domingo, 30 de junio de 2019

RESPONSABILIDADES EJECUTIVAS

FAMA REGADA

   Hay trabajos que no se pueden delegar y que ningún responsable de personal puede obviar. Si el gerente general, jefe de personal, contador o asesor legal de una gran firma nota que un nuevo empleado es un chico confundido, que es medio mariconcito pero no lo sabe, su deber es tomarle en sus manos y enseñarle. Haciéndole probar cosas nuevas, explicándole que en verdad eso es lo que más le gusta, el sabor que adorará. Mientras lloriqueara, subiendo y bajando sobre su virilidad, rogando que no parara, el chico lo asimilaría todavía mejor. Al conseguirlo, al ver un hoyito recién estrenado chorreando leche, un hombre responsable tendría que sentirse feliz. No sólo de tomar la dulce cereza inocente del chico confundido, sino por la satisfacción del deber cumplido. No, no el haber conseguido a otro putito al cual ir por las tardes a poseer, bajándole un tanto el pantalón y el boxer (¿por qué coño se resistían a la idea de usar provocativas pantaletas?), y encularle frente a la cafetera, el bebedero, la copiadora, en el depósito, el baño y otros lugares para pasar el rato y hacer el amor. No, era el haber cumplido en mostrarle el camino, el que entendieran que su verdadera satisfacción, la total, la unica y real, era la que experimentaban mientras ordeñaban con bocas y culos una buena verga.
   Siempre he pensado que si en el trabajo nos dejaran tomar una cerveza o dos, como a las tres dela tarde, la cosa no sería tan tediosa y miserable. Pero esto, llegar y notar a un compañero mostrando culo, uno que se ve llamativo e invitador, parece una forma de pasar el tiempo todavía mejor. 

COSAS DE TIOS EN EL CAMPO

EL CONSOLADOR DE PLATA... 11

EL CONSOLADOR DE PLATA                         ... 10
   Todo tío joven ha esperado recibir amor...
......
   Y vaya que salieron a mirarle el tolete a Ryan Houston. Para ese momento Andy tan emocionado como Hasani, quien sí había visto la pieza del hombre. Claro que antes de partir, cumpliendo una profecía que no sabían tal, dos anillitos virginales fueron rotos sobre ese aparato. Costando casi una pelea entre ambos. Cada uno, arrodillado humilde y penitente, con el liso metal entre sus nalgas, contra el ojete de sus respectivos culos, bajaron. Sentirlo abrirlos no fue doloroso por alguna razón, se sentía como si sus agujeros desearan abrirse, como si abrirse fuera lo mejor del mundo. No, eso llegó cuando sus esfínteres se cerraron ávidamente sobre la lisa cabecita, descubriendo un mundo nuevo de sensaciones. Uno que se extendió para ambos al bajar más y más, sintiéndose llenos, refregados. Dilatados al máximo cuando terminaron de alojarlo en sus entrañas. Subir y bajar sobre él, refregada sobre refregada fue la locura. Sus vergas, tiesas, saltaban cuando iban y venían, mojándolo todo. Esa pieza se calentaba con la fricción, y ese eco de campaneo era más y más intenso. Aún cuando caían sobre él como sin fuerzas, contándoles volver a subir ya que la lujuria y el placer parecían debilitarles, lo sentían interactuar con las paredes de sus rectos, contra sus próstatas. Y tan sólo podían gemir, lloriquear, tensos de cuerpos, rostros alzados.
   Así de calientes fueron por Ryan. Hasani primero ya que Andy, goloso, se había montado por segunda vez sobre el falo ceremonial. Al joven egipcio la boca se le hacía agua por alguna razón, y verle allí acostado, sobre las mantas, con la ajustada ropa interior que abrazaba sus hombros y muslos, destacándose una verga morcillona, no pudo contenerse. Sonriendo como chico en dulcería lo tocó, lo sobó, maravillándose al ver esa tranca cobrando vida, tamaño, grosor, dureza. Calor. Pegar el rostro y olfaterarla le provocó un gemido, uno que luego compartiría Andy, al imitarle. Con el olor a sexo masculino fue como sentir nuevamente ese campaneo en sus entrañas. La emoción, y las ganas, le llevaron a lamer sobre la ropa interior. Gimiendo mientras lo hacía, su lengua deslizándose lentamente sobre la tela, sobre la tranca, la cual parecía dar pequeños botes. Cerrar los labios sobre el visible glande (la tela ya húmeda de saliva), fue una locura maravillosa. Pero sacarla, tocarla, apretarla y masajearla, chuparla por primera vez... todo eso fue aún mejor. Y en todo momento su culo titilaba, timbraba. Se estremecía como si aún tuviera esa pieza de plata metida, tiñendo en su interior.
   ¿Lo demás?, el hombre despertó. Tomado por sorpresa, gozando la mamada, luego su heterosexualidad se interpuso. Pero andaba caliente, falto de calor humano, seco de sexo, y una boca joven y golosa, y una mirada del muchacho que prometía hacer cualquier cosa era más de lo que cualquiera podía resistir. Y aún luchando contra sí mismo fue mamado. Luego se les unió Andy, y esas dos lenguas humedas de saliva, esos labios besándole, esas bocas chupándole al unísono era más de lo que cualquier podría manejar. Pero... ¿ese instrumento?
   -¿Quiere tocarlo, sahib? -generoso, sonreído, Hasani se lo saca del culo, se lo muestra y se lo tiende, aún de rodillas.
   -No. No lo quiero. -el hombre se agita, presintiendo un grave peligro.
   -Se siente rico, sahib. -ronronea este.
   -Siempre quieres tenerlo metido. -le acusa, con un mohín, Andy.
   -Tú lo has usado más. Parecías bastante necesitado. -replica este.
   -Basta. -gruñe Ryan, intentado encontrar alguna lógica en medio de todo aquello, cosa difícil cuando la verga le goteaba de lo dura y excitada que estaba. Pero debía...
   Imposible pensar. Su verga temblaba con una lujuria intensa. Los días de abstinencia humana pasaban factura mirándoles el morbo, lo jóvenes y guapos que eran, el brillo travieso y lujurioso de sus miradas. Viéndoles, su tranca se estremece en la nada, como deseando ser atrapada por manos, bocas u... otros agujeros. Lo sabe a un nivel físico, masculino, primitivo, aunque su mente grite de frustración rabiosa por todo aquello.
   -Vamos, jefecito... ¿no quiere el hoyito de su joven y guapo ayudante? -ronronea Andy, con un morbo tal que le eriza todavía más, volviéndose de espaldas, de rodillas, piernas y nalgas separadas, medio inclinado hacia adelante, mostrándole esa raja peluda.
   -A mí, sahib, por favor... -reacciona el hermoso (sí, joder, el chico se lo parece), Hasani, con su cuerpo algo bajo pero fornido, con ese color de piel canela clara, ojos oscuros brillando extrañamente, mostrándose también.
   -Quiere el mío primero, sucio beduino. -brome con ese humor seco de siempre, Andy, dirigiéndose al amigo.
   -¿Por qué querría un culo blanco como tantos en su mundo pudiendo tener esta exótica fruta para saborear? -le responde este. 
   Ryan les oye y siente que la cabeza va a estallarle, toda roja, con toda la sangre allí. Al menos la que no se le fue totalmente a la verga, la cual sigue temblando, goteando ya no la saliva de los muchachos sino sus jugos, unos que desea depositar de manera directa. Esos dos traseros de firmes nalgas abiertas eran tan tentadoras que...
   -Aquí, jefecito, reviéntele el culo a su socio de aventuras. -implora Andy y se inclina más hacia adelante, esas nalgas separándose más, pero no tanto como cuando lleva sus manos y se las atrapas, halándolas. El culo temblando de anticipación, deseando experimentar otra vez lo vivido cuando el extraño objeto le penetrara poco antes.
   Y ese gesto es más de lo que Ryan puede soportar. Luchando consigo mismo va hacia el muchacho, ante el gemido triste de Hasani, y cae de rodillas, tensándosele la ropa interior sobre los anchos hombros, su espalda recia y muslos, de una manera que casi hiere, pero no le importa. Al contrario, se sentía sensual. Tiene que contener la respiración cuando se agarra la tranca, que literalmente se estremece en su palma, y guía la rojiza cabeza de la misma contra ese agujero velludo de hebras castañas. Cuando las pieles hacen contacto, se estremece todo él, pasándolo sobre la entrada, arriba y abajo, untándola con sus espesos líquidos. Andy cierra los ojos y sonríe abiertamente mirando hacia adelante, tan sólo experimentando el momento, disfrutándolo, echando ahora las manos hacia adelante, afianzándose en la arena, sabiendo que llegaba el gran asalto. Y mientras lo hace, mientras se siente a punto de penetrar en la gloria (así lo piensa), la imagen de aquel objeto llena su mente. Lo ve brillar sobre un altar de piedra, reluciente a la luz del sol, calentándose ligeramente; cientos de hombres fornidos, rudos, guerrero desnudos, mirándolo; todos luchando por él, físicamente, aunque sin llegar realmente a matarse. Todos adorándolo, tocándolo, montándole por turnos, cada uno de ellos gritando y corriéndose empalado, luego bajando con pasos vacilantes para ser enculados por interminables hileras de hombre cabríos que anhelaban y codiciaban esos agujeros que parecían insaciables, que no se agotaban por mucho que fueran penetrado una y otra vez. Instante cuando ya nada más les importaba, incluso alimentarse, como no fuera follar y follar.
   -Vamos, cógeme, cógeme... -gimotea casi angustiado, su propia verga temblando de manera frenética, botando mares de líquidos.- ¡AHHH!
   Y ocurre, por primera vez en su vida de alegre aventurero, de macho cabrío, una verga va metiéndose en su culo (fuera del objeto aquel), venciendo la resistencia natural (a pesar del objeto aquel), haciéndole consciente de cada roce, forzada y sensación. De cada vena hinchada de sangre. Chilla con el rostro muy contraído, sonriendo en el fondo, sintiéndolo atravesar la muralla, cerrándose sobre él, las paredes de su recto como intentando frenarlo. Pero tan sólo lo parece. En cuanto la pieza entra, caliente como el infierno, latiendo de una manera casi alarmante, dejando algo allí que iba creando como un sendero, un caminito de algo caliente que pica y pica poniéndole más frenético (más necesitado de las refregadas que luego llegaban mientras el miembro viril del hombre le llenaba y penetraba), Andrew Stoner no puede contener las emociones.
   Como no podía Ryan. Un momento de dudas le llegó antes de empujar, a pesar de lo mucho que se quemaba y consumía por penetrarle, pero una vez que fue metiéndosela, sintiendo el sedoso ataque, el cierre, frotandose de aquellas jóvenes entrañas de machito recién desvirgado, su cerebro fue nublándose únicamente con lujuria. Y atrapándole la cintura al muchacho se la fue clavando toda, centímetro a centímetro, notando la tensiones de los glúteos, los hombros rígidos, la espalda baja y arqueada, la nuca alzándose, el cabello brillante de transpiración del muchacho, mientras tomaba su inocencia anal. Idea que le trastorna. Se la mete toda, hasta los pelos... y se siente vivo, poderoso. Un macho increíble. Y aprieta los dientes con gozo, esas entrañas le halaban y apretaban el tolete, se lo sobaban, lo chupaban, y se sentía del carajo. Con un jadeo, mientras va y viene con golpes largos y profundos, de su boca sale algo que nunca imaginó pronunciar:
   -Toma, tómala toda; voy a romperte el culo, pequeño marica. Voy a darte tanto que la leche va a salirte por las orejas. -ruge como promesa y sacándosela casi toda, volvio a clavársela cayendo sobre él.
CONTINÚA ...12

