su familia, sino a una casa en un campo donde vive a solas, con un perro, en una propiedad que necesita muchos trabajos de reparación, donde piensa dedicarse a la apicultura. Allí conoce a un apuesto chico rudo y sencillo que intentó robarle, medio lesionándole y al que luego cuidó. Quien al saber que no llamará a la policía se ofrece, mediante salarios de jornadas, a ayudarle a reparar la casona. Y poco a poco algo cambia entre ellos. Nuestro héroe, mientras transcurren los días, le mira de manera intensa aunque disimula, especialmente frente a otros; pero algo pasa, que es sutil, excitante por el trasfondo de intensa tensión sexual. Uno espera que ocurra algo en cualquier momento, y espera verlo. Eso sumado a la ambientación y la fotografía la hacía buena. La trama y su presentación te atrapan de tal manera que uno no siente la tentación de adelantarla, a pesar de esperar aquello, sino que aguarda pacientemente a que ocurra. Tanto es así que, a pesar de la hora que comencé a verla, me quedé hasta el final, aunque me dijera que era mejor terminarla al otro día.

   Ayuda que los protagonistas sean guapos, claro, según esa óptica de las películas sobre cómo es la gente, especialmente los homosexuales cuando se conocen y enamoran. Todo muy típico. El futbolista era especialmente llamativo en expresividad. ¿Vieron la cinta policiaca El Ciudadano X, donde un detective ruso persigue a un asesino en serie?, este tiene una cara como de dolor de bolas, algo de atormentado que le hace llamativo; nuestro chico también, aunque es mucho más apuesto. Delgado, algo bajo de estatura, de cabello abundante y muy negro, que a veces le caía sobre los ojos, con rastrojos de barba y mirada intensa, como de perro que pide, o vela; se veía sencillamente adorable. Uno se pone de su parte fácilmente, y quiere que triunfe en sus propósitos. Que algo bueno le pase.

   Es más, una cara así, un sujeto tal, incluso con el poco velludo pecho, era lo que tenía en mente, hace años y sin haberle visto jamás, cuando escribía una “novela”, Luchas Internas, e intentaba describir, sin lograrlo nunca, a Eric Roche, el chico de mi película. Viendo a ese actor en ese papel casi le reconocí. Había un deje de pesar en él, de sentirse solo, abandonado de todos, aún de las oportunidades, de intenso aunque supiera que sus esfuerzos fracasarían, que lo hacía, repito, adorable. Bien, se interesa en ese chico sencillo de pueblo conservador, donde la gente va a misa y la opinión de los demás pesan bastante, especialmente sobre lo que es la hombría; el chico cuida a una madre de personalidad muy marcada y hasta tiene una novia, pero las cosas terminaron cocinándose entre ellos.

   Pasa, destapándose la caja de Pandora, en medio de otra escena típica de este género, cuando alegremente toman y toman, emborrachándose ambos. Ocurre en medio de una escena que tensaba por lo poco a poco que iba, por lo que podría haber pasado cuando nuestro héroe hace su jugada. Van en moto en medio de la nada y terminan en la grama, acostados, uno contra el otro en plena noche; borracho nuestro chico se medio vuelve, viéndole con los ojos cerrados, y comienza a tocarle el torso, bajando y bajando, desabrochándole el pantalón y metiéndole mano en medio de una escena increíblemente sensual para lo poco que exhiben. Especialmente la cara del otro, que jadea y se estremece. Despierto aunque no abre los ojos. Y ahí quedan. Al otro día nuestro chico abandona la zona para visitar a su familia, ¿escapando? La trama quedó un tanto confusa al respecto, excepto por la escena del encuentro con su papá, que le hace verse aún más patéticamente adorable, y las ganas que este tiene de que vuelva a Alemania y lo intente de nuevo en la cancha.

                                    
   Cuando vuelve, el chico de pueblo le evita, no quiere trabajar más para él. Y nuevamente se veía patéticamente bello trabajando solo, bregando con todo, hasta que el chico vuelve, sin hablar de lo ocurrido; pero pasa de otra vez, nuevamente se deja meter mano y la cosa se pone más íntima, porque ahora también él responde. La trama sigue así hasta que el otro se siente mal, contándole a su madre que ese hombre le metió mano, y que no le detuvo, que no sabe por qué no lo hizo, pero que no pudo. Ella no quiere que vuelva a verle, este lo hace y las cosas parecen ir ahí ahí hasta que regresa ese amigo de Alemania, el otro futbolista, y hay una escena de celos increible. Aunque toda esa parte de la historia fue extraña, el amigo quiere algo, confiesa que también sentía atracción, pero este parece haber cambiado. Fue ambiguamente poco clara la trama en este punto, ¿a quién quiere nuestro héroe, por cuál se decide? Pero de que este estaba celoso, lo estaba, aunque por otro lado es hostigado por su sexualidad, aún por los conocidos, ya que su madre ha contado más de la cuenta.


   Llega el final, después de una escena loca de un trio, el amigo se va, ellos se quedan en esa casa. Hay otra toma hermosa entre ambos, un final juntos, yo estaba emocionado, sintiéndome bien mientras todo iba acabando, disponiéndome a dormir bajo el influjo de ese amor, todo lindo, sensual y perfecto... cuando la película va y se jode. En minutos. Mejor dicho en segundos. Total y completamente. Fue un final de mierda, y me perdonarán la palabra, pero a veces, cuando se usa otra para señalar un punto, no se logra alcanzar el nivel que se desea transmitir. En lo personal me pareció una mierda, y maldije a Sonia, imaginandomela riéndose en este punto. Seguramente a otros, mirando la cinta, les parecerá una conclusión poéticamente realista dada la zona y las personas, o tristemente bella, o alguna otra cursilería de esas, pero yo lo odié. Y tarde como era, a punto de dormir, eso me arruinó completamente la velada, y el ánimo. Hasta ese momento estuve pensando en guardarla, mirarla otra vez, copiarla y mostrarsela a otra gente; pero con ese final de... de... ¡mierda!

   Joder, no, mesura; la película es realmente hermosa, intensa, romántica y sensual, uno la disfruta completamente (aunque habría sido un poquito mejor si los enamorados se hubieran mostrado un tanto más afectuosos con nuestro héroe, quien siempre esperaba por ellos, especialmente por el último); disfrútenla casi hasta la conclusión y evitense esos dos minutos finales. Llamando al otro día a Sonia la descargué mientras la bicha esa se reía. Comentandole que no entendía por qué se continuaba con esa temática para los finales de romances escondidos entre chicos, ella me preguntó si no noté que al principio decían que era una historia basada en un hecho real. ¡Peor todavía! Mi pobre triste y hermoso héroe, ¿acaso no había sufrido bastante ya? 

