Todo
el equipaje que algunos parecen necesitar cargar...
......
-Papá...
-comienza Logan.
-Déjalo,
está agonizando. -Yabor le detiene, acercándose al hombre en la
cama, sereno.- Vengo a despedirme, papá. No creo que volvamos a
vernos. Parte en paz. Que sea indoloro. Si hay algo del otro lado...
Bien, todos necesitamos perdón. -y sin más, a paso rígido,
conteniéndose, va hacia la puerta. Era todo lo que esperaba.
-¿Ya
lo alteraste? ¿Estás contento? -su madre le recibe afuera, dura.
Pero no se detiene, aunque le cuesta todavía más respirar.
Cruza
entre los familiares sin despedirse, sin mirarles, desoyendo a Logan
que le llama. Ya eso estaba resuelto, se dice, aunque le cuesta
contenerse para no salir corriendo, escapando de todos, sintiendo un
extraño dolor en un costado. ¿Pena? ¿Un cáncer también
formándosele? No lo sabe, no le importa. Ahora podía concentrarse
en su tarea... Sí lograba quitarse todo eso de la cabeza. Así no
podría funcionar. El masaje había ayudado a prepararle, pero
ahora...
Dentro
de la habitación, con el sonido de los monitores, el anciano sonríe
con amargura. ¡Perdón! Cómo si deseara el perdón del pequeño
monstruo. Tal vez si debía pedirlo por permitirle crecer. Debió...
Tose, tose mucho, todos se acercan a la carrera, igual una enfermera.
Todos derraman vacías palabras alentadoras, suaves, casi como si
susurraran ya sobre su cadáver, piensa con rabia. Les odia también,
aunque no tanto como al chiquillo marica. Así que le alegra escuchar
a Tania decir que sabía que la visita de Yabor le alteraría. Si,
quiere que sigan odiándole más allá de él, piensa con rencor
terrible.
Y,
con el tiempo, alguien encontraría lo que dejó por escrito. Esa
Pequeña basura, ese monstruo al que un día llamó “hijo”
tendría, al final, el castigo que merecía. Ya no podrían
protegerle, piensa mirando al afectado Logan. No de él. Casi sonríe
tras la máscara.
......
Aún
atrapado por una mano por el joven, guapo y sexy ex marine, Alan
Benedettis tiembla de emoción mientras cruzan el pasillo de
referencias de literatura rusa, con sus muchas y apretadas hileras de
libros... no tan populares. Un lugar donde los chicos y chicas se
perdían unos momentos para... Su corazón palpita con emoción,
mucha. Nada más sentir el agarre de Chad Hammon contra su piel ya se
siente caliente, pero... duda. Y se atormenta.
Llegan
casi al final de la estancia, el olor a libros rodeándoles, la mala
iluminación mostrándoles, y sin soltarle, Chad se recuesta de una
fila a sus espaldas, mirándole. Y tiembla, porque no sabe qué
hacer. ¿Bajar, abrirle la bragueta y...? Casi pega un bote cuando,
soltándole la mano, el ex marine la lleva a su rostro, ahuecándola
contra su costado.
-¿Nervioso?
-Mucho.
-¿para qué mentir?, confiesa sonriendo, rojo de cara, sus ojos muy
abierto tras los cristales. Aquello era como un sueño, estar cerca
del sensual hombre, y sin embargo tiene miedo. De no estar a la
altura. Esperaba que las ganas suplieran la falta de experiencia.
-¿No
deseas... continuar? -la pregunta le toma por sorpresa.
-No.
¡Digo si! Claro que quiero, pero...
-Estás
nervioso, lo sé. ¿Primera vez?
Casi
responde que no, que ya ha estado nervioso antes, pero no quiere
jugar al tonto. Apenado asiente. Joder, si, a pesar de su edad era
virgen. Fuera de unos cuantos besos emocionantes con chicas no había
llegado más allá, y el miedo a que sus padres, los conocidos o en
la iglesia supieran algo de sus verdaderas inclinaciones sexuales le
impidió buscar a otros chicos; no soñar con ellos, claro, pero los
deseos no preñaban ni enseñaban el qué hacer en el momento exacto.
Cómo ahora.
-¿Sabías
que yo...? -duda y se humedece los labios con la lengua, sintiendo
estremecimientos cuando Chad sigue su movimiento.
-He
notado como me miras. -se encoge de hombros.- Oye, no, no te alteres.
No creo que nadie más lo hiciera. Me di cuenta porque... te veía.