EL INFIERNO A LA VENEZOLANA

UNA PUERTA SE CIERRA...
   Mandinga llegando para asesorar...
   Comienzo diciendo que nunca he creído en un lugar donde se sufra para siempre, porque me parece que después de un tiempo uno se siente como en su casa y se pierde el sentido del arreglo (hay hombres que se acostumbran a que la mujer los engañe y mujeres que le soportan lo insoportable a los maridos). Como dijera el señor Bart Simpson cuando le enseñaban sobre catecismo y preguntó: “¿Y después de un rato uno no se acostumbra como en una bañera?”. Pero admito que pueda existir algo destinado al castigo que si sea efectivo, algo que sea pero que mucho peor que todo eso del fuego y las tenazas. Como en aquella historia de Asterix cuando debía entrar a la casa que vuelve loco. Aquella batalla del galo contra la burocracia. Era horrible.
   La expresión, infierno a la venezolana, la escuché mucho años atrás, cuando me tocara salir en inspecciones sanitarias, llegándome al oncológico Luis Razetti, para ver cómo estaba el acelerador que tenían en ese momento. Fui y estaba parado por falta de un gas refrigerante que usaba, el freón. Queja en mano volví a la oficina, dos semanas después, sabiendo que el freón había llegado, volví y seguía parado porque lo encendieron y un cambio de voltaje o un apagón, había quemado unos fusibles. Ante mis quejas rumiadas al hacer un nuevo informe para llevar, el técnico que lo manejaba (eran técnicos radiólogos en ese entonces, cuando esta especialidad cubría la radiología, la medicina nuclear y la radioterapia, como debe ser), me contestó algo como:
   Esto está como el cuento del infierno venezolanos. Mueren dos amigos y llegan al infierno y les permiten elegir sus castigos para toda la eternidad. Está el infierno a lo gringo y el infierno a la venezolana (ya ven para dónde voy, ¿verdad?). Cada uno elige una modalidad. Cien años después, el que se fue por el gringo, todo acabado y torturado se encuentra con otro venezolano que llega, que quiere saber cómo es ese infierno. Que era horrible, fue la respuesta. Un enorme mar de meirda y estaban ellos enterrados hasta el cuello. El recién llegado comenta que no suena tan mal y el otro aclara que una enorme cuchilla recorre la superficie y hay que meter la cabeza bajo la mierda mientras cruza. Y cruza cada quince segundos. En eso llega el que se fue por el infierno a la venezolana, todo sonreído y contento. Sorprendiendo a los otros dos. Aclarándoles que ese infierno era una maravilla, que a veces la cuchilla no funcionaba, que otras veces no llegaba el que manejaba la cuchilla y otras no se sabía para dónde agarraba la mierda que tampoco llegaba.
   Como me reí.
   Pues, la vida se nos ha vuelto eso, un infierno a la venezolana. O siempre lo fue sólo que ahora el castigo es como peor porque ya nos íbamos acostumbrando al otro. No es sólo que hay problemas diarios como que no hay unidades de transporte suficiente funcionando (ir para el Razetti ahorita, en Cotiza, es una odisea, y eso que está muy cerca del Centro), porque o la sunidades han ido dañándose y no hay cómo renovarlas, o la gasolina echa vaina. Por no hablar de una falta de agua increible, que no es sólo de Caracas. Son molestias que se le han ido sumando en los últimos meses, como los apagones de siete a nueve de la noche, en estos días de tanto calor, que son sospechosamente parecidos a cortes programados, por las horas y su duración. Y sin luz no hay internet, al menos para mí. Y cuando la energía vuelve, la señal en la red no. En estos momentos, desde el miércoles de la semana pasada, el servicio es sencillamente errático, siendo más el tiempo sin él.
   Cuando no falla una cosa falla la otra, y se sufre. Pero como antes también pasaba, ahora se sufre más, que es la idea de un castigo, ¿eh? Aunque, viéndolo bien, ¿no es una contradicción? Es decir, si ahora padecemos más por seguir al falso dios del socialismo, ¿no es porque el castigo se perfeccionó? Pero, al perfeccionarse, se aparta del concepto de “a la venezolana”, ¿no? En este no debería notarse, al contrario.
   Pensar en estas cosas, por las noches, a veces no me deja dormir. 