HOMBRES DE HIELO, UNA PELICULA DE SENTIMIENTOS…

JUERGA

   El mundo se escandaliza, sus amigos...


   Teniéndolo como lo tiene, un imán para atraer miradas (aún de carajos casados), usando una de sus prendas más atrevidas, regalo navideño de su jefe en el trabajo, y de las que mejor le quedan, a viva voz anuncia al mundo que este año será una enorme, eterna y prolongada fiesta, y que piensa celebrarla sobre los regazos de todos el que se acerque. Cosa que a todos emociona y se las endurece. ¿El problema?, la demanda. Demasiados amigos interesados en la oferta de juega. ¿Lo bueno?, como buen putito le encantaba saberse, para los hombres, un atractivo juguete.   

DISGUSTO PROPIO

FORMACION

   Siempre repetía esa palabra que no entendía...


   Mientras chilla que no, adolorido y totalmente humillado, el chico no puede creer que el hermano de su novia le trate de esa manera, desde hace casi tres meses (la ama y no quiere dejarla), cuando este considera que se ha portado mal. Le grita, le hala por un brazo, le echa de panza en su regazo y le nalguea. Ahora se lo hace con el culo al aire, el cual pronto deja de sentir el frío del viento al arderle por las palmadas. Cuando este le gruñe que necesita seguir estrictamente su formación, piensa que le habla de “portarse bien” para con la novia... No puede imaginar que su aire de chico bueno, limpio y bello ha excitado al otro, que se asegurará de que se convierta en su futuro cuñado y sumiso esclavo. 

LISTO PARA EL ESTABLO

DOTACION

SEGURIDADES

   Todo tiene su explicación...


   ¿Que por qué los jóvenes novios de sus hijas le visitan cuando está solo en casa, con las mujeres lejos? Porque el viejo bandido sabe lo que quieren esos chicos, y lo tiene y se los ofrece, una buena salchicha larga y caliente. Tan sólo debía agitarla frente a sus caras y, todo glotones, a la orilla de la piscina, usando las tangas de sus nenas, la tomaban. 

GENTE BASICA

martes, 26 de febrero de 2019

CANTA Y NO LLORES

                                
   Creo que es de una canción de Celia Cruz...


   Aunque viviendo en Caracas, paso mucho tiempo en la cercana población de Guatire porque allí vive mi familia. A pesar de que nací en Guarenas, en Menca de Leoni, urbanización ahora vergonzosamente llamada 27 de Febrero, y no porque la fecha no lo merezca (¡es la de mi cumpleaños!), sino por el fariseísmo de la acción. En fin, estando en casa de mamá, nos tomábamos una botellita de agua loca, el buen licor queda para ricos de cuna o revolucionarios recién vestidos, y mi hermano bromeaba con mi sobrina, la mayor de ellos, la cual nació increíblemente falta de malicia para muchas cosas, pero también con una facilidad asombrosa para ilusionarse. Andaba para arriba y para abajo, estorbándoles a todo el mundo, con un muchacho que era insoportable. Terminaron, y parece que no muy bien. Como esta nena también tiene cierta afición familiar por y para el licor (le gustan los cocteles), nos acompañaba mientras escuchábamos salsas y guarachas, de repente comenzó una ranchera; fue cuando uno de mis hermanos, viéndola, gritó: Mátame aguardiente, que el amor no puede.

   Nos reímos, claro, pero ella le sacó la lengua. ¿Un poco cruel? Repito, se ilusiona y desilusiona con demasiada facilidad. Pero eso me hizo recordar épocas de mi propia vida. Hace algunos años terminé una larga relación que todo el mundo pensaba que acabaría en boda, y cuando ella me mandó para el carajo, diciendo que conmigo no llegaba a ninguna parte (le tomó tiempo darse cuenta), al alivio que sentí al no tener que cambiar mi vida de cómoda pereza egoísta que tenía, le siguió el pesar. La depresión, el temor cierto de que moriría solo. Eran los días cuando, por pura casualidad, se estrenó la película Brokeback Mountain, y ya me veía como un viejo Ennis del Mar, solo y arrepentido.

   También pensé en tantos y tantos amigos y amigas a quienes a lo largo de los años les he visto levantar una casa para luego verlo todo naufragar. Unos lloraron con tristeza, otros de rabia, lanzando duras acusaciones. Algo que jamás he comprendido del todo, si uno se une a alguien, durante tanto tiempo, es porque algo se vio en esa persona, algo que completaba y complementaba la propia vida, que alegraba y excitaba, algo que hizo pensar que sería para siempre, ¿cómo termina la gente que comparte la cama, en tales predios, como enemigos mortales deseando destruirse o cuando menos hacerse daño? Tal vez nunca he querido tanto. Eso por no hablar de quienes como mi sobrina, se enamoran solos. A todo el mundo le ha pasado. Es más, hemos comenzado por admirar de lejos a equis persona, en silencio, temiendo que se de y den cuenta, hasta lograr juntar valor y atrevernos a dar un paso (quienes se atreven, no es fácil, menos cuando se cargan con las inseguridades de la adolescencia), para ser rechazados, o conseguir momentáneamente lo que se quiere, para luego ser dejados (o dejar, que tambien pasa).

   Todos hemos sentido que nos morimos, que el dolor y la depresión no va a terminar nunca, que toda historia de amor triste es la nuestra, que toda película o canción que hable de desamor nos la dedicaron a nosotros. Es escuchar algo, sentir dolor en el corazón y preguntarse cuándo escucharon esos de mi triste historia. ¿Saben?, creo que está bien. Purgar por un rato, lamer las heridas, sentir que duelen pero que curan lentamente. Pero sentir, saber que si se quiso, que significó tanto porque somos humanos, tan dignos de amar como de ser amados. De sentir, experimentar y existir, vivir esa ilusión en brazos de otra persona que nos hace tan felices, así no dure. Dicen que es preferible amar y ser dejado que nunca haberlo sentido.

   Y mientras lo aprendemos, y asimilamos, esas canciones de desamores están hechas para nosotros, ¿o no?   

CALENDARIOS MUY BUSCADOS

CELOS

   Un tío así claro que marca su territorio...


   -Sé que queda poco tiempo para que lleguen, cabrón, todos nuestros amigos ya deben estar por tocar y entrar por esa puerta, así que apurate, tómala y chúpala. ¿Me la calientas con tus miradas hambrientas y luego quieres que me quede quieto? -le reclama, aunque su problema era otro, le parecía que el perro ese era muy amistoso con el tío nuevo en el grupo. Algo que no soportaba.- Vas a calentar y batir la leche, pero no vas a tomartela, la quiero cruzándote la cara. Quiero que cuando lleguen te vean y huelan así; tú fingiendo que no pasa nada, ellos callando y pretendiendo otro tanto. Pero lo sabrán, amiguito. -agrega dominante, callando un “que eres sólo mío”.   

