domingo, 28 de abril de 2019

LA TRAMPA

DURO TURNO
   La hora del almuerzo estaba sobrevalorada...

   Nadie sabía de dónde salieron, pero los carajos notaron que por las tardes, en varios salones del taller (que parecía tener como mil, uno para cada quien), aparecían curiosos juguetitos fálicos, largos y gruesos, rugosos y cabezones. Junto a pequeñas piezas putonas que no podrían llamarse exactamente suspensorios, igualmente muchas correas de cuero. Y vaselina, mucha vaselina. Todo perteneciente a algún maricón degenerado, se decían riendo, tocándolos con ociosidad y curiosidad. Mucha curiosidad, como suele pasarle a todo hombre con sangre en las venas y una mente calenturienta. Y tarde a tarde visitaban esos salones, arqueandose sobre los mesones, enterrándoselos, metiendo y metiendo mientras chillaban ya sin cuidarse del volumen del tono. Ya no se preguntan de dónde salieron, para qué, o por qué seguían usándolos. Se pasaban las tardes, luego de las horas de trabajo, en esas, notando con ojos nublados las rojas y parpadeantes lucecitas de las cámaras. Alguien les miraba, notaba lo que hacían, pero eso, lejos de preocuparles tan sólo les emociona. 

¿SERA?

CONCENTRACION

VAYA GENIO...

   Esos eran reales perdidos, pensaba el carajo llevado por la novia, con la boca ligeramente abierta mirando al gurú, quien hablaba de apreciar la naturaleza y relajarse, cuando el grupo no podían ver otra cosa que no fuera ese cuerpo y la trusa, y las carnes se ponían algo duras...   

COSTUMBRE

FIN DEL JUEGO

UNA PUERTA SE CIERRA...
   Qué momentos…
   Armándome de paciencia para la cola, y que cola, de generosidad para gastar en esas entradas (nada de chucherías), y lleno de mil deliciosas expectativas me formé con los sobrinos para entrar al cine. Al fin. Parecía que nunca llegaría, pero Los Vengadores estaban de vuelta. Tenía tiempo que no iba a una sala de cine, lo confieso, siempre veo las cintas por el monitor, pero esta deseaba disfrutarla en la gran pantalla. Dios, y qué buena fue, una gran película llena de detalles maravillosos sobre su propio universo. Todos estuvieron geniales, las actuaciones fueron hermosas si se puede usar la palabra. En la sala era corriente escuchar risas, exclamaciones de sorpresa, los “mira, mira”; los “no, no”. ¡Cuando cierto martillo es alzado por otra mano esos se quería venir abajo! Si, un gran cierre… y sin embargo no salí satisfecho. Aunque suene a anatema, no me gustó porque dolió un detalle que en mi opinión es insalvable. A partir de ese punto, aunque más miraba, y disfrutaba (qué cosa tan extraña), tan sólo una parte de mí la apreciaba en su totalidad.

   De ser esta otra Venezuela, la vería tan sólo dos o tres veces más en la gran pantalla (no son los tiempos cuando La Guerra de las Galaxias, El Imperio Contraataca y El Retorno del Jedi las transmitían en matiné en el cine de Guarenas, que cada sábado y domingo estaba yo allí religiosamente); es una buena película, una gran película (en serio no quiero empañarla, después de todo es una opinión puramente personal), pero ese detallito me la arruinó.

   Todos tienen que verla. Por cierto, ¿costaba mucho que apareciera el agente Coulson para el gran final? 

FELIZ DIA, MAMA


viernes, 26 de abril de 2019

REACOMODO

HAY DIAS ASI...
   ¿Recuerdas la vez que saliste de tu casa rumbo al colegio y te paralizaste de angustia en la calle al acordarte que dejaste tu revista de fotos calientes en el baño, o el DVD porno en la video, con tus padres aún en casa? Horrible, ¿verdad? Sin embargo, angustia la del tipo que tiene a una gente en su casa haciéndole unas reparaciones y recuerda de pronto que dejó algunas cositas incriminadoras en la cocina, sabiendo que con casi toda seguridad van a encontrarlas; malestar mayor aún porque el trabajo lo realiza el hermano de un pana. ¡Y claro que lo encuentra! Por suerte este se pone más bien travieso, ¿qué se sentirá metiéndose uno de esos, tal vez el más rugosito? Demostrando lo pasado que es, al usar tan alegremente cosas ajenas. ¿Y quié decir del ayudante pillando al jefe en esas? ¿Quién no querría llegarle todo masculinamente agresivo tratándole de perra y que de ahora en adelante el macho es él?
   Aunque después termine de espaldas en una cama, también ajena (¡que sujetos!), una vez que el otro le mira en la cara que ya lo tiene montado en la olla, a un paso de la polla, avergonzado de lo que siente, apenado no atreviéndose a pedir lo que desea que lo haga, aunque se lo hace, clavarsela... Bien, al final aquello que pudo ser un desastre para un sujeto que guardaba su vida privada así, para sí, de nada se habla. Y aquella dupla descubre que pueden pasar mejores momentos trabajando juntos. Y la palabra “jefe”, ahora “señor” tendrá mayor significado para ese chico que basante que gozó montado sobre aquella hábil polla... 

PELIGROS EN LA URBANIZACION

A TINITO LE GOTEA… 3

...LE GOTEA                         … 2           

                     
   Tan sólo un chico ocupándose de lo suyo...
...

   -Espere... espere, señor; no haga eso, su esposa... -jadea el chico, casi gimiendo, meciendo el culo de adelante atrás sobre sus dedos, nota Greg, respondiendo automáticamente a su manipulación... como la putita que debía ser. Y todas esas ideas le ponen más cachondo y malvado.

   -Ella no tiene una concha tan nuevecita como la tuya... bebé. -se pone confianzudo mientras le saca y mete esos dedos del culo, agitándolos en lo profundo, tijereando con ellos, enfilando hacia abajo (por vainas que ha leído), y frotándole la pepa.

   -¡Ahhh! -se eriza más el chico, alzando el rostro.- Pero es su señora, la madre de sus hijos...