Eres lindo.
-¿Qué?
-la sorpresa no le deja pensar. Más de una chica le ha dicho que es
mono, guapillo, pero siempre le pareció que lo decían por amistad y
amabilidad. Para que no se sintiera mal.
-Eso.
Eres lindo. Amable, sonriente, tímido y hasta inteligente. Tus ojos
se ven anhelantes tras esos lentes, eso habla de pasión, pero estás
tan temerosos de dar un paso que exasperas. Te gustan los hombres,
¿verdad? Entonces, ¿qué esperas? ¿A qué le temes? ¿A delatarte
y que te rechacen luego? ¿O a que te rechace esa persona que te
gusta? Para lo primero no hay manera, tendrás que correr el riesgo
si quieres vivir y sentir, no puedes pasarte la vida ocultándote de
ti mismo. Para lo segundo... lo que será para ti, llegará.
-¿Y
tu caso? -le reta, sintiéndose mortificado, joder, ¿qué pasaba?
Quería tocarlo y ahora le parecía que estaban alejándose del tema.
Por su estúpida cobardía.
-Me
gusta el sexo- confiesa el otro, todo pancho y riendo.-
Preferentemente con chicas, pero si un chico guapo me mira con
adoración, pensando que soy lo mejor de este mundo, deseando
complacerme... -sonriendo aún más se encoge de hombros.
-Guao,
qué modesto eres. No sé si...
No
sabe cómo proceder. ¿Deseaba Chad que alargara un mano y le
atrapara el tolete todavía tieso bajo las ropas? No lo sabe, tan
sólo ve que el otro despega la espalda del estante, afinca el agarre
en su rostro y le besa. Le roza suavemente los labios con los suyos y
siente que el piso se mueve, que todo da vueltas, que un calor nuevo
lo recorrer, que se eriza de una manera diferente. La caricia se
profundiza y separa los labios, anhelante, esa lengua tocándoselos
suavemente, acariciándole. Y de manera automática eleva los brazos
rodeándole el cuello mientras este le atrapa por la cintura. Se
abrazan y se besan de manera apasionada, sus lenguas encontrándose,
sus alientos mezclándose.
Alan
sueña en esos momentos con pasar la noche en brazos de Chad,
despertar jugando y riendo, besándole. En salir con él tomados de
la mano. Toda una fantasía romántica que le hace gemir cuando el
otro le recorre el techo de la boca con su lengua, los chasquidos de
saliva escuchándose. Quiere un novio, quiere una relación,
quiere...
Siente
la palpitante verga contra su bajo abdomen, al ser más bajo; dura,
pulsante. Y ya no piensa en besos y flores. Con un brazo le retiene
por el cuello, el otro baja y con la mano le atrapa el tolete sobre
el jeans, apretándoselo. Quiere eso. Quiere sexo, coño. Todo eso
que ha leído mil veces, corriendose miles de veces más. Desea...
Aprieta
y soba sin darse cuenta, tan sólo consiente de lo rico que es
besarse con el chico mayor mientras esa mole le pulsa contra la mano,
sintiendo el leve movimiento de caderas del otro. Rojos de caras se
separan, jadeantes. Sus ojos brillando tras los cristales. Le suelta
el cuello y la tranca, y monta las manos en su torso, acariciando,
apretando y bajando, las manos y el cuerpo al ir inclinándose,
mirándole a los ojos, una osadía nueva brillando en los suyos.
-Oh,
sí, bebé, es lo que quiero. -ríe complacido Chad, viéndose feliz
como se está siempre en momentos así, cuando todo está perfecto.
Con
la sangre dejándole sordo de lo fuerte que late en sus oídos, Alan
se agacha quedando su rostro agitado a la altura de esa voluminosa,
gruesa y desafiante dureza, tocándola de manera febril, apretándola,
sobándola a lo largo de la tela, como quien no termina de creerse un
sueño largamente anhelado. Mirándole, los lentes casi empañados,
le abre la bragueta, lentamente, como pidiéndole permiso todavía.
Así de tímido y primerizo era.
-Amo
cuando un chico se hace cargo de lo que desea. -le responde el ex
marine, animándole, haciéndole sonreír de manera entregada.