VACUNA

LOS HEREDEROS

   Sabe a lo que va...
......

   Aunque el rumor llevaba algún tiempo circulando en ciertos cenáculos muy cerrados, no era cuestión de alegres comadreos todavía; aún así algo sí había logrado filtrarse. Comenzaron con las sospechas ante el cambio de talante del hombre, los frecuentes viajes de este a la isla prisión en las antillas, por visitas a ciertas direcciones allá, sepultadas en el secreteo de un régimen dictatorial que hizo de su voluntad una ley que pretendió fuera natural. La autocracia de los cástulos no quería que se hablara de ello, que se supiera, así que lo mejor era no meter las narices. Aunque repletas, siempre había espacio para uno más en sus cárceles, y eso no lo ignoraba nadie, ni siquiera los adoctrinados después de más de sesenta años de tiranía. Con todo, esas visitas despertaron suspicacias, los rumores comenzaron, sin alzarse mucho las voces, la verdad sea dicha... Hasta que en la misma Caracas un atrevido y osado periodista, Nelson Bocarán, se hizo eco. Publicándolo. Demostrando no poco valor. Al contrario.

   El comandante presidente (intentando emular al viejo sátrapa antillano con sus indignos títulos, no sentía vergüenza ante tales necedades), aparentemente estaba enfermo. Y mucho. Cáncer. Eso se decía. La noticia, en cuanto Bocarán la difundiera, desde el poder fue inmediatamente desestimada y denunciada como una canallada, una grotesca argucia de desestabilizadores, sembradores de zozobras y calumniadores de oficios, como tacharon al periodista. Entre muchos otros epítetos, ninguno menos feo que el anterior. Un agente de la CIA. Un pitiyanqui. Esos fueron los menores. Como en circo barato, quisieron montar una entelequia judicial para no sólo silenciarle sino para advertir a otros sobre la suerte que correrían de tomar ese camino, dar a conocer una noticia filtrada de la isla prisión. Lo usual en la desinformación fascista del autoritarismo, perverso terreno donde la propaganda y los lineamientos del grupo que ostenta todo el poder y usufructúa todo privilegio se hacen pasar por noticias. A pesar de eso, sin embargo, la gran mayoría del país aún no se enteró de nada, por sensacionalista que fuera el asunto. El cáncer del “comandante presidente mesmo”.

   La prensa escrita no sólo estaba amarrada por la censura y los sensores, sino que iba físicamente desapareciendo por falta de tinta y papel; las emisoras de radio no se atrevían a desafiar la política central desde la razia de más de sesenta y cinco emisoras cerradas en un periodo de tres semanas. Y las televisoras hacían lo que podían por sobrevivir a la censura y vigilancia por un lado, al chantaje legal, y a la rabia de un pueblo que les veía como vergonzosos colaboradores. que era, en efecto, el caso de algunos, cómplices en los crímenes del fascismo reinante. Todo eso ayudó a que el tema no prosperara... hasta que Rafael Poletto, indomable periodista siempre colocado en la acera opositora del gobierno de turno, levantara el silencio en su diario impreso, aún vivo en esos momentos, El País Nuevo.

   El comandante está enfermo. Y es cáncer. Publicaron desatando un feroz, sordo y rabioso chismorreo. El régimen lo negaba, insultando, amenazando con juicios, demandas millonarias y persecuciones. Un grupito de comunicadores sostenían que era cierto. Un tercio del país no quería creer aquello, cerrando oídos a toda voz, aunque algunos, entre sus filas, recordaban mentiras sostenidas abierta y desafiantemente, como que el Viaducto que comunicaba la capital con el litoral central no se caería por falta de mantenimiento como profetizaban los ingenieros de Venezuela, cayéndose esa misma tarde de la peregrina afirmación, o que la crisis económica no nos alcanzaría porque el país había guardado un buen botín a raíz de los años de precios petroleros por encima de todo lo esperado. Del otro lado, en abierto contraste, otro tercio deseaba fervientemente que todo fuera cierto; lo deseaba con la fuerza de la rabia y la humillación a la que habían sido sometidos, llegandose a encender velas y pedirle a Dios que fuera cierto y que se lo llevara pronto, y si era con mucho dolor, mejor. Como si Dios se ocupara de asuntos que los seres humanos decidían para sí. El rumor, que todavía lo era, avivó una guerra interna en varios frentes que oscureció aún más el destino de un país que se encaminaba a un verdadero desastre en lo económico, político y social.

   Nuevamente sería la voz de Rafael Poletto la que intentara brindar una guía, misma que nuevamente sería desoída, aún por su hija, para ese entonces compartiendo con él el exilio de las persecuciones: lo importante y determinante para los próximos años de la política venezolana era saber qué había de cierto en la noticia y cómo se procedería después. Otra vez un grupo se atrincheró en que era mentira y que no pasaría nada, otro pensó que ese día, a la esperada y rezada muerte, todo el régimen colapsaría y se les cobraría todo lo que había que cobrarles al gobierno. Así se colocaba la mesa para que se repitiera, de no mediar otras fuerzas, lo ocurrido en la isla prisión antillana a la caída del bloque soviético, cuarenta años atrás, que debió decretar el final de la dictadura y la apertura física y política de la isla, objetivo abortado no tanto por las fuerzas reales de un régimen armado y violento pero sin sustento económico (las consignas y la fe a una ideología que colapsaba estrepitosamente en europa, no llenaba las ollas, y con hambre no había amor que durara), sino por la imposibilidad de quienes los odiaban para trazar un único camino a seguir, dividiéndose entre los que pensaban que era preferible dejar escapar al dictador, a su familia y colaboradores, dejando libre a la isla, y quienes gritaban que no, que debía quedarse hasta que le colgaran del cuello. La lucha entre un grupo y otro les costaría cuarenta años más de dictadura, posibilidad que helaba la sangre de Poletto. La amarga división entre quienes le odiaban le daría al tirano antillano, fuera de risa (bien merecidas, por cierto), la oportunidad años más tarde de morir cómodamente en su cama, satisfecho de haberles hecho lo que les hizo, aunque dolido de los años pasados fuera del mando supremo, al tener que relegar en su hermano tal potestad, él, un hombrecito falaz enfermo de voluntad de poder a la usanza de Mussolini, Hitler y Stalin.