   -No tenemos. -le aclara, clavándole los dedos y felxionándolos rapidamente como rascándose una ronchita en la piel, pero en el interior del chico, el cual chilla todavía más.- Y si fuera tan puta como te ves tú, créeme, no la dejaría ni a sol ni a sombra. Viviría follándola a cada hora. Pero sólo se la pasa quejándose de que no quiero a su madre o a sus hermanas, ¿quién podría querer a semejantes brujas? O se queja de que no gano lo suficiente, eso ya lo sé, carajo, quisiera muchas cosas que no tengo por falta de dinero, ¿es mi culpa? O tan sólo quiere que la escuche hablar mal de todos... -se le tiende y le sonríe casi amistoso, sus caras muy cercanas mientras retira y mete los dedos.- Y ni siquiera quiere usar pantaleticas tan bellas como esta... -toma el hilo dental rosa del piso, mirándole, lo alza y lo olfatea, sintiendo que el güevo le baila salvajemente bajo las ropas. Coño, ¡hacía tanto tiempo que no estaba tan caliente!

   El chico gimotea viendo eso, sintiéndose confuso. No debía hacerlo, aquello. Ese era un hombre casado, si su padre se enterara... Bien, si se enterara seguramente le encerraría en el ejército para que, entre todos esos machos, aprendiera a ser un hombrecito serio. Debería... le cuesta pensar con ese carajote allí, sonriéndole, diciendo cosas sucias sobre su hilo dental mientras sigue olfateándolo con lujuria, al tiempo que le cepilla la pepa del culo con sus dedos. Algo que ya lo tiene duro y goteando bajo su shorts a media pierna.

   -Pero... -todavía insiste, porque era un chico bueno, bien educado y aquello le parecía indebido.

   -Habla menos y sigue moviendo así el culo, joder, lo hace bien. -el otro le sonríe, sacándole los dedos. Los gruesos, velludos y bronceados dedos contrastan con lo blanco de la raja y las nalgas mientras salen, halando de los labios de ese agujero.- Quiero probar algo.

   -¿Cómo...? -confuso, el chico le ve dirigirse a su maleta y sacar un chupón de baño, una ventosa... con un mango de madera oscura, muy brillante y liso por mil usadas, de unos dos centímetros de diámetro y cabeza roma, mismo que el sujeto soba como si fuera un falo mientras va hacia él, que parpadea.- ¿Qué piensa hacer con ese...? ¡Ahhh! -chilla, rojo de mejillas, boca muy abierta cuando el carajo, sin mayores ceremonias, lleva el mango del chupón hacia sus nalgas, medio azotando una y enfilando pronto la roma cabeza contra su culito, presionando y metiéndole dos o tres centímetros del rígido palo.- ¿Pero qué haces? No sea abusador. -el chico gimotea, pero obviamente recorrido por oleadas de placer mientras sus manitas luchan por sostenerse de algo.

   -Joder, entró facilito a pesar de que pareces tener una entrada apretada. -el hombre ríe maravillado, sintiéndose súper caliente, cachondo y sucio, mirándole con una vena marcándosele en la frente.- Te ves tan jovencito, pero este culo como que ya ha toreado en las siete plazas, ¿eh? Seguro que tienes historias increíbles por contar... -se burla y conversa mientras comienza un lento saca y mete con el improvisado falo de madera, excitándose por segundos al coger con él a ese guapo chiquillo, que puja alzando y bajando su delgado cuerpo púber.

   -Hummm, hummm... -mientras la madera entra y sale, a veces rotando, Tinito se tensa y arquea, su cara echada hacia atrás es la viva imagen del cachondeo.- No, no, pare, esto no está bien, su mujer...

   -Ella está bien. Está en la pieza de abajo. -le gruñe sonriéndole, mirándole a la cara mientras empuja más y más de ese palo por el blanco y joven culito, algo que le tenía casi al borde de la leche.- ¿No quieres ser mi hembrita también, mami? Podrías ser mi nena y subiría cada noche a follarte en tu cama, a darte y darte hasta preñarte. -le propone, mitad juego sexual, ¿mitad en serio?

   -Oh, Dios, no, qué malo es usted. -gimotea el chico, ojos nublados, boca algo babeante, mientras sus nalgas se tensan cuando va y viene, atrapando más y más de ese palo, apretándolo, exprimiéndolo con sus entrañas, extrañando algo, haciéndole falta otra cosa. Las rugosidades, las venas hinchadas, el calor de la sangre de un macho, pero en esos momentos no puede pensar en eso, no sometido a la lujuria como está.

   -Vamos, dime que esto te encanta, mostrarte ante mí como eres, como una traviesa putita de coño ardiente. -le dice él, jadeante, el corazón palpitándole feo en el pecho, tan excitado que teme un infarto. Tan descontrolado ya como el lloriqueante chico, al tiempo que sigue cogiéndole con la barra de lisa madera, viéndole arder de lujuria adolescente.- Dios, ¡casi parece que mojas el palo! Mira como los labios de tu vagina atrapan la madera. Eres increíble, nena. Vamos, dile a tu hombre cuánto te gusta que te trate como una zorra barata... -casi le suplica, como el chico que quiere convencer a la primera novia de darle una mamada o a que reconozca que “lo hizo genial” esa primera vez.

   -Oh, si, claro que me encanta que me trates como una putilla barata. -el chico casi gira los ojos.- Pero no está bien. Su mujer...

   -En eso te pareces a ella, ¡hablas demasiado! -y mientras sigue metiéndole eso por el culo, con el puño cerrado sobre el mango y rotándolo de derecha a izquierda al tiempo que el blanco rojizo agujero dilatado sube y baja también, alza la otra mano y le mete el pulgar en la boca. Es automático, con un jadeo caliente, esa cavidad llena de saliva se cierra sobre él, los labios cubriéndolo como los del culo hacían con el palo del chupón, y comienza a succionarlo entre “hummm, hummm”, constantes. Joder, ¡que caliente era ese carajito!

   Aunque, mientras le hace todo eso, Greg piensa efectivamente en su mujer, abajo, en la recepción, y la idea le llena de canallesca calentura. Se le acerca otra vez, respirando pesadamente, sabiendo que no podrá contenerse mucho más.

   -Dime, bebé, ¿quieres que tu hombre te folle duro, a fondo, con todo y que te haga llorar y gritar por más? -nota los brillantes ojos del chico, el cómo los labios, mejillas y lengua se cierran más sobre su dedo, como el culo prácticamente le agita el mango del chupón por la manera en la cual lo atrapa. Le retira el dedo, para que responda, y el dulce joven se ve algo avergonzado.