UN DOMINGO CUALQUIERA

VIER

EEN
   Habían estado ejercitándose durante mucho tiempo para eso, para la gran exhibición. Esos chicos mirarían, entenderían, y por fin los atenderían como merecían...
   No puede evitar sonreír notando las miradas en la primera fila, donde siempre se situaban... A esos niños blancos universitarios les encantaba.
   ¿Irresponsable o inconsciente? ¿No sabía que iba a provocar una batalla entre sus conocidos si subía esa foto con un: “Rápido, que vega cualquiera que lo tengo caliente”?
   ¿No pareciera decir “miren, maricones, todo lo que tengo escasamente cubierto para ustedes? ¿Quién se anima?”. Pero, quien sabe, tal vez sólo busca pasar un buen rato de paz en soledad. 

VYF

EL GUSTO A LOS CARAMELOS

SEGURIDADES
   Con algunos chicos nunca falla...
   Gimotea incapaz de controlarse mientras el hombre sonríe. La combinación de dulce y salado terminaba siempre enloqueciendo a los muchachos. Mientras le deja lamer la chupeta de dulce, luego la de carne (en la cual nota que se tarde más, entre ronroneos, especialmente cuando se la embadurna con el caramelo), sabe que el goloso chico ya está montado en la olla. Algo había, una relación que no se podía explicar ni le importaba mientras funcionara, entre chupar, el lamer esas golosinas (de azúcar y de sexo), que les daba calor y debían desnudarse, que les agitaba el chiquito entre sus glúteos, por muy inocentes y virginales que fueran. A esos culitos como que les daba hambre... y un hombre tenía que alimentarlos también. 

ATRAPADO

IMPACIENTE

ANHELO

   -Hey, amigo, ya tengo media horas en estas y no trazas nada en ese lienzo. ¿Realmente quieres pintarme o tan sólo manosearme? Porque si es eso, o lo necesitas primero, no te tortures y ven. Cuando se tratas de recibir mamadas siempre quiero.

JUGUETES EN TIEMPOS DE CRISIS

LA IGLESIA Y SUS APUROS DOCTRINALES

   Tan actual...
   Cada vez que puedo, los domingo al menos, entro en la página de El Chigüire Bipolar, por todo ese humor vitriólico y cruel que exhiben. Como con este “juguete”. Pero, además, mostraban a un hombre en un cubo de hielo y decían "Maracucho recién llegado a Chile se convierte en el primer iceberg humano; o La Colonia Tovar comienza a exigir visado a venezolanos; y el que me hizo reir más, aunque qué injusto: “Ladrón devuelve carro robado tras darse cuenta que tiene atorado un CD de Franco De Vita. Con la imagen agregaron la siguiente nota: “La rutina de los domingos es: levantarse tarde luego de haberse embriagado el sábado anterior con guarapita de mango con vodka de dudosa procedencia, y de salir enratonado a tu kiosco de confianza para comprar la renombrada magazine juvenil, Domingüire. Esta semana nuestro personaje es Forky, el personaje de Toy Story 4 y juguete que hará que mueran más tortugas marinas”. Cómo me hicieron reír. Ojalá esa revista existiera, como era el caso de El Camaleón y El Muérgano. Dios, hay que ser viejo para recodar el Muérgano. Por cierto, ¿vieron la película, les gustó? Personalmente si. Cumplió aquello que prometía en su promoción. Lo del tenedor juguete fue hilarante: “No es un juguete, ¡es un cubierto!”. 

PERRAS DOLENCIAS

jueves, 27 de junio de 2019

BIR

   Confusión...
   -Hey, chico, ¿eres ese maricón ávido del que hablan todos los carajos por aquí, que deja seco a todos los tíos con la boca y el culo? Te esperaba. Ando bien caliente.
   -Si, señor... -jadea rápidamente el chico que tan sólo cortaba camino por ahí para llegar a la casa de su abuelita. No sabe quién es el maricón ese, pero lo siente por él, se dice casi babeando al caer arrodillado. 

IKI

APROVECHANDO EL TIEMPO

ACEPTACION

   ¿Salir con tu mejor amigo, una noche cualquiera, buscando tíos que se suban y se los follen a los dos? ¿Al menos a ti? ¿Podría haber una mejor manera de matar el tiempo? Ese carajo, todo emocionado dándole duro por el culo, no. 