   Leer con interés una pequeña nota de prensa al respecto en El País Nuevo, logra que la mujer lance un contenido suspiro mientras guarda el periódico en su cartera y enfila sus pasos, taconeantes, resonantes, seguros de sí, hasta a la entrada de aquel motelucho de mala muerte, donde se veía, a leguas, que hasta las pulgas se lo pensarían bien antes de entrar allí. El local ubicado en una calleja secundaria de la avenida Baralt, no ocultaba lo que era, un sórdido escondrijo para parejas dedicadas a sus asuntos. Sexuales, se entiende. Desde el carajo que lleva a una carajita a la que le promete villas y castillas (y esta no sospecha nada ni viendo dónde la mete), a los estudiantillos necesitados de esas primeras experiencias, enviados allí por otros como ellos, a mujeres y tipos de la vida fácil, acompañados de sus clientes. Con todo y lo difícil que era esa vida “fácil”. La puerta de entrada, cerrada pero no asegurada, es metalica, mal pintada de caoba, y daba paso a un espacio estrecho que terminaba en una diminuta recepción de donde parten dos corredores más, rumbo a las habitaciones. Las cuales estaban cerradas con viejas y no muy resistentes puertas de madera mal pintadas de colores chillones. A lo lejos se oye, en bajo tono, las conocidas notas que indicaban un extra de Radio Rumbos, estando muy próximo su noticiario estelar. La iluminación es mala, el techo estaba cruzado de lámparas largas, casi todas quemadas. Olía a tierra, a encerrado, pero también a... gente. A sudor, orina y otros aromas aún menos fragantes. La hermosa mujer se estremece ligeramente imaginando lo que olería un colchón en ese lugar. Dios, ¿y las personas realmente dormían en lugares así? Le costaba creer que sirviera aún para un polvo espontáneo y rápido. Siendo la palabra clave esa, rápido, para salir y darse un buen baño con mucha lejía caliente.

   Dormitando tras un escritorio bajo, viéndose que está acostumbrado aunque su rostro reflejaba que no está cómodo y que odia todo eso, un cincuentón obeso despierta cuando la mujer da los buenos días llamando su atención. Al sujeto le cuesta entender que no sueña, que efectivamente estaba allí una fémina delgada, alta y hermosa, de cabellos castaños recogidos en un moño sobre su nuca, vistiendo buenas ropas (un vestido algo anticuado para una mujer tan bella, le parece), que ocultaba buena parte de sus facciones tras unos lentes oscuros, de los caros, como toda ella parecía serlo. Había algo en la mujer que delataba un no sabía qué que no podía definir. Clase, prestigio, un donaire de reina que no menguaba ni siquiera porque chapaleaba en medio de aquel pantano. Eso es lo que le confunde, ¿qué estaría haciendo una princesa así en un tugurio como ese? Era, obviamente, la eterna pregunta.

   Ella se lo aclara, y aunque sigue sin comprender, le facilita la información. Viéndola asentir y sonreír agradecida (¡en verdad le agradecía su ayuda!, le sorprende), por lo que se siente obligado a advertirla.

   -Pero, señorita, el... caballero no está solo. -le dice. Ella asiente nuevamente y se aleja.

   Mientras recorre el pasillo buscando la puerta indicada, se cruza con una que otra pareja que abandona los cuartos a toda prisa, como si hubieran esperado irse después del sexo, de madrugada, en medio de la oscuridad, y habiéndose quedado dormidos ahora escapaban a toda prisa para no ser vistos saliendo del motelucho. La elegante mujer soporta una que otra mirada intrigada. Si, destacaba demasiado. Suspira para sus adentros, era increíble que ese sujeto le diera esa dirección el día anterior, cuando le citara para darle el informe de las investigaciones que le había solicitado.

   -Tengo lo que quiere, me falta averiguar un dato y para ello debo encontrarme con un sujeto en un bar de mala muerte, señorita. Mañana temprano le llamo.

   Pero no llamó. E imaginó que en el bar se había embriagado, recogido a alguna putilla y terminado allí. Conocía el nombre del lugar porque este, en un momento de confidencias, le indicó que a veces terminaba negocios allí, con informantes. Y ni quiso imaginar qué hacía realmente para “procurarse lo que necesitaba” de esas personas. Por la zona esperaba que fuera un lugar feo, pero no tanto. Con aplomo se detiene frente a una de las puertas, pintada de verde, todavía olía a pintura en aceite y se sentía algo pegajosa al tacto. Llama. Nada. Vuelve a llamar. Sin formar escándalo, tan sólo de manera constante. Que, sabía, era el camino del éxito en toda empresa, tarde o temprano.

   -¡Largo! -oye el rugido de disgusto que viene del cuarto, igual que uno que otro “¡dejen dormir!”, de puertas cercanas.

   Pero nada distrae a la mujer. Llama y llama, con suavidad pero con tenacidad.

   -¡Joder! -escucha y la puerta se abre con violencia.- ¡Mierda! -gruñe el tipo que aparece, automáticamente, sintiéndose un tanto mal por soltar la palabreja al rostro de la bonita y serena mujer. Había algo en ella que imponía respeto y consideraciones. Algo que aún un sujeto como él, notaba.- Buenos días, señorita Nazario. -termina como un reticente chico de escuela frente a la bonita maestra.

   -Buenos días, señor Cabrera. -sonríe ella como si tal cosa.

   En honor a Sofía Nazario había que decir que pocas cosas la sorprendían, alteraban o molestaban. Rara vez perdía la compostura o los nervios, pocas cosas parecían obligarla a actuar desacostumbradamente. Ella manejaba su mundo, se presentara este como lo hiciera, aún en la figura de ese hombre alto y robusto, cargado de hombros, un treintón curtido, recio, agresivo, bien conservado a pesar de la velluda panza que mostraba en esos momentos, algo abultada. Esta se veía dura, no blanda. En él todo indicaba fuerza, vigor, agresividad y masculinidad. Su cabello negro y corto, con hebras grises aquí y allá, se unía en las mejillas y mentón a un rastrojo cerrado de barba oscura, que podía parecer descuidada pero que se veía bien. Sus labios eran carnosos, y la mujer podía imaginar que sabía utilizarlos, en muchos frentes. Aunque a ella no le impresionaran. Fuera de un boxer holgado, donde se notaba cierta morcillona figura de su verga, se mal cubre con una sábana, como si hubiera proyectado gritarle al que le despertara y regresar inmediatamente a la cama. No la esperaba, la mujer podía verlo en su rostro, pero qué, ágil de mente, estaba tejiendo la idea de que seguramente le habló de ese lugar, y al comentarle lo de a cita en un bar no muy lejos de allí (con su fama de ser alegre a la hora de tomar), y citados para esa mañana, no apareciendo, era evidente cómo había llegado hasta su puerta.

   Y no se equivocaba. Todo eso lo piensa confusamente el hombre, aunque le cuesta hacerse cargo de la situación, perdido al despertar fuera de su cama, en el sórdido motel, otra vez, acompañado (otra vez), con algo de resaca y con la mujer allí, una de sus clientes más activas y generosas a la hora de pagar sus honorarios de investigador privado. Oh, mierda, ¡y las cosas que averiguó!

   -Coño, la cita. -gruñe él, molesto por fallar de aquella manera, y porque ella se lo señalara estando allí.- Deme media hora y...