   -Si, quiero que me folles.

   La aceptación, las palabras, el tono, todo eso afecta al hombre en la verga, que pulsa y babea a punto de melcocha, y sacándole el palo del culo, lentamente, arrojándolo de cualquier manera, comienza a luchar con la braga, saliendo con esfuerzo de ella, sacándose la camiseta y mostrando el pecho peludo, la panza algo obesa pero firme. El chico le ve luchar con la cintura, abriéndose los últimos botones y bajándola un tanto, a la altura de los muslos, como febril, sacándose de un boxer de lunares rojos sobre un fondo amarillo, una tranca larga y gruesa, de cabeza pelada y mojada, que emerge de una verdadera maraña de pelos púbicos.

   Notando la mirada extraviada del chico en su tranca, que le hace babear más, siente unas ganas locas de obligarle a caer de rodillas y metérsela hasta la garganta, para verle ahogándose con ella, con esa naricita bella metida entre sus pelos, con las bolas aplastadas en ese mentón delgado. Pero sabe que no aguantaría nada...

   -Vamos, nena, es hora de hacer bebés. Y créeme, te va a encantar.

CONTINÚA … 4

VAYA GENIO...

REALIZADO
   Este tenía sus particularidades, no se le aparecía a las chicas, y para conjurarlo un hombre debía lamer la lámpara, dejarla brillante de saliva, luego tragarse la punta... Pero en cuanto aparecía era incansable a la hora de saciar tus más salvajes deseos y necesidades. 

CONCENTRACION

SUEÑOS DE FUGAS

   Elevarse hacia algo más que la libertad...

   Hay momentos cuando uno sentado leyendo un libro, escuchando una canción, o para ser más de estos tiempos cuando la lectura está en desuso, mirándose cine o televisión, que encontramos una escena, escuchamos una frase que nos llega. Hace poco me pasó con una película de Tom Cruise, a quien no sigo ni admiro como no sea en Misión Imposible (me gustan), Jack Reacher, cuando toma a la abogado de un brazo y la obligaba a asomarse por la ventana y ven a otros trabajando con rostros serios y agobiados en cubículos, y le pregunta si cree que esas personas son libres o están atadas a algo que no quieren, si son felices o sienten miedo de compromisos, deudas, decepciones, que si esas personas preferirían esa vida si volvieran a nacer ya sabiendo lo que saben… Para mí fue una gran escena. Y no, sabiendo lo que ahora sé, habría tomado otro camino.
   Soy un fan de Stephen King, lo que no extraña a quienes me conocen, porque fuera de ser un escritor imaginativo y talentoso, es siniestramente entretenido, y me gusta lo macabro, en cine, televisión y en narraciones. A veces todo lo que descargo en la red se reduce a zombis, monstruos, demonios y asesinos en serie, por aquello del suspenso tipo Viernes 13, pero hay que reconocer que de las obras de este maestro del terror se han hecho muy pocas películas buenas. Muy pocas. En mi opinión, en lo que vale. Por cada It, la miniserie, que fue muy buena especialmente por la edad cuando la vi, y Los Langoliers, otras no me habían parecido ni siquiera aceptables después de filmadas. Y miren que me cuesta decirlo.
   El hombre tiene un don, pero este no parece poder plasmarse en la gran pantalla. Lo ocurrido con La Torre Oscura fue emblemático. Fui a verla, quería verla. Deseaba que me gustara y que fuera un gran éxito, no a nivel de Los Vengadores o La Liga de la Justicia, claro, en cuanto a la taquilla, pero que les latiera en las cuevas. Pero no, eso fue sencillamente espantoso. Salí tan molesto de esa vaina que estuve pensando escribirle a alguien, tal vez al señor King. Esa gente tomó un libreto, una épica ya formada, y la volvieron... basura. Y no de las que dan plata, para colmo.

   La saga La Torre Oscura, las aventuras de Ronaldo, el último pistolero, no se puede decir que fuera revolucionaria como El Señor de los Anillos, cuando por primera vez se creó todo un universo nuevo, de lenguaje, seres, lugares y hasta leyes naturales, ni algo monumental en su extensión como parece que lo es la Canción de Hielo y Fuego, pero era muy buena. Los libros dos, tres y cuatro son imposibles de dejar sin terminar de leerlos una vez tomados. Y más de una vez. Pero la película... Dios, que arrechera.
   Sin embargo, hace años, de una serie de novelas cortas, Las Cuatro Estaciones, vi una película que no sabía era del libro y del autor, Cuenta Conmigo, los cuatro amigos, niños, que partían a un bosque con la idea de ver un cadáver. Buenísima. Del mismo libro sale El Aprendiz, el chico que descubre a un viejo nazi viviendo en su barrio.
   Igualmente sale de allí una de las películas más hermosas que he visto, llena de trascendencia, de redención, de superación, Sueños de Fuga (aquí en Venezuela), aunque el cuento era titulado precisamente Redención de Shawshank.
   Una hermosa obra, por extraño que pueda sonar al hablar de la historia de un hombre que es condenado a cadena perpetua por un crimen que no cometió, conociendo la violencia, incluida sexual, tras unos muros donde es arrojado para que muera sin poner en peligro a los demás.
   El hombre, Andy, silente, reservado, difícil de conocer, y Red, otro condenado a cadena perpetua, inician una amistad que duraría más de veinte años tras los muros y que, en la cinta, se retoma fuera del lugar donde los encerraron. Detalle que no aparece en el libro.

   Aunque es triste, dolorosa, casi rabiosamente frustrante en su injusticia, la cinta es igualmente bella y optimista. Hay un tono de terquedad humana, un hombre se resiste a perder sus esperanzas, su fe, su resistencia, que nos hace empatizar con el hombre que se niega a ser un engranaje sin voz, rostro o voluntad en la maquinaria de otros. Y, a través de él, otros hombres van encontrando un camino que los hace sentirse seres humano de nuevo.