FRENETICA ADICCION

miércoles, 26 de junio de 2019

A LOS PIES DE LOS CACHAS... 7

LOS CACHAS                                ... 6
   Prometen la gloria...
...
   -¡Moran! -jadea Aaron.
   -¡Te digo que lo vi! -se altera Lester, pero su tono es casi de diversión.- Bueno, lo escuché. ¡Chillando que quería verga!
   -Cuando todos lo sepan... -interviene nuevamente Andrew.
   -No te metas, esto no es asunto de terceros. -defiende Aaron.
   -¿No crees que su novia debería saber algo así? -insiste Andrew.
   -¡No! Y no es asunto tuyo. -Aaron casi trina.
   -Oye, no; en eso tiene razón Tapping. Si Dawson es un maricón de armario, eso es algo que su dama debe saber. Antes de la boda. O de una visita. Imagínate que llegue de encontrarse con un tío, con la boca sabiéndole a semen.
   Temblándole las manos, con el corazón en los pies, Shawn Dawson, de manera ruidosa, introduce la tarjeta en la cerradura, abriendo. Y llega el silencio. Entra y encuentra a los otros tres, en bermudas y franelas, sentados en la salita, todos con los ojos vueltos a la puerta, mirándole.
   -¡Hasta que apareces! -Andrew comienza con hostilidad. Aaron, rojo de cara, se ve incómodo. Lester, con un trago en la mano, parece indiferente aunque burlón.
   -Joder, amigo, ¡apestas a esperma! -agrega sonriendo de manera cruel, bebiendo de su trago.
   -Deja de joder, Morán. -le corta Shawn, con voz temblorosa pero decidida. No iba a dejarse apabullar. Lo mejor era comenzar con dureza de una vez.
   -¿Qué?, ¿te altera que sepamos...? -Andrew parece molestarse más.
   -Métete en tus vainas y a mi déjame en paz, ¿okay? Todos ustedes. -va alzando la voz.- No sé que crean saber, no sé qué mierda pasó, pero ahora no quiero escucharles, ni tienen el derecho a meterse. -informa tajante y se aleja hacia su cuarto.
   -Pero... Pero ¿qué se cree este marica? -oye a Andrew.
   -Deja de joder, amigo. -le silencia, finalmente, Lester, divertido.
   En su cuarto, frío, ordenado, cómodo, Shawn se estremece de miedo, por la tensión. Sabe que eso no se quedará así, que su aventura en ese baño se sabría, que alguien hablara (Tapping), y estaría arruinado. Pero lo que más le afecta es no entender nada. No entenderse... ¿Por qué dejó que pasaran todas esas vainas?
   De pronto parece alcanzarle la enormidad de lo pasado, de lo que hizo sometiéndose sexualmente a ese hombre joven y fuerte; todo lo que este no sólo tomó de él sino lo que él le entregó. Lo que rogó porque le hiciera, como bien señalara el idiota de Morán. La cara le arde, siente que se ahoga, que el oxígeno no llega a sus pulmones, cayendo de culo sobre la cómoda cama... algo que le lastima dado lo sensible que tenía ahora el agujero. Claro, le dolía porque un hombre lo había llenado con su virilidad. Ahora lo sentía, la molestia que era la marca de su culpa; pero mientras se lo hacían... Los ojos se le llenan de llanto. Y ya no es por miedo o vergüenza al qué dirán, a lo que tendría que afrontar y enfrentar si alguno de los otros hablara. Se siente trastornado por sí mismo. Mal por él. Nunca había hecho algo como aquello, comportarse de aquella manera, se dice cayendo de espaldas sobre la cama. Ya no podía decir que era... un hombre. Un macho como todos los demás.
   Aprieta los dientes y con los puños cerrados se presiona los ojos. Claro que lo era. Lo que pasó fue... fue una locura momentánea. Algo que nunca debió pasar pero que no tenía que definir su vida. Ni antes ni después. Era un hombre, le gustaban las mujeres, nunca le atrajo el sexo gay, lo ocurrido no significaba nada. Se lo repite una y otra vez, dejando caer los brazos, respirando agitadamente, manteniendo los ojos cerrados.
   Oye risitas, los: “Cógelo, cógelo, preña a ese maricón. Cógelo más duro”. Y las embestidas que alguien le daba a otra persona, una verga blanco rojiza enorme, parecida a un antebrazo, que entraba y salía de un culo flojo, goloso, que lo aceptaba. Los golpes se escuchaban cada vez más sonoros...
   Jadea y medio levanta la cabeza del colchón, alarmado, confundido. Se había quedado dormido sobre su cama, medio tendido, con los pies aún en el piso. Alguien llamaba a la puerta. Uno de ellos. De los socios de trabajo con quienes había hecho ese viaje para divertirse y conocer chicas, se recuerda con aprensión y amargura.
   -¿Shawn? -oye del otro lado y lanzando un gemido se pone de pie.
   -Si. -va y abre, encontrándose con el rostro de querubín preocupado de Aaron Wells, quien viste otra franela y una pantaloneta vistosa como para ir a la piscina. Por chicas. Se ve bien, enrojecido por el sol, seguramente tendría suerte. Si no aparecían los culturistas. Pero, por ahora, este le mira con incomodidad mientras carga con una bandeja. 
   -Llevas rato encerrado. Te perdiste el almuerzo y pedí algo para ti. -dice el rubio. Y lo amable del gesto le hace arder la cara, le encoge el corazón y le avergüenza.
   -Gracias, yo... me dormí. No fue que me escondiera. -se siente obligado a aclarar.
   -Entiendo. -le tiende la bandeja y se miran a los ojos.
   -No, no creo, Aaron. Ni yo mismo lo entiendo, ¿cómo podrías tú? -suena desesperado, algo molesto, cosa de la que se arrepiente al notar el respingo del rubio.- Lo siento... no soy yo en estos momentos. -la frase le parece funcionar a tantos niveles que ríe con amargura. Incomodando más al socio.- ¿Cómo están los otros?
   -Trastornados. Andrew anda furioso, lo siente como si le hubieras hecho algo, traicionado o algo así. -frunce el ceño.- Debes conversar con él. Convencerle de que... tu vida es tuya. Anda hablando de llamar a gente dentro de la compañía.
   -Lo imagino. En la promoción que viene, competimos él y yo. No haría daño a su causa ser honesto con todos, ¿eh? -suelta con amargura.- ¿Y Morán?
   -Parece más divertido que otra cosa. Pero le conoces, esa sangre latina le hace mujeriego por un lado y terriblemente machista por el otro. Creo que te considera...
   -¿Un puto? ¿Un marica? -las palabras le sorprenden por lo duras que le suenan, aunque él mismo las ha empleado antes. Aunque no para dañar, sino como simples comentarios divertidos sobre tipos que no eran como él.- ¿Y tú? -le ve encogerse de hombros.
   -Es tu vida. Creo. -luego le mira con ojos brillantes.- Pero la verdad es que tenías razón antes; no lo entiendo. Sé... o siempre creí que eras heterosexual. Me parecía que sí, habría jurado sobre una montaña de Biblias eso, pero ahora...
   Shawn se ha estado cuestionando eso desde que saliera de aquel baño, abrumado bajo el peso de lo ocurrido. Y siente rabia.
   -¿La verdad?, no lo sé, tampoco. No sé qué me pasó. -va ganando velocidad mientras habla y le mira de manera abierta, franca y molesta.- Tan sólo enloquecí ante ese chico. Si, me acorraló, me acosó, pero luego... -los labios le tiemblan y desvía la mirada.- ...Me gustó.
   -¡Shawn! -la sorpresa es evidente y eso parece destapar al otro.
   -Me excitó, ¿okay? Que me arrastrara de una mano me erizó, que me dijera todos esos insultos me calentó. Que me tomara me hizo desearlo. Que me expusiera en ese baño... -casi grita, pero deja salir el aire.- ...Me provocaba más calenturas.
   -Eso no tiene ningún sentido, amigo. -Aaron tiene la frente muy fruncida, los ojos son retadores y algo acusadores.
   -¿Crees que no lo sé? Me trataba como a basura y me encantaba. Lamí sus axilas, por Dios, bañadas de sudor y me encantó. -decirlo en voz alta le sorprende.- Aaron... -traga casi suplicante, como queriendo escuchar una explicación dada por otro.- ...Mientra me la tenía metida por el culo, porque me la metió, tomó mi virginidad y la rompió en mil pedazos, me la ponía más dura. Me embestía y eso me calentaba más y más, mi verga soltaba jugos a mares y me corrí. ¡Sin tocarme! Me hizo sentir como una verdadera puta sucia al hacerme chillar y gemir pidiendo más de su verga mientras me cabalgaba, pero así fue.
   -Amigo, estás mal. -el chico ahora le mira casi disgustado, muy desconcertado.
   -¡Lo sé! -chilla angustiado.- Y sé que tengo que irme de aquí. Salir de este maldito lugar de sol y gente hermosa ligera de ropas. Debo volver a mi vida. A una ciudad gris donde lleve una vida gris y monótona. A volver a ser quien soy.
   -Me parece que debes hacerlo. ¿Y los otros?
   -Tampoco sé qué hacer con eso. ¿Espero que regresen y no digan nada? ¿Qué más puedo hacer? -se desinfla imaginando a Martha llorando, esperándole en el aeropuerto con una comitiva de amigos, conocidos, compañeros de trabajo y su propia familia, con los Hare Krishna de agregados; todos aguardando para una vergonzosa intervención, para saber por qué le había dado el culo a un desconocido.
   -Por mí no te preocupes. No diré nada. Y hablaré con los otros.