   -Debimos hablar hace quince minutos. No sé usted, pero hoy para mi es un día especialmente complicado, debo elegir un regalo para un sujeto que lo tiene todo. No es fácil. -le corta ella, con una sonrisa amigable, caminando y abriéndose paso de manera natural, penetrando en la habitación.

   -No, yo... -intenta advertirla.

   -¡Señor Cabrera! -farfulla ella, parpadeando, momentáneamente sorprendida. Y divertida, volviendo la vista de la cama al hombre tras ella, que se tensa un poco bajo el escrutinio.

   Aquel hombrezote de porte masculino no estaba solo. Sobre la cama, de panza, dormita un joven hombre de cabellos algo largos, crespo, de labios ¿pintados?, desnudo a excepción de una corta pantaletica de mujer que se pierde entre unas nalgas más que llamativas (joder, ella no tenía unas así, se dice divertida). Y sabe que es una pantaleta, no una pieza de fantasía masculina. Al señor Eliseo Cabrera, recio investigador privado, ex policía, le gustaban los chicos delicados, boniticos y culoncitos. El joven, rostro ladeado sobre una almohada de funda color verde, parpadea con esfuerzo, abre un ojo y la mira; un brillo de admiración parece notarse en él, también la confusión. Y no era para menos, ¿quién sería esa mujer, verdad? Sofía puede entenderlo.

   -Los hombres siempre terminan sorprendiéndote, Sofía, y no hablo de que lleguen con un saco rebosando diamantes. -solía decirle su madre, cuando estaba de buenas, generalmente refiriéndose a uno de sus ex amantes, sujetos que nada valían. Aunque en este caso...

   Mira abiertamente a Eliseo, quien se acomoda mejor la sábana, cubriendo más, y sonriéndole ahora, como desafiándola a decir algo, o tal vez a comportarse como la típica mujer escandalizada y sobrepasada por una situación.

   -No le sabía tan ocupado. -comenta ella, graciosamente, saliendo de la habitación, no molesta ni aunque es seguida por la risa de él.

   -¿No esperaba que lo estuviera en un lugar así? ¿O que lo estuviera con alguien... así? -la siguie y reta. Ella se vuelve a mirarle, serena.

   -Me citó temprano, imaginé que se quedó por aquí, borracho de sus tratos en el bar, y que tal vez pensaba ir en mi búsqueda pero se le hizo tarde.

   -Bien, si, pudo ser, ¿no? -admite él, admirado por su lógica. Cerrando la puerta a sus espaldas, descalzo y mal cubierto con una sábana en ese estrecho pasillo.- Le conocí anoche, me fue bien en un trato, celebré y...

   El botiquín había estado animado como siempre, y se divertía. Le gustaba beber con otros que compartieran la afición al alcohol. Las buenas energías brotaban en momentos así, se podía reír, gritar, ofender o decir lo que fuera, sin que otros realmente se molestaran. le agradaba la gente que era feliz ebria, que cantaba y era amistosa. Y abierta. Algo que en su línea de trabajo le funcionaba. Y aquel policía joven e idiota, con una esposa recién parida de su tercer muchacho, obligándole a buscar plata donde fuera, y que no aguantaba dos cervezas sin marearse, ni distinguía muy bien entre machos o hembras, con ellas prácticamente encima, había sido perfecto para el trabajo de rastreo. Buscó, averiguó sin llamar la atención y le dijo donde estaba el viejo que requería... Y, además, no temía gastar el dinero que acababa de pagarle. Le gustaba eso también. No era un chulo, cancelaba lo que consumía, y era generoso cuando buscaba información, pero le alegraba saber que otros eran iguales, nada tacaños a la hora de gastar. Y el chico invitaba.

   A leguas se le veía heterosexual, pero con siete cervezas encima, comenzando con los roncitos, consideró hacerle el trabajito, acorralarlo y meterle mano. Sabía cómo convencer a esos chicos a experimentar algo nuevo. Lo que habría sido una grata manera de terminar las negociaciones, teniendole de espaldas sobre una cama, las piernas muy abiertas, quitándole lo borracho a fuerza de meterle el güevo bien tieso en ese culito que sabía, imaginaba o suponía virgen. Creía poder lograrlo. El joven policía estaba mareado, reía bastante, y se notaba que le gustaba agradar y complacer. Un tío así podía meterse en muchos problemas, o que le metieran muchas cosas por sus agujeros. Lo consideró, la tenía dura sentado frente a él, viéndole reír rojo de cara, hasta que se fijó en el chico sentado a la barra, espalda erguida, aparentemente indiferente a todo mientras fingía tomar de una cerveza que administraba, él sí, con bastante tacañería. Ubicado entre un transformista y una puta declarada a la que ya conocía. El chico, afeminado, iba por clientes. evidentemente. Estaba por trabajo. Pero esa carita...

   Este tenía todo lo que le gustaba en un chico al cual abordar y luego tenerle clavado en su regazo, retorciéndose emocionado mientras le taladraba el culito tierno; incluso el estar sentado en la barra de ese local de mala muerte, es decir, que sabía a qué iba. La carita era dulce, con cierto nerviosismo que delataba que era nuevo en eso de abordar carajos en un bar. Piel canela suave, cabello negro y crespo, algo largo. Torso delgado cubierto por una camisa color lavanda, una franja caliente y excitante de piel notándose donde esta terminaba y comenzaba el pantalón, sin correa, que se despegaba un poco. Y el tolete le palpitó imaginando qué vería si de pie, a su lado, lanzaba una mirada. Los labios brillantes, los párpados algo marcados, los gestos de sus manos, la manera de mover la cabeza, todo hablaba de una condición andrógina que le excitaba. Cuando sus ojos hicieron contacto le vio tensarse más, volviendo el rostro al frente, tomando de su cerveza, muy poco, o nada, espalda rígida. Haciéndole sonreír. Jugaba al difícil pero en esa mirada y postura leyó todo lo que le interesaba, quisiera este decírselo o no. Su naturaleza era sumisa, de esas que respondían, así no quisiera, bien manejado, a la masculinidad de un hombre que exigiera todo de él. Como lo hizo cuando se puso de pie y fue a su lado, saludando.

   -Eres la nena más bella sentada a la barra. -le dijo con voz clara, provocando la sonrisa de la putilla y un mohín como ofendido del tranfo, haciendo enrojecer al chico, al cual sorprendió y tensó aún más al tocarle con el pulgar el grueso, terso y brillante labio inferior.- Imagino muy bien lo que una hembra apasionada como tú puede hacer en una cama. Y fuera de ella.