Joder,
allí, agachado frente a él, sabe que ahora le desea más. Y... tal
vez no sólo para darle una mamada. Qué es lo que hará. Con
esfuerzo manipula con su mano dentro de esa bragueta, atrapando sobre
una tela interior aquella pieza dura y caliente, sacándola del largo
y holgado boxer de cuadritos. Es una tranca blanco rojiza surcada de
venas hinchadas por las ganas. Tiembla visiblemente, no de temor sino
por la intensidad del deseo que toma el control de su joven vida de
negaciones. Hunde la cara bajo aquella barra, mirando al ex marine,
pegando su lengua casi reverente de la gran vena que recorre la cara
posterior, casi desde el nacimiento entre las bolas, que también
saca. Siente que se quema cuando hacen contacto, y la recorre de base
a punta sintiendo que todo le da vueltas, notando como la pieza se
contrae, como Chad jadea sin voz, con la boca muy abierta.
Llegando
a la punta con la rojiza y húmeda lengua, recorre el ojete,
presionándolo, luego lamiéndola por todos lados, pegándole los
labios y dándole besitos chupetones como ha leído en mil historias,
estremeciéndose por lo bien que la lisa y suave piel se sentía
contra sus labios. Atrapando esos pocos centímetros de virilidad con
su boca y sorbiendo, no pensando en orina ni nada cuando esas gotas
caen en su lengua y comienza la fiesta.
-Oh,
sí, traga más... Traga más, por favor...
Lo
hace, temblando de emoción. No era sólo la excitación de por sí
grande de estar con el guapo hombre, en un lugar donde podrían
pillarles, sino que... Joder, sentir ese tolete deslizándose sobre
su lengua estaba llenando toda su cabeza, su mundo; la idea, la
sensación era abrumadoramente intensa. Como si... como si eso fuera
lo correcto: mamar güevo. Lo cubre, poco más de la mitad, con
avidez de principiante, pero no puede seguir, siente que se ahoga,
que su boca se cierra, que no puede respirar.
-Relaja
la garganta. -oye, como si le llegara de lejos.
Lo
hace, jadeando, rojo de cara, mirándole ahogado, deseando
complacerle. Quiere cubrir toda la pieza y darle la mamada de su
vida, que le quiera por la manera de darlas. La idea es tonta, pero
poderosa, así que alza un poco más su cuerpo y endereza el ángulo
de su cabeza, relajándose todo lo que puede (es un hombre, carajo,
¡claro que puede tragarse una verga!), y va ganando más y más
terreno en ella cada vez, dejando aquella piel suave y dura, nervuda,
cubierta de brillante saliva, dando chupadas y... En un momento dado,
teniéndole presionado con labios, lengua y mejillas retrocede y le
oye gemir, al masajeársele así la traca, y lo repite en su ir y
venir, sorbiendo siempre que se retira, ahuecando la lengua bajo la
cara inferior cuando va cubriéndole.
Va
y viene ganando en alcance, decidido a tragarse esa verga,
apretándola en todo momento, teniendo mucho cuidado con los dientes;
y se eriza de pies a cabeza con una emoción poderosa, una que han
compartido miles de millones de otros hombres a lo largo de la
historia de la humanidad mientras maman a un tercero: Chad, llevando
una mano en su nuca, medio atrapa su sedoso cabello y le guía de
adelante atrás, “obligándole” a cubrir más y más. La
sensación del control es intensa y gime con la boca llena. Va y
viene, medio ladeando el rostro cuando por pura coincidencia descubre
que eso le gusta, y sigue chupando, la saliva escapando de las
comisuras de sus labios cuando olvida succionar y tragarla, una
saliva que le sabe a hombre.
Se
desata, ladea el rostro, rodeándole y apretándole con los tersos
labios, la lengua totalmente pegada a la ardiente mole, brindándole
placer; se retira apretando fuerte y regresa ladeándose en sentido
contrario, cubriendo más de ella, tomando y tomando, ahuecando la
garganta, decidido a tragarla, a darle ese placer a Chad, y que tanto
le calienta a él mismo. Va y viene chupando, perdiéndose en
sensaciones increíbles, su propio tolete late dolorosamente duro,
necesitado de atenciones bajo las ropas, y medio tocarse casi le hace
gritar. Toma más; joder, tampoco era una verga monstruosa (cosa que
nunca le diría al otro hombre), y casi la tiene cubierta, salivando
copiosamente, la frente fruncida. Escucharle gemir, afincar el
agarre, nada doloroso, tan sólo le estimula más y más. Y teme
correrse, literalmente, cuando Chad comienza un suave vaivén,
cogiéndole la boca, metiéndosela y sacándola un poco, acompañando
sus propios entusiastas movimientos.