   -Gracias. -balbucea realmente embargado de gratitud. Y pensar que nunca tuvo una opinión muy favorecedora para con el rubio sin personalidad.
......
   Se queda encerrado. Cena lo que pide al cuarto. La noche es larga y mala. Porque se recrimina en cada instante de insomnio. Recibe una llamada de Martha pero, por Dios, que no puede tomarla. ¿Y si alguien ya le contó? ¿Cómo tratarla, si lo ignoraba, después de lo ocurrido? Bien temprano, duchado, recoge sus cosas, siendo evitado por dos de los otros tres ocupante de la suite. Una vez en su cuarto revisa todo, la idea de regresar a Nueva York, a su vida de trabajo a la casa, le brinda una especie de paz, de consuelo. ¿Cree que sorteará el temporal, que nadie dirá nada, que no será confrontado? No es tan ingenuo, pero lo espera contra toda lógica.
   Llaman a su puerta.
   -¿Si?
   -Servicio a la habitación. -responde una voz de mujer. Intrigándole.
   -No he pedido nada. -responde abriendo la puerta y encontrando a una de las mucama. La cual sostiene una caja más larga que ancha, propia para cargar puros.
   -Le envían esto. -le tiende.
   Ceñudo toma la caja, le entrega propia, que ella espera con un gesto evidente, y cierra la puerta. Una vez a solas la revisa, busca y busca y no encuentra nada. Ni nota ni identificación. La abre y si hay una hoja encima, escrita a puño, una que aparta. Y gime. El corazón le retumba con fuerza. Con mano temblorosa toma lo que hay, arrojando la caja a la cama. Se trata de una pequeña prenda interior de material elástico, tipo bikini de fisicoculturistas en exhibición. Azul eléctrico. Una prenda muy chica. E imagina al enorme y musculoso sujeto joven que las usa, llenándolas, y se estremece de pies a cabeza. Tragando en seco mira la nota:
   Para ti, perra. Disfrútalo. Lo usé en las competencias de ayer. Sudé en él. Mis bolas y verga estaban empapadas, así como mi culo. Disfruta de mis aromas. Pero no te corras. Ya no puedes hacerlo si no te lo permito. Gané, y como en parte de lo debo, dejaré que vengas a lamerme el cuerpo al gym, ahora. Baja. Hazlo bien y podrás mamar mi verga, hazlo mejor y tal vez te dé un poco más por el coño. Seguro que lo deseas. Aspen”.
   Lee y lee, parpadeando. ¿Acaso había caído en una dimensión paralela y extraña? No lo sabe, lo cierto es que en una mano sostiene la nota, esas palabras intensas, y en la otra la pequeña trusa tipo bikini, por la tirita de una de las caderas, notando el triángulo que cubriría los genitales de aquel joven y agresivo macho. Aspen. Su Aspen. La idea le envuelve en calor, mareándole, haciéndole sentirse tonto, idiota, pero también caliente.
   Deja la nota junto a la caja y toma el bikini azul con las dos manos, la bolsa de los gemitas frente a su cara cuando lo alza. Aquello era una locura, debía seguir con sus planes e irse. Poner distancia, alejarse de ese carajito musculoso y grande y ponerse a salvo. Todo lo razona mientras cierra los ojos y pega la telita de su rostro, sobre su nariz y boca, aspirando ruidosamente. Lo que es un error. El olor almizclado a sudor y bolas le golpea fuertemente el cerebro, el cual parece reblandecérsele mientras el pulso se le dispara, el corazón late loco y toda su piel se eriza y arde. Aspira y aspira totalmente enloquecido, llenando sus fosas nasales con aquel aroma embriagador. Recuerda ese sudor, esas axilas y con un chillido muerde la telita, bañándola de saliva, una que sorbe. Y lo siente, su sabor.
   Cae sobre la cama, primero sentado, luego cae de espaldas, con aquel bikini sobre el rostro, oliendo, mordiendo, chupando, mientras se acaricia todo, el torso, la barriga plana, la tranca sobre el pantalón, uno que tiene que abrir, sacándosela con movimientos frenéticos y dándose puño. En cuanto se aprieta y comienza a masajearse, el olor parece intensificarse sobre su rostro, trastornándole totalmente. Gime, dice su nombre una y otra vez, se abre la camisa y se recorre el cuerpo con la tela húmeda. Cuando la aferra con la mano y con ella se masturba, sintiéndola sobre su tranca, sabe que no durará nada. Está a punto, a punto de...
......
   Si estaba rojo cuando abandonó su dormitorio, sin el equipaje, vistiendo un simple pantalón de drill marrón, una camisa manga corta y unos mocasines deportivos sin medias, recibiendo las miradas burlonas, censuradora u hostiles de los conocidos en la suite, fue poco al color que tomó cuando bajó al gym del hotel, entrando y siendo recibido por un conjunto de miradas, igual de socarronas y burlonas. Aunque estas, al menos, eran de desconocidos, esos tipos que asistían a sus entrenamientos con fervor maniático estuvieran donde estuvieran, no eran conocidos reales (empero cree reconocer uno que otro rostro del día anterior), aunque sí más mortificante porque eran muchos más.
   Manos en los bolsillos, sintiéndose torpe, busca por el salón principal, reparando en los sujetos que el día anterior le vieran prácticamente mamando al otro en aquel pasillo. Sujetos como él, como Aspen, acuerpados, forrados de músculos, vistiendo apretados atuendos de látex, transpirados ya a esas horas. No puede evitar que su pulso lata un poco más de prisa. Y si debía ser honesto consigo mismo, no eran nervios o vergüenza. Ver todas esas musculaturas parecía estarle afectando. Traga en seco cuando aparece el muchacho. Porque eso es a pesar del tamañote y la altura, del rostro algo cuadrado de lo formado que está. Viene de otra sala con un paso pomposo de brazos algo separados, vistiendo nuevamente un ajustado shorts de licra que es tan largo como un boxer de los cortos, rojo intenso, y una camiseta muy abierta que dejaba sus poderosos pectorales afuera. Respiraba con tranquilidad aunque su piel brillaba de sudor, como ciertas hebras doradas en su cabello.
   Verle le deja sin aliento, y el pulso se le dispara más cuando este clava la mirada en él, elevando un tanto el mentón en un saludo. Antes de volverse a los otros tres tipos grandes y comentar algo. Estos volviendo las cabezas y viéndole, riendo por lo bajo. Shawn siente que toda su cara arde. ¿Qué les estaría contando? ¿Cómo lo desfloró? ¿Lo mucho que le rogó por ello? ¿El cuánto chilló con su verga clavada hasta la base? Comienza a respirar más agitadamente, envuelto en un calor terrible, con mucha vergüenza, casi con ganas de escapar de aquellas miradas burlonas y crueles, pero también excitado.
   Aspen, mirándole nuevamente, hace un imperceptible seña, indicándole que se acerque. Y duda por un segundo, algo que el otro nota arqueando una ceja, oprimiendo sus labios. Es más de lo que puede soportar. Con paso inseguro, manos en los bolsillos del pantalón, hombros algo encogidos se acerca al grupo de cuatro jóvenes sementales, de los cuales tres le miran con superioridad irónica, brazos cruzados sobre sus torsos, todos esos músculos y venas resaltando. El cuarto, Aspen, esperándole con las manos en las caderas.
   -Hey... -saluda cohibido, ganándose nuevas miradas de burla.
   -Te tomaste tu tiempo en llegar. -responde secamente Aspen.- ¿Mucho tiempo manoseándote oliendo la trusa que usé ayer en la competencia? Eres un marica lamentable.
   -¡Aspen! -grazna, rojo remolacha, mientras los otros ríen.
   -Oh, vamos, sabía que lo harías. Espero que haya recordado lo que te dije: nada de correrte. Si te portas bien... -agrega, pero ahora mira a los otros.- No se crean, tiene talento natural. -luego vuelve a Shawn.- ...Dejaré que te corras como nunca en tu vida con mi verga en tu culo.
   Shawn no puede ni responder, los otros se ven divertidos pero también algo cortados.
   -Amigo, ¿no eres muy gráfico? -pregunta el joven hombre negro que les viera el día anterior
   -Le gusta que le trate como a una puta. -se encoge de hombros Aspen, luego sonriéndole.- ¿No es así? Seguro que ya la tienes medio dura en los pantalones, ¿verdad? -le reta, y Shawn tan sólo puede balbucear más, más rojo todavía, todos mirándole y notando, efectivamente, un abultamiento en sus ropas.
   -Joder, es cierto. -rie otro de ellos, descruzando los brazos y señalándolo.
   -Es una puta. Sabe que es una puta. Le gusta que le trate como a una puta. -agrega Aspen, lenta y deliberadamente, mirándole.- Le gusta que todos sepan que es una puta. Y por obtener lo que desea rogará, suplicará, hará lo que sea... ¿verdad? Porque a eso has venido, ¿no? Con la esperanza de tocarme, lamerme, chuparme la verga, el culo sí quiero, deseas por encima de todo que te penetre.
   -Aspen... -grazna muerto de mortificación.
   -¿Vas a ponerte estrecho? -se burla, con una medio sonrisa en su joven, hermoso y ancho rostro de culturista. Flexionando un brazo, llevando la mano a su nuca, muestra aquella axila brillante de transpiración.- Vamos, puta, desátate.
CONTINÚA ... 8