   Viéndole enrojecer, reir, verse abrumado por el acercamiento entendió que le había gustado, que el chico posiblemente tenía problemas con su papá, que seguro este no gustaba de su vida, y andaba por ahí necesitado de un papi que lo quisiera, buscando aprobación, también autoridad, una que lograría hacerle responder como deseara, mientras aullaba de placer. Algo de rudeza, de crudeza mientras sobaba, besaba, lamía y la llamaba bella, un coctel que un chico así no podría resistir.

   No llevó mucho tiempo sellar el trato comercial y llegar a ese cuarto de hotel, sórdido y todo, muy a propósito para esos menesteres. Y deliró al verle en aquella pantaletica, el más claro indicio que daba de lo que sentía. No se la quitó del todo, teniendole de espaldas en la cama, los tobillos en sus manos, abriéndole, la baja espalda sobre las almohadas, la cama chillando mientras, arrodillado, mecía sus caderas de adelante atrás, perforándole, cogiéndole con ganas. Y las cosas que le dijo...

   -Toma, toma, nena. -le sonrió entre dientes, viéndole estremecerse bajo las refregadas que le daba en el recto con su nervuda, gruesa y tiesa barra caliente.- ¿Sientes la concha rica, mami? La tienes bien mojada, como me gusta. Tan apretadita...

   -Seguro que el chico tiene cualidades increíbles, noté que tanto sobresale su trasero. -la voz de la mujer le saca de esos dulces recuerdos, algo bruscamente, ¿le habría adivinado?- Si es que es un trasero natural... -se encoge de hombros al agregar, sorprendiéndole un tanto.

   -Es un trasero natural, oh, créame. Se siente bien en las manos. -tensa la cuerda y ella sonríe leve.

   -No siga, señor Cabrera; no logrará escandalizarme. Entiendo que le mortifica un poco el que ahora sepa algo más de usted, y que sienta que debe... probarme y provocarme, pero nada en su vida me interesa, más allá de su bienestar personal, claro. -aclara con una sonrisa abierta, un tanto alarmante en lo conciliadora y comprensiva.- Lo único que consigue es hacerme perder tiempo, y ando escasa de él. Ya le dije. Buscar un regalo para alguien que lo tiene todo es un reto difícil, no lo subestime. -por un segundo se tensa, porque fuera de la charla intrascendente, llegaba al punto que le interesaba. Uno que era de vida o muerte para ella.- ¿Logró encontrar al hombre donde le dije? ¿Habló con él? ¿Hablará conmigo? Necesito que me cuente muchas cosas de mi familia.

CONTINÚA ... 2

SALIENDO DE LA RUTINA

   Si el viaje es de todo los días, con colas y retrasos, lo mejor es aligerarlo jugando. Siempre hay un tío que quiere tocar, sobar, meter mano y frotar. Y, por supuesto, siempre hay otro a quien le encanta dejarle la mano bien embarrada... ¿Lo mejor?: que no significa nada. 

JUEGO DE MANOS

domingo, 24 de febrero de 2019

MUPPETS SOBREVIVIENTES

                                 
   Cómo me hacían reír...


   Hace tiempo hablando con una amiga sobre los Simpson, esta me decía que ya no divertían, y le conté del episodios de precuela cuando Moe relata cómo conoció a la maestra de Bart, Krabappel, antes de que esta comenzara a darle clases y conocerle; que ella no quería salir con un cantinero, por lo que este cerró el bar para engañarla y enamorarla. Los borrachos del pueblo (Homero, Barney, Carl y Lenny), se molestaron, lo emboscaron y amenazaron (y en su derecho estaban,k caramba), o reabría la cantina o ellos le contarían todo a la mujer. Este, llamándolos costal de estiércol, les dijo que si alguno hablaba él revelaría cuál de los cuatro era el gay. Los cuatros gritaron y echaron a correr asustados. Dios, fue tan gracioso. Y ella, mi amiga, ¡rió tanto! Algo así me pasó cuando, hablando con los sobrinos sobre los Muppets (no sé de dónde salió un muñeco de la rana René), estos dudaban mucho que el viejo programa fuera bueno o divertido. Buscando en la red encontré este tema, la inmortal Stayin Alive, de los Bee Gees, y rieron como locos, fascinados, buscando más. Bien, no era para menos, el tema, el acabado de la escena y todo eso fue muy bien montado. Y estaba la señorita Piggy, tan diva, vanidosa, echona y mala gente. Tan humana. Como los Simpson mismo. 

IR POR LANA Y SALIR... CON LINO

A LOS PIES DE LOS CACHAS

   Sabía a qué salía...
......

   Shawn Dawson estaba encantado de haber aterrizado en la soleada California, dejando muy atrás el amado aunque frío y nublado aire de Nueva York. Mirando el cielo azul, la gente sonriente y bronceada del hotel, ligeras de ropas, totalmente informales, le parece estar en otro mundo; uno donde la norma era relajarse y divertirse sin pensar seriamente en el trabajo, aunque se supone que a eso iba. A un simposio sobre publicidad, con algunos colegas de la firma y otros, personal de compañías amigas, aliadas unas, rivales o desconocidas otras. Hombres y mujeres que, como él mismo, mostraban juventud, ganas de triunfar y sonrisas de ganadores. Cada cual mostrando su mejor talante, ocultando un tanto la careta competitiva y las hachas. Eso iría aflorando, lo sabe, mientras transcurriera el fin de semana. Al cual pensaba sacarle el jugo lejos de las miradas de los jefes y de su novia, Martha. Especialmente de esta.

   Pudo haberla invitado a acompañarlo, como hicieron uno o dos de los colegas, aunque no la mayoría, pero la verdad es que quería disfrutar de un tiempo para él, sin tener que explicarse o dar razones. Lo cierto es que esa relación de tres años, que todos decían había durado demasiado para no concretarla, ya se sentía como un matrimonio. Con cierta carga de tensiones a veces. Aunque la amaba, claro. Por eso el compromiso, aunque muchos le dijeran que se apresuraba cuando le pidió que vivieran juntos, cosa que no le parecía a ese hombre joven de veintiocho años, rostro alargado y afilado, cabellos castaños claros, voz desenfadada, educada y convincente (era bueno vendiendo su imagen e ideas), ojos verdes y chispeantes, todo sobre un cuerpo esbelto y algo cultivado de sus días de natación en la universidad, nada muy logrado, pero que le hacía verse bonito a su manera. Su sonrisa de dientes blancos y parejos, sus pecas en el puente de la nariz, así como la intensidad de su mirada abrían tantas puertas como su labia. Y, antes, atraía chicas, como pasará con Martha. Por ello lleva un plan en mente: ligar con cuanta nena pueda, antes de casarse. Y para eso no le servía tener a la joven allí. Ni era necesario que ella lo supiera, ¿verdad?