   Sueño de Fugas, mientras más se le mira, más hermosa resulta, por dolorosa y hasta nostálgica que parezca por momentos. El tema fue brillantemente desarrollado, dirigido y actuado. Morgan Freeman, el gran Morgan Freeman, hasta ese momento me parecía sólo otro actor de color, un muy buen actor, pero nada más, da vida a un Red intenso. Allí, con miradas, silencios y gestos logra transmitirnos tanto que es casi agotador, también conmovedor. La escena de la noche que teme que su amigo se suicide, asustado de la llegada del día y encontrarse con esa noticia, su abatimiento era palpable, también su sorpresa cuando “Raquel revela su secreto”. Tim Robbins también lo hizo bien, como que era el protagonista principal, pero fue menos marcado aunque llevaba todo el peso porque el personaje era demasiado reservado en el libro y lograron plasmarlo así. Aunque, en el cuento escrito, todo lo que ocurre lo conocemos por los recuerdos del personaje que interpreta Morgan Freeman.

   Bien, un hombre inocente es condenado a vivir el resto de su vida en prisión, pero es un hombre cabal que se niega a perder su naturaleza, y por otro lado hace un descubrimiento en un muro de su celda y concibe un plan de fuga que le llevará veinte años ejecutar, y mientras el tiempo transcurre va cambiando él y otros a su alrededor, alcanzando todos una nueva dimensión y calidez humana. Cuando han pasado dos décadas, a nuestro héroe le ocurren cosas terribles, se encariña con un joven al que salva de continuar un camino de autodestrucción, joven que, casualmente, sabe que es inocente porque compartió celda, una vez, con el verdadero asesino de aquella mujer por la que se le condenó (su esposa); cuando por intereses, por lo mucho que sabe de los turbios negocios del alcaide y varios carceleros, estos matan al joven y le encierran aislado, aclarándole que nunca se irá, que no es nada, que ellos son dueños de su destino, todo acaba para él. Tras los muros de la prisión, se entiende.
   Después de eso llega la fuga y la venganza, pero antes de todo eso nos toca ver partes sencillamente sublimes, como cuando trabaja en una platabanda y se acerca al rufianesco jefe de vigilantes, quien casi le arroja del techo pero termina escuchándole el consejo financiero que le da. Volviéndose asesor de todos, sacando de ellos favores para todos. Recordándolo más tarde Red, cuando ya se había fugado, decía que ese momento se volvió leyenda, y que cuando muchos contaban a los nuevos sobre aquellos agregaban que ellos también estuvieron en ese momento siendo testigos de todo.
   La cinta toda está llena de esos momentos simbólicos y hermosos, como cuando Andy se encierra en la biblioteca y deja escuchar una ópera italiana, algo que le habían prohibido y por lo que le castigaran, lo sabe, pero él con una sonrisa escucha y disfruta esa música que todos en el penal oyen también. Fue hermoso ver a los presos deteniendo sus labores y volviendo la mirada hacia la biblioteca, lo que dice Red, que no sabía qué decían esas italianas pero que aquello casi le dolió de buena manera, porque sonaban a libertad, que sintió como si pudiera volar sobre los muros e irse, fue conmovedor.
   La escena, Red narrando como Andy se arrastró cientos de metros dentro de una tubería llena de porquerías que ni siquiera quería imaginar, complementándolo en otra escena, agregando que al salir al otro lado ya estaba limpio, fue tan simbólicamente poética como la escena misma, cuando Andy bajo la lluvia abre los brazos y ríe de una manera que más bien parece un llanto. Confieso que tenía un nudo en la garganta y los ojos aguados. Hace rato.
   Más viejo y desencantado, cuando más tarde piensa en Andy, diciendo que le gusta imaginarle conduciendo un auto con el océano Pacífico a un lado, libre, fue tan hermosos como el final mismo, donde la cinta es más generosa que el libro. Stephen King suele ser duro con sus personajes, pero Hollywood fue más amable.

   La película la vi mucho tiempo después de su estreno en la gran pantalla, sorprendiéndome tal joya, sabiendo luego que estuvo nominada a varios Oscars, aunque no ganó ninguno porque le tocó pelear con dos monstruos como lo fueron Pulp Fiction y Forrest Gump, ¿y quién destronaba a esas dos?, pero lo merecía. Es una película bonita con un gran tema de trasfondo, aprender de los errores, aceptar que lo fueron, que te costaron demasiado, aún en remordimientos, que de poder volver no recorrerías ese camino de nuevo, y que, sin embargo, puedes levantarte otra vez sobre tus pies, como un ser humano a pesar de los estigmas. El final, que uno puede alargarlo en la imaginación, nos presentaría a dos sujetos mayores y silentes, no muy conocidos en ese poblado, que trabajan y trabajan, que son amables pero algo distantes, respetuosos, que levantan un negocio en el cual prosperan mientras parecen divertirse, pero en verdad lo que hacen es vivir otra vez. Dos hombres que han llegado a un pacto con lo que fue, aceptando lo que es, esperando un mejor será, uno de paz y libertad, al menos. 

LOS SETENTA DE RADIO RUMBOS

SERVICIO A DOMICILIO... 3

...A DOMICILIO                         ... 2
   El paquete era atractivo...
……

   Traga en seco y evita mirarle, aunque el otro parece tan pancho, de pie, sonreído... relamiéndose todavía, recogiendo con la lengua algo que tal vez escapó de sus labios. Haciéndolo con evidente gula, como si el sabor del semen fuera la cosa más increíble para él. El chico casi siente nauseas, y lo que más desea es ponerse de pie, cubrirse y salir pitando de esa casa hermosa, dejar de mirar a ese tío recio que tiene la edad para ser su papá (pero no lo es, y la prueba es que sus labios estuvieron rodeándote el güevo y chupando como un chivito hambriento de él, le replica una molesta voz en la cabeza).

   -Me... Me tengo que ir. -jadea roto, esperando una respuesta. Un gesto. Algo. Lo que sea, tal vez un “toma esto por tus servicios”. La idea le enferma literalmente. Dios, era tan extraño sentirse así, tan frío después de tanta calentura... Con malestar le mira de reojo, ir con paso sereno a servirse un vaso de whisky, uno que olía fuerte y que, tal vez, en esos momentos le ayudaría a superar el momento. Le ve servirse el trago, la recia espalda, ancha y musculosa contrayéndose bajo la camisa. Un carajote grande y viril... que gustaba de mamar güevos, la idea casi le hace reír. Le ve beber, deleitándose. Mierda, parecía disfrutar ahora de la combinación del licor y la esperma. ¡Pero qué sucio!

   -¿Quieres uno? -le ofrece, mirándole, y él niega.