martes, 25 de junio de 2019

TRECE… 4

TRECE                         … 3
      
   Todo el equipaje que algunos parecen necesitar cargar...
......
   ¡Mierda! Su reputación se iba a ir al carajo, sin pasar por “salida” ni cobrar los doscientos... Pero eran tantas las haladas y apretadas que ese culo estaba brindándole, haciéndole experimentar a su verga sensaciones totalmente nuevas (coño, ¿todos los culos de chicos serían así?), que no puede alarmarse en verdad. Y mirándole sonriendo, sobre un hombro, se siente malo.
   -¿Listo para más? -le gruñe afincando todavía más el agarre en la delgada cintura, elevándole las caderas, empujando su tranca de adelante atrás en un poderoso vaivén, golpeándole sonoramente las nalgas con la pelvis y las bolas. Quiere metérsela más y más profundo. Quiere...
   -Ahhh... -el chico chilla con abandono y cachondez, afincando a su vez el agarre en la camilla, empujando con maldad su trasero contra la verga que acude a abrirlo.
   Joder, ¡qué calentorro!, piensa transpirado, jadeante por la boca, tendiéndose sobre él, su cuerpo más alto y fornido, artísticamente velludo cayendo con todo su peso, hundiéndole más en la camilla, notándole el enrojecido rostro, la floja sonrisa de placer, sus ojos brillantes y nublados a un mismo tiempo, de voluptuosidad. Le da y le da. Hasta que lanza un gruñido, metiendosela toda, viendo sus propios pelos púbicos apoyados contra esas nalgas, y baja las piernas de la mesa, arrastrando al chico, acercándole al borde de la camilla, haciéndole bajar también las suyas. Y durante todo ese tiempo sintió, gozó y “padeció” las haladas que aquel apretado y sedoso culo le daba en la verga.
   -Vuélvete. -le ordena, temblando él mismo de lujuria. Nunca esperó encular a un muchacho, jamás imaginó que se sintiera de aquella manera; y, por supuesto, que nunca, en ninguna realidad, habría creído que se lo haría a otro sujeto, de frente, mirándole la cara, viéndole la verga tambien.- Ahhh... -chilla leve cuando el joven comienza un lento girar, apretándole en todo momento la verga que no abandona ese culo. Quedando de espaldas sobre la mesa, mirándole sonreído, rojizo de cuerpo, la verga tambien dura, babeante, las bolas peladas, su propia tranca más abajo.
   Atrapándole los tobillos se los alza y comienza una enculada con ganas, casi violentas, arrojándole con fuerza sobre y contra la mesa de masajes, sonriendo entre dientes, apretándolos, sintiendo que el tolete iba a estallarle en cualquier momento de puro placer. Le da y le da, escuchándole gemir y ronronear, boca abierta, frente fruncida, sonriéndole con gratitud mientras lo encula, atrapando con las manos la corta sábana sobre la mesa.
   -Oh, si, si, cógeme; cógeme duro. Reviéntame el culo como a una puta barata. Vamos, destrózame con tu tranca. -el chico balbucea a gritos, y cada sucia palabra eriza al otro hombre, que también ruge.
   En ese punto sus gruñidos de gozo son parecidos en intensidad y urgencia a los gemidos que lanza el cliente de madame Ziggy. Una mezcla de placer y una dulce agonía. Como si ni aún dándole uno, recibiendo el otro la larga, gruesa, dura y nervuda masculinidad, pudieran saciarse o tener suficiente de aquello. Los paff, paff, llenan aún más el cuarto, como los chirridos de la mesa al agitarse por la fuerza de las embestidas.
   -¡Oh, mierdaaaaa! -chilla el masajista, aferrando sus manos en esos tobillos, abriéndole más, mientras empuja con más fuerza su verga, profundamente, entre las transpiradas nalgas del muchacho calentorro. Sacándosela casi toda, metiéndosela hasta los pelos, una y otra vez, indetenible, incansable... insaciable.
   Sobre la camilla, el joven ronronea y arquea la espalda, su culo sufriendo violentos espasmos. Ese culo... Ese culo...
   Como necesitado de un momento de cordura, Larry Valar se la saca lentamente, disfrutando del trayecto, del roce, de las apretadas, bajando la mirada hacia ese ahora vacío agujero enrojecido, brillante de aceites, hambriento. Ese culito titilaba, el chico ya parecía que iba a quejarse cuando bajó y lo sopló, atrapándole ahora por las rodillas. Vientecillo que hace gemir al muchacho, cuyas mejillas enrojecen más. Y por un segundo, un aterrador, maravilloso y excitante segundo, Larry se preguntó qué sentiría si bajara más el rostro y posara los labios sobre el redondo y pulsante agujero, besándolo, sacando la lengua y lamiéndolo, penetrándolo con ella.
   Siente un profundo estremecimiento, mitad repulsa, mitad lujuria. Sería tan fácil enterrar el rostro entre esas nalgas y meterle la lengua... Y este parecía responder, ¿acaso había un llamado telepático en el sexo? Como fuera, el rojo anillo temblaba, brillante de sudor y aceites. Y enderezándose le metió nuevamente el tolete hasta los pelos, con rapidez, atrapándole nuevamente los tobillos, dándole duro en su vaivén. Era como enterrarlo en suave, apretada y cálida mantequilla, una que halaba y succionaba ávidamente.
   Era enloquecedor verlo estremecerse mientras lo enculaba, escucharle gemir, notar como arqueaba la espalda mientras se la metía toda y seguía empujando, dándole y dándole, percibiendo su calor. Ver su propia tranca entrando y saliendo de debajo de esas bolas rojizas, llenándole las entrañas una y otra vez era más de lo que podía soportar. Se sentía... orgulloso de tenerle así, todo mojado y medio desmayado de gusto gracias a su polla. Le dio sin descanso, sintiéndose más frenético, más necesitado.
   En un momento dado, no recuerda ni cómo, lo clavó a fondo, y aprovechando la espalda arqueada de este, separada de la camilla, metió sus fuertes brazos, rodeándola, y le alzó en peso. Era un chico sólido, bajito pero fornido, y sin embargo pudo. Le alzó, clavandole más sobre su verga, y mirarle la sorpresa feliz, el gesto de picardía y dicha fue suficiente. Pero pesaba. Dando media vuelta se deja caer de culo sobre la camilla, sentado, y el chico, afincando los pies en esta, comienza un sube y baja impresionante, gritando leve, ronco, la cabeza echada hacia atrás. Las sensaciones sobre su verga, esta rodeada de las entrañas del joven, cuyo labios anales le daban tales apretadas, le dificultan notar que sigue abrazándole, sintiéndole la espalda recia y tibia, que sus rostros quedan muy cercanos por momentos, que sus alientos se mezclan cuando gimen, porque también él está chillando de gusto, oyendo a lo lejos risitas en el pasillo.
   Dios, estaba tan excitado, los brazos del chico rodeándole el cuello, afincandose mientras iba y venía, golpeándole el abdomen con su verga dura y caliente, babeante, le tiene mal, muy mal. Tanto que cuando el otro, gimiendo lloroso como un gatito, acerca más el rostro, él separa los labios y recibe aquel beso extraño, anormal según sus estándares, uniendo su lengua con la del otro, tanteándola, sintiéndose erizado y suciamente lujurioso, con el otro sentado en su regazo, apretando y apretando, halándole el tolete sin moverse. Sintiendo como la leche comienza a correr en sus pelotas, con fuerza de erupción volcánica. Se tensa todo, está que estalla en lo que sabe que será uno bueno. Un clímax de ensueño. Y los labios se separan unos milímetros, ambos jadeantes...
   -Lléname el culo con tu semen...
   Y ya no puede pensar en nada más como no fuera ver ese agujero soltando su esperma.