   Fuera de ese detalle, Shawn era un sujeto confiable, laborioso, trabajador y responsable. Familia, colegas, jefes y pareja esperaban mucho de él, especialmente éxito a fuerza de constancia. Cargando sus maletas de viaje al hombro, cuello y brazo, como tres de los colegas, sonríe y saluda chicas que cruzan por la recepción del buen hotel donde se reúnen; estas, bonitas, les medio sonreían pero en verdad no parecían impresionadas por los neoyorquinos.

   -Joder, ¿estaremos oliendo a naftalina? -pregunta cuando la tercera le ignora.

   -Es posible. El viaje duró toda una vida. -sentencia Aaron wells, un riente rubio de mirada lasciva, a quien no le iba mucho mejor.

   -Esperemos que se nos pase con un baño. -gruñe y hay risitas.

   -No creo que sea tan simple. -tercia Andrew Tapping, un negro delgado y alto, mirando hacia un rincón, que atrae enseguida los ojos de todos.
En una cartelera, elegante, se anunciaba el simposio de publicidad, y algunas personas miraban, pero no ese cartel. Otro hablaba de un encuentro de culturistas, y un hombre joven, de rasgos asiáticos, con el cuello tan grueso como su muslo, piensa Shawn, casi escandalizado, le sonríe a los presentes y les contesta algunas cosas. Lleva el pantalón de un mono deportivo, azul, que le queda como un guante sobre muslos, piernas y trasero, y una camiseta muy abierta que deja notar unos brazos impresionantes. Se veía bien y lo sabía, por eso sonreía así. Todos lo entendían.

   -Mierda, ¿tenía que tocarnos junto a estos? -gruñe, compartiendo el disgusto, Lester Morán, un joven de ascendencia hispana, de fino bigotillo con el cual bromeaba diciendo que le hacía cosquillas a las nenas en los coños y por eso le buscaban.

   -Esperemos que estos gorilones sin cerebros no vaya a pasar mucho tiempo en las piscinas. -medio riendo, Shawn comenta, tomando una llave que le tienden y volviéndose. Chocando con un sujeto.

   -¡Cuidado! Para hablar del cerebro de otros pareces no tener uno. O que no te funciona muy bien, idiota. -una voz profunda, rica en tonalidades, le alcanzan cuando casi sale despedido hacia atrás al chocar con una muralla de ladrillos, que resulta ser un tipo pelirrojo de cara cuadrada, barbilla picada, ojos azules y duros, boca delgada, pómulos algo pecoso, más alto, más cargado de hombros y brazos que el asiático (porque tiene que ser un culturista, carajo, se dice el joven). Es grande, sí, pero también atractivo, debe admitir. También más joven que él, y sin embargo le arropaba con su altura, pinta y olor, porque se le veía transpirado.

   -Yo... lo siento, no... -a pesar del insulto no se atreve, en verdad, a responder. Muy consciente de que un manotazo del otro podía arrancarle la cabeza de cuajo. Y la idea no le atraía para nada. Bien, para eso estaba el instinto de supervivencia, ¿no?, para salvarnos a través del miedo. Aunque las orejas le enrojecen al notar las sonrisas de sus escandalizados amigos... sabiendo que ninguno intervendría si ese joven y arrogante gigante reclamaba, finalmente, su cabeza.

   -¿Qué? ¿Por ir como idiota por ahí tropezando gente o por decir lo que dices sin pensarlo? -el otro cruza los increíbles brazos sobre su recio pecho, los pectorales casi fuera de la camiseta, los pezones largos y erectos, abrumándole. Shawn nota que los otros parecen dar un paso atrás, mirándole divertidos e inquietos.

   -Yo... yo... -enrojece completamente avergonzado, también abrumado, el aire agresivo del otro le amarra. Y aterra.

   -Yo, yo... -se burla mirándole con desdén.- ¿Es todo lo que puedes pensar, tú, un tío más listo que un culturista? -demanda como si buscara pelea.

   -No, yo... -Dios, aquello parecía una pesadilla, y traga, mirándole intenso. El otro sonríe desdeñoso, seguro de sí, medio inclinándose hacia adelante, casi obligándole a encogerse.

   -Calma, no vayas a mojar tus pantaletas. Pero ten cuidado la próxima vez que hables de otros. Y deja de mirarme así, me siento halagado, pero no ligo con perras en pasillos de hotel. -su voz atrona.

   Shawn siente que enrojece de pies a cabeza, abrumado, con la mente en blanco, incapaz de responder a tanta agresividad y público insulto. Viéndole alejarse (soltando un suspiro de alivio tan intenso que casi le marea), escuchando ahora sí a sus colegas riéndose, mientras se acercan y le palmean la espalda, preguntándole si era cierto que lo miraba queriendo ligar, o que si no había mojado en verdad sus pantaletas. Y cosas por el estilo.

   -Son tan graciosos, idiotas. -gruñe al fin, mortificado. En un mundo donde la gente se trataba con respeto, como adultos serios, nunca se vio en una situación así. Bien, tal vez no debió hacer el comentario desdeñoso, ¿no? Por suerte todo había acabado.
......

   Todavía sintiéndose mortificado por el encuentro, y algo molesto porque los socios y amigos fueron testigos (de su intimidación y silencio), se reune con estos en el área de la piscina, locos por comenzar la diversión, y aunque toma dos cócteles y traga bastante cangrejo, no le va tan bien a la hora de ligar, aunque recorre las albercas, descalzo y mojado, vistiendo un bañador a media pierna que baja coquetamente en sus caderas. Es guapo, se ve indudablemente bien, pero aquellas mujeres de senos y traseros perfectos tan sólo parecían tener ojos para ellas mismas, para convencerse de lo guapas que eran, y de mirar a uno que otro sujetos, jóvenes y bien parecidos, que eran, indudablemente, participante de la mierda esa del culturismo. Con ellos ahí, Shawn, Andrew y Aaron corren con poca suerte. A Lester le va mejor y el joven se pregunta si en verdad esa sombra de bigote de lagartijo le resultaba atractivo a las mujeres.

   -Joder, no puedo probar otro bocado de nada. -cuando oye a Aaron, sentado en la silla plegable a su lado, cae en cuenta de lo mucho que ha comido.

   -Igual. Ese cangrejo es pecaminosamente rico. -sonríe mirándose la inexistente panza, aunque le parece verla. Como todos, acostumbrado a cuidar la figura, sin ejercitarse, vigilaba un tanto lo que comía. Aún. Después de los treinta y cinco, o antes, cuando se casara con Martha, podría relajarse al respecto.

   -¿Qué tal si nos llegamos al gym del hotel, para ver qué tienen? Me gustaría ver californianas rubias sudando, también tomar un baño sauna y recibir un masajito dado por alguna rubia tetona. Escuché que se puede ir así, en bañador. -agrega Andrew, sonriendo. Le encantaban las mujeres blancas, todos lo notaban aunque nadie lo comentara.

   -No vamos a hacer este viaje tan largo para meternos en... -se queja.