   Eso parece prestarle fuerzas para pararse, todo rojo al estar tan desnudo, vistiéndose desmañadamente bajo la mirada del sujeto que sigue con su trago. Le cuesta subirse el boxer y el pantalón, las manos parecen no querer obedecerle. No habla, no le mira, va hacia la puerta, dudando mucho. Pero que mucho. Joder, hizo todo eso por... Pero no podía pedirle plata, ¿verdad? Ni recordarle su oferta. No podía... ¿Y si resultaba que ese carajo trabajaba en un tribunal, o con la policía? Y si...

   -Espera. -le oye cuando ya estaba prácticamente frente a la puerta, acercándosele.- Gracias por traer las compras. -le sonríe, observándole y obligándole a sostenerle la mirada, una que es algo burlona. Mostrando en los dedos un fajo de billetes que por un segundo le hacen olvidar todo el horrible instante y salivar la boca. Esa mano baja y le medio rodea, metiéndolos en uno de los bolsillos posteriores del pantalón, allí donde los dedos entran lentamente, tardándose su rato en dejarlos, unos dedos calientes que le erizan de sorpresa y repulsa.

   -Gracias. -croa y sale casi a la carrera.

   Una vez bajo el sol, a Martín le sorprende notar que todavía es de día, que hace calor, que el sol de la tarde todavía ilumina. Se sentía frío, le parecía que llevaba horas dentro de esa casa. Se aleja aunque le escucha decir algo como gracias por tus oficios. Las palabras le hacen enrojecer salvajemente. Y desde ese momento vive el infierno de la indecisión, alegrandose al contar el dinero recibido (mierda, y era bastante, gritaba feliz la parte codiciosa de su naturaleza), pero a nivel físico... Llegando a la casa pequeña en La Pastora, vieja aunque bien conservada, con muebles casi tan viejos como ella, algo más ajetreados, toma una larga ducha, refregándose con fuerza, queriendo alejar de su mente toda la horrible experiencia. Así lo pensaba en ese instante. Más tarde entraría en su mente lo extraño que era sentirse tan mal después de haber estado tan caliente, gozando tanto aquella mamada a su güevo, de esos labios rodeados de barba y bigote cubriéndolo, ordeñándolo, apretándolo como una mano, esa lengua... Casi vomita una vez. El resto del día lo pasa entre molesto y satisfecho (por el dinero), sin querer pensar en ello. Sale con sus amigos y se mantiene en un segundo plano, silente. Abstraído, inquieto al notar sobre sí la mirada del negro Matías. ¿Sabría algo? ¿Lo sospechaba? Bien, casi le había dicho que iba a dejarse tocar por plata, ¿no?

   En su cama, esa noche, sufre de remordimientos egoístas, unos donde culpa a ese sucio sujeto que lo tocó, a él que era tan inocente como una virgen quinceañera en cultos evangélicos. Sus sueños están plagados de imágenes, sin embargo; de su güevo viéndose increíblemente largo y grueso, muy duro, siendo recorrido por una lengua rojiza, brillante de saliva, que le unta de babas el tolete en su cara posterior, subiendo y bajando como dándole brochazos, arrancándole gemidos y estremecimientos. Lengua que sale de unos labios rodeados de pelos. Despertar duro, babeante por aquellos sueños no le ayudó en ese momento... ni en los días siguientes. Por suerte el fin de semana le dio alivio, cada hora pasada alejaba el recuerdo, las ganas de no pensar más en ello ayudaba también. Así como la firme promesa de nunca más dejarse tocar por ese hombre... ni ningún otro si a eso íbamos, carajo. Esas cochinadas realmente no eran para carajos como él, aunque una boca mamándole... Si al menos hubiera logrado que Laurita abriera las piernas para él; la muy chula le había ayudado a gastar los reales, pero ni una tocadita había querido darle. Lo estaba trabajando para que le pidiera ser su novio. ¡Ah, qué tipa!

   -Güevón, te van a cobrar toda esa vaina y vas a terminar debiéndole al supermercado. -la voz de Matías le llega y regresa a la realidad en la sección de frutas y verduras del establecimiento, donde distraídamente había tomado un cambur, lo había pelado y le había dado un buen mordisco, encontrándolo suave y delicioso (seguramente uno traído de la zona del Zulia, aunque decían que ya no llegaban). Estar planeando otra salida con Laurita, al cine, gastando lo que quedaba de la plata aquella, que tal vez le ganara una manoseada a la chica, le tenía distraído.

   -Largo, perro. -es la respuesta deliberada, pomposa y retadora. Nadie se metía con él, ¿okay?

   -¿Qué?, ¿vas a seguir remoloneando? No has atendido tu caja en toda la mañana... en toda la semana. ¿Ya no necesitas plata? -hay cierta socarronería en la pregunta del joven negro. Y por un segundo Martín se incomoda, mirándole deliberadamente sereno.

   -Ve a joder al coño de tu madre, ¿si? -es la fea réplica, pero carente de agresividad, parecía más bien algo común entre ellos.

   Matías se aleja, algo molesto, pero dejándole solo. Alza el cambur y está por darle una buena mordida cuando una risa ronca, baja y grave se deja escuchar. Un tono que resuma diversión pero también... ¿travesura, picardía? La cuestión es que reconoce la voz. Una que... Palidece y mira al sujeto allí, con otra bandejita de compras. Viste otro traje caro y bueno, lleva una corbata roja que era una preciosura, piensa él, que no usa esas prendas. Se veía... todo un machote triunfador (y una que otra mujer le daba su buena mirada cuando por allí pasaba), pero él sabía que tan sólo era un maricón, un sucio traga leche, un mamagüevo que...

   -Verte así me recuerda cuando era chico y soñaba con mamarle los güevos a los amigos de mis hermanos y practicaba con un cambur, atragantandome con él, lamiendo y chupando hasta que se ponía baboso y soltaba un juguito que... -y rueda los ojos como disfrutando la analogía.

   Allí, en el pasillo del supermercado, y no en un tono bajito de marica que propone suciedades en un baño. Como sea, el joven enrojece feo, se atraganta, asustado, el corazón palpitándole dolorosamente en el pecho, viendo al carajo de quien pensaba mantenerse bien lejos, escuchándole decir aquello... e imaginándoselo. Oh, sí, puede imaginar a un chico maricon haciendo todo aquello, chupándose un cambur largo y grueso soñando con güevos. Y eso le llena de un calor traidor, culpable. Quiere alejarse, pero...

   -Vaya chico que fue, ¿qué edad tenía cuando...? -no, no puede seguir, el tema era demasiado para él, a pesar de su osadía de juventud.

   -¿Cuándo comencé a jugar con los cambures y soñar con dar mamadas? Hummm, creo que tenía unos diez u once años, fue cuando entendí que me excitaba ver a los chicos sin camisas. ¿Cuándo di mi primera mamada? -sonríe y se le acerca, grandote y fuerte, más alto.- Tenía catorce años... y se la chupé a un amigo de mi papá. Costó, pero... en cuanto le toque la verga se le puso dura. El pobre quería aunque estaba asustado. Y ese güevo sabía... -nuevamente rueda los ojos con lascivia, erizándole de pies a cabeza.

   -Don, coño... -intenta una risa que intenta decirle “contrólese, carajo”, pero le sale floja. Y aparta el cambur, ahora no puede comerlo. Él lo nota, los ojos brillándole de maldad.

   -¿No quieres otra buena mamada de güevo, mijo?, ¿no quieres que tu papi te lo cubra y te saque la leche del cerebro en una corrida de las buenas como ya experimentaste? -sin dejar de mirarle, tiende el rostro hacia adelante, lo baja un poco y atrapa un pedazo de aquel cambure, cerrando los labios sobre la suave textura del mismo, subiendo chupando, ruidoso, finalmente mordiendo un pedazo y despegándolo, mordiéndolo lentamente.

   A Martín se le puso de piedra, aunque estaba aterrado de todo aquello. De que mirara alguien y supiera que trataban un asunto de... maricones.

   -Don... -grazna, apretando la base del carbur por puro reflejo, él mismo fascinado viendo salir más del fruto, mientras el sujeto ríe con la boca llena. Tragando. Olía a cambure pero también a... sexo. Dios, está tan caliente, mucho; en esos momentos, con el güevo enrollado en el boxer, presionándose contra el jeans a pesar de ser holgado, no puede pensar sino en...

   Joder, se estremece más, el tipo parece notar su erección, baja esos ojos marrones claros que brillan más, complacidos pero urgidos. Y alzando nuevamente la vista se relame, tal cual, el labio inferior mientras traga en seco. Y cada pequeño gesto lo siente directamente sobre su tolete que quiere emerger y que alguien, cualquiera, lo toque y lo lama.

   -¿Nuncas has fantaseado con que alguien te lo chupe en un cine, en lo oscuro, tú sentado y él de rodillas, con otras personas alrededor, que no lo notan pero donde cualquiera pudiera terminar mirando? ¿O tras unas escaleras, en el patio de una casa donde dan una fiesta y te apartas un momento para que te lo traguen, caliente pero temblando de emoción temiendo ser pillado? -pregunta y habla lentamente, sonriendo convencido.- Créeme, es algo divino. Todas esas ganas, ese miedo...

   -¿Qué?, ¿quiere chupármelo en este pasillo? -reta con una risita que le sale tensa, lo sabe.

   -Ojalá pudiera, créeme eso también. Ya te dije que me encanta mamar güevos, desde los catorce... -agrega con claridad, expresando su verdad, sin vergüenza o artificios, mirándole a los ojos, alzando una mano que emerge de la manga del costoso saco y la hermosa camisa, rozándole con el dorso de los dedos la visible tranca (una con la que tendrá que hacer algo para esconderla, pensaba el chico, caliente), provocándole un jadeo y un asustado estremecimiento mientras mira alrededor, nadie fijándose en ellos. Aún. No decidido a alejarle o alejarse. Esos dedos van y vienen, presionando, sobando sabroso.- Y el tuyo sabe increíblemente rico. Tu leche fue todo un manjar. Uno con el que he estado soñando desde ese momento, con hambre...

   -Don, cállese... -grazna sin fuerzas, rojo de cara.

   -Quiero mamártelo, mijo, pegar mi boca y chuparte la vida; quiero sacar ese hermosos güevo y darle una mamada de campeonato. -le responde con crudeza.- ¿No quieres eso también?, ¿alimentar a un viejo mamagüevo con tu hermosa pieza? -le reta, sonriendo. Sabiéndole atrapado.

   -Yo... Yo... -no puede pensar, tan sólo quiere, lo sabe porque echa las caderas hacia adelante, para que el otro afinque el roce de sus dedos, unos que se separan, abarcándole el tronco dibujado contra la áspera tela, recorriéndolo de aquella manera.

   -Eso de ahí es un almacén para inventario, ¿no? -pregunta mirando una puerta, volviendo luego la vista a él y sonriendo al verle estremecerse al captar la idea.

   -Don, no podemos...

   -Quiero pelártelo y chupártelo aquí, ahora. Sacarte la leche, ¿no quieres? -propone y reta. Y el chico, con diecisiete años, todo caliente, no puede pensar como no sea con el tolete, uno que era recorrido por esos dedos firmes sobre la tela.

   -Va... Vamos. -croa. Pasando del rojo al blanco, decidido. Apartándose, mirando con temor, notando que nadie parece fijarse en ellos y se apresura a entrar por esa puerta.

   El hombre sonríe, mira también en todas direcciones (claro, no era cosa tampoco de dejarse atrapar dándole una mamada a un muchacho; tal vez a la policía y a la comunidad no les pareciera correcto), y le sigue. Entra en un cuarto grande, que más bien parece un pasillo por todo el espacio ocupado por cajas de un lado y otro. Pasillo que al final se divide en dos senderos, a derecha e izquierda, seguro para permitirles la movilidad a la hora de buscar algo. El chico le espera, rojo otra vez, respiración anhelante. Él, como hombre que es, toma el control.

   -Vamos. -le indica con decisión, montándole una manota en un hombro, sintiéndole temblar, seguro que de miedo y ganas, bajo la suave franela negra. Le guía pasillo adentro y toman a la derecha, sendero que también se dobla al final, como regresándose. Allí, en el codo formado por esa esquina, le detiene y le mira. El chico parece un cervatillo asustado, luchando contra lo que siente, repulsa de todo aquello, mucho de miedo (de ser pillado y tachado de marica), y el deseo sexual. El güevo estaba tieso y el güevo mandaba en esos momentos.

   Era inútil decirle nada, Roberto Mancini lo sabe. Mirándole, sonriendo, cae de rodillas, apoyando el pantalón en el embaldosado piso, y luego baja la vista a esa cinturita estrecha, a esa pelvis. Era hora de actuar, se dice con verdadero apetito depredador. Jadeando, dejándose llevar por sus deseos primitivos por un momento, frota el rostro de ese entrepiernas, duro, como si se embaunara de algo, con los labios abiertos, recorriendo con ellos esa silueta, olisqueando con ganas, embriagándose con los aromas del duro machito. Alza la vista, nublada de lujuria, una que grita quiero güevo, tu güevo, notando que el chico se estremece, y con los muy blancos y parejos dientes, le rastrilla la barra, suavemente, llegando a la punta, que cubre con los labios y besa sobre la tela, lengüeteado, mojando el jeans, y rastrilla nuevamente con los dientes. El chico gime, ¡esa vaina era tan caliente! Las manos del hombre le atenazan sobre el borde del pantalón, sobre la franela. Y apretaba tan duro, tan... No lo sabe, pero era de manera posesiva.

   -¡Ahhh...! -se le escapa cuando esa boca cubre la cabeza de su barra sobre las ropas y ahora si que chupa, mientras mete las manos debajo de su franela y le recorre la cálida y joven piel. Son manos grandes, fuertes, de hombre, que recorren su flaco abdomen y su espalda. Un hombre estaba tocándole... otra vez. Y odiaba que se sintiera tan erotico, tan bien.

   Las manos se retiran, el tipo le abre la correa y el pantalón, dejándolo caer, sin contentarse con sacarle la barra por la bragueta, eso le mortifica un poco, aunque también...

   -¿Otra mierda fea? -el tipo se toma el tiempo para cuestionarle, disgustado al verle el largo y ancho boxer que más parece pantalón de pijama, uno deformado por una joven y completa erección.

   Pero el chico no tiene tiempo de responder, ni cabeza (mierda, estaba encerrado en la pieza de almacenaje, en el supermercado, ¡con un tipo que le tenía los pantalones en el piso!), no tiene capacidad ni cabeza para ellos, menos cuando, tomando los ruedos del boxer sobre sus piernas, el tipo tira de ellos, la liga de la prenda presionando sabroso sobre su güevo tieso, el cual emerge con un salto retador, victorioso.

   -Dios, es tan hermoso... -el carajo gruñe, erizándole, tal vez por eso no cuestiona el que le baje toda la prenda.

   ¿O sería la mano sobre sus bolas, sobándolas, apretándolas y halándolas amorosamente?, ¿o el aliento que llega a su barra, o la vista de ese masculino rostro ladearse, bajo él, y sacando la lengua recorriéndolo de punta a base, quemándole, dejándolo manchado de saliva?

   -Joder, sabe tan rico, mijito... -le susurra con cachondez y voluptuosidad, los labios muy cerca del nabo del glande, bañándolo de aliento, estremeciéndole de pies a cabeza.

   Esos labios un tanto secos, pero llenitos, se separan más y caen lentamente sobre la lisa y rojiza cabeza, y el contacto es eléctrico para ambos, cerrándose sobre ellos, besando con amor y entrega (la adoración de un mamagüevo hacia una buena pieza), cerrándose finalmente sobre el ojete, chupando. Martín tiembla, no tiene cabeza para pensar en nada como no sea que quiere aquello. Y esos labios se separan otra vez, rodeando su glande, cubriéndolo, los labios presionándolo, la lengua saliendo al encuentro de su piel, aleteándole aquí y allá, para ir tragándolo centímetro a centímetro. El carajo ahueca las mejilla y garganta y va cubriéndolo, tragándolo, pegándole las mejillas, la lengua adhiriéndose en la cara posterior, sobre la gran vena, y la mierda esa era sencillamente enloquecedora. Un chico de diesisiete años apenas podía racionalizar toda aquella estimulación sexual, menos su propia conducta.

   La boca sigue cubriendo, siente como los labios caen en la base de su verga, como la nariz del tipo, resoplando fuerte, bañandole de ardiente aliento, se hunde en su pubis, la punta de la nariz chocando y aplastándose contra su piel, al tiempo que lo aprieta con labios, mejillas y lengua, una que se agita de adelante atrás, un poco, frotándose contra su ardiente barra, al tiempo que le hala las bolas. A Martin la vista casi se le desenfoca, ¿cómo podía tragar así, ordeñándoselo de esa manera? ¡Esa garganta era una maravilla! Y observarle ladear el rostro, como para que vea lo que pasa cuando sus labios van retirándose, dejándole la barra brillante de saliva, le pone más caliente.

   Sin detenerse, el cajo comienza un vaivén de campeonato sobre su güevo, adentro y afuera, pegándole chupadas intensas, apretándosela cuando se retira, atrapándola y apretándola con mejillas y lengua dando leves vaivenes, casi masturbándole, mientras succiona y traga ruidosamente. Esa boca estaba caliente y húmeda como una vagina. Aunque chupaba de una manera...

   El hombre se pierde en las gloriosas sensaciones que le provocaba siempre el mamar güevo, de sentirlo contra su lengua, de notarlo pulsante y soltando jugos sobre ella, calentándole también. Y mientras va y viene, gruñendo, algo de saliva escapando de las comisuras de sus labios, haciendo brillar los pelos de la barba, piensa en tantas y tantas trancas que ya ha mamado. Una interminable hilera de güevos que una vez fueron trabajadas por él. Y recordarlo parece ponerle más cachondo y traga de arriba abajo con más ganas. Y mientras lo mama de aquella manera, soltándole las bolas, hace que el chico salga del pantalón y el boxer, dejándole desnudo de las caderas hacia abajo, luchando con algo de resistencia, una muy entendible, un macho podía dejarse mamar, pero estar tan desnudo... Además, si alguien entrara su postura sería aún más comprometida.

   Y si, Martín quiere resistirse, pero esa boca le sorbía las fuerzas así como le chupaba el güevo. No se sentía bien tan desnudo, y cuando este le toma una piernas por la rodilla, alzándosela, quiere luchar un poco, pero con un gemido termina cayendo contra la pared, su tranca otra vez atrapada en aquella garganta, el tipo respirándole en los pelos, comenzando un rotar la boca de un lado a otro; y casi sin darse cuenta termina con una pierna montada sobre un hombro del tío, las manotas de este, calientes y fuertes, recorriéndole los muslos, arriba y abajo, muy arriba, cerca de sus bolas y los pliegues que llevan a su culo. Ese tipo lo tocaba demasiado, le gritaba una vocecita en la cabeza, pero no podía concentrarse en ella, no mientras su tolete era chupado de aquella manera.

   -¡Ahhh! -se le escapa, sin embargo, erizado completamente, cuando un pulgar se frota de su raja interglútea, pasando, arriba y abajo, sobre su culo peludo.

   Eso ya era demasiado, debía...!

   -¡Mierda! -se congela cuando escucha aquella voz molesta, una vez que la puerta del depósito se abriera.

   -Y que lo digas. -gruñe otra, esta una voz de mujer.

   ¡Carajo!

CONTINÚA ... 4

EN EL HENO

DEJANDOSE LLEVAR

   Cálidas tardes de verano...

   De paseo por esos apartados parajes, bajo un sol sofocante, nuestro chico encuentra la vieja y destartalada construcción tras aquella caída vaya quye anuncia que es propiedad del banco del estado. Embargada a sus dueños. Qué mal, piensa. En una de las paredes encuentra una bomba de agua, la cual manipula. La larga llave arriba y abajo hasta que surge el agua fresca, que bebe y con la cual se moja una vez desnudo, sintiéndolo rico sobre su piel. Se queda un rato al sol, secándose, entrando al granero, cayendo en el suave heno, amodorrándose. Todo tan tibio y sensual que se emociona, tan joven que la sangre correr con fuerza. Y se toca, el torso, y gimotea con ojos cerrados, alzando un poco las caderas, tomando su tranca ya medio dura y dándose arriba y abajo. Soñando con sexo. Gimiendo contenido, separando las piernas y metiéndose un dedo, algo que lo hace tensarse sobre el improvisado lecho, arqueando la espalda, masturbándose más rápido mientras saca y mete las falange, lloriqueando con boca muy abierta. Algo incómodo se suelta la tranca, se saca el dedo y se rueda sobre la espalda. Es cuando lo siente, algo firme en la entrada de su culo, algo cilíndrico y medio grueso que se mete, caliente, reflexionándose contra sus entrañas. Agitado y alarmado, pero también chillando de lujuria al tener su ardiente y mojado agujero ocupado así, abre los ojos y se encuentra con un sonriente tipo cuarentón, barbudo, que lleva una braga de campo, sin camisa sobre un ancho y peludo torso, que le sonríe.

   -¿Soñabas con un hombre, muchacho? ¿Te hace falta? No se ven a muchos como tú por aquí, déjame ayudarte... -y sacándole el dedo lo regresa acompañado de otro.

   Y nuestro chico se arquea más, estremecido de cachondez, alzando y meciendo sus caderas... Aunque no era eso lo que buscaba cuando se masturbaba pensando en su novia, quien a manera de juego a veces le metía el dedito. Algo le decía, viendo cómo se soba el hombre, que pronto experimentaría con algo mucho más largo y grueso de lo debido. 

CHICOS Y PAPIS

VAYA CON LA TELEVISION ALEMANA

CANTA Y NO LLORES
   Le ponen a los detalles...

   Era yo un muchacho cuando, creo que por Venezolana de Televisión antes de convertirse en esa fosa séptica que es hoy, o el Canal Cinco, antes de pertenecer a la iglesia, que transmitían un programa de concursos entre pueblos bávaros, muy alegres y competitivos, muy familiares. Y me gustaban las pruebas, las ganas que le ponían, las tareas y hasta esa gente de cabellos claros y cachetes rojos. Hablo de hace añales. Más recientemente seguía una complejísima serie donde al penetrar por el hueco de una mina la gente viaja al pasado, creando alteraciones que ensombrecen y dificultan sus vidas, las de todos. De hecho se viajaba a dos pasados, uno más lejano que el otro. Era complicado porque estaban los personajes de “ahora”, luego aparecían de niños y a veces estaban sus padres cuando ellos ni siquiera habían nacido. Era difícil seguirla. El caso es que en un episodio un sujeto detecta en ese pasado cercano a un niño que cuando crece va a meterlos a todos en graves dificultades, especialmente a él y su gente, así que decide lo que decide todo el mundo en esa situación, sea que se encuentre con la mamá de Hitler o la de John Connor en el mercado, si eres una máquina, matarlas. En este caso al muchacho. Lo acecha como un acosador sexual cualquiera, lo caza, lo atrapa, lo derriba y tomando una piedra (esa parte como que no la tenía tan pensada, ¿no era mejor un arma de fuego o un cuchillo siquiera?), y va a aplastarle la cabeza. En un momento dado el niño gimotea, patalea y le mira. Con cara de niño. Me dije ya, no puede hacerlo... Pero la serie era alemana, claro que lo hace. Le cae a peñonazos en una escena bien fea, lo detienen, lo encierran... y no lo mató. Todavía no sé si veré la segunda temporada.
   Pues bien, leo por ahí, que no la he visto (no lo veo todo), que en otro programa de la televisión abierta alemana, la que por estos lados llamamos pública, la que uno no paga por ella, presentaban una serie llamada Acht Tase, que signfica “Quedan ocho días” (¡con dos palabras, qué gente tan eficiente!), que es el tiempo que le queda al viejo planeta Tierra cuando se sabe que un meteorito llegará e impactará en pleno corazón de la Europa central, donde no se espera que sobreviva nadie. En medio del drama dos soldados deciden mandarlo todo al carrizo y tienen sexo, siendo televisado. Con primeros planos, caras, gestos y gemidos; bueno, no del acto en sí, ya saben a lo que me refiero. ¿Qué tal? Ni se imaginan lo que costó que aquí, en Venezuela, se probara el decir “malas palabras” como puta o mierda en las telenovelas. Intentaron ponerlo de moda, pero al final se abandonó el experimento. Aunque muy mal hablados en general, no nos gusta escucharlo en televisión.
   Lo censurado es del video en Youtube, aparentemente en la televisión no fue así. Se pasan de realistas estos alemanes. ¿Habrá chocado el meteorito o no? Por cierto, ¿no habría sido más interesante que los fulanos soldados fueran de una época anterior, de los tiempos tenebrosos de la raza teutona? Y no hablo de la sucia era de la stasi. 

LO DURO DE LA LUCHA