   Luego es difícil recoger los pedazos de su cordura cuando arregla sus ropas, sintiéndose sudado, chorreado. Avergonzado (¿qué coño hizo?). Mira de reojo al chico que, luego de sacar de un morral de viaje una toalla y limpiar su culo que chorreaba esperma, como la propia que bañó sus torsos, se viste. Santo Dios, usa una mierda de fantasía, una pequeña tanga de color rosa chillona metida entre sus nalgas. Sus pantalones, franela, camisa y zapatos también son de colores llamativos. Era como el anuncio viviente de la bandera del movimiento gay. Este le mira, sacando la tarjeta de crédito, acercándose a la mesita donde descansa el lector.
   -Gracias por todo. Lo necesitaba. -dice de manera neutra, casi comercial, y eso le sienta mal por alguna razón.
   -Yo... -no sabe qué quiere decir. ¿De nada? ¿Fue un placer? ¿Podemos vernos para tomar un café? Hey, ¿cómo te llamas? No lo sabe.
   -Vive bien. -replica el chico, toma el morral y sale de su vida.
   Le sigue con la mirada desconcertado. Esperaba que después de un polvo tal, que tal vez quisiera repetir (joder, era bueno en la cama, lo sabía; le pasaba con las tías). Acercándose a su lector se encuentra con que el chico pagó las tarifas normales... con una propina tres veces mayor a esta. Y eso le disgusta un poco. ¿El pago por los servicios extras? Bien, no era ajeno a ello, pero, por alguna razón, se siente usado.
    Y no hay un nombre. Tan sólo una etiqueta: Consorcio Devlin.
   El chico sale del cubículo, ignorando a las personas que le miran, señalan y sonríen un poco, porque saben lo que ocurría entre él y el sujeto que sólo salía y atendía tías. No repara en nadie. Aunque la serenidad y medio sonrisa que llevaba al abandonar al masajista va muriendo. Tiene que ir al hospital. Su padre estaba agonizando. Un padre que nunca le quiso... y que intentara incluso matarle una vez. No le culpa. Nunca pudo. Pero ahora estaba mal y era su deber ir a verle. Extrañándose de sentir algo de pesar. Sabía que sería un trago amargo, y aún más porque el resto de la familia le toleraba a duras penas. Era el precio de ser un fenómeno.
   Después debía encargarse del trabajo real. Había un hombre al que debía localizar sin pérdida de tiempo: Denton Wilson, ex capitán de fuerzas especiales.
......
   Los dos hombres entran al pequeño vestíbulo, oscuro al fallar varias de las bombillas, de grises paredes algo sucias, aunque lavadas, alguien intentaba luchar contra el abandono, logrando que la pintura se desvaneciera un poco. El lugar está solitario, con el ascensor al frente de la entrada, las casillas de correos en otra lateral y las escaleras que suben en la otra. Ninguna baja. Los dos hombres intercambian una mirada, el más obeso se dirige al ascensor, el otro comienza a subir, con prisa pero sin ruido, las escaleras. El obeso igual, y lleva la mano a la culata del arma. El hombre al que siguen, el sujeto al que denomina en su mente como el tío blanco, feo y malo, lleva nueve días allí y se conocían sus movimientos. Los más aparentes, al menos. Jamás usaba el ascensor para llegar al tercer piso. Le emboscarían entre los dos. Sería un trabajo sencillo porque no les esperaba.
   El segundo de los sujetos sube las escaleras pendiente de los sonidos por encima de su cabeza, escuchando los pesados pasos de unas botas militares. Lleva en sus manos su arma. Los sentidos alertas. Había algo en ese sujeto que le inquietaba, un aire de resolución que ya había notado en otros. Una vez, él mismo, fue un marine... por un tiempo, antes de una descortés separación y una nota desagradable en su expediente. Los dos tramos de escaleras no presentan sorpresa, se mantiene fuera del alcance de su vista, pendiente al ruido del ascensor. Uno que oye llegar más arriba. Sonríe. La suerte estaba de su parte.
   -¿Me buscabas? -se paraliza cuando el sujeto aparece frente a él, arma en mano, sostenida como un mazo.
   Antes de llegar al último tramo de escalones, oculto por el borde, Denton Wilson se había agachado y ocultado, apareciendo en el último momento, desconcertando al otro al tenerle casi encima. Y aprovecha esos segundos, alzando el arma por el cañón le golpea con la culata entre los ojos, de manera tajante. El tipo chilla, desconcertado, sintiendo que mil luces estallan frente a sus ojos mientras lo peor llega, siente que pierde el equilibrio y se va para atrás. Intenta alzar su arma, apuntar y disparar, o tan sólo disparar a donde fuera, joder, porque algo le decía que ese dolor no era el final. Pero el otro ya se mueve, le da en el centro del pecho con la mano abierta como quien lanza un golpe de artes marciales. Separándole del piso del escalón. Cree que grita como mujer mientras cae, y los primeros golpes contra su espalda, nuca y trasero le indican que si, que cae, golpeándose la coronilla cuando choca con la pared del codo de las escaleras. El sujeto salta como un animal sobre él; le ve de manera borrosa, muy embargado de dolor y mareo. Alarmado. Este vuelve a golpearle entre los ojos y el estallido es todavía peor, si acaso es posible, mientras el arma que aún sostenía le es arrebatada. Quiere gritar, pelear pero todo va oscureciéndose por segundos.
   Denton, con las dos armas en las manos mira hacia arriba, alerta. Nada aún. Y sube a la carrera, silenciosamente.
   El segundo atacante, el obeso, al salir del ascensor ya llevaba el arma en la mano, pendiente de los sonidos, de los pasos que subieran. Congelándose en la puerta misma de las escaleras al escuchar un gemido apagado. Sin disparos. Poniéndose en modo alerta. Si, el tío blanco se veía feo y malo, así que amartilla el arma, alzándola al nivel de su rostro mientras ladea el negro rostro redondo, contra la puerta, a unos treinta centímetros de distancia. La cual se abre de manera violenta. Todo muy rápido.
   Del otro lado la pieza metálica fue pateada y se abrió con estrépito, impactándole en un hombro y brazo, pero también en el rostro. Sale disparado hacia atrás, realmente alarmado, golpeándose feamente la espalda y nuca al chocar de la pared del pasillo. Mareándose un instante, quedándose sin aire. Abriendo mucho los ojos casi grita cuando ve al tipo malo de verdad, ahora lo sabe, venirsele encima, guardando dos armas (y reconoce una) en la parte trasera de su pantalón, atrapándole por las solapas de la chaqueta y halando con una fuerza increíble hacia adelante, mientras se ladea. Grita de manera poco viril, para un sujeto de su tamaño (él también), cuando trastabilla sin poder estabilizarse, fallando el primer escalón y cayendo, girando como una bola sobre sí, soltando el arma, aporreándose y golpeando al camarada caído.
   Todo es rápido, confuso, doloroso, queda boca abajo, sobre el otro, que gime como aplastado, sin estar del todo despierto. Intenta levantarse, movilizarse, cuando algo le atrapa el cuello del saco y le obliga a volverse, cosa nada fácil para alguien de su tamaño y masa. Quiere luchar, resistirse, enfrentar al maldito tío blanco, pero se congela, ante su rostro ahora brillante y grasiento de transpiración, ese sujeto con una mueca dura y ojos helados, esgrime un cuchillo de caza, feamente dentado por un lado, una hoja brillante, y más fea todavía del otro. Él ha usado cuchillos como ese, pero en esas manos ese resulta sencillamente aterrador.
   -¿Quién te envió? -el sujeto pregunta con autoridad, casi montado sobre él, rozándole una de las redonda mejillas con la hoja dentada y afilada.
   -¡Nadie! No estábamos haciendo nada. -chilla alarmado.- Veníamos a ver a un amigo y... -gime cuando le hiere un poco un pómulo carnoso.- Sólo te vimos gastando en la tienda, tenías mucho efectivo y...