   -Oh, vamos, Shawn, con estos tipos aquí... -gruñe, con un puchero, Aaron.

   -Okay. -cosede después de dudar otro poco.

   Tal y como resultaron las cosas, más tarde pensaría que el instinto le gritaba que no aceptara, que se echara en esa silla y dormitara un rato bajo los rayos solares. Y habría sido mejor. Pero les escuchó y todo se jodió.

   Al final los tres se encaminan al gym de anchas puertas acristaladas, donde todo parece nuevo, funcional y hecho para sudar, para eliminar la horrible grasa corporal que ofendía la cultura local, y a desarrollar la musculatura perfecta. El trío repara en las bellas mujeres, también, con cierta burla, en los tíos sin camisas, exhibiéndose, con ajustados short a media pierna en materiales lycra. Aunque se cuidan de hacer dichos comentarios en voces muy bajas. No lo hablan pero nadie quiere se repita lo de Shawn y el culturista.

   Nada más que por hacer algo, y ver más, el hombre se monta en una de las caminadoras, hacia el final del salón, junto a una pared y un frente consistentes de espejos, con los dos colegas en las máquinas siguientes, hablando entre ellos de sus novias. Con relatos que se le antojaban algo fantásticos, especialmente para una gente que nunca dejaba la oficina, ¿cuándo tenían tiempo de lamer todos esos coños y enloquecer chicas en cafeterías que les suplicaban las follaran? Se distrae escuchando la música, sonriendo sintiendo calor en su cuerpo, los muslos algo exigidos, la fina capa de sudor cubriéndole mientras su respiración se espesa por el esfuerzo. Todo eso haciéndole sentir bien. Como un hombre que...

   -La tienes al mínimo. Eso es de niños. O de nenas. ¿Eres una nena?

   La profunda voz a su lado le sobresalta y casi pierde el paso, mirando primero por el espejo, y luego volviéndose (realmente alarmado) hacia el culturista joven y alto que le enfrentara poco antes, el cual lleva una camiseta más abierta todavía, dejando casi al descubierto todo ese torso increíble, pero ahora lleva un corto shorts lycra, vinotinto, que más bien parece un boxer, que se amolda de manera escandalosa a sus muslos, muy arriba, y a su pelvis. Destacándose la silueta de un tolete colocado al descuido... como si no llevara ropa interior. De visible tamaño. Las gruesas piernas terminando en unos zapatos sin calcetines. Y también transpira, quién sabe qué habría estado levantando, se dice de pasada. Tenerle allí, alto y joven, fuerte y masculino, oliendo a transpiración limpia pero fuerte, le atosiga. Como le abruma la posibilidad que venga a gritarle o hacerle otra escena. Nervioso mira hacia sus compañeros, que hablan entre ellos y miran chicas pasar. Como si no les notaran.

   -Oye, no quise... -comienza a disculparse otra vez, tensándose y conteniendo la respiración cuando este sube a la caminadora, tras él, increíblemente cerca, casi rozándole con torso, pelvis y muslos, arropándole con su tamaño, el calor que exhalaba y su olor, más cuando cruza un brazo a su costado.

   -Debes aumentar la resistencia. -anuncia diciéndole a un oído mientras ajusta algo.

   Y la resistencia de la máquina vaya que aumenta, se dice el confuso hombre, ojos muy abiertos, mirándole sobre un hombro, no entendiendo qué hace allí, perdiendo el paso otra vez y chocando de ese cuerpo que camina con tranquilidad. Y todo él se eriza cuando se frota del joven y duro cuerpo bañado de sudor, caliente como el infierno. Se miran, uno divertido, el otro como un cervatillo asustado.

   -Amigo, no creo... -croa con esfuerzo, como si toda aquella insólita escena para la que nunca ha estado preparado, le desbordara. Un tipo grandote, musculoso y sudado estaba tras él, casi frotándole una y otra vez, burlándose en pleno gym. Y lo que más le afecta es eso, que ese idiota le trataba así en un lugar público, humillándole, y que otros, comenzando por sus socios, iban a darse cuenta. De que le hacía aquello y no respondía como debía.

   -Concéntrate. -le ordena sin alzar la voz, firme. Y dando un respingo que a sí mismo sorprende, e irrita un poco, obedece. Vuelve el rostro al frente, tomando el agarre de la plataforma, intentando seguir el paso y alejarse del enorme y viril cuerpo que apestaba a macho, pero sin lograrlo del todo. El joven toma también los agarres, las manotas junto a las suyas, quemándole, y sigue caminando, frotándole.- ¿Lo sientes, la diferencia? Esto si es para un hombre.

   -¿Qué haces? -casi jadea, sintiéndose indefenso, impotente, mirando hacia los socios que aún no parecen reparar en la escena (una chica especialmente curvilínea se ejercitaba más allá, flexionando la cintura, mostrando la concha bajo las ropas).

   -Te ayudo con tu rutina, débil hombrecito. -es la respuesta, una que le llega justo al oído, expresada con burla, quemándole con el aliento... al tiempo que ese sujeto medio flexiona las rodillas, tocándole más, bajando la pelvis lo suficiente y pegándose de su culo. Algo que casi le hace gritar, de rabia, sorpresa y temor. Le sentia la verga...

   -Amigo, no sigas; si estás molesto por mi comentario... -quiere ceder, disculparse, rendirse, lo que fuera para librarse de él.

   -No, soy yo quien debe disculparse. -le corta el otro, esa voz profunda bañándole, los labios casi rozándole la piel a estas alturas, el cuerpo pegado al suyo.- No quise parecerte un ogro, mucho de lo que dije fue juego, ¿okay? -y al decirlo despega una de la manotas y la apoya en su hundido estómago, tensándole y haciéndole jadear.

   -Si, si, yo... acepto tu explicación y... -le cuesta respirar y pensar con esa manota fuerte, caliente y masculina adherida a su vientre desnudo. No quiere agitarse, ni respirar asustado, no quiere que sepa que le altera, pero le cuesta. Y vuelve el rostro hacia los socios, que ahora si les miran, con bocas abiertas y caras de sorpresa.

   -Me alegra. No quiero que pienses que me molestaba el que mojaras tu ropa interior imaginándome, no sé, desnudo. Aunque heterosexual, cuando estoy en estos eventos me lleno de mucha adrenalina y testosteronas, tanto que necesito drenarlas con frecuencia. -le pega los labios de una oreja, tensándole totalmente.- Y para servirme en momentos así, ya lo he comprobado, nada mejor que un mariquita bonito como tú, caliente y deseando mi verga llenandole en todo instante. Agradecido de que le deje chupármela o metérsela duro por el culo. Mariconcitos que gritan y jadean pidiéndome que los parta en dos con mi barra larga, gruesa y dura.

CONTINUARÁ ... 2