La
traga, joder, sí, y todavía rebusca más con sus labios cuando los
roza de aquel pubis, dentro de la bragueta abierta, su nariz perdida
y metida en esos pelos púbicos, donde olfatea y cree que va a
desmayarse (se corre un poco, sabe que si, siente cómo algo le
chorrea bajo el bóxer y el pantalón), deseando ordeñarla así,
seguir succionándola, pero le cuesta. Es la primera vez y tiene que
retirarse, mientras Chad ríe bajito, complacido, comenzando
nuevamente el vaivén detenido mientras le tenía tragado.
El
joven ex marine ríe suave, ronronea echando la cabeza hacia atrás,
su cabeza cayendo a un lado, con una beatífica sonrisa de gozo
mientras mece indolentemente sus caderas de adelante atrás,
empujándole la verga en la garganta, sintiéndola tan apretada y
chupada. Es cuando abre los ojos y se congela.
-Pero
¿qué coño es eso? -grazna, muy alerta de repente. Hay formas y
siluetas que reconoce y da medio paso.- Ay, coño... -chilla cuando
el chico le medio muerde. Soltándole.
-¿Te
lastime? Lo siento, lo siento, no quise hacerlo, pero te moviste y...
-Alan está rojo llamas.
-Ouch...
-frente fruncida, más conmocionado que adolorido, se toca la tranca
mojada de saliva y jugos.- Me moví por eso... -señala con la
cabeza. Muy serio.- Parece un cuerpo. Y dicen que hubo un “incidente”
en otra ala del edificio. -aclara.
Balbuceando,
no pudiendo creérselo (¿estaría bromeando en un momento así?),
Alan vuelve la mirada, chilla y cae de culo al ver el cuerpo en el
piso, cuan largo es, notando sus zapatos, pierna y trasero. Boca
abajo. Muy quieto.
......
-Seguridad
Nacional es Seguridad Nacional, detective, hasta usted debe entender
eso. -grazna, rojo remolacha, el joven agente Morgan Casal, estirando
el cuello para parecer más alto y encarar a los dos policías que
discuten su autoridad para investigar aquel incidente.
-¿Qué
tiene que ver con la seguridad nacional el asesinato en la
universidad de una bibliotecaria que...? -comienza Joseph Trenton,
pero es interrumpido por una voz dura a sus espaldas.
-No
es por ella, que con todo lo dramático y lamentable que es su
deceso, especialmente de la forma en la que ocurrió, es un vulgar
asesinato como miles al día en este mundo, el drama es por lo
robado. Es lo que intento explicarles hace rato pero no parece
capaces de entender. -interviene Henry Lestrade. Trenton, ojos
brillante de furia, le mira.
-Aquí
lo grave es la muerte de esa mujer, y aún eso palidece ante el
secuestro. No me interesa que hayan robado Las Leyes de Moisés en
piedra. -grazna. Lestrade tan sólo le mira, con cierto desdén.
-Por
eso le apartan de la investigación.
El
agente Casal cierra los ojos un segundo, presintiendo la tormenta
entre los dos hombres, pero es el otro policía quien interviene.
-Una
californiana está muerta y se investigará. -agrega este, intentando
calmar a todos.
-Y
se hará, detective Monroe. -asegura el joven, sonriendo ante la
mirada de este.- Sí, ya sé sus nombres. Así de bueno soy. Aunque
no lo parezca. -agrega y luego parece reflexionar en lo dicho,
frunciendo un tanto la frente.
-Entonces,
agente especial Casal, explíquenos qué robaron y por qué es tan
importante. -este contraataca, viéndole enrojecer.
-Joder,
no lo sabe. -casi grazna Trenton, mirando al más bajito, quien
parece todo apurado.
-No
hace falta para que haga su trabajo. -tercia Lestrade y el detective
rubio tiene que meter las manos en los bolsillos de su pantalón,
cerrándolas, para no borrarle el gesto petulante de la cara a ese
sujeto por el reconocido y efectivo método de arrancarle la cabeza
de un puñetazo.
-Okay,
lo tengo. Cambio. -oyen la voz de un uniformado que se acerca mirando
al detective blanco, quien en esos momentos se ve rojo rabia.- Señor,
encontraron un cuerpo en...
......
Un
compungido Alan Benedettis y un sereno Chad Hammon encaran a dos
detectives, varios uniformados, un agente especial de Seguridad
Nacional, quien les advierte que no deben contar nada de lo que han
visto (como si fuéramos a hacerlo para ver si alguien pregunta qué
hacíamos aquí, piensa con amargura el chico de anteojos, pasándose
distraídamente la lengua por los labios), y un sujeto de porte
impresionante que les miraba como a un par de curiosos animalejos de
los cuales no está seguro. Contaron sobre el hombre que encontraron
tirado en el piso de ese departamento, contestando evasivamente el
qué hacían allí. Ambos tienen la molesta impresión de que todos
adivinan más o menos el asunto. Finalmente les dejan ir, pero
advirtiéndoles que quedan sujetos a nuevos interrogatorios de parte
de la policía de Los Ángeles.
La
pareja se aleja a paso vivo, Alan todo cabizbajo.
-Qué
aventura, ¿eh? -la voz de Chad le hace reaccionar.
-Si.
-joder, todo se había echado a perder. La mejor experiencia de su
vida y no había terminado bien. Ahora Chad volvería a su vida, a
sus chicas y...
-Oye,
¿no quieres ir por un café y una hamburguesa? -le pregunta este,
amigable, riendo de su cara de sorpresa, montándole un brazo sobre
los hombros.- Creo que hay negocios inconclusos entre nosotros, ¿no?
Interruptus, creo que le dicen... Si te interesa. -vacila un poco.
Y
la sonrisa de Alan, que aparece un sol, lo dice todo.
......
-Bien,
profesor, ¿puede contarnos qué pasó? -el agente Casal, con modales
serenos y calmosos, interroga a un adolorido Jeremiah Hayes, quien
tiene la cabeza vendada, viéndose algo más obeso que meses antes.
-La
doctora Duval y yo revisábamos unos documentos... -mira fugazmente a
Lestrade, quien nada hace pero todos sienten que le indica que no
hable de más.- ...Cuando el asistente de la mujer sacó algo de su
manga, hiriéndola en el cuello. Era una navaja larga y afilada. -el
hombre, horrorizado, se estremece.- Quería... quería el documento
que estudiábamos. -jadea mirando nuevamente a Lestrade, como
pidiéndole que le entendiera.- Y saber qué decía.
-¿Y
se lo dijo? -el hombre se ve furioso.
-Tuve
qué. Debió ver la facilidad con la que mató a esa buena mujer.
-grazna el académico.- Se notó que se ganaba la vida haciendo daño.
Y que lo disfrutaba.
-Debió...
-No
podía hacer más, señor Lestrade. -tercia el agente Casal, muy
serio, mirando fijamente al obeso intelectual.- ¿Puede decirnos algo
sobre ese hombre?
-Es
un sujeto delgado, joven, de mirada huidiza, de voz algo lenta y...
-arruga la cara.- La verdad es que no me fijé mucho en él. Era la
primera vez que le veía. Su nombre debe aparecer...
-¿Le
dijo la doctora Duval que era su asistente?
-Eh...
no, pero lo supuse. Creo que él me lo dijo... -suena vago.
-No,
no lo era. Nadie le conoce. Se presentó como un mensajero de su
estudio, que traía unos documentos. A usted le hizo imaginar que
pertenecía a este ambiente. Vino, robó, secuestró y asesinó,
largándose luego con sus objetivos alcanzados. Notable. Y no tenemos
la menor idea de quién fue.
-Joder.
-gruñe Trenton, pensando, por primera vez, que algo muy extraño
estaba ocurriendo allí y que no tenía nada que ver con la víctima.
Va a decir algo más pero la mirada del hombre bajito al académico
le silencia.
-Parece
perseguirle la mala suerte, ¿no es así, profesor? -suspira.- Bien,
debo presentar un reporte. -se vuelve hacia los detectives.- Todo
suyo, señores. Encuentren al asesino, nosotros buscaremos los
documentos.
-¡No
puede dejar en manos de estos hombres...! -airado, Lestrade comienza
a protestar y Joseph Trenton nuevamente cierra los puños.
¡Ese
hombre se lo estaba buscando!
......
Ignorando
que encontraría más de lo que busca, muchísimo más, Denton Wilson
estudia el local desde su sedán clásico, viejo y feo, pero con un
motor potente. Estacionado bajo una farola de bombilla dañada (por
él), en el callejón, esperando. El restaurante de comida china de
Charlie Kuan (tracalero hasta el final el coreano ese), trabajaba
toda la noche, recibiendo dinero, y por la sala de apuestas más que
por la comida en sí, que era praticamente basura, aunque Kuan solía
bromear diciendo que no era su comida la que sabía a basura, que era
la comida china en general. Enfundado en sus ropas oscuras, sus botas
de suelas antirresbalantes, su chaqueta negra y sus armas, el hombre
espera. Mira en todas direcciones y sale. Kuan solía irse cerca de
las doce de la noche, quiere encontrarle cuando crea que el día
había terminado y todo estaba bien.
Mirando
en todas direcciones cruza a buen paso hacia una entrada lateral en
aquella esquina, por el callejón posterior.
-Joder,
no van a creer esto. Tenemos visita.- dice el hombre enfocando al
otro cruzar la calle con sus binoculares de gran resolución.- Y todo
en ese carajo huele a problemas. Prepárense para actuar. Este tío
se ve peligroso.
.......
Sabe
que no debería estar bebiendo, no antes de partir para una misión,
pero Yabor Stanton no puede controlarse. La rabia y el dolor que
siente desde el encuentro con la familia necesita ser drenados. Dejar
el asunto atrás como siempre lo hace, convenciéndose de que está
solo, de que nadie está allí para él, que a nadie importa su
suerte. Y que eso estaba bien porque no le debía nada a nadie. Baila
frenéticamente en medio de esa pista, entre chicos y hombres
guapetones que buscan aliviar el exceso de energías, también para
ver y dejarse ver, con la esperanza de un encuentro más íntimo
luego. Algo rápido y anónimo, puramente carnal. Bebe y baila de
manera abierta, frenética, dejando salir todas sus frustraciones,
brillando de sudor, viéndose bonito con su cabello alzado bajo el
coqueto sombrerito que lleva, con un pañuelo alrededor de su cuello
y una camisa corta hawaiana, una franela rosa y un pantalón de talle
bajo muy ajustado. Era, obviamente, un anuncio andante de su
sexualidad.
Danza
para sí, bebiendo y fumando, aceptando uno que otro porro de los
tíos que giran a su lado. De pronto siente unas manos fuertes que
caen en su cintura, acompañándole en los pasos; nota que le halan y
que su respingón trasero choca de una pelvis, una que muestra un
tolete erecto bajo las ropas. El roce es eléctrico, mágico. Sonríe
animándose un poco, sin volverse, cerrando los ojos y bailando con
más abandono, frotándose abiertamente de esas caderas, refregando
aquella verga de manera lenta y deliberada en medio del salón y los
otros sujetos. Gime y se muerde los labios cuando una mano abandona
su cintura y sube, metiéndose debajo de la franelita y acariciándole
todo, subiendo y atrapándole un pezón que roza, estimula y luego
pellizca suavemente. Ese tío quería sexo y se movía bien.
Perfecto.
Casi
derriban la puerta del baño oscuro e inmundo cuando entran,
besándose, él y un tipo joven más alto y fornido, quien lo recorre
con las manos, el cual parece fascinado con su trasero, uno que toca
y soba con fuerza, con ganas. Eso le pone mal, tanto que cuando sus
bocas se separan le susurra.
-Lo
quiero sucio, rápido y duro. -casi ronronea.
El
tipo ríe, mostrando muchos dientes, volviéndole, casi aplastándole
de cara contra un lavamanos abajo y un frío espejo arriba, pegándole
el cuerpo y frotándose como perro de la pata de una mesa, de arriba
abajo. Yabor ronronea todavía más, sintiéndose bien, aunque
supiera que era sólo por un rato, contento, olvidando todo. Ese tipo
le abre el cinturón tachonado, y el pantalón, bajándoselo un poco
y riendo.
-¿Una
tanga? ¿En serio? -le oye susurrar a su oído, respirándole
pesadamente, el eco de la música llegando hasta ellos.
-Y
una de las bien putas. -responde, sonriendo, mirándole en el espejo.
Eso hace que el otro le presione más.
-¿Eso
eres? ¿Una puta callejera necesitada de vergas?
-Una
bien barata y sucia y necesitada.
El
chico parece estallar, le baja un poco el pantalón y esa tanga,
azotándole las redondas nalgas con su dura verga color canela.
Sentirla hace que Yabor gima con los ojos cerrados, sonriendo, sin
recordar nada más. Quiere que le folle, allí, frente a ese
lavamanos, mirándose al espejo mientras el otro se lo saca y mete
del culo, dándole donde la gusta, en ese punto de placer que hacía
que todo fuera menos horrible por ratos.
Y
lo haría, le tomaría... lo que llevaría al desastre poco después.
Porque eso era su vida: una mierda.