   -¿Y planearon un robo por cuatro billetes usando armas como estas, siguiéndome hasta el pasillo del motel donde vivo? Deben ser ladrones terribles. -hay sarcasmo e ira en la voz.- Son matones de poca monta, ¿no? Seguro están acostumbrados a emboscar así, por encargo. Sé que los enviaron, la pregunta es quién. -demanda, aunque en el fondo ya lo sabe. El otro traga, sus labios tiemblan de inquietud, pero no todavía asustado, era un tipo duro. No lo piensa más. Con un grácil movimiento baja el brazo y la hoja penetra en el muslo del gordo, con una facilidad asombrosa. Este grita, tomado por sorpresa realmente, y aún más cuando la hoja, clavada a la mitad, rota un poco en el sentido de las agujas del reloj. El dolor se triplica en segundos.
   -¡No, no, no! -ruge aún más bañado en sudor, aplastando todavía al camarada. Y enfrenta esa mirada cuando el cuchillo abandona sus carnes, apuntando ahora un poco más arriba mientras el pantalón se empapa de sangre.- No, no, espera... Nos envió Charlie Kuan. Charlie Kuan quería que... que...
   -Sé bien lo que quería. -acerca nuevamente el afilado cuchillo y el obeso y enorme sujeto se encoge de manera visible, e imposible para alguien de su volumen, buscando y tomando su cartera, mirando el permiso de conducir.- Mala técnica para este trabajo, gordo, no debes llevar nada que te identifique por si te detienen. O te matan. Y si a eso vamos, no sirves para seguir a alguien teniendo un rostro tan conspicuo y con semejante volumen. No pasas desapercibido. Seguro que se te ve desde el espacio. Pienso ir a visitar a Charlie Kuan, y espero darle una sorpresita. Toma a tu amigo y vete, no quiero involucrar a la policía. Pero si vuelves, o llego allá y sé que le dijiste algo distinto a “trabajo hecho”, iré a cazarte. Y no seré tan magnánimo la próxima vez. -enfatiza bajando sutilmente la hoja y recorriendo el cuello del otro, quien casi se lo quita cuando baja la papada cubriéndose, totalmente bañado en sudor y apestando a miedo.
   -Si, si, está bien.
   No respira hasta que el otro, alzándose en toda su estatura toma la otra arma, guardándola también, alejándose sin quitarle los ojos de encima, medio agachándose y recogiendo su pedido de comestibles del piso, unos escalones más arriba del cruce. Había sido una suerte que no derribaran todo. Y el hombre obeso se pregunta, de haber ocurrido, sí eso habría agravado su situación frente a ese sujeto.
   Denton sube con paso ágil, sus bolsas y paquetes en las manos, mirando al frente, pero vigilando al sujeto. Abre la puerta del apartamento, el cual es pequeño, de un ambiente, con baño, una estufa y un refrigerador diminuto. La cama no era individual pero difícilmente podría revocarse con alguien allí. No que pensara mucho en eso, aunque lo había hecho, en camas parecidas. Tres veces... en el último año.
   Deja todo sobre una mesita y todavía pega la oreja a la puerta. Nada. Cierra bien, con llave y cadena, arrastra una silla y la acuña contra el picaporte. Por primera vez se relaja un poco. Enciende una estación de radio y un jazz suave pero nostálgico se deja escuchar, al tiempo que se dedica a los alimentos. Comienza por lo escencial. Destapa una de las botellas de whisky y se sirve tres dedos en un vaso que consume de golpe, arrugando la cara, sintiendo el calor abrasando su vientre. Era bueno. Jadea y sopla, dejando sobre la mesa, al lado de la pizza, las armas. Ya las revisaría, si eran buenas la de los matones idiotas, las guardaría. No se sabía cuándo podrían hacer falta armas de terceros que no llevaran a él (sabe que los otros no denunciarán nada). Se dirige a la ventana y mira la calle, concurrida, animosa a pesar de todo. Con sus notas de miseria y de belleza. Ve a tres niños cruzar una calle, dos chicos y una chica, de once o doce años todos, que hablan. Ella coqueta, ellos queriendo llamar su atención. La vida...
   Eso le sienta mal. Vuelve a la mesa y se sirve un trago menor, destapa la pizza y toma una rebanada caliente. Salsas y queso medio resbalan (le gustan llenas), así como el jamón y las anchoas. Muerde y no se siente bien. Traga y un nuevo bocado le sabe a gloria mientras se deja caer en una silla. Charle Kuan.
   ¡Ese vietnamita hijo de perra! Siempre con su rutina de viejo tonto que ni entendía el idioma, cuando en verdad era la cabeza visible del tráfico de personas y drogas en la zona oeste; un implacable usurero y tenedor de cosa robadas. Ahora sabía que este era más importante de lo que imaginaba. Él podía acercarle a la gente que...
   Se eriza, el estómago se le encoge y la pizza que mastica no sabe bien, otra vez. ¡Kuan le llevaría a ellos!, a las personas que tenía un año buscando, y por quienes renunció a su cargo, a su posición y esencia. Iría tras su nuevo sueño, la razón de su vida: venganza. La meta para los años que le quedaban era esa, buscar y encontrar a la gente que envió a aquel sujeto que asesinó a Mitchell Anderson, cabo de las fuerzas especiales. Le encontraría a él y a sus jefes, a todos ellos, y les haría pagar. Un guerrero podía caer en el campo de batalla, se esperaba eso. Podía pasar que mordiera el polvo dando lo mejor de sí, enfrentando a otro que resultaría más poderoso, cayendo con honor; y podía caer aunque el ataque fuera furtivo. Eran las reglas de la contienda, la primera, estar preparado. Pero aquel engaño, esa traición ruin... También quería saber por qué, ¿qué era tan importante en aquel hombrecito al que fueron a liberar que justificara aquella acción tan arriesgada? E innecesaria. O tal vez no tanto, tal vez el asesino pensó que debía escapar en ese momento, pero aún así, eso no le salvaría cuando le encontrara.
   -Oye... ¿te dije que mamá está en la ciudad? -pregunta este de pronto, mirándole como restándole importancia al asunto.- Pensé que... bueno, tal vez podríamos... ¿cenar con ella mañana?
   Recuerda las palabras, el tono y la mirada de Mitchell, lo que no decía pero le informaba: “Quiero que mamá te conozca; quiero que tú la conozcas”. Tiene que dejar la rebanada de pizza cuando la boca se le llena de saliva, y cierra los ojos. ¿Tan importante fui, niño, qué querías que nos conocieramos?, ¿qué nos vieramos las dos personas a las que más querías? Esas ideas le acompañaban regularmente desde que le diera la espalda a todo y emprendiera aquel solitario viaje de revancha. Unas veces con alegres rayos de sol, haciéndole sonreír sobre una cama, mirando un amanecer con ojos legañosos  por una mala noche de bebidas, recordando algo bonito vivido junto a él; sin moverse porque le parecía que Mitch estaba al otro lado de la cama y no quería que se fuera. Era como si, si, literalmente, el sol saliera finalmente cuando le sentía cerca. Otras veces le humedecía los ojos, le dejaba sin aliento, costandole en verdad respirar cuando la soledad le atenazaba las entrañas, el corazón, el cerebro. El alma. Cuando encerrado en un lugar como ese, guardado ya para dormir, el sueño no llegaba a la una, dos o tres de la madrugada, y los pensamientos y recuerdos se encarnaban en fantasmas. Algunos vivos. Y recordaba a sus amigos, a Bull, a Aimara, a Johnson. A todos riendo y compartiendo con él, haciéndole partícipe de una unidad mayor. De calor. De esa familia que la vida brindaba en el camino cuando se tenía suerte. Con Mitch a su lado, riente, bromista. Jovemente insolente. Invulnerable. Aparentemente inmortal. Y le sorprendía, cómo ahora, notar cuánto dolía todavía ese recuerdo. Era cuando sólo encontraba fuerzas, para continuar, en la idea de odiar a sus enemigos. Especialmente al misterioso sujeto que usaba un rostro que no era el suyo. Matándole le regresaría algo de luz al recuerdo del muchacho.
   Sabiendo que necesita alimentarse toma la pizza nuevamente, ya sin hambre, pero se tensa y mira hacia la puerta cerrada. Lo siente más que oye...
   Alguien estaba del otro lado. Quieto. Siente. Asechando.
CONTINÚA